No es que amen demasiado. Es que aman mal. Son adictas a las relaciones complicadas, y amar, para ellas, equivale a sufrir. Se desviven por príncipes abandónicos y creen que existe una sola versión del amor: el imposible. O al menos el muy difícil. Si la media naranja no les trae problemas, ya no sabe igual de dulce. Si el Romeo de turno no deja tras de sí un halo de pesar e incertidumbre, si no es frío, desamorado y un poco egoísta, estas Julietas no se dan por satisfechas.
Cuando encuentran un hombre agradable no oyen campanas, no explotan cohetes, ni suenan violines. Devotas del amor que va y no viene, padecen una enfermedad emocional que las lleva a empeñar todas sus fuerzas en tratar de enderezar los caminos que nacieron torcidos.
Las han tildado de “fracasadas” y de “viejas locas”. Más irónicamente, las han llamado las “borrachas de amor”. Entre otras cosas, se las acusa de enamorarse de quienes no deben, como si fuera tan sencillo afinar la puntería sentimental y dar en el blanco del candidato más apropiado.
También se las culpa de hacer del amor una droga. ¿Pero no es el amor un proceso emocional y químico capaz de distorsionar la realidad con mecanismos similares a los de una adicción? ¿Un amor que se precie no comporta cierto sufrimiento?
Las Adictas Anónimas a los Vínculos Emocionales [A.A.V.E.] dicen que no. “Es la vida la que tiene una dosis de sufrimiento. Nada más lejos del amor”, opina D., que lleva seis años asistiendo a las reuniones del grupo y ha aprendido bien las lecciones.
A nadie escapa que el deseo puede comportarse de forma tiránica y sombría. Y que el amor puede estar tan distante de la cordura como un soneto de Bécquer de una tabla de multiplicar. Lo cierto es que las mujeres adictas a los vínculos emocionales inclinan el arco hacia los hombres distantes, problemáticos, inaccesibles. El hombre inestable les resulta excitante; el que no es confiable, un desafío; el imprevisible, un romántico; el inmaduro, encantador; el malhumorado, un misterio. Y el desdichado sólo precisa su consuelo. En resumen: aman al hombre “equivocado” y se enredan en toda clase de relaciones sentimentales que no las satisfacen. Sufren por ello. Sienten que su amor es todopoderoso y necesitan que éste obre magia en la vida de otras personas. Sueñan con “conquistar el amor” y “salvar” al hombre que aman. Prefieren el mal conocido antes que salir a buscar el bien necesario. Por eso miran para otro lado si él se comporta como un patán, o cierran los ojos si actúa como un auténtico zanguango. Él es su barómetro, su radar, su medidor emocional. Ellas siempre encontrarán algo para justificarlo y continuar amándolo de manera ciega y abnegada.
El núcleo del problema estarÍa en la
infancia, en un modelo de relacionarse
aprendido a temprana edad. Más
exactamente, en la falta de amor de
alguno de los padres.
Son capaces de aguantar lo indecible con tal de conseguir una nueva dosis de su narcótico. Una relación verdaderamente horrible cumple para ellas la misma función que una droga fuerte, porque mayor es la distracción que proporciona. Así van pateando los conflictos hacia un después fantasioso y bien hadado. Y sólo tienen ojos para su adorado tormento. Porque dejarlo definitivamente, y hacer borrón y cuenta nueva, les produce una suerte de pavor existencial, una depresión incapacitante.
Mi Bien, Mi Mal
Amar demasiado no es un síndrome reconocido por la sicopatología. Pero fue la sicoterapeuta Robin Norwood quien puso el término en órbita y defendió el concepto de enfermedad en su best seller internacional Mujeres que aman demasiado, que ya va por cuarenta ediciones. Ella trazó claramente el perfil de estas mujeres y definió esta “enfermedad” como una obsesión que controla las emociones y las conductas ejerciendo una influencia negativa para la salud y el bienestar.
