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Entrevista a el Cr. Eduardo Zaidensztat...
POR MARCELLO FIGUEREDO. FOTOGRAFÍAS: PABLO RIVARA.

¿Cómo ve el país el hombre que pasó a la historia reciente como el paladín de la justicia tributaria? ¿Qué piensa del pasado, el presente y el futuro uruguayos un colorado que le cae bien a los frenteamplistas? En esta entrevista, el Contador Eduardo Zaidensztat hace cuentas sobre la reforma y responde a los cuentos sobre su persona.

–Ahora que no está bajo la presión que debe suponer un cargo público tan importante como el que usted desempeñó, y considerando algunas cosas que ha dicho recientemente, ¿podríamos decir que estamos en presencia de un hombre que quiere posicionarse como provocador político?
–¿Provocador político? Me han dicho
muchas cosas, pero ésa, es nueva. Lo que pasa es que yo pertenezco a una generación a la que se le ha dado poco espacio en muchos ámbitos. Acá, a los que tenemos
cuarenta y pico, todavía se nos sigue considerando jóvenes.
Me parece que el país tendría que entrar en una filosofía distinta. Fíjese que el año pasado, con el país creciendo, se nos fueron diecisiete mil jóvenes.
Y no fue por un problema económico,
no fue por una crisis, no fue por problemas políticos. La gente joven se va buscando oportunidades y calidad de vida. El país está perdiendo sus jóvenes, y con ello se está empobreciendo, porque en la pirámide de edad predomina la gente mayor, lo que supone un serio problema para apoyar a nuestros abuelos, a nuestros jubilados,
porque los trabajadores activos se nos siguen yendo.
A la sociedad uruguaya le hace falta ir a un debate profundo, de contenido, más allá de las contiendas políticas menores o de los temas de coyuntura.
Tenemos que ponernos de acuerdo en muchas cosas. Ponernos de acuerdo independientemente del partido político o del cuadro de fútbol que nos guste.
Tenemos que pensar en el país de los próximos treinta o cuarenta años.
–Volviendo al tema de la edad, ¿usted diría que Uruguay es un país de dinosaurios?
–Usted me dice eso por algo que yo dije en la radio, hace unas semanas…
–Sí. ¿Por qué dijo, cuando lo entrevistaron en Futura F.M. que Jorge Batlle era un dinosaurio?
–Me sirve la pregunta porque quiero
dejar bien claro mi mayor de los respetos por la persona Jorge Batlle, por el dirigente político Jorge Batlle, por el ex presidente de la República Jorge Batlle; que en el error o en el acierto, dejó el alma por mejorar
las condiciones de vida en el país. Jorge es una persona que le dio mucho a este país y hay que reconocérselo.
Lo que yo quise expresar, refiriéndome a Jorge Batlle,
pero pasa lo mismo con otras figuras
del ámbito político, empresarial, sindical o deportivo, es que no le dan la oportunidad de desarrollarse a la gente que viene atrás.
No dan espacio para que gente con otra mentalidad y con otros bríos dé sus aportes al país. Lo estamos viendo en Inglaterra, donde el primer ministro, que andará en los cincuenta años, se retira de la política.
En nuestro país, a los que rondan los
cincuenta años se les sigue considerando jóvenes promesas. Claro que se pueden tener treinta años y carecer de una mentalidad
moderna o soñadora, y hay gente de
setenta u ochenta que sí la tiene. Pero en general, acá no se les da espacio a los jóvenes.
En cuanto a Jorge Batlle, es una persona que puede aportar mucho. Puede aportar un consejo sabio, o la voz de su experiencia, pero mirando al país de los próximos diez, quince, veinte o treinta años, como dicen hoy los jóvenes, Jorge ya fue.

