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  Enero 2006 | Nº158  
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Oscar de los Santos, el intendente de Maldonado, que está pasando su primer verano en el poder, es consciente de que debe enfrentar dos desafíos...
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Oscar de los Santos

A dos Puntas

El intendente de Maldonado, que está pasando su primer verano en el poder, es consciente de que debe enfrentar dos desafÍos: alentar las inversiones que sigan haciendo de Punta del Este una meca de ricos y famosos, pero, al mismo tiempo, impedir que ciertas esigualdades y fracturas sociales no transformen al paraíso en un infierno.

¿Cómo piensa conseguirlo?...




Por Marcello Figueredo
FotografÍas: Marcelo Campi

 

Empecemos hablando de usted, señor intendente. Cuando el pueblo de Maldonado lo eligió, en mayo del año pasado, su triunfo fue visto como la victoria del hombre esforzado que, habiendo empezado desde muy abajo, alcanza alturas insospechadas. Cuénteme qué soñaba ser cuando con apenas nueve años levantaba quiniela. ¿Qué deseaba ese niño para su futuro?
–No sé si puedo transmitirlo bien. Yo soy hijo de padres divorciados. Me crié con mi madre y en vacaciones pasaba con mi viejo. Levantaba quiniela, tomaba mate con él, que trabajaba en una fábrica de portland, y me encantaba una picada de salamín casero y queso de horma que hacían en la carnicería del pueblo. Mi sueño era una vivienda con agua caliente, porque nos duchábamos con un baño de lluvia calentada en un primus. Mi sueño era tener trabajo, poder ir al cine y darle algunos gustos a mis viejos.
–¿Qué huellas cree que dejó en su vida de adulto el divorcio de sus padres?
–Fue una etapa muy conflictiva, porque los dos pelearon por la tenencia. Es muy tenso ver que los padres se pelean por sentirse dueños de sus hijos. Después la vida te enseña que no somos dueños de nada, que ganamos a la gente con nuestros sentimientos. La Justicia terminó fallando a favor de mi madre, porque nosotros éramos menores, y después de ese conflicto tan tenso, que duró casi tres años, una de las cosas que me hizo muy bien fue que mis padres, luego de formar sus respectivas parejas, generaron un grado de amistad muy bueno. Después, los dos volvieron a deshacer sus parejas. Mi padre murió a consecuencia de una paraplejia, que le dio el día que cumplía 65 años. Y mi madre falleció dos días después del cumpleaños de mi hijo.
–¿Y usted se casó con su primera novia? ¿Tuvo miedo al fantasma del divorcio?
No. Yo siempre fui medio nabón para el tema de las novias. Nunca fui de bailar, nunca fui deportista. Fui muy querido por la gente y por las mujeres, pero siempre como amigo. Siempre fui una cabeza con mango: flaco, de pelo corto, sin hombros, sin ningún atractivo. Tuve pocas novias. Con mi mujer nos ennoviamos en febrero y nos casamos en setiembre del mismo año. Hubo quién pensó que ella estaba embarazada, pero no. Y estamos juntos desde hace veinte años.
–En más de una ocasión usted se ha referido a la integración social que existía en épocas de su infancia, cuando el hijo de una empleada doméstica, como usted, iba a ver televisión a la casa del hijo de un ingeniero. ¿Esa integración se ha perdido para siempre o usted cree que el país puede recuperarla?
