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Algo de mi Madre
Todas son hijas de mujeres famosas. Algunas comparten las mismas inquietudes vocacionales o
profesionales que sus progenitoras. Otras, en cambio, se ven reflejadas en la forma de entender y
disfrutar la vida. No son iguales, pero llevan sus genes. Y eso ya dice mucho.

POR M.N.B. FOTOGRAFÍAS: PABLO RIVARA

FLORENCIA CORLAZZOLI
“Quiero una mamá normal, clásica”, llegó a suplicar Florencia Corlazzoli cuando iba a la escuela. Sin embargo, aquello de lo que renegó cuando niña es lo que más admira hoy en día de su madre. Basta entrar a su apartamento para sentir que se está ante una pequeña réplica del mundo recargado y fantasioso de la multifacética Cecilia Brugnini. La creatividad, la indiferencia ante el qué dirán y el hecho de que todo lo que se propone lo haga bien, son algunas de las virtudes maternas que enorgullecen a la mayor de dos hermanos. Tapices, fotografías y los originales collares de Brugnini se codean con los inventos decorativos de la dueña de casa. “Soy exuberante como mi madre y heredé su sentido estético y buen gusto”, afirma Corlazzoli, que se desempeña como restauradora de muebles. “Yo también soy barroca en la decoración. En cambio, mi hermano salió arquitecto y minimalista como mi padre”. Además de tener el ojo de mamá para combinar colores y texturas, también se siente atraída por las tertulias y las sobremesas. “Me crié en una casa de puertas abiertas, de amigos, de ver pasar siempre gente”. Ser “hija de” la expuso a constantes comparaciones: “¿y tú a qué te dedicás?”, “¿sos tan buena como tu madre?”, “¿tejés?”, “¿hacés tapices?”. La presión fue tal, que a los 12 años se presentó a un concurso de dibujo y obtuvo el primer premio: cuatro pasajes a Miami y la reproducción de la obra en la postal de Fin de Año del diario La Mañana. Prueba superada y basta de comparaciones. Además de madre, Brugnini es su amiga, confiesa la primogénita. “Es divertida y espontánea, con una gran generosidad.
Es capaz de sacarse lo que lleva puesto para dármelo”, concluye feliz.

MARÍA CLARA VÁZQUEZ
“La gente cree que tenés solucionada la vida y que no precisás un empujón de otro lado”, dice María Clara Vázquez, actriz de 34 años e hija única de una diva local de las tablas nacionales: Imilce Viñas. Aunque compartir la vocación por el teatro le facilitó la inserción y la aceptación en el medio, también le creó algunas dificultades a la hora de conseguir trabajo. “No la llames: ella trabaja con la madre y no lo precisa tanto como otras actrices”, es el sonsonete que se acostumbró a escuchar reiteradamente y uno de los precios que debió pagar por ser hija de una artista famosa.
Con gestos calcados de su madre y una forma clarísima de expresarse, la joven actriz egresada de la Escuela Municipal de Arte Dramático tiene la misma energía para generar proyectos y una sensibilidad estética muy similar a la de su progenitora, de la que, además, es vecina puerta por puerta en Ciudad Vieja.
Algo las separa, empero: su pasión por las películas de terror. Vázquez siente una profunda admiración profesional por Imilce: “Me encanta cómo dirige, las obras que elige y los proyectos que hace”, avanza María Clara, que ya supo trabajar bajo las órdenes maternas en varias oportunidades. Con una cuota de humor y mucha sinceridad, reconoce que la obesidad es la herencia maldita, pero agradece los ojos celestes que, a través de sus genes, viajaron hasta su hijo de tres años.
¿Algo más sobre mamá?
Sí: “las decisiones que toma pueden ser frías, pero siempre las siente.
Son viscerales”, remata la hija con admiración.