–¿No es raro que alguien como usted, que es visto como quien introdujo en el ámbito público una visión ejecutiva, más asociada a la esfera privada, diga que las oportunidades deben ser concedidas? ¿Los jóvenes no tienen espacio en el Partido Colorado porque los veteranos no los dejan o porque no han sabido ganárselo?
–Por las dos cosas, tal vez.
Mire: hace unas semanas hubo elecciones en la lista 15, donde tengo varios amigos que aprecio mucho. Como yo estoy alejado de la vida partidaria sectorial, llamé a un amigo y le pregunté cómo hacía para votar. Me dijo que no podía, porque sólo se votaba dentro de un grupo de gente preestablecido. Eso me hizo acordar a la vieja democracia griega. Para decidir quién va a mandar dentro de un grupo político, alguien designa a dedo a los candidatos y dentro de ellos se elige. ¡Cómo van a hacer elecciones dentro de un grupo de amigos en lugar de hacerlas abiertas! Por eso me puse muy contento cuando vi el llamado abierto que hizo el Partido Nacional para los jóvenes.
Lograron que unos cincuenta mil muchachos mostraran su interés.
Es verdad que muchas veces hay que salir a buscar las oportunidades, pero cuando hay grandeza de espíritu, cuando hay cabeza de estadista,
hay que saber retirarse. Hay que
saber abrir la puerta para que entre aire fresco. No alcanza con entornarla un poquitito. Lo mismo deberían hacer las cámaras empresariales, los sindicatos y los clubes de fútbol. Acá se nos sigue yendo la gente y va a llegar un momento en que van a decir: el último viejito que apague la
luz.
–Cuando al día siguiente de su renuncia a la DGI lo entrevistó El Observador, usted dijo que veía al Partido Colorado muy mal, y que dados los últimos resultados electorales, hacía falta una autocrítica muy grande. Tras las
elecciones, algún politólogo llegó a especular con la eventual desaparición de su partido. Desde su punto de vista, ¿qué es ser colorado en el Uruguay de
hoy?

–No creo en esa hipótesis, pero creo
que, como cuando uno está enfermo, lo primero que hay que hacer es un diagnóstico real, y no mentirse a uno mismo. Cuando de cada cien personas, noventa votan otra cosa y sólo diez están de acuerdo con la propuesta de un partido político, lo primero que hay que hacer es una sana autocrítica. ¡No vamos a seguir
pensando que hicimos todo bárbaro y
que los noventa de cada cien uruguayos que no nos votaron están equivocados! Hay que tener mucha humildad. En cuanto a su pregunta, ser colorado y batllista, para mí, es pertenecer al partido de la igualdad de oportunidades, al partido que
fue el protector de los más débiles y vulnerables, el partido que creó las condiciones para que en este país hubiera ascenso de clases sociales, para que este país se transformara en la Suiza de América, un país donde los derechos de niños, mujeres
y trabajadores estaban protegidos,
donde había una sólida clase media y
donde la gente vivía muy bien. Eso se
perdió en los últimos treinta o cuarenta años. El mundo cambió y nuestro país no tomó a tiempo las medidas correctivas que debía tomar. Hay que hacerlo, para que Uruguay recupere esa senda que el Partido Colorado contribuyó tanto a trazar.
–¿Qué sintió un colorado como usted la noche que el Frente Amplio ganó las elecciones?
–Fue algo así como la crónica de una
muerte anunciada. Bastaba con ver objetivamente la historia del país y cómo iba creciendo el caudal electoral del Frente Amplio cada cinco años. Además, después de la crisis de 2002, era algo muy previsible. Pero más allá del corazón de cada uno, a mí me parece muy sano que haya alternancia de los partidos políticos en el poder. Y hoy no importa quién esté en el poder, sino las cosas que tenemos que hacer como país. ¿Por qué nuestros jóvenes se quieren ir a España, de donde vinieron sus abuelos? Se quieren ir en busca de una mejor calidad de vida. ¿Y cómo la consiguieron? Con políticas de Estado. Ellos cambian de derecha a izquierda y de izquierda a derecha pero mantienen sus políticas de Estado,
razón por la cual esa sociedad creció tanto en los últimos veinticinco años. Pensemos en América Latina y miremos a Chile, que durante la dictadura, y tras la democracia, con partidos de derecha y de izquierda en el poder, mantuvo las políticas económicas. Eso dio la estabilidad necesaria para que el país se desarrollara. Hay que mirar las cosas buenas que hacen otros países y aprender de ellos.
–¿Y qué siente un batllista como usted cuando escucha que el ministro José Mujica dice que el gobierno actual practica el batllismo?
–Siento que Mujica es un hombre muy honesto, que reconoce que el Frente no inventó la pólvora. Lo que dice Mujica no es ninguna novedad. No hay que olvidar que el general Seregni era un hombre formado
en el Partido Colorado. Muchas otras figuras del Frente Amplio, como Michelini, Alba Roballo, o Batalla en su momento, venían del Partido Colorado. La filosofía de la igualdad de oportunidades, por suerte, dejó de ser patrimonio de un solo partido. Hoy se ve en el Frente Amplio, en el Partido Colorado y también en el Partido Nacional. Pero hay que salir del dicho y pasar al hecho. Hay que lograr la igualdad de oportunidades entre todos, sin banderías políticas.
–Varios dirigentes políticos, en especial de los partidos tradicionales, han insistido últimamente en lo que ellos consideran la judicialización de la política y la politización de la Justicia. ¿Cómo ve usted ese fenómeno?
–Esa discusión tiene que ver, básicamente, con actuaciones judiciales referidas al tema del abuso de funciones. A mí me parece que hay que revisar el Código Penal, porque figuras como ésa fueron puestas en la época de la dictadura de Terra y creo que no tienen mucho que ver con la realidad del país de hoy. Habría que eliminar algunas cosas y prestar más atención a otros delitos que dañan mucho más a la sociedad, como las grandes evasiones tributarias, el gran contrabando, las defraudaciones millonarias, el vaciamiento de bancos, el tráfico de órganos. ¿Por qué no castigamos más eso? También hay que analizar la figura de los fueros. No puede haber hijos y entenados, porque si los poderes son independientes, no hay porqué
mantener esa figura. ¿Cuál es el problema si un juez quiere analizar el caso de corrupción de alguien que estuvo al frente de una empresa del Estado? No puede ser que a alguien, por el sólo hecho de estar sentado en el Parlamento, la Justicia no pueda juzgarlo. Para mí deberíamos ser todos iguales. Acá todo el mundo se dice artiguista, pero habría que releer más a Artigas. Él decía que las normas sirven para frenar la veleidad de los hombres frente a la tentación del poder. Y las normas está hechas para que las cumplan todos: empresarios, trabajadores y políticos.
–Hablando de justicia y revisionismo, ¿le parece saludable la insistencia en el pasado reciente y en el tema de los derechos humanos o cree que mirar atrás puede demorar la marcha futura del país?
–Digo lo siguiente: la mitad de los que hoy votan, no había nacido cuando sucedieron los hechos que estamos discutiendo. Creo que el país ha perdido mucha energía mirando hacia el pasado.
Hay que
poner un punto final y en lugar de discutir qué pasó hace treinta o cuarenta años atrás, discutir qué va a pasar en los próximos treinta o cuarenta años. Entiendo que de ambos lados ha quedado gente muy dañada y muy sufrida. Legítimamente. Pero me parece que las cosas no se arreglan
dándole a la gente determinada cantidad de dólares. Las heridas, que siempre van a existir, se van a saldar cuando creemos las condiciones de vida para que la gente pueda vivir con dignidad y mirando hacia delante. No hacia atrás.