–No va a ser idéntica, porque los cambios han sido sustantivos y se ha generado un nuevo escenario social. Hoy hay, incluso, un componente urbanístico que es inmodificable a corto plazo. Antes los pobres vivían contra los arroyos, en los lugares inundables. Hoy viven en los barrios periféricos. Tenemos un centro, tenemos un anillo de barrios residenciales y tenemos un segundo anillo que es el de la segregación de pobres. Nuestra gran apuesta es a que en ese segundo anillo nazcan los nuevos profesionales. El esfuerzo del Estado, y de los propios empresarios, debe estar concentrado en intentar que de allí surjan los nuevos profesionales que permitan acolchonar las diferencias, que intenten reconstruir aquel tejido de integración al que hacíamos referencia. Hoy la educación no ayuda a aglutinar. Por eso, la Universidad en Maldonado es una de mis obsesiones. Si a eso le sumamos cambios urbanísticos, buenos servicios y mejor calidad de vida para la gente, en los próximos diez o quince años podremos avanzar en ese sentido. Si no lo hacemos, el proyecto fracasa y volvemos a reproducir un modelo de exclusión social.
–Además de aquella integración que le permitía codearse con niños de una condición social y económica distinta de la suya, ¿qué otras cosas añora del Maldonado de su infancia y su adolescencia?
–Las realidades de los pueblos son distintas a las de las grandes ciudades. En los pueblos todavía hay cierta relación de barrio, una relación más personalizada en la escuela y demás. En la ciudad de Maldonado ya es distinto. Hay un componente de migración interna muy fuerte. Aquí hay de cada pueblo un paisano, y en consecuencia la sociedad es más dispersa. Igualmente se dan fenómenos sociales y culturales interesantes, como las comparsas, que aglutinan gente de distintos orígenes y son de perfil más montevideano; y como las escolas de samba, de influencia más fronteriza, más riverense. Están bien identificados geográficamente: una hacia Maldonado Nuevo y la otra hacia Cerro Pelado. Si fortalecemos lazos culturales como esos, tal vez podamos recuperar la integración de aquellas peñas barriales a las que íbamos el hijo del obrero y el hijo del ingeniero.
–A esa migración interna que ha sido histórica en el departamento de Maldonado, ¿se está sumando en los últimos años una migración externa? ¿Hay mucha gente de otros países trabajando aquí?
–Eso se vio más en los años ’90, cuando se empleaba en la construcción el sistema de prefabricado para el que nuestra mano de obra no estaba preparada. Ahora se vuelven a hacer construcciones más sólidas, sin la nobleza previa a los años ’90, pero con materiales como la piedra, el ticholo, el ladrillo. En aquellos años se cortó ese cambio generacional dado por los oficiales que preparaban nuevos oficiales, y como el boom actual nos permite suponer que en los próximos años se necesitarán en Maldonado entre veinte y veinticinco mil personas más para trabajar, va a venir mucha gente de otros lugares, atraída por el hecho indiscutible de que Punta del Este se va para arriba. Esa gente encontrará trabajo, pero también mucho desconcierto en materia de vivienda y de servicios. Y yo tengo terror a que la gente crea que esta es la meca del mundo y que, en última instancia, lo que estemos haciendo es acumulando grandes problemas sociales.
–El temor parece justificado, porque a los grandes dramas de hoy se les suele buscar origen en los grandes booms del pasado...
–Es así. Por eso, nuestra gran preocupación es desarrollar la zona turística generando condiciones atractivas y reglas de juego claras para la inversión de forma sostenida, porque el riesgo es que suba el pico de la construcción, se sature el mercado de viviendas, el precio del producto baje estrepitosamente y la inversión se detenga. Aquí, luego de cada boom siempre ha venido un colapso.