Amar demasiado es más frecuente de lo que parece. La historia y la literatura están plagadas de heroínas románticas que perdieron la cordura, todo lo que tenían, y hasta la propia vida por amor. Basta pensar en Camille Claudel, que enloqueció de amor por Rodin, en la devoción de Frida Khalo por Diego Rivera, en el tormento de Ana Karenina o en el de madame Bovary, que acabaron sus días de forma dramática por causa de amores atormentados, imposibles y conflictivos.
¿Quién no ha sentido alguna vez que amó demasiado? ¿Qué le pasa a estas mujeres que tienen tanta puntería para encontrar sólo parejas nocivas? En el libro, que hoy es la piedra filosofal de un sinfín de grupos de mujeres en el mundo, Norwood dice que estas féminas miden su dicha de acuerdo a la profundidad de su tormento y llaman amor a su obsesión.
¿Cuándo se ama demasiado? Según la autora, cuando la mayor parte de las conversaciones con amigas íntimas son acerca de él, de sus problemas, de sus ideas, de sus sentimientos. Cuando todas las frases comienzan con “él”. Cuando se disculpan sus desaires debido a los problemas que él tuvo en su niñez y una se vuelve su sicoterapeuta.
Norwood, que ha puesto bajo la lupa esta terca forma de amar, sitúa el núcleo del problema en la infancia, en una forma de recrear y revivir aspectos significativos de la niñez, en un modelo de relacionarse aprendido a temprana edad y muy bien practicado. Más exactamente, en la falta de amor temprano de alguno de los padres. También hay quienes ven en la raigambre del conflicto un concepto equivocado del amor, o una patología del narcisismo de muy escaso amor propio. Pero fundamentalmente, en el rechazo a abandonar los sueños de la infancia. Las mujeres que aman demasiado están más en contacto con sus fantasías oníricas que con la realidad. Algo de lo que –según Norwood– tampoco escapan los hombres.
La explicación se vuelve sospechosa de tan sencilla: las mujeres aman demasiado porque piensan que de esa manera recuperan el amor de ese padre o esa madre que no las amó de pequeñas. Según Norwood, en familias disfuncionales donde la norma es negar la realidad, cancelar la información que resulta demasiado complicada, se termina por no creer en las percepciones y sentimientos propios. “Es ese deterioro básico lo que opera en las mujeres que aman demasiado. Nos volvemos incapaces de discernir cuando alguien o algo no es bueno para nosotros”.
¿Y por qué es tan difícil ponerle fin a una pareja que no funciona? “Quienes amamos en forma obsesiva estamos llenas de miedo: miedo a estar solas, miedo a no ser dignas o a no inspirar cariño, miedo a ser ignoradas, abandonadas o destruidas. Damos nuestro amor con desesperada ilusión de que el hombre por quien estamos obsesionadas se ocupe de nuestros miedos”, resume Norwood.
“Te vinculás mal porque no te vinculás bien contigo misma, no te soportás sola. Si tenés una relación y pusiste todos los huevos en esa canasta, y esa relación se rompe, te enfrentás al vacío y eso da mucho miedo. Ahí empiezan las fantasías: si logro tal cosa o hago tal otra, la relación va a cambiar”, dice D.
Tempestad y Calma
En un foro de internet sobre el tema, evil_eve se enfada con estas mujeres que se sienten bondadosas por soportar cualquier cosa. “Perdonen si expreso mi opinión tan abiertamente, pero ¡no hay mujeres que amen demasiado! Hay mujeres [y también hombres] que desarrollan dependencia a relaciones destructivas y/o superficiales por falta de estructura en su vida, por falta de confianza en sí mismas y empujadas por una mentalidad romántica y machista, eso es todo. Esto es consecuencia de una sociedad que les inculca a las mujeres desde niñas que el mayor propósito de su existencia es encontrar [si no es que atrapar] al “amor de su vida” para formar una familia y ser felices para siempre; pero esta misma sociedad no les enseña a respetarse a sí mismas, ni a desarrollar el suficiente criterio para realmente conocer la calidad moral de alguna persona [el próximo marido, por ejemplo], pero sobre todo: no te dice que es posible ser feliz [tanto como se puede en esta vida] sin el “amor” de un hombre y sin ser un “pilar” [un objeto] de la “santa” institución del matrimonio”.