Cuentas claras
–¿Y qué lugar ocupará usted en esa batalla? Dicho de otro modo, ¿qué debería pasar para que la actividad política volviera a tentarlo y usted abandonara la actividad privada?
–Yo estuve cuatro años y casi siete
meses exclusivamente trabajando como servidor público, palabra que me gusta más que funcionario público, y ahora he retomado
mi trabajo en la actividad privada.
Eso es lo que hoy priorizo. También me gusta juntarme con amigos, charlar de los problemas que tiene el país y tratar de ver cómo se solucionan. Pero volver a la actividad
partidaria no es algo que me preocupe hoy, aunque tampoco lo descarto.
–Y mientras tanto, ¿ya ha decidido qué hacer? ¿Es cierto que varios estudios muy importantes han querido reclutarlo?
–Por suerte he tenido distintos ofrecimientos, tanto a nivel local como desde el exterior. Estos últimos los rechacé porque amo a mi país, mis hijos están acá, y mi futuro
laboral privado también está en Uruguay. Sin apuros, estoy viendo por dónde voy a reencaminar mi actividad.
–Hoy podría ganarse un buen dinero ayudando a entender la reforma tributaria…
–Bueno, de hecho una de las cosas
que estoy haciendo es trabajando como consultor de empresas privadas que tienen dudas sobre cuál es su mejor planificación tributaria para, siempre dentro de la ley, pagar la menor cantidad de impuestos
posibles.
–Ésa parece la obsesión nacional en estos días…
–A nadie le gusta pagar más impuestos, pero esto es como una familia que necesita recursos. Un país no es otra cosa que una gran familia. Fíjese lo que pasa: de cada cien pesos que produce esa familia, treinta y ocho se los lleva el Estado, que como decía Octavio Paz es un ogro filantrópico. Esos treinta y ocho pesos se van en impuestos. Sólo sesenta y dos quedan en manos del actor privado. Esos niveles de presión tributaria son similares a los de Europa, a los del mundo desarrollado. Naturalmente, la gran diferencia es que los servicios que prestan sus Estados son buenos. La gente no tiene que recurrir a la salud, la educación o la seguridad privadas.
Los países funcionan mejor. ¿Por qué Uruguay no? Porque no logramos bajar los gastos que no son necesarios. En una familia, cuando el dinero no da, uno elimina lo superfluo, lo suntuoso. Uno se aprieta el cinturón.
Eso es lo que tiene que hacer el país. Un país tan chiquito como el nuestro, con apenas tres millones de habitantes, donde todos hablamos el mismo idioma, donde no hay grandes accidentes geográficos
que nos separen, ¿para qué quiere
diecinueve departamentos, iecinueve intendencias y otras tantas juntas departamentales? ¿No sería más racional que hubiera cuatro, cinco o seis regiones mejor administradas? ¿Para qué necesitamos un Parlamento de dos cámaras con ciento treinta legisladores que tienen derecho a cinco secretarios cada uno? ¿No sería mejor tener una sola Cámara que respetara la representación parlamentaria? Un país rodeado por dos gigantes como Argentina y Brasil, ¿necesita un ejército? ¿No sería bueno reorganizarlo y tener fuerzas más chicas, que por ejemplo controlaran el espacio aéreo y las aguas territoriales? O considerando los problemas de seguridad que tenemos en nuestras calles, ¿no sería bueno que al lado de cada policía caminara un soldado? Otro más arriesgado podría preguntarse, ¿y no podríamos hacer como Costa Rica, que no tiene ejército? Si pudiéramos bajar el gasto, que sigue siendo muy grande, podríamos bajar los impuestos. Danilo Astori, o cualquier ministro de Economía, estaría encantado de poder hacerlo. Pero así, es imposible. ¿Quién va a pagar esos gastos? ¿De dónde va a salir la plata?
–¿Y qué le parece la reforma tributaria de inminente aplicación?
–Como ya le dije, a nadie le gusta pagar impuestos. Ya lo dijo Colbert, que era algo así como el ministro de Economía de Luis XIV. Colbert decía que los ciudadanos tenían dos

