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  Enero 2007 | Nº170  
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Caribe | A la Mexicana
Ver para creer. De nada vale conformarse con escuchar mil historias contadas. Viajar desde Montevideo a la Riviera Maya es más fácil y accesible de lo que parece. ¿Por qué no maravillarse con una naturaleza que se prodiga a mil en cada rincón?
Rocha | Ruta 10
Hay que sortear algunos baches e internarse por caminos de tierra, pero este itinerario, a lo largo de una ruta que balconea el agreste litoral atlántico, hace pensar que el paraÍso natural queda a la vuelta de la esquina.
Señora Moda
Pola Iglesias es la directora de la Semana Internacional de la Moda de Madrid, que congrega a grandes creadores de España y el mundo. Un espacio en el que dos veces por año desfilan nada menos que medio millón de prendas.
Magníficas a los 50
Rondan la cincuentena, pero están espléndidas. Lucen jóvenes, pero no se hacen las nenas. Se cuidan, pero no se matan. Esta generación de mujeres ha encontrado su propio estilo, que despierta suspiros entre los hombres y guiñadas en el mercado, que las tiene como sus nuevos íconos.
Un Mundo de Emociones
¿Quién dijo que todo estaba globalizado? En pleno siglo XXI, sobreviven mÚltiples aspectos de la vida humana en que las diferencias son muy marcadas. Las costumbres amorosas y sexuales son un buen ejemplo. ¿Por qué?
 
 

ESPECIAL DE VACACIONES


Rocha | Ruta 10
Hay que sortear algunos baches e internarse por caminos de tierra, pero este itinerario, a lo largo de una ruta que balconea el agreste litoral atlántico, hace pensar que el paraíso natural queda a la vuelta de la esquina. |
Por Silvana Silveira.


L a ruta 10, que en rigor se llama Juan Díaz de Solís, está llena de sorpresas. Desde que nace, a metros del ondulante puente de La Barra, en Punta del Este; hasta que muere, a las puertas de Aguas Dulces, va transformando su fisonomía a medida que cambia el paisaje que la ve pasar. Lo mismo prorrumpe en otras rutas que desaparece sin avisos y sin dejar huellas. Germina con bríos en Maldonado, se mimetiza con el paisaje de La Barra, atraviesa una de las zonas turísticas más densamente pobladas, con la mayor concentración de restaurantes, boutiques, hoteles, ateliers, gimnasios, inmobiliarias, discotecas y veraneantes por metro cuadrado del país, para seguir viaje rumbo a la Laguna Garzón, cuyas aguas marcan la frontera final de Maldonado. Resurge ya en Rocha, donde predomina la naturaleza agreste y el paisaje se vuelve más reposado, y en el empalme con la ruta 15 permite el acceso al largo collar de balnearios de la costa del departamento.
Es estrecha, no siempre bien pavimentada ni señalizada, y por momentos se interrumpe abruptamente, como si decidiera tenderse a descansar y broncearse con el sol rochense, hasta fundirse en un médano. A cambio de su rusticidad ofrece panorámicas de incomparable belleza, mezcla de campo, palmares, humedales y playas vírgenes.
Pensada posiblemente en términos de expedición, al ingresar a Rocha tiene el encanto de lo poco transitado, de lo que se interna en la naturaleza salvaje y orgullosamente se mantiene en procura de su esencia. Es tras esa aura de lugar incontaminado, rústico, indómito y silvestre a la vez, que cada año llegan innumerables veraneantes de todas partes del planeta. Inconstante, cambiante, bucólica, desprovista y a veces desprolija, la ruta 10, como algunos de los balnearios de la costa de Rocha, parece no terminar de ponerse de acuerdo sobre lo que quiere ser. ¿Será ese su principal encanto?

