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LA CRISIS
de la educación

La educación nacional no prepara a los jóvenes para el mundo en el que les toca vivir...
POR SILVANA SILVEIRA. FOTOGRAFÍAS: P.R.

¿MAL EDUCADOS?
La crítica se oye cada vez más fuerte: la educación nacional está detenida en el tiempo y no prepara a los jóvenes para el mundo en el que les toca vivir. ¿por qué? ¿qué tan divorciados de la realidad están los programas en las distintas ramas de la enseñanza? ¿qué herramientas brindan para enfrentar la vida real? ¿para qué mundo estamos educando?

 

Dicen que el siglo XXI es el siglo del conocimiento. Es de suponer, entonces, que la mejor manera de entrar en él es de la mano de la educación. Pero la educación que reciben hoy los uruguayos, ¿entró en el siglo XXI o se quedó dormida en el XIX?
Pablo Da Silveira es de los que piensan que continúa tal y como fue concebida casi un siglo atrás: “para formar futuros universitarios, o futuros empleados públicos. En ninguna economía sana esos dos destinos pueden ser los mayoritarios”, dice el prestigioso filósofo uruguayo, quien encuentra conveniente observar las señales
que da el propio mercado. Y propone tres botones de muestra: Tata, la empresa extranjera de software que decidió instalar en Uruguay un centro regional, no encuentra aquí la cantidad de

programadores que necesita; Botnia tuvo que traer soldadores de Europa Oriental; y los call centers internacionales que funcionan en Zonamérica tienen dificultades para crecer en el país porque no consiguen gente que domine idiomas extranjeros. Algo similar opina Juan Grompone. “Un simple repaso a lo que sucede en Uruguay nos coloca, con suerte, en la primera mitad del siglo XX”. Según el conocido ingeniero, en el siglo XIX las universidades del mundo eran apenas una colección de facultades profesionales, en el siglo XX se organizaron en campus, mediante institutos que permitían la movilidad horizontal de los estudios; y llegado el siglo XXI incorporaron los medios de comunicación electrónica y la educación a distancia. “Eso recién está comenzando en Uruguay, y todavía falta mucho por definir”,

sostiene Grompone, para quien el uruguayo que egresa de una universidad, después de casi 20 años de estudios a sus espaldas, “está muy bien preparado para el mundo de la primera mitad del siglo XX. Ésa fue la época en que se hicieron los programas”. Grompone avanza con ejemplos concretos: la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República, que no ofrece títulos intermedios, y en la que los alumnos estudian de todo (Arquitectura, pero también Construcción, Urbanismo, Paisajismo, Diseño), permanece en el siglo XIX. Contrariamente, según él, las facultades de Ciencias, Ingeniería y Medicina son más afines al siglo XXI. “No es que estén al día, pero han hecho un gran esfuerzo”. ¿Y cómo hay que educar para el siglo XXI? Da Silveira sugiere que apostando más a las competencias

que a los contenidos. “Hay que diversificar formas de enseñar, objetivos y perfiles de egresados. Precisamos una educación más flexible, capaz de adaptarse a un entorno cambiante y de renovarse en plazos razonablemente breves.
También un sistema educativo donde estén bien definidas las responsabilidades y donde se rindan cuentas. La educación es el único lugar donde si se hace algo malo no pasa nada; y si se hace algo bueno, tampoco”. Para Grompone, “en la educación media hay que preparar para el mundo actual y esto exige conocimiento de idiomas y de los medios tecnológicos, además de las ciencias. También exige flexibilidad curricular, ara que cada uno siga el camino de sus aptitudes personales y no se desperdicien o frustren talentos. En la educación superior no es importante preparar para el mercado de trabajo del presente sino para poder continuar en el mercado de trabajo del futuro. Más que conocer los oficios actuales, el estudiante debe saber cómoreciclarse. En el siglo actual se sabe que una persona deberá reciclarse cada diez a veinte años debido a la velocidad del cambio tecnológico. Esto quiere decir que deberá prepararse para el trabajo entre dos y tres veces en su vida. De aquí salen las principales características de la educación: flexibilidad y movilidad curricular, conocimientos básicos y poca importancia de los conocimientos de aplicación; ante todo, capacidad para aprender por sus propios medios”. Para la decana de Ciencias Humanas de la Universidad Católica, Adriana Aristimuño, Uruguay no está tan mal a nivel internacional en materia de educación inicial y primaria. En cambio, “tiene serios problemas en la educación media”. A ello hay que sumarle, dice la educadora, un grave problema que no existía 50 años atrás: la pérdida de credibilidad en el sistema de enseñanza por parte de los padres. “Muchos piensan: ¿para qué vamos a mandar al liceo al chiquilín si no sirve para nada? Eso motiva la

deserción tanto o más que la crisis”, se lamenta Aristimuño. Algo similar puede haber pensado el célebre escritor británico Martin Amis, que vivió un par de años en José Ignacio, cuando juntó razones para volverse a Inglaterra con su mujer uruguaya y sus hijas. Entrevistado el verano de 2006 por la revista argentina Gente, Amis reconoció muchas bondades uruguayas pero dijo que extrañaba el ritmo de una gran ciudad. Y agregó, casi al pasar, que sus hijas estaban necesitando una educación más “intensa”. “Van a un colegio muy bueno, pero que no
las prepara para el mundo competitivo en el que vivimos”. Así de sencillo.

Cifras alarmantes
Tal como se menciona en el estudio ¿Son nuestras escuelas y liceos capaces de enseñar?, firmado por Pablo Da Silveira y Rosario Queirolo, la expansión de la educación formal uruguaya se produjo en tres olas sucesivas. La primera consistió en la casi universalización de la educación primaria. La segunda, en la amplia
generalización del acceso a la

educación secundaria. La tercera, muy reciente, en la rápida generalización del acceso a la educación preescolar. Hasta allí, todo bastante bien. Pero, como aseguran los autores del informe, nuestras dificultades más preocupantes aparecen cuando atendemos a lo que los alumnos efectivamente aprenden como resultado de la asistencia a instituciones de enseñanza”. Según sentenció la UNESCO hace ya medio siglo, “la educación es un derecho fundamental de todo ser humano”. Uruguay todavía está lejos de poder garantizar la equidad en ese derecho: en el quintil más rico de la población el 80 por ciento de los estudiantes termina secundaria, mientras que en el más bajo (el veinte por ciento de los hogares con menores ingresos) sólo 30 de cada 100 jóvenes concluye el liceo. Uruguay es hoy el país con abandono escolar más alto de América Latina, junto con México. “La diferencia es que en México
se maneja una matrícula de 25 millones de alumnos”, dice Da Silveira, mientras que aquí, entre preescolares, escolares y liceales no sobrepasan los 800 mil alumnos.