obligaciones: defender la Patria y pagar impuestos.
Dijo que mucha gente defendía a la Patria contenta, incluso cantando y silbando, pero que nunca había visto a un ciudadano que fuera a pagar sus impuestos contento, cantando o silbando.
En lo personal, siempre dije que el Impuesto a la Renta de las Personas Físicas no me gusta. A mí no me gusta ponerle impuestos al trabajo. Ni con este sistema, ni con el IRP de las administraciones anteriores. Pero esta reforma tiene algunas otras cosas, que no han entrado en el debate político o partidario, y que son muy buenas. Por ejemplo, la eliminación de varios impuestos distorsivos.
La DGI administraba unos veintiocho impuestos y ahora administrará quince. Por ejemplo, ir bajando los impuestos indirectos, eliminar el Cofis, bajar un punto la tasa básica del IVA y cuatro la tasa mínima. Me parece un sendero correcto, que comparto plenamente.
Creo que hay que profundizarlo y seguir en ese rumbo.
–¿Qué precio político le parece que va a pagar su amigo Astori tras esta reforma?
–Yo no soy un politólogo, pero tengo
varias reflexiones para hacer. Acá hay un porcentaje de gente de clase baja y mediabaja que saldrá mejor parada tras la reforma. Es la gente que consume más productos de la canasta básica de alimentos, como
yerba, arroz, fideos, medicamentos,
pan tarifado, etcétera, que va a pagar menos impuestos. Antes pagaba catorce puntos de IVA y tres del Cofis y ahora va a pagar sólo diez. A su vez, como esa gente cobra sueldos bajos, va a pagar menos IRPF que IRP. Se van a ver beneficiados. Hay otro porcentaje de gente al que la reforma le va a resultar neutra, y finalmente un porcentaje que se va a ver perjudicado, que mensualmente tendrá menos dinero en su bolsillo. Pero tanto unos como otros verán una virtud: como el impuesto los va
a afectar de una manera más directa, porque se lo van a sacar de su sueldo, de su jubilación o de la renta que le ganaba a la casita que tenían para alquilar, se van a sentir con más derecho a discutir qué hacen con su plata los políticos.
Esto va a transparentar mucho las cosas. La gente reclamará un buen uso de sus dineros, reclamará la eficiencia en el gasto público de la que hablábamos anteriormente. Ése es el lado bueno de este impuesto a la renta. ¿Y cómo va a repercutir esto políticamente? Yo tengo amigos del Frente que saben que van a pagar más e igualmente están de acuerdo. Saben que la reforma afectará su bolsillo pero les parece justo y van a seguir votando al Frente. Tengo otros que me dicen que no vuelven a votarlo más. Lo mismo pasará con gente de otros partidos. Si estos cambios llevan a que la gente cambie su comportamiento electoral, eso lo van a decir las urnas.
De todos modos, yo quiero ser honesto intelectualmente. En su campaña electoral, el Frente Amplio dijo que iba a instaurar el impuesto a la renta. Lo dijo el presidente en su discurso de asunción, cuando recordó que iba a cumplir con su promesa. Y a mí me parece muy bien que los partidos cumplan con sus promesas electorales.
El Frente no engañó a la gente. Ahora podrán venir las diferencias entre lo que la gente percibió que era aquel impuesto a la renta y lo que sentirá cuando la teoría se transforme en práctica. Veremos si la gente sigue contenta o no. Eso no lo diremos ni usted ni yo.
–Ya que estamos con teoría y práctica: mucho se habla de la solidaridad del pueblo uruguayo. Si usted tuviera que ubicarla en su punto justo, ¿qué diría?
–El pueblo uruguayo es muy solidario, como pudimos ver durante las recientes inundaciones. Pero todavía