De gajes y oficios

–Cuénteme qué aprendió como pintor. ¿Qué enseñanzas de aquella época le siguen siendo útiles hoy, como intendente?
–Aprendí a negociar con clientes, con patrones, con empresarios. Aprendí, también, que siempre hay que llegar a la firmeza. Hay que rascar. No se puede pintar arriba de la cáscara. Es un trabajo feo, que lleva mucho tiempo, pero si uno no lo hace, el trabajo no dura. Yo aplico esa enseñanza en la vida cotidiana. Tuve que aprender el valor del equilibrio justo, de la racionalidad. Yo no podía perder plata, pero del otro lado siempre había alguien que también defendía sus derechos. Y si yo le daba a ese trabajo un valor menor al que merecía, le iba a hacer una chanchada, y al mismo tiempo me iba a desprestigiar y no iba a conseguir otro trabajo. No siempre podía llevar las cosas al extremo que el cliente quería, y muchas veces tuve que bajar mis aspiraciones económicas. En la política la cosa es más complicada, pero creo haber aprendido lo que quieren los inversores y lo que sé que no les puedo dar. Para decirlo en otras palabras, las reglas de juego tienen que ser claras e iguales para todo el mundo. Cuando yo le pasaba el precio de un trabajo a un cliente, debía tener relación con el precio que le había cobrado al que me había recomendado anteriormente. Esto es igual: cuando la norma se le aplica a alguien, tiene que ser aplicada de la misma manera para todos.
–Hablando de clientes, usted ha de saber que por aquí las leyendas en torno a su persona son unas cuantas. Dentro de poco dirán que le ha pintado la casa a todos los ricos y famosos del balneario...
–Mire: yo he trabajado para todo tipo de clientes. He pintado casas en La Barra pero también le he pintado dormitorios a viejitas jubiladas de Pan de Azúcar. Yo fui un sobreviviente que agarraba lo que venía con tal de pucherear. Otra de las cosas que aprendí fue que nunca podía estar parado, porque ahí me comía lo que no podía.
–¿Y qué aprendió de los otros oficios en que también se desempeñó?
–Yo trabajé en un restaurant, como ayudante de cocina, lo que en verdad era pelar papas, servir, lavar platos y luego barrer los pisos. Era un comedor en Pan de Azúcar, de dos cubiertos y cuchara, donde servíamos matambre y lengua a la vinagreta de entrada, un plato y un postre que siempre era flan casero o ensalada de frutas. Eso me ayudó a combatir la vergüenza que me daba que mis amigos me vieran, porque sabía que tenía que hacerlo. Necesitaba la plata. Quería terminar el liceo, aunque después sólo hice hasta cuarto. Pero ese trabajo me ayudo a superar ciertos miedos. Mi primer trabajo fue carpir una vereda por unas monedas, cuando estaba en primer año de liceo. Creo que la gente siempre me respetó por mi gran capacidad de trabajo. Entonces, lo que primero pudo haber sido traumático, luego se transformó en el gran capital de mi vida. Aprendí a descubrir las miserias y las virtudes de la gente, y aprendí que todos las tenemos. Las hay entre los patrones y las hay entre los trabajadores.
–¿Qué aprendió como militante sindical?
–Que nadie negocia con los débiles. Hay que negociar desde la fortaleza de cada uno, aunque la fortaleza no siempre significa la razón. En un conflicto, yo puedo tener más fuerza que mi patrón y derrotarlo. Y creer que ese triunfo mío y esa derrota de mi patrón es la construcción de mi mejor calidad de vida, cuando capaz que lo que hago es hundir la empresa. También estoy convencido de que hubo patrones que aprovecharon muy bien la década del ’90, cuando no había negociaciones, y creyendo que podían ganar más plata destruyeron la capacidad del país productivo. Y hubo gobiernos que contribuyeron a eso.
–¿Y cómo militante del Partido Comunista, qué aprendió?