Y agrega indignada: “y como todo el éxito que se te permite tener en esta sociedad depende de que mantengas a “tu” hombre a tu lado, te aferrás con todas tus barnizadas uñas a no “perderlo”, y cuando se te va quedás destruida porque has fracasado. Dejen de ver telenovelas y no eduquen a sus hijas para ser princesas de cuento, díganles que eso de “felices para siempre” no existe [tienen que probar lo amargo para saborear lo dulce], y que no hay nada más aburrido en el mundo que esperar un insípido príncipe azul”.
Otras mujeres, en otros foros, piden ayuda para aprender a olvidar al sujeto de sus desvelos y seguir adelante. “Estoy inmersa en un estado de ansiedad que no me permite concentrarme... me provoca insomnio y tengo miedo de seguir hundiéndome más”, dice Lidia.
El grupo Mujeres que Aman Demasiado que funciona en Buenos Aires ve cuatro caminos posibles para estas criaturas adictas a los vínculos: la cárcel, el sanatorio mental, el cementerio, o los grupos de apoyo. “Hay otras maneras de vivir que no tienen que ser tan espectaculares como el homicidio o el suicidio. Generalmente detrás de una mujer en A.A.V.E. encontrás una familia disfuncional, una historia familiar jodida. Las formas de vincularse se aprenden desde muy chico. Hay mucha gente que vive mal y piensa que esa es la única manera de vivir”, dice D. en Montevideo.
En Uruguay, las integrantes de A.A.V.E. [al momento 17 mujeres de todas las edades] se reúnen dos veces a la semana en un salón de la parroquia del Cordón, pero se apresuran a aclarar que no tienen nada que ver con la Iglesia.
El grupo uruguayo lleva once años en funcionamiento. En él depositan sus crisis, sus dudas, y se desahogan. El único requisito para ser miembros de A.A.V.E. es querer dejar de relacionarse disfuncionalmente. Todas guardan un anonimato estricto, amparado por seudónimos o nombres de pila. Muchas van a una o dos reuniones y no regresan más. “Lo idea es participar por lo menos de seis reuniones para ver como es la dinámica del grupo”, dice R., otra de las uruguayas que aman demasiado. Todas tienen siete minutos para hablar. No dan consejos, ni opinan. Cada una habla desde su propia experiencia. “Es una cosa instalada en nuestra sociedad decirle a todo el mundo lo que tiene que hacer. Este grupo es todo lo contrario”, asegura D.
Se apoyan en el programa de Alcohólicos Anónimos y su libro de cabecera, naturalmente, es Mujeres que aman demasiado. Tienen doce pasos y doce lemas que siguen a rajatabla. Los lemas, por si a alguna le interesa, son: Hazlo con calma, vive y deja vivir, sueltas las riendas, sólo por hoy, mantenlo simple, piensa, esto también pasará, escucha y aprende, mantén la mente receptiva, todo tiene su tiempo y todo lo que se quiere... tiene su hora, toma lo que te sirva y deja el resto, ¿cuán importante es? Y, que empiece por mí.
La adicción a los vínculos, dicen las integrantes de A.A.V.E., no tiene que ver exclusivamente con la relación de pareja. También puede afectar el modo de relacionarse con un padre, una madre, los hermanos, amigos o compañeros de trabajo. Como todas las adicciones, una vez que se adquieren no se curan. “Podemos recuperarnos, como un alcohólico puede estar en sobriedad, podemos estar serenas en nuestro caso”, dice R. Estar serena pasa por desarrollar un vínculo sano, por preguntarse: “¿esta persona me hace bien?, ¿es adecuada para mí, me permite ser libre, compartir mi vida personal? No es sólo cuestión de sentir palpitaciones cardíacas. En mi caso esas palpitaciones son para salir corriendo. Hay que tener cuidado con las palabras. Una cosa es amor, otra pasión y otra compulsión. Tenemos una adicción a la adrenalina, a todo el estado emocional producido por esas situaciones caóticas. Eso tiene un resultado químico directo, y te acostumbrás a eso. Y cuando estás tranquila, tenés que buscarle la vuelta para generarlo. Es entregarle a otro la posibilidad de determinar cuándo estás contenta y cuándo no. Vivís en función de las demás personas, lo que es una buena manera de no ocuparse de uno mismo”, dice D.