DENISE REY
Tiene nombre francés y no es de extrañar, porque su madre cultivó la tradición de la cocina gala desde uno de los restaurants más prestigiosos de Montevideo, Doña Flor. Denise Rey, hija menor de Ana María Bozzo, estuvo desde muy joven al lado de la célebre gastrónoma en sus emprendimientos.
Al principio se encargó de las compras, el servicio al cliente y los mandados del reducto de Bulevar Artigas. Luego, hizo de las suyas en el área servicios de La Posta del Cangrejo, el feudo puntaesteño de Bozzo. Pero, aunque parezca raro, Rey no nació con la pasión por los sartenes y las cacerolas, sino que le tomó gustito con el tiempo, gracias a las persistentes lecciones maternas. Bases, fondos y salsas fueron algunas de las enseñanzas que aplicó delantal en mano. Hoy, amén de fascinarse mutuamente en la búsqueda de sabores, ambas tienen en común el interés por la estética en un sentido más amplio.
“Con ella aprendí que todo debía tener armonía, desde un detalle que va sobre la mesa, hasta lo que te ponés para recibir a los invitados”, explica la hija de Doña Flor. La capacidad de trabajo, el tesón para salir adelante en los momentos difíciles y, sobre todo, el buen humor que ha practicado a lo largo de su vida, son los rasgos que más admira Denise de su madre. Pero como todo el mundo tiene su talón de Aquiles, parece que mamá también le legó a la nena un carácter “un poco aprensivo”, que, según ella misma confiesa, hoy le está contagiando a sus hijos. Más allá de ese pequeño detalle, generosidad, capacidad de dar afecto, optimismo y garra de trabajadora son las cualidades que mejor le sientan a Ana María Bozzo según su hija.

ANTONIA HIERRO
Dice que va a estudiar arquitectura, aunque también le gustan los números, la física, el diseño y la fotografía. Nada parece quedar más lejos que el mundo de las leyes o el de los micrófonos, dos constantes en la vida de su madre. Claro que cuando aún no se han cumplido los 15 se puede cambiar de opinión cientos de veces; pero de momento, para Antonia Hierro la complicidad con su madre no pasa por lo vocacional, sino por divertirse y escuchar las anécdotas que, como buena periodista y abogada, a Ligia Almitrán le encanta compartir con su hija.
“Le gusta hablar mucho”, dice Antonia, que confiesa haber heredado de su madre una gran facilidad para organizar su rutina diaria. “Cada vez que salgo ella prefiere que tenga todo organizado.
Creo que yo también querría eso para mis hijos”.
Ambas son adictas al orden.
El cuarto de la adolescente está atiborrado de libros, cuadernos, recuerdos, fotos y mochilas que, sin embargo, parecen respetar una determinada armonía.
Para la hija de la directora de programación de Radio Sarandí, lo malo de tener una madre famosa es que siempre que salen juntas a la calle Ligia se cruza con alguien y se queda hablando un buen rato.
Así las cosas, le cuesta reconocer un beneficio concreto nacido de la popularidad de mamá.
Sin contar, obviamente, con una labia inconfundible, una altura envidiable y un enorme talento para sacarle el jugo a cada día.

XIMENA CABALLERO
Es la hija mujer y la hija mayor. Y, por si fuera poco, se complementa con su madre a las mil maravillas. Con 36 años, Ximena Caballero diseña, se encarga de las producciones fotográficas, del armado de las vidrieras y hasta cuida la imagen de Victoria M. Ortiz, la marca que fundara su progenitora a principios de los ‘80. Aunque ser “hija de” le hubiera permitido empezar en la cima, ella comenzó desde la base de la pirámide: como vendedora en el tradicional local de la Galería Yaguarón. Esto le sirvió de mucho, confía. Después llegarían los viajes, el diseño y las producciones.
Hoy se siente tan identificada con su madre que asegura que pueden ir por separado a una entrevista y elegir lo mismo. Pero tampoco son dos gotas de agua, porque cada una tiene su personalidad. “Yo guardo un perfil bajo y mi madre no. A ella le gusta mucho hablar. Yo soy más bien callada”, entiende Caballero. Moda, ropa y diseño parecen a esta altura un sino familiar. “Crecí en esto y me doy cuenta que a mis hijos les hago lo mismo que hizo mi madre conmigo. Mis hijas ya se criaron entre pilchas y con frases del tipo ‘esto combina, esto no’”. Esa obsesión, marcó incluso su adolescencia rebelde, cuando en plena época “hippie” su madre le seguía el tren pero trayéndole de aquí y de allá las prendas más en onda dentro de un look bohemio. A su pesar, terminaba siendo igual una chica fashion, recuerda hoy entre risas Ximena. Los pocos años de edad que las separan, el hecho de viajar juntas dos o tres veces al año y la piedra libre que le dio mamá para participar en todos los detalles de la firma, las convirtió en una especie de dream team empresarial. En el debe (porque siempre hay algo que reprochar), la hija entiende que su madre es demasiado absorbente. "Todavía cree que tenemos doce años”, comenta la mayor de tres hermanos.

