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Modelo: Darío
Molina para Talent Agency.
Fotografía: Marcelo Campi.
Producción: Cecilia Solari Scheck y Agustina Piacenza.
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Editorial
Inmersos en un desaliento crónico, los espíritus uruguayos sucumben diariamente al embate sostenido de emociones negativas que doblegan con fuerza hasta los ánimos mejor parados.
¿Cómo cortar con esa onda expansiva que tiñe todo de gris, y así dar paso a un tiempo nuevo en que no sea mal visto ser dichosos?.
Decidida a contribuir en tan encomiable tarea, PAULA dedica en esta edición, un buen número de páginas al tema que por excelencia ha desvelado a los mortales de todas las épocas. ¿O acaso la felicidad no viene dando qué hablar a artistas, escritores, músicos, filósofos y pensadores a lo largo de la historia, preocupados por desentrañar ese insondable misterio de la vida capaz de iluminar los días y las noches, con la misma intensidad e incertidumbre, ayer, hoy y siempre, per omnia secula seculorum...?.
Archisabido es que de nada valen la tecnología, las ciencias exactas, ni los grandes descubrimientos de última generación, al momento de desear alcanzar con ansias ese estado maravilloso que sólo se alimenta de sueños y que tanto cuesta encontrar.
Y claro; las opiniones varían.
Un buen punto de partida es ir al diccionario y comprobar que efectivamente la palabra felicidad alude a un estado de ánimo del ser para el que lo que quiere ser corresponde con lo que es en realidad. Sinónimo de satisfacción, júbilo o placer de tener; nada contradice el dicho de que no existe palabra con más acepciones; tantas como personas la padecen o añoran.
Saint Exupery decía que para comprender su verdadero significado, había que entenderla como recompensa y no como fin; opinión que se aviene con la de la antropóloga norteamericana Helen Fisher, quien afirma que no es misión de la especie procurarse la dicha, sino procrear. Y va más lejos, pues con respecto al amor advierte que ambos sexos se sienten atraídos por las personas felices, igual que si se tratara de un atributo contagioso, que está probado provoca estímulos en ciertos mecanismos del cerebro. Llega a tal punto, que incluso recomienda poner buena cara, porque según dice, da más chances para que se dispare la llama del amor en una relación.
Teorías más, teorías menos; lo cierto es que estudios recientes postulan que los humanos venimos al mundo ya programados para ser felices, con un nivel emocional predeterminado, más allá de las circunstancias.
¿Qué pasa en la práctica?.¿Cómo es que la cultura de la queja se instala y arrasa con la alegría?.
La vida diaria desgasta. Exige, tienta e incita al consumo con fiereza, bajo la sana excusa de querer lograr mayor bienestar. La competencia, la frustración, la desesperanza, la ambición, la envidia y la culpa son algunos de los fantasmas que asolan el camino empedrado de intenciones, obligaciones y responsabilidades que irritan, angustian y terminan por quitar el sueño. Es la historia de siempre, la que desemboca en la búsqueda de alternativas que finalmente simplifiquen el encuentro de esa felicidad esquiva que se dice a la vuelta de la esquina.
¿Dónde?, me pregunto, y de inmediato vienen a mi mente las palabras que Daniel Vidart escribió a Silvana Silveira, periodista de PAULA, con destacado desempeño en este informe:
“La felicidad es algo tan delgado, tan ligero, tan simple, tan frágil, que no puede definirse porque constituye, al cabo, por su propia naturaleza, un ente inefable. Cuando ella venga a nosotros, cuando sintamos su imperio que no obliga ni sanciona, dejémonos ir, como llevados por las aguas de un arroyo tranquilo. Y no busquemos explicaciones ni inventemos teorías. Vivamos esos instantes, esas horas, tal vez esos días, como seres inmortales y no como lo que somos, atormentadas criaturas perecederas”. Que así sea.
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