Hace falta valor para buscar el cambio. Entrar al grupo conlleva seguir un camino de espiritualidad que no implica tener una religión o creencia de ningún tipo. El rosario que rezan es la aplicación del programa. “Hay que ocuparse mucho, tener una reacción activa frente a una depresión, a un abandono, o al mal relacionamiento. Hacer cosas, ir a lugares, leer los libros”, dice E., que también participa del A.A.V.E. que funciona en Montevideo.
“En los momentos de compulsión hay que pensar que es sólo por hoy, que esto también va a pasar, que no voy a ser una infeliz por toda la eternidad”, remata R.
Testimonios
“Hola. Mi nombre es R. Soy adicta a los vínculos emocionales”, así se presenta la mujer, de 49 años en las reuniones de Adictas Anónimas a los Vínculos Emocionales [A.A.V.E]. Está vestida de riguroso negro, lleva el cabello suelto y los ojos bien maquillados y delineados. Durante la entrevista, cuenta que cuando se publicó por primera vez el libro de Robin Norwood, Mujeres que aman demasiado, lo compró inmediatamente, pero no se sintió identificada en absoluto. Años después se le cayeron las lágrimas viendo un programa de TV Ciudad sobre un grupo de autoayuda de A.A.V.E., que terminaba con la lectura de las características de esas mujeres según el libro. “Fue como si lo escuchara por primera vez. Era la historia de mi vida y de mi esposo, con quien estoy vinculada hace 33 años y llevamos 26 de casados. Mi vida estuvo signada por cosas que están dentro de las pautas de una mujer que ama demasiado. A los dos días estaba en el grupo, me di cuenta que nada de lo que te lleva a vincularte con otro ser humano tiene que ver con el otro sino con cosas que te suceden a ti. Me dejo invadir por emociones que no son siempre las que desearía sentir. Yo celaba a mi esposo, estaba siempre insegura, cualquier comentario que me hiciera en el que apareciera una mujer implicaba que él podía haberla seducido. Nuestra droga son las personas, especialmente los vínculos con los hombres. El pensamiento de base es que algo que me hace sentir tan bien, no puede ser malo. Pero en realidad te estás destruyendo porque tu día está ocupado por ese pensamiento obsesivo”.
D. es una mujer de 37 años. Hace tiempo que participa de las reuniones de A.A.V.E. y tiene claro todo lo referente a los mecanismos de esta adicción. “Los motivos para llegar a A.A.V.E. generalmente tienen que ver con hombres, pero no es la única piedra recurrente que podés encontrar en tu camino. Al llegar al grupo me di cuenta cómo había sido manipulada, pero también que yo era una gran manipuladora. Y que siempre quería salirme con la mía y tenía toda mi energía enfocada a lograr lo que a mí se me antojaba. Por ejemplo, si él quiere irse de viaje el fin de semana y yo no quiero que se vaya, hago todo lo posible para que se quede conmigo. La mujer que ama demasiado aspira a tener control sobre los demás. En definitiva, yo quiero que él haga todo lo que yo quiero y cuando a mí se me antoja. Nunca dejé el trabajo, pero le quité tiempo y atención a mis seres queridos, a mis hijos, a mis amigos. Postergás todo. No es que dejes algo en particular, dejás la vida entera. Posponés todo porque te vas a encontrar con él. Es como dice el viejo dicho popular: un roto se junta con un descosido. Una persona sana, cuando ve un peligro, raja. Yo me casé muy jovencita, me divorcié muy jovencita y empecé a tener relaciones una detrás de la otra. Me decía ‘pero qué mala suerte que tengo con los tipos, me tocan siempre los peores’. Hasta que una amiga que vivía en Europa me mencionó la existencia de grupos similares a A.A.V.E. y del libro de Norwood. Era yo en casi todos los testimonios. Caí en el grupo medio de carambola. No sé cuál era el hombre de turno, pero no estaba atravesando una situación de crisis. Hace seis años que voy, a veces dejo de ir por trabajo, por estudio o por una relación de compulsión con un hombre. Cuando dejás de ir a las reuniones es como que retrocedés. Yo necesito ir, dejar de ir me juega en contra. Si no hubiera ido no sé cómo hubiera terminado”.