nos hace falta un cambio cultural. Una de las cosas de las que más me enorgullezco cuando repaso lo que se hizo en Impositiva es haber incorporado un programa con ANEP, para niños de sexto año de escuela, que ahora va a empezar con Secundaria, para trabajar los valores de la ciudadanía participativa y responsable.
Para aprender cuáles son las cosas que están bien y las que están mal. Hay que romper con el esquema según el cual el empresario evasor es un gran señor al que vemos como el vivo que embromó a la Aduana y a la DGI.
Hay que acabar con esa supuesta viveza criolla. Hay que explicarle a la gente que lo que no paga un evasor, o un informal, lo terminamos pagando todos. Cómo dice su colega Tomás Linn, los nabos de siempre.
Hay que premiar al que cumple y no al que embroma.

Cuentos oscuros
–¿Cómo se lleva un contador como usted con las cosas de la vida que no pueden explicarse con números? Por ejemplo, ¿cómo se lleva con las letras, cómo se lleva con los libros?
–Bien. Me encanta leer, y ahora que tengo más tiempo para mí, he retomado la lectura.
–¿Y qué le gusta leer?
–Leo cosas de distintas características. Leo cosas clásicas, leo filosofía política, leo sociología, leo libros de autoayuda… cosas de distintos autores.
–¿Cómo se lleva con el dinero propio un hombre que se ocupa tanto de los dineros ajenos?
–Hasta antes de ser director de Impositiva me iba muy bien en mi profesión y eso fue lo que me permitió aceptar el cargo, porque sin tirar manteca al techo, pude mantener un nivel de vida de clase media.
Pero con el sueldo de Impositiva, que luego se convirtió en mi único ingreso, mi familia no vivía, así que me comí parte de mi patrimonio en esos cuatro años y pico. Lo hice a conciencia, sabiéndolo, y mi familia me acompañó. Hoy, que ya no soy un servidor público, espero tener mucho trabajo en la actividad privada.
–¿Qué placeres asocia usted con el dinero? ¿En qué le gusta gastarlo?
–El dinero no es la fuente de placer
fundamental para los seres humanos.
Obviamente ayuda mucho, y sin dinero se vive mal. Pero hay cosas que son más importantes: los valores éticos y morales, la familia, la amistad. Nada de eso se compra con dinero. El dinero es un mal necesario.
El día que dejamos de existir no nos llevamos nada. No hay un cofrefort en el cementerio.
–¿Cómo se lleva con las mujeres?
–Bien, como todo hombre.
–Se lo pregunto porque durante su gestión se insistió mucho con su supuesto perfil mujeriego. Llegó a decirse, incluso, que lo habían extorsionado con esos asuntos. No es común que la
sociedad uruguaya se ocupe de la vida privada de los hombres públicos. ¿Por qué cree que pasó eso justamente con usted?