MARTINA LANÚS
“Algún día alguien tenía que animarse a estar en un medio con tantos hombres”, dice con entusiasmo Martina Lanús, hija de la periodista deportiva Silvia Pérez.
Ella prefiere Los Simpsons a las discusiones de Estadio Uno, pero está perfectamente al tanto de cómo le va a Danubio en la tabla y a Aguada en el torneo metropolitano.
“Me identifico con mi madre en que a las dos nos gustan el fútbol y el básquetbol”, cuenta Martina, que juega al fútbol en el Colegio Crandon. También comparten el gusto por la cocina y ambas se distinguen por decir lo que piensan abiertamente.
A la hora de enumerar los beneficios de tener una madre famosa, la niña de apenas 12 años es consciente de sus pequeños privilegios.
Va a las prácticas, conoce a los jugadores, puede sacarse fotos junto a Diego Forlán o el Loco Abreu y regalarle a un amiguito fanático de Nacional un autógrafo de Bruno Fornaroli, quedando como una reina.
“Son cosas que muchos niños desean y no pueden acceder”, señala con gran dosis de la ubicación la seguidora de Bart Simpson. Hay otra cara de la pelota, claro.
Su madre debe trabajar los fines de semana y saludar a todo el que se le acerque cuando están de vacaciones en la playa. Con respecto al futuro, nada de periodismo por el momento.
Todo parece indicar que habrá una veterinaria en la familia.

PILAR LACALLE
Viene de una familia con larga tradición en la vida política del país. Julia Pou, su madre, fue senadora, Primera Dama, y estuvo al frente de Acción Solidaria en la década de los '90. Cultivó un perfil altísimo y gozó de tanta popularidad que se la llegó a conocer sólo por Julita. Pilar Lacalle, doctora en Derecho y la mayor de tres hermanos, sabe que todo esto no es gratis. “Una está sujeta al prejuicio de la gente, por lo que a priori hay quienes me tienen simpatía y otros que no, según simpaticen o no con mi madre”, confiesa la hija, que en general considera que gracias a la vida pública de su progenitora ha podido conocer a personas interesantísimas. A los 36 años, y como única hija mujer, tiene muchas cosas en común con su madre: el optimismo, la capacidad de sobrellevar las situaciones adversas y la facilidad con que se entusiasma en los nuevos proyectos. Además, según ella misma confiesa, de ser ambas un poco desordenadas puertas adentro.
Para la primogénita, Julita es sinónimo de equilibrio y fuerza.
“La admiro profundamente, es la espina dorsal de la familia”, concluye Pilar.

MARTHA KOHEN
El mismo amor por la vida, su gente, la comida, la naturaleza y todo lo que en ella se encuentra, es lo que une a Martha Kohen con su madre, la renombrada artista plástica Linda Kohen. Desde Estados Unidos, donde hoy dirige la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Florida, no deja de reconocer una herencia materna que la ha llevado a interesarse e involucrarse en múltiples asuntos. Y muy particularmente, por haber desarrollado una enorme sensibilidad hacia el arte y la arquitectura. El reconocimiento de su madre fue siempre una carta de presentación.
“Me ubicaban con claridad”, recuerda Kohen de las incursiones televisivas de su madre en el programa Modas en blanco y negro de Canal 10. Años más tarde, cuando la obra de Linda empezó a ser apreciada también fuera de fronteras, su hija no perdió ocasión de hacerle compañía en más de 50 vernissages. “Creo que sólo me perdí dos”, cuenta Martha con precisa memoria. Un día la vida de ambas se cruzó en un área común: la arquitecta ganó un concurso para ejecutar la obra del Centro Cultural del Ministerio de Educación y Cultura y su madre incursionó por primera vez en la modalidad de instalación con la muestra El Gran Biombo. La exhibición fue en el mismo espacio que había sido proyectado por su hija. ¿Qué palabras definen a la afamada pintora? “Generosidad, talento, arrojo, percepción, sensibilidad, humor, seriedad, tesón, perseverancia. Ella tiene una sensibilidad humana extrema. Nada le es ajeno y siempre está ayudando a todos. Al mismo tiempo es muy focalizada y monotemática con su trabajo artístico, que es lo que le da el hilo conductor a su vida”, remata orgullosa Kohen.