Nahum y Nelly Bergstein
Esperaban su tercer hijo. Eran las vacaciones de julio de 1963, y habían decidido viajar “solos” a Buenos Aires para sorprender a unos amigos. Nunca imaginaron cuán sorprendidos acabarían ellos mismos. Y cuánto aprenderían sobre la condición humana.
“Alguien debió haber impedido que ese barco saliera del puerto”, razonó más tarde Nahum Bergstein, cuando supo que la capacidad estaba sobrepasada y que el buque viajaba sin radar. Lo cierto es que el barco zarpó y fueron pocos los que, como ellos, pudieron contar lo que vivieron.
El viaje duraba toda la noche. Como Nelly estaba embarazada de siete meses les habían conseguido un camarote. Se disponían a dormir cuando sintieron un golpe seco, al que no dieron demasiada importancia. Al rato escucharon una voz que gritaba desde algún lugar: todo el mundo afuera. “Ése es el grito que lo introduce a uno en otro mundo, en el que empieza la pesadilla”, recuerda hoy Nahum.
Después supieron que el barco había chocado contra un casco hundido. Y que el capitán había dejado a un práctico a cargo del buque y se había acostado a dormir.
Cuando el barco tomó fuego, aquello ya era tierra de nadie. La vieja consigna marina (mujeres y niños primero) no se aplicó esa vez. El matrimonio Bergstein no tuvo más remedio que tirarse al agua para escapar del pánico. Ella no sabía nadar. Tomada del tobillo de su marido llegó hasta un tablón, al que permanecieron abrazados más de cinco horas, en una auténtica lucha por sobrevivir. “Era pura soledad. Fue la primera vez que pensé seriamente en el Holocausto. Pensé: qué olvidada del mundo debía sentirse la gente que pasaba ese calvario de los campos de concentración. Desfila toda tu vida, y después viene la sensación de la muerte”, recuerda Nahum. Para Nelly, esas horas parecieron infinitas. “Una lucha entre esperanza y desaliento, que a fin de cuentas resume todo lo que es la vida humana”.
Sin parar de mover sus piernas para no sufrir una crisis de hipotermia, Nahum y Nelly Bergstein soportaron el frío helado del agua mientras veían morir personas a su alrededor. Ella recuerda, incluso, que llegó a sentir una cierta tranquilidad. “En ese momento te das cuenta qué es lo importante y qué es lo accesorio. El instinto hace que uno quiera cuidar la vida, y que lo desarrolle al grado más fuerte para vencer cualquier obstáculo”.
Cuando ella estaba a punto de flaquear, vieron el barco que acabaría rescatándolos.
“Cuando lo vi, volví al mundo del cual habíamos salido”, razona Nahum Bergstein. “Entonces empecé a gritar que había una mujer embarazada, y empezó toda la euforia de la salvación”. Habían sobrevivido a un naufragio que ocupó la portada de los diarios en todas partes del mundo.
“Entré al agua de una forma y salí de otra. Empecé a ver qué es lo valioso de la vida. A veces creo que mucha gente debería pasar por una situación como esa para darle valor a lo que realmente tiene valor”, consigna Nelly Bergstein, convencida de que la desgracia reportó un aprendizaje. “Todo lo demás sucumbe. En lo que más pensé era en mis hijos, en la posibilidad de que quedaran huérfanos. A partir de entonces creo más en Dios”.
El niño que nació dos meses después, y vivió el naufragio en el vientre de su madre, se llama Jonás King. “Jonás, por el personaje bíblico que –sin alusión a su madre, advierte Nahum– sobrevivió dentro de una ballena. Y King porque era el nombre del barco que nos rescató”.
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