Antes, los bebés dormían boca abajo. No era una costumbre de padres caprichosos o familias ignorantes. Era una indicación pediátrica para evitar el riesgo de que los recién nacidos sufrieran un ahogo. Hoy los bebés duermen boca arriba. O al menos, ésa es la pretensión de los mismos médicos que hasta no hace mucho tiempo prescribían exactamente lo contrario. Se sustentan ahora en estudios que han demostrado que el riesgo de muerte súbita del lactante es menor en esta posición. Vaya uno a saber cómo dormirán los bebés dentro de unos años. Todo dependerá de lo que impongan las nuevas evidencias científicas.
La ecuación es simple: cambian las certezas, cambian los procedimientos. Y aunque nadie duda que la medicina siempre se empeña en encontrar los caminos que mejoren la calidad de vida de las personas, mientras tanto los pacientes pueden quedar atrapados en confusiones de todo tipo.
¿Cómo es posible que si hasta ayer el típico dolor de espalda se remediaba aplicando calor en la zona afectada, hoy los médicos receten una bolsa de hielo para la misma dolencia? ¿Y que el café se haya convertido de pronto en una infusión beneficiosa para la prevención de algunos males? ¿O que ciertas investigaciones concluyan que una dieta con poca grasa no previene el riesgo cardiovascular? ¿Y que las hormonas femeninas estén hoy contraindicadas, luego de considerarlas la panacea para vivir con plenitud la menopausia? ¿O que la margarina haya resultado más nociva que la perversa manteca? ¿Por qué las cosas cambian tanto?
El doctor Carlos Salveraglio, profesor grado 5 de la Clínica B del Hospital de Clínicas, aventura una respuesta: “lo que pasa es que a la verdad se llega despacio. Y para ello la ciencia seguirá cambiando cada vez más rápido. Si nos ponemos a pensar en medicina, todo ocurrió en los últimos cien años. Hace sólo cincuenta que existen antibióticos. Hace treinta no existían los centros de terapia intensiva, y por esa misma época, nadie hablaba de un transplante”.
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