Elena [50] tiene ojos color verde claro vivaces. En su mirada no hay nada que denote la depresión que atravesó hace varios años. “Yo llegué a A.A.V.E. porque mi marido se enamoró de otra persona y se quiso separar después de treinta y pico de años de matrimonio. A mí se me cayó el mundo, quedé colgada y sin vida propia. Estaba mal, estaba espantosa, con una depresión horrible. Una de mis hijas me llevó al grupo. Escuché a las mujeres que participaban y las cosas que nos pasaban eran tan similares... Porque la mayoría son dejadas por sus parejas. Era un espejo, otro y otro. No me iba a matar pero no podía continuar con mi vida, ni siquiera mis hijas me interesaban, yo era un robot. Ni hablar de buscar otro hombre, mi único cometido era que él se arrepintiera y volviera conmigo, una utopía total. Lo llamaba. En eso te ampara el grupo. Una cosa que yo utilizaba como recurso era llamar a alguien del grupo antes de llamarlo a él. Capaz que por tres horas no llamaba. Si me volvían las ganas de llamarlo, llamaba a otra. Es una enseñanza, como aprender un idioma. Yo entraba a su casa cuando él se iba y revisaba todo. Leía todos los días un diario que él llevaba. Fue un masoquismo espantoso. Para mí él me tenía que querer hasta que me muriera. Lo que más me costó fue borrarlo de mi cabeza. Lo odiaba, deseaba que le fuera mal. Era algo enfermo. Hace diez años de eso. Me llevó tres años superarlo. Hay que aprender los lemas y las tradiciones. Entonces empezás a ver comportamientos nuevos para vos. Porque uno sabe que va a llamar y él va a decir ‘no quiero hablar contigo’ y te quedás peor. Te proponés: por estas 24 horas no voy a llamar. Y cuando pasan las 24 horas te sentís bien con vos. Desarrollé amistades viejas que había dejado, empecé a tener una vida propia. Cuando estuve bien conocí otra persona y me volví a casar”.
A. [58] lleva el cabello con claritos perfectamente arreglado. Hace diez años que asiste a las reuniones de A.A.V.E. “Cuando llegué al grupo estaba en crisis y sentí que no iba a encontrar una solución a mi problema. Pero a medida que seguí yendo fui encontrando la solución, aplicando el programa: el hazlo con calma, el sólo por hoy. Hace diez años me separé porque no podía más y una amiga me habló del grupo Mujer Ahora. Allí me recomendaron la lectura del libro de Norwood. Hice terapia, la dejé, y cuando quise acordar estaba enganchada con otra persona con los mismos patrones que mi ex esposo. Empecé a consumir nuevamente la adrenalina de las relaciones difíciles. El fue muy claro. Dijo: ‘te quiero pero no te amo’, y eso me produjo una obsesión. No podía dejar de llamarlo, lo llamaba doce veces durante el día. Se fue al exterior y yo pasaba todo el día en el cyber, tenía otra mujer y yo seguía atrás de él. Un amigo me habló de A.A.V.E. y me zambullí. Lloré, lloré. Estaba siempre deprimida. Arruiné mi negocio, iba llorando, no pude separar ese problema. Al principio no entendía mucho como funcionaba el grupo. Realmente me cambió la vida. Me centré más en mí y empecé a tener calidad de vida. Ahora elijo mis amistades, mis vínculos. Antes absorbía todas las personas que eran negativas”.
Test
1. ¿Para ti amar significa sufrir?
