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Modelo: Lucía Solari para
Valentino Bookings.
Fotografía: Marcelo Campi.
Producción: Revista Paula.
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Editorial
¡Qué mal recibimos el mensaje de Dios, los fieles de este confundido mundo, no importa cuál sea la fe de nuestra religión!
Nos ufanamos de ser solidarios, generosos, respetuosos del prójimo; aludimos a la ética, a la moral y a la igualdad; nos declaramos firmes defensores de la paz, sin excepciones; amamos, sufrimos, lloramos, y además consideramos que las duras pruebas a las que nos somete la vida son el salvoconducto que nos abre las puertas del cielo.
Nada más lejos para muchos capaces de inflingir daños mortales a una humanidad que viene siendo bastante sacudida por odios fratricidas, mientras el resto mira de costado, impotente, por no decir indolente, que es peor.
Se lucha por el dominio, la riqueza y el poder. ¿Para qué, es la pregunta, si por el camino van quedando las virtudes de un pasar por esta Tierra cada día más difícil?
Y contra toda lógica, se esgrime el nombre de Dios para justificar la siembra de hambre, enfermedad y muerte, bajo el imperio sin rostro del terror.
No es eso lo que enseña la fe. No para nosotros. Por eso llamamos a la puerta de cuatro altos dignatarios religiosos en Uruguay –un sacerdote, un rabino, un sheik y un pastor– dispuestos a explicar el pregón de sus respectivos templos, respondiendo sin ambages a las preguntas polémicas que todos nos hacemos y que no siempre comprendemos.
Por supuesto que los que creemos llevamos ventaja, pues se supone que no necesitamos base empírica ni confirmación. ¿Qué más requiere un creyente al momento de escuchar las verdades reveladas sino la certeza de su propia convicción? Sin embargo, a todos sirve aclarar dudas, ver dónde están las coincidencias y también las discrepancias.
Y como el espíritu vive contenido en un cuerpo, se entiende que también nos preocupemos por su buena salud, pues es claro que cuanto mejor funcione, mejor y más preparado estará para enfrentar a los males del camino. Pero hay veces en que se descubre que lo bueno para el tratamiento de ciertas dolencias resulta en verdad nocivo, y causa toda una revolución. ¿Qué dicen los médicos ante los avances contradictorios de la ciencia y qué dicen los atribulados pacientes cuando descubren que todo lo que habían hecho años atrás para combatir un mal pasó a ser poco menos que mala palabra, y ahora deben cambiar la cabeza según lo que indique el especialista?
De seguro es un tema que crea incertidumbre y ansiedad; un estado que ha pasado a ser casi endémico, especialmente en filas femeninas que sufren con el exceso de responsabilidad impuesto por el nuevo tiempo. ¿El remedio? Tomar tranquilizantes. No es invento. Cada vez son más las que llevan pastillas en su cartera, para consumo propio y de la vecina, ya que se las ofrecen como agua bendita.
Mas la ciencia también sorprende con buenas nuevas. Porque en medio de tanta pálida se anuncia el producto del siglo. De probarse todas sus propiedades, podría convertirse en la poción mágica del amor, en el afrodisíaco más potente, cien por ciento eficaz, tanto para hombres como para mujeres. Si así fuera, ¿quién podría negarse al gozo supremo por el cual llegamos a perder el paraíso? Sin embargo la cuestión retrotrae a los asuntos de fe. ¿Qué dirían las diferentes corrientes religiosas acerca de lo que se transformaría en un enorme pecado? ¿Finalmente el futuro de la especie estaría regido por el derroche de placer más que por el mandato ancestral?
A estas alturas, viene a cuento una humorada de Quino. Para el argentino, la vida debería desarrollarse al revés, muriendo primero para salir de eso de una vez por todas. Luego sobrevendrían una a una todas las etapas, en orden inverso, por supuesto, hasta llegar a la niñez. Para concluir más o menos así: “...pasás a ser un bebé, vas al vientre materno, y ahí pasás los mejores últimos nueve meses, flotando en un líquido tibio, hasta que tu vida se apaga en un tremendo orgasmo...”.
A riesgo de impactar, les cuento que me encantó, porque crudamente se me hicieron patente las verdaderas fuerzas de la creación. ¿Qué cuáles son?
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