–Aprendí estas cosas. Yo no congelo la historia, ni la vida. No reniego de mi pasado, no lo escupo. Lo tomo como parte de mi aprendizaje. El Partido Comunista me dio las herramientas para luchar por aquellos que vivían en la injusticia. Me dio la convicción de que luchar por los intereses de los demás era luchar por los míos, y que ni unos ni otros debían estar un paso más adelante.
–Cuando en 1991 usted abandonó el Partido Comunista para irse a Asamblea Democrática, ¿esa ruptura tuvo que ver con una mirada crítica a lo que estaba pasando del otro lado del mundo u obedeció a otras razones?
–Junto con otros compañeros, yo tenía una visión crítica de lo que estaba pasando del otro lado del mundo y de problemas que no podíamos resolver dentro de la estructura a la que pertenecíamos. Pero como no renegábamos en absoluto de nuestros orígenes, hasta estuvimos a punto de formar el Partido Comunista de Maldonado, lo cual era una utopía y significaba la división de la división de la división. Me costó mucho encontrar un camino, y vi cosas que no quería comprender. Hoy, cuando me dan palo, a veces de afuera y a veces de adentro, lo primero que hago es tratar de interpretar, tratar de comprender por qué lo hacen. La gente le dio a la izquierda una enorme responsabilidad y muchas posibilidades para transformar las cosas. Le dio mayoría en el Parlamento, le dio varios municipios. No podemos desperdiciar ese capital, no podemos dilapidarlo por falta de elaboración teórica.
–De la misma manera en que la leyenda popular hoy le atribuye haberle pintado la casa a medio jet set en Punta del Este, también se habla mucho de supuestos viajes de adoctrinamiento a la vieja Europa oriental...
–Yo sólo conozco Moscú y la Barra del Chuy. Es cierto que en la campaña se habló mucho de eso, pero lo aclaré más de una vez. Estuve once días en Moscú, durante el Año Internacional de la Juventud, en 1985, junto a casi doscientos uruguayos de todos los partidos políticos, del Pit-Cnt y de la Iglesia. Yo viajé como delegado del interior del Pit-Cnt. Mi escuela dentro del Partido Comunista no fue más que los debates en la agrupación de base. Lo mío fue leyendo y hablando con viejos compañeros.
–Justamente, la época en la que usted viajó a Moscú coincide con la de la recuperación de la democracia en Uruguay, luego de once años de dictadura. Con ese sentimiento a flor de piel, ¿qué impresión le produjo la falta de libertad?
–Lo que pasa es que yo no creía en esa falta de libertad. Me acuerdo que unos jóvenes del Partido Nacional que viajaban con nosotros le preguntaban a las guías si había prostitución y ellas decían que no. Era evidente que allí había formas de prostitución, pero también yo me negaba a reconocerlo. Me parecía que prostituirse en la U.R.S.S para conseguir un vaquero no era lo mismo que prostituirse en Uruguay para poder comer. Y era lo mismo. Pasábamos por manzanas y manzanas de edificios todos iguales, pintados de celeste y blanco, y los demás uruguayos me decían que aquellos edificios parecían cajas de zapatos. Yo venía de Maldonado Nuevo, donde había comprado un terreno. Las calles eran de tronco de eucaliptus y sacábamos el agua de una cañada. Aquellas cajas de zapatos, para mí, eran un lujo. La gente estudiaba, trabajaba, entonces yo insistía que esas eran las verdaderas libertades. Después conversé con una estudiante, hija de un sindicalista boliviano, que cursaba en la Universidad Patricio Lumumba. La mujer hablaba mal del sistema y siempre repetía: no hay mejor forma de ser anticomunista que haber nacido en un país comunista. Era algo que yo no lograba comprender, porque tenía algo de cuadrado en mi cabeza. Pero las cabezas redondas se golpean y se van redondeando. Aunque no creo que la mía todavía sea tan redonda como necesita ser.