Laguna Encantada
La ruta 10 se interna hasta desaparecer por completo entre los médanos que bordean el Parque Nacional Lacustre Laguna de Rocha, haciendo imposible el paso a todo vehículo que no sea una poderosa 4X4. Lo más singular de esta área protegida, declarada Reserva de Biosfera de los Bañados del Este, es que el océano está a un paso de la laguna. Una lengua de tierra de unos trescientos metros, recubierta de médanos, separa las mansas aguas de la laguna de interminables playas tan vírgenes como salvajes, donde sólo se atreverán a nadar los más expertos. Está terminantemente prohibido cazar las liebres que se atraviesan en el camino (y cualquier otra especie, claro); no se permite el uso de embarcaciones deportivas ni de gran calado, no se alquilan caballos y no hay más recreación que la de la vista y los sentidos. Coronada de juncos playeros, la laguna es el lugar ideal para una tarde de pesca escuchando el murmullo del agua y el concierto de grillos y ranas. Allí se pescan lachas (que luego se utilizan como carnada), pejerrey, lenguado, corvinas y sirí. A la vera de la laguna, un pueblito de pescadores de alrededor de cien habitantes espera la llegada del verano para revivir con el turismo. Unos pocos ranchos de colores se recortan entre las dunas. En temporada venden berberechos, pulpa de sirí, palomita de pejerrey, filet de lenguado, corvina y artesanías varias. Tienen energía eólica para alimentar los freezers. La laguna es llana, y el agua, entre dulce y salada, completamente pura, es el hábitat natural de patos, gallinetas, maragullones, garzas, cisnes, gansos blancos y flamencos, que ofrecen el extraño espectáculo del baile que les permite remover el fondo de la laguna y obtener su alimento. En total, unas 220 especies habitan la zona. Vivir allí todo el año no es tarea sencilla. Incluso durante los meses de más afluencia de turistas el lugar se mantiene solitario y no se ve un alma en kilómetros a la redonda. Artemio Arrigonni, un italiano que se dedica a la pesca hace 38 años y vive en el pueblo, dice que hace falta un camino que comunique Maldonado y Rocha. Un camino que facilite la llegada del turismo. Cuando las ruedas del auto se atascan en la arena y no se puede avanzar más, uno le da la razón.



Balnearios Salvajes
Nuevamente en la ruta 10, a la altura del kilómetro 222 y rumbo al Este, carteles bastante discretos anuncian la entrada a Antoniópolis y poco después a Arachania, pequeños balnearios emplazados entre La Paloma y La Pedrera. Allí, la principal oferta es la tranquilidad, alimentada de playas agrestes. Más económicos que sus vecinos en onda, en estos parajes se pueden alquilar casas (en su mayoría cabañas con techo a dos aguas) a precios más accesibles. “Falta vida, falta infraestructura. Por inercia todo el mundo va para La Paloma”, dice Washington Mario Machado, que vive todo el año en Antoniópolis, donde es propietario de un almacén.
Sobre la ruta no hay estaciones de servicio ni paradores. Apenas el vivero Atlántico, a la altura de la entrada a Arachania, donde se pueden adquirir toda clase de plantas: desde leptospermum a las típicas palmeras que proliferan en la zona. Hasta llegar a La Pedrera, otro de los pocos comercios es Maderas Tratadas, que como sugiere su nombre vende sillones, hamacas, mesas y muebles rústicos realizados en madera rolliza y tablas de eucaliptos y pino. También quinchos, pérgolas, cercos y decks.
En la entrada a La Pedrera, en el kilómetro 229 de la ruta 10, rodeada de una alfombra de flores amarillas se encuentra la Estancia Turística Los Baguales. En torno al antiguo casco, el hospedaje cuenta con seis casitas con cuarto, baño y kitchenette, rodeadas de 400 hectáreas de campo. El emprendimiento turístico corre por cuenta de Gabriel Marquisá Fassano y Andrés Fernández Plá, y la decoración del restaurant, donde se sirven preferentemente pescados y carnes a la parrilla, estuvo a cargo del escultor y pintor Marcelo Legrand, que optó por un ambiente netamente rústico pero de espacios cuidados y despojados. La estancia organiza paseos a la reserva de ombúes, visitas a los fuertes Santa Teresa y San Miguel y expediciones en lancha a las islas de Lobos y Gorriti, en Punta del Este. También programan cabalgatas, jineteadas, recitales de canto popular y fiestas rave. “Si se quieren encontrar con la naturaleza, el mar y el campo, este es un lugar privilegiado que no va a defraudar a nadie”, jura Marquisá.
Hay otras opciones, como el camping El PP, donde se puede alquilar una parcela -con o sin carpa- a precios aptos para todos los bolsillos. O bien optar por una cabaña o una casa en La Pedrera o Punta Rubia. Allí es de rigor caminar por la calle principal, que a partir de este año tiene un tramo peatonal, llegar hasta la majestuosa rambla y sentarse a tomar una copa de vino en el Costa Brava, restaurant que ofrece la mejor panorámica y unos camarones inolvidables. Igualmente deliciosas son las pastas caseras de Don Rómulo y los helados de Popi. Hacia San Sebastián, no lejos de la ruta, está el Parque de las Esculturas, un itinerario diseñado en medio de un bosque de eucaliptos que reúne las obras de conocidos escultores, como José María Pelayo, entre otros.
Pasando Punta Rubia y otra vez rumbo al Este, Santa Isabel es un balneario prácticamente desierto, en el que apenas se divisan algunas casas entre un tupido bosque de pinos. Un paseo recomendable es visitar la zona de los barrancos, cuyo paisaje lunar se estremece aun más llegado el atardecer. Se puede llegar caminando por la playa, a caballo o por la propia ruta 10, para lo que conviene estar atento a la altura del kilómetro 232.
Cada vez son más los osados que optan por estos parajes semidesiertos y se animan a vivir allí todo el año. Es el caso de los argentinos María Macaggi y David Tezanos Pinto, que levantaron campamento en Buenos Aires y se vinieron a San Antonio en busca de una mejor calidad de vida. Hace tres años que están allí, pero este año inauguraron la Posada de San Antonio, ubicada en el antiguo taller de carpintería del Negro Cabral, un reconocido artesano de la zona. Diseñaron, reconstruyeron, agregaron decks que se abren a la salvaje naturaleza que rodea el lugar, y colocaron un gigantesco tanque que hace las veces de piscina y ofrece un refrescante chapuzón cuando el sol pega fuerte. Tienen cuatro habitaciones, para un máximo de tres personas cada una. En el restaurant, abierto también al público que no se hospeda allí, sirven pez espada, camarones, brótola, carne roja al vino tinto con salsa de cebollas, creppes de ricotta y queso parmesano, y unos tentadores panqueques flambeados con vodka. No hay carteles que indiquen cómo llegar, pero se llega. Siguiendo el camino, y antes de toparse con Oceanía del Polonio, donde unos diminutos carteles marcan el camino a la Posada Buscavidas, está Pueblo Nuevo. Dicen que los argentinos le pusieron el ojo al incipiente balneario y los terrenos se están vendiendo allí como pan caliente.