–Le agradezco la pregunta, porque lamentablemente ha habido mucha basura y mucho enchastre a mi persona y a mi entorno familiar.
La gente habla porque es gratis. Algún mal nacido, sin escrúpulos y sin principios, trató de enchastrarme.
Lo primero que buscaron fue ver si yo era una persona corrupta, si mantenía una actividad privada paralela o si me podían agarrar en algo en la DGI.
Y como nunca encontraron nada, trataron de inventarme historias con mujeres. Fue la manera de tratar de enchastrar a una persona que lo único que hizo fue trabajar para su país.
Siempre hay gente mala en el mundo, pero lo fundamental es la tranquilidad de conciencia. Y quiero decir que no me siento dañado para nada.
Por el contrario, los cascoteos injustos no han hecho otra cosa que fortalecer la familia.



–Otra de las cosas de las que se lo acusó durante su gestión fue de no haber atacado a los grandes empresarios judíos. Usted ha dicho alguna vez que la sociedad uruguaya no discriminaba. ¿Está seguro de que no hay cierta dosis de antisemitismo en aquella acusación, que en el fondo escondía una manera de discriminar el origen judío de su apellido, de su familia?
–Varias aclaraciones: no se trata de mi familia, ni de mi origen. Yo soy judío.
Un judío orgulloso que camina con la frente en alto. Y así se lo transmito a mis hijos.
Vuelvo a la tranquilidad de conciencia, porque esas apreciaciones que usted menciona tienen que ver con las mismas maldades, las mismas blasfemias de las que hablábamos recién.
Sólo caben en la mente enfermiza de personas enfermizas. Las hay en toda sociedad, pero uno no puede generalizar.
Eso no quiere decir que la sociedad uruguaya sea racista o antisemita. Y en cuanto a la acusación, basta mirar la lista de comercios inspeccionados o de denuncias penales que se llevaron a cabo durante mi gestión en la DGI. Yo nunca discriminé: ni por tamaño, ni por apellidos, ni por religión, ni porque eran amigos de ciertos políticos, ni porque eran de Nacional, Peñarol, Defensor o Danubio. Yo lo único que miraba era el RUC, y si cumplían o no con los impuestos que debían pagar.

–Permítame recordarle otro punto de fricción. ¿Es cierto que dentro de Impositiva mucha gente resistió su forma de trabajo, caracterizada por ritmos más propios de la actividad privada que de una oficina pública?
–Sí, por supuesto. Yo tuve una resistencia muy grande. Además,
dentro de la DGI, como en todos lados, había corporativismos. A mucha gente no le servía cambiar el sistema de trabajo. ¡Si pasaban cuatro horas en la oficina y después se iban a sus estudios! Pero no se puede ser juez y parte.
No se puede ser inspector de una empresa y al mismo tiempo su
asesor. Se fueron la tercera parte de los gerentes y más del veinticinco por ciento de los profesionales.
Todo cambio supone cierta resistencia, pero aquel que quiere liderarlo debe tener la personalidad y la disposición para enfrentar la rispidez que genera. De lo contrario, no se es un buen líder.
–¿Es verdad que usted marcaba tarjeta al entrar y salir de la oficina?
–Cuando estábamos en el local viejo,
en Rondeau y Valparaíso, yo llegaba a la DGI a las ocho de la mañana y me iba sobre la medianoche. La gente veía mi auto en el estacionamiento y si miraban por la ventana me veían trabajando.Cuando nos mudamos a Colonia y Fernández Crespo, ya estaba en un piso más alto y no me veían. Cuando hicimos las reformas, obligamos a todo el mundo a marcar tarjeta. Hubo mucha resistencia. Entonces nos juntamos con los directores y resolvimos predicar con el ejemplo. A propósito, dejé de ir a las ocho y empecé a ir a las nueve, que es la hora a la que entran la mayoría de los funcionarios. Me paraba entre todos, hacía la cola, y marcaba tarjeta. Cuando vieron que el director lo hacía, se acabaron las excusas. Después dejé de hacerlo, pero el día que me iba de la oficina con doce horas de trabajo, me iba temprano. Eso lo sabe todo el mundo. Lo importante es que un director debe dar el ejemplo. Es como con los generales: hay algunos a los que le gusta estar sentados en una oficina, y otros que prefieren estar al frente de la tropa. Yo prefiero estar al frente de la tropa.
–¿Qué capital cree haber heredado tras su gestión al frente de la DGI?
–Voy a contarle una anécdota. El día
que Alejandro Atchugarry aceptó ser ministro de Economía, con el país

cayéndose a pedazos, en plena crisis de 2002, Alejandro se bajó los lentes y cariñosamente me dijo: “¿flaquito, me das una mano?”. ¡Más bien!, le dije yo. Y cuando vi que me iba a ofrecer un cargo, le dije que con él trabaja en cualquier