De paraísos e infiernos

–Cuando usted asumió, insistió mucho en que Maldonado no debía transformarse en una nueva Rio de Janeiro, refiriéndose al creciente contraste entre los extremos de riqueza y pobreza que se ven en ciertas zonas del departamento. ¿Cómo piensa lidiar con esa amenaza?
–Hay que dar una batalla política por una escala de valores distintos. Pongo dos o tres ejemplos concretos. Vamos a invertir unos doce millones de dólares en obras, servicios y políticas sociales. No vamos a hacer paternalismo. A la misma gente del barrio en el que vamos a establecer servicios, la vamos a ayudar para que pague por las cosas a las que se acostumbraron fueran gratis. Salvo los jubilados y pensionistas que ganen por debajo de dos salarios mínimos, las mujeres solas con hijos o los jefes de hogar con hijos que ganen menos de esa plata, que son unos cuatro mil y poco de pesos, todo el mundo va a tener que pagar. Fijaremos cuotas acordes con los ingresos, pero fomentaremos una cultura del compromiso. Si quiero un barrio mejor, tengo que ponerle el hombro. Esa es la cultura del cambio. Nosotros llegamos al poder para lograr eso. Capaz que no lo logramos, entonces nos transformaremos en otra Rio de Janeiro. Yo quiero conseguirlo, porque está en juego mi pellejo, el de mis hijos, el de los suyos y el de tanta otra gente que ni siquiera vive aquí.
–Insistiendo en el tema de la fractura social, permítame recordarle ciertos episodios registrados hacia fines de año en Maldonado Nuevo, donde hubo serios incidentes con la Policía. ¿Quién manda allí?
–Objetivamente, fueron episodios aislados que llamaron muchísimo la atención. Yo viví en Maldonado Nuevo, voy muy seguido a Maldonado Nuevo y la cosa no es como se la pinta por ahí. Incluso le diría que Cerro Pelado, más hacia el norte de la ciudad, es un lugar más crítico que Maldonado Nuevo. En esas zonas está concentrada gran parte de los jóvenes que no estudian ni trabajan. Que lo único que quieren es tomarse un vino o fumarse un porro en una esquina. Son lugares en los que no se pensó en otra cosa que en hacer viviendas para amontonar a la gente. No hay espacios físicos para la recreación. Hay que invertir para enganchar a la gente con algo. Hay que hacerles entender que un champión de marca no es lo más importante, y que por el lado del porro y de la pasta base se te va la vida. En los años ’90, nos hicieron creer a todos que podíamos andar en auto. Cuando yo llegué a Maldonado a trabajar, andaba en bicicleta. Mi sueño era una Honda 125. Después no veías una bicicleta en todo Maldonado. Todo el mundo andaba en motos de grandes cilindradas y se veían muchos autos. Llegado el 2000, empezamos a ver de nuevo las bicicletas. Hemos vuelto a sincerarnos con la vida, aunque en el medio de todo esto tenés a tus hijos reclamándote los mismos championes de marca que vende la televisión argentina. Bueno, en la vida no todos tienen la posibilidad de comprarse championes de marca.
–Cuando en diciembre pasado el programa televisivo Zona Urbana puso al aire un informe sobre los episodios de Maldonado Nuevo, entrevistaron brevemente a una famosa vecina de Punta del Este, la baronesa Petra de Montigny, que fue muy clara al decir que si las cosas seguían así “nos vamos todos”. ¿Qué reflexión le merece esa opinión?
–Puedo ser muy subjetivo, y quiero ser muy franco al decir que tal vez es la coraza que uno se pone para no darse cuenta de ciertas cosas, pero tengo la impresión de que esas versiones alarmistas no coinciden con la realidad que estamos viviendo en Maldonado. A mí los turistas con los que converso me hablan de la seguridad como un valor del presente, no del pasado. Tenemos que cuidarla, pero no me parece que la hayamos perdido.
–Una de las cosas más graciosas que he leído sobre su azarosa vida fue la que, en julio del año pasado, usted le contó a los periodistas de Guambia hablando de su niñez en el campo: tiraba las tetas de las vacas y nunca sacaba una gota de leche. Parece que la vida le ha dado una buena revancha, porque ahora tiene una vaca muy generosa a la que ordeñar...
–Esta vaca tiene mucho para dar, pero no para ordeñar. Para decirlo de otra forma, es un vientre fértil que puede dar mucho ternero, pero de la leche que usted le saque a esa vaca depende la que quede para el ternero. Es cierto que yo no sabía ordeñar, pero sí sé que del equilibrio entre la leche que saque y la leche que deje depende el futuro del ternero. Nos puede quedar un ternero jodidazo y flaco, o una ternera que mañana no será un buen vientre. El gobierno debe actuar con prudencia y racionalidad. Hay que aplicar una política de justicia tributaria, hay que reaforar para llegar a los valores reales. No creo que vayamos a recaudar sensiblemente más, pero tiene que haber un sinceramiento tributario. Hay que hablar de algunas cosas sin miedo. Tenemos un bien que, si lo cuidamos, puede ser infinito. Hay que cuidar el equilibrio entre medioambiente, la inversión, el capital, el trabajo y la distribución de la riqueza. Si yo ordeño de más esta vaca, la puedo terminar matando. Y si la ordeño de menos, tal vez mis hijos terminen pasando hambre. Tenemos que movernos en ese equilibrio.
–Hace exactamente un año, Paula publicó una encuesta en la que se entrevistaba a decenas de vecinos y veraneantes de Punta del Este. Entre las preocupaciones que más los desvelaban, figuraban la falta de conciencia de servicio, las avivadas con los precios, el crecimiento edilicio desmedido, la agresión al medioambiente, los accidentes de tránsito, la falta de saneamiento, el ruido, el alcohol, la droga. ¿Cuáles de estos temas lo desvelan más a usted?
–El trabajo, la educación, la seguridad, el crecimiento con una justa distribución de la riqueza. Pensando más específicamente en la temporada, un concepto de seguridad integral, que incluya el control del alcohol, del tránsito y de las playas.
–Finalmente, ¿cómo imagina usted la Punta del Este del futuro? ¿Cuál es su visión del paraíso?
–Imagino las islas Gorriti y de Lobos explotadas con un modelo turístico distinto, imagino una zona de construcción en altura caracterizada que no se desborde geográficamente, imagino una buena relación entre tejas, hormigón y verde; imagino hoteles donde siempre se pueda tomar agua de la canilla sin miedo a contaminarse, imagino una franja costera en la que haya lugar para cientos de miles de turistas más, imagino un lugar donde la gente sienta la dignidad de ser un trabajador, donde la gente se supere por sus propios valores y no por sus relaciones con el poder de turno.


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