2. ¿La mayoría de tus conversaciones con tus amigas íntimas son
acerca de él, de sus problemas, de sus ideas, sus sentimientos,
etcétera, o de la persona que es tu obsesión?
3. ¿Casi todas tus frases comienzan con “él”?
4. ¿Disculpas su mal humor, su mal carácter, su indiferencia, sus
desaires, como sus problemas debidos a una niñez infeliz y tratas
de convertirte en su terapeuta?
5. Cuando lees un libro de autoayuda ¿subrayas los pasajes que
le ayudarían a él?
6. ¿No te gustan muchas de sus características básicas pero las soportas con la idea de que, si fueras lo suficientemente atractiva
y cariñosa, él querría cambiar por ti?
7. ¿Esa relación perjudica tu bienestar emocional y/o económico
e incluso quizás, tu salud e integridad física, de tal modo que es ha
convertido en una relación destructiva, pero no eres capaz de renunciar a ella sin
experimentar una depresión incapacitante?
8. ¿Tu relación se ha vuelto una obsesión de tal forma que apenas puedes
funcionar como persona?
9. Tu hombre es inadecuado, desamorado o inaccesible y sin embargo, ¿lo
quieres y lo necesitas cada vez más?
10. Cada vez que él o la persona que te preocupa se enoja, ¿sientes esa reacción
como tu propio fracaso y te sientes culpable?
11. Te preguntas, ¿cuánto me ama? y no ¿cuánto lo amo?
12. ¿Tu entrega sexual apunta principalmente a la satisfacción de tu pareja y
no tanto a la tuya misma?
13. ¿Te atraen sexualmente los hombres con quienes tienes que “luchar” y a los
otros, los que son amables, estables, confiables y que se interesan por ti los
consideras “aburridos”?
14. ¿El sexo con él te resulta especialmente excitante, apasionado y apremiante
a pesar de que tu relación en otros aspectos es infeliz o imposible?
15. ¿Te sientes atraída hacia personas que tienen problemas por resolver?
16. ¿Te involucras en situaciones que son caóticas, inciertas y emocionalmente
dolorosas?
17. Como te aterra quedarte sola ¿haces cualquier cosa para evitar que tu
relación se disuelva?
18. Al no tener un hombre u otra persona en quien concentrarte, ¿sientes a
menudo alguno de estos síntomas: náuseas, sudor, escalofríos, temblor,
ansiedad, pánico, ataques de angustia, imposibilidad de dormir?
19. ¿Descuidas tus actividades, amistades, a tus familiares [incluyendo hijos] y
a ti misma por estar siempre disponible para él o para la persona que es tu
obsesión?
20. Te relacionas mal con: padres, hijos, compañeros de trabajo, pareja.
21. ¿Te sientes vacía sin él o la persona que es tu obsesión a pesar de que toda
la relación es una catástrofe?
22. ¿Te rehúsas a enfrentar tus propios problemas?
23. ¿Culpas a los demás de lo que te pasa y no puedes enfrentar tu propia
responsabilidad?
24. ¿Crees que puedes resolver todos tus problemas, los tuyos y los de los
demás, sin necesidad de ayuda?
25. ¿No tienes “vida propia” y ella dependen de lo que piensen, digan o hagan
los demás, especialmente “él”?
26. ¿Tratas de cambiar a los demás [especialmente a “él”] de acuerdo a lo que
quisieras que fuera?
27. ¿Vives en función de tus relaciones emocionales?
28. Tu bienestar, tus deseos, tu trabajo, tus planes, etcétera... ¿están en función
de los demás y no de ti misma?
29. ¿Toleras poco o nada la desaprobación de los demás?
30. ¿Tu autoestima es limitada? ¿Necesitas que te necesiten para sentirte segura?
31. ¿Compensas tus estados depresivos comiendo, fumando, discutiendo, o
con otras sustancias o conductas alteradoras del estado de ánimo, como forma
de evadirte de los sentimientos de vacío interior que no quieres experimentar?
* Si más de cuatro respuestas son afirmativas, usted es adicta a los vínculos
emocionales.
[Este test aparece publicado en la página web de A.A.V.E.] |