Al Fin y Al Cabo
Hay diferentes maneras de ingresar al ya célebre Cabo Polonio, pero la mayoría de las ofertas se congregan sobre la ruta 10, en el kilómetro 264 y sus inmediaciones. Se puede ingresar caminando desde Valizas, cruzar el arroyo (si da paso) y bordear la costa hasta divisarlo a lo lejos. En ese caso conviene no llevar mucho equipaje, ya que durante buena parte del trayecto la arena es blanda y da mucho trabajo avanzar. La caminata si se está en forma y se dispone de energías para hacerla- es altamente recomendable y se recordará de por vida. También se puede ingresar a pie desde la ruta 10 y seguir el recorrido de los jeeps. Los que no se animen a ingresar andando tienen otras alternativas. Una muy atractiva es entrar a caballo. Al frente de la agencia El Paraíso y del Safari Express, Sergio Núñez ofrece la posibilidad de entrar cabalgando, cruzar el bosque con un guía y subir a las dunas para tener una postal completa del lugar. Para eso cuenta con un aras de casi 50 caballos árabes. La excursión puede durar dos, tres o cuatro horas, según la disposición del cabalgante. Se puede regresar de la misma manera o en 4x4. En cualquier caso, es una experiencia única.
Si los equinos no le caen en gracia al viajero, hay seis empresas autorizadas a realizar los traslados al Cabo. Edison Lorenzo, que lleva ocho años al frente de El Francés –empresa que arrancó casi 20 años atrás en Barra de Valizas cuenta que durante la temporada ingresan al Cabo sólo en su servicio– unas 40 mil personas. Alrededor de 500 turistas por día quieren conocer las increíbles playas oceánicas del Polonio y sus dunas, declaradas Monumento Histórico. “Es muy importante la afluencia de europeos, que buscan poca infraestructura y mucha naturaleza”, dice Lorenzo, que ofrece sus servicios todos los días del año. Entrar y salir del Cabo en algunos de sus camiones (bautizados con simpáticos nombres) cuesta unos 120 pesos.
Claro está, Cabo Polonio no es para todo el mundo. No tiene sombra, no tiene agua corriente, no tiene luz eléctrica, prácticamente no hay señal de teléfono, todo el tiempo sopla un viento que puede atormentar a más de uno, y el aire huele como el bacalao. Los decididos a enfrentar las hostilidades de la naturaleza tienen sus recompensas. Las vistas desde las ventanitas de los ranchos no tienen precio, las imágenes de interminables dunas no tienen rivales, y el océano, transparente y turquesa cuando hay sol, se vuelve intrigantemente violáceo con las tormentas. A falta de luz, el cielo es estrellado como pocos; el agua, fosforescente por obra y arte de las noctilucas; las hamacas paraguayas, dispuestas en los aleros, así como los bolichitos sembrados en la playa, invitan a cultivar el dolce far niente. Quienes frecuentan el Cabo saben que no hay nada como desayunar un pan caliente preparado por La Chela, una de las habitantes del pueblito de pescadores que este año decidió aggiornarse y también prepara tartas de camarón con pescado y queso y panes integrales. Almorzar o cenar en Duende, donde María se encarga de preparar toda clase de exquisiteces, o en lo de Joselo, que elabora los sandwiches vegetarianos más sabrosos del Este, son otros de los placeres. O bien hacerlo en algunas de las posadas con servicio de restaurant que se encuentran en la playa La Calavera. Ya sea en Mariemar, o en La Perla, que ofrecen decorosas habitaciones con luz y baño privado con agua caliente (verdaderos lujos en la zona), donde se pueden comer los buñuelos de algas más ricos de la costa. Hay opciones más variopintas, como La Posada Rosada de los Corvinos, cuyas habitaciones cuestan entre 200 y 350 pesos por persona y por noche, y donde se puede disfrutar de una selecta biblioteca de uso comunal con títulos en distintos idiomas. Bajo el curioso lema “turismo inhóspito, turismo zen”, ofrecen energía eólica y solar, ambiente rústico y mucha autenticidad.
También hay una gran variedad de ranchos en alquiler, almacenes como El Zorro, Lo de Pirulo, o El Lujambio, garantizan que no falten provisiones; y lugares como El Comipaso, que sirve deliciosas empanadas de pescado por 12 pesos. Hay artesanos que trabajan con vértebras de pescado, delicados orfebres y hasta una escuela de surf que alquila trineos para deslizarse por las dunas y tablas de sandboard, y brinda clases de surf a 10 dólares la hora. Y este año, donde era Barcobar abre La Commedia, que promete atractivos extra para las noches del Polonio.
Entre los paseos que se pueden realizar hay que mencionar la subida al Cerro de la Buena Vista para admirar el panorama, las caminatas hasta la auténtica Punta del Diablo y, para los que quieran llegar más lejos y no teman cansarse, el largo paseo por la playa Sur hasta La Pedrera.

Ombúes por Doquier
Uno de los paseos más atractivos que ofrece la ruta 10 es visitar el Bosque de Ombúes, que se jacta de conservar unos tres mil ejemplares. A pocos metros de cruzar el arroyo Valizas, a la altura del kilómetro 267, se encuentran todos los guías que ofrecen esta interesantísima excursión, que incluye el traslado en bote a motor hasta el sitio. La reserva de ombúes está dividida en una parte estatal y otra privada. Antes de optar por alguno de los servicios es buena idea que el visitante aclare que pretende conocer ambas. De arranque, la travesía de cinco kilómetros por el arroyo Valizas es un espectáculo en sí misma. En su trayecto se pueden apreciar una variedad impresionante de aves de pradera, laguna y monte que hacen las delicias de los amantes de la ornitología, además de disfrutar de la serenidad de los humedales. Cisnes de cuello negro, teros reales, ibis, garzas, gaviotas, gaviotines y martín pescador son algunas de las especies que reinan en los alrededores y nidifican en la barranca del arroyo. Pero también se ven a simple vista chajás, flamencos, cigüeñas y toda una legión de aves migratorias. Los interesados en la pesca deportiva querrán saber que allí mismo pican corvinas blancas, lenguados, tarariras, pejerreyes y sardinas. En la laguna de Castillos, donde desemboca el arroyo, se sacan camarones en febrero y marzo. Eso sí: nada de motos náuticas ni jet ski, por favor.
Marcos Olivera, responsable directo de la restauración de Monte Grande –la parte privada de la reserva- es uno de los guías expertos. Una vez allí, uno se entera que los ombúes que han inspirado tanto a Blanes como a Cúneo y a Zorrilla de San Martín –e incluso a algún cantante de tango que escribió “solo como un ombú”- son sujetos de una eterna discordia. Tampoco en esto se ponen de acuerdo los rochenses. En la reserva conviven dos teorías: una los considera un árbol o un arbusto; otra, una hierba grupal e histórica, nada solitaria.
Las diferentes teorías dieron lugar a dos parques completamente distintos: en la ribera izquierda del arroyo Valizas, la reserva que dirige el guardaparque Juan Carlos Gambarotta es un bosque con sotobosque. Allí un oportuno cartel indica: “no tome más que fotos, no deje más que huellas”.
A mano derecha está Monte Grande, que ha mantenido un bosque en galería. Una tropilla de caballos hace las veces de cortadora de césped. Mantiene la parte baja limpia y proporciona abono natural para las plantas. Allí, el objetivo es conservar el mayor tiempo posible las generaciones viejas de ombúes para hacerlas coincidir con las jóvenes. Si no quieren enfadar al guía no le pregunten cuántos años tienen esos ombúes. ¿Cómo saberlo? Por lo demás, la leyenda asegura que quien se introduce en estos bosques recuerda súbitamente incidentes lejanos de su más tierna infancia.
Árboles o hierbas, los ombúes son misteriosos. Al parecer, se caen, como si fueran a morir, pero se recuperan solos. Son cálidos y de superficie rugosa, algunos tienen huecos capaces de albergar a varias personas y unas formas que evidencian el talento artístico de naturaleza. Y no están solos. Al fondo, los acompaña el paisaje de la Laguna de Castillos, unas 10 mil hectáreas de espejo de agua. El paseo tiene un atractivo adicional y gratuito: las conversaciones sobre pesca, las historias de marinos y el extravagante comportamiento de las distintas aves que surgen de manera espontánea en el trayecto. Para entrar al bosque, los más intrépidos se aventuran caminando de Valizas o desde Cabo Polonio. Lo más práctico es tomar un bote en la ruta 10 y disfrutar el paseo por el arroyo, cuyo precio es de 250 pesos por persona si el bote lleva más de seis viajeros. De lo contrario asciende a 1.200 pesos, pero bien valen la pena. Y no hay límite de tiempo.

Una posada para recalar en el Polonio y una tienda que hará las delicias de los surfistas.

Piratas en Barra
Tierra de correrías del pirata francés Etienne Moreau, que se dedicaba al contrabando en el 1700, se cuenta que la Barra de Valizas surgió como un pueblito de temerarios pescadores enamorados del mar y su bravura. Muchos años después, el lugar conserva el aire pueblerino y apacible, como de siesta, que lo vuelve atractivo para los que quieran alejarse de los centros turísticos más bulliciosos. Si uno se atiene a los estereotipos, Valizas -como lo llaman sus visitantes- es más hippie que La Pedrera y menos snob que Cabo Polonio. Pero, se sabe, los lugares comunes no suelen hacer justicia. A diferencia de Aguas Dulces, Valizas tiene ranchos y casitas en predios parcelados. Callecitas de tierra y arena bisbisean entre los ranchos. El ritmo del balneario es el del paseo a la playa, la la búsqueda de berberechos en la arena, el ritual de preparar la caipirinha de noche y el de las lonjas de los tambores omnipresentes en el balneario. Hay dos horas de caminata hasta Cabo Polonio (a 7 kilómetros de distancia), se puede subir al cerro de la Buena Vista para entender por qué se llama así, o remontar el arroyo Valizas hasta el Bosque de Ombúes. El mar tiene una fuerza que conviene respetar: la zona es conocida por sus múltiples naufragios. Tantos, que hubo quien la denominó “el infierno de los navegantes”. En los ranchitos de la costa, que tienen nombres graciosos y ocurrentes como Lexotan, no hay luz eléctrica. Por las noches se iluminan a la luz de la vela, que deja ver los vidrios nublados de sal. A esas horas el movimiento se traslada al centro, a los restaurantes Hipocampo y El Becco, y a lugares como El rey de la Milanesa o el Comi Raje, que ofrecen empanadas, pastas, pizzas y minutas, entre otros bocadillos.
A no perderse la pesca del camarón, cuando los pescadores encienden una guirnalda de lucecitas en la Laguna de Castillos. También se pescan corvinas, sirís (que luego se transforman en deliciosos buñuelos, empanadas y ravioles) y tiburones. Pero tranquilos: hasta ahora se han mantenido alejados de los turistas.

Santa Isabel de la Pedrera
Dulces Amores
El tramo final de la ruta 10, que conduce a la entrada a Aguas Dulces, deja ver parte de las 7 mil hectáreas de palmeras butiá capilata que son el sello distintivo de Rocha y hoy se ven amenazadas debido a su antigüedad y a las dificultades que supone mantener un parque de semejantes dimensiones.
Aguas Dulces no despierta amores a primera vista. Por el contrario, la primera impresión que da es la de un lugar algo descuidado, a medio camino entre el rancho de paja o de madera con techo de quincho, y la casa de material y techo de chapa, que no termina de perfilar su fisonomía por ninguno de los dos y que, en cambio, los hace convivir de manera algo caótica. Los ranchos están encimados y tienen poco espacio entre ellos, la playa es demasiado recta, el lugar no tiene la geografía privilegiada del Cabo Polonio o de Valizas, y el agua, frecuentemente marrón, amenaza con devorar la primera fila de ranchos. De hecho la fuerza imparable del océano ya ha derribado varias filas, y hace pocos años se llevó al Puro Guapo, un rancho que dio dura batalla.
Pero eso no es todo. Lo que han hecho en la principal no tiene perdón. Hace unos 20 años atrás, Aguas Dulces era un balneario igualmente rústico pero tranquilo, con un lugar para bailar, La Terraza (que sigue en pie y abrirá nuevamente este verano), y unos pocos bolichitos donde tomar una cerveza y escuchar música. Un lugar favorito de estudiantes de clase media, amantes de la botánica y liceales interesados en experimentar con la marihuana o con los hongos cucumelos que crecían en los campos adyacentes. La arteria principal del balneario, apodada irónicamente Gorlerito, era una calle de tierra de dos vías y alojaba comercios discretos, que no desentonaban con la fisonomía del lugar, como los antiguos almacenes El Beco, El Chato y Chacarita, que hacían las veces de terminal de autobuses y de restaurantes informales. Pero después detonó y se pobló de supermercados, pizzerías que anuncian sus productos de la manera más estridente posible, heladerías que no vacilan en pintar sus gigantescas fachadas con helados gigantes de colores fluo y paisajes caribeños, además de casas de maquinitas y hasta un carrito de venta de torta fritas con un pochoclo animado gigante, todo lo cual afea el lugar.

Si el visitante logra hacer la vista gorda a esas explosiones de mal gusto, Aguas Dulces tiene decenas de cosas para disfrutar. En primer lugar las caminatas por la playa a la hora del atardecer. La arena es dura y la vista de océano, cielo y playa parece interminable. La calidez de los ranchos de paja iluminados por la luz de las velas, los fogones y guitarreadas en la playa, salir de La Terraza al amanecer y darse un baño de mar. A metros de la playa hay bosques que invitan a perderse entre los pinos y se puede llegar hasta una laguna donde bañarse en agua dulce. En lo de Doña Tota, que hace treinta años deleita paladares en el balneario con sus ñoquis, se pueden comer las mejores pastas caseras del departamento. Empezó siendo un lugar pequeño, casi familiar, y ahora ha crecido de la misma forma que el balneario, pero mantiene la elaboración artesanal.
Es agradable ver como en casi todos los balnearios están cuidados los escenarios naturales. Uruguay ha ocupado lugares privilegiados en el Índice Mundial de Sustentabilidad Ambiental, y seguro que Rocha tiene mucho que ver con eso.
Durante la temporada, la ruta 10 intensifica su ritmo y se llena de mochileros que hacen dedo para continuar viaje. Todos son lugares para recorrer ligeros de equipaje y sin prisas, no sólo porque invitan a detenerse en la contemplación sino porque los habitantes de Rocha se toman su tiempo. Eso sí, a la hora de tomar la carretera e internarse en las reservas ecológicas y las playas que surgen a la vera de la ruta hay algunas cosas que conviene tener a mano: filtro solar, gorro con visera, calzado cómodo y repelente. Los mosquitos pueden no dejarlo a uno en paz durante los paseos y el sol más rojo que un camarón. Esas precauciones son suficientes para dedicarse por entero a disfrutar el espectáculo maravilloso de la naturaleza. Lo demás, se resuelve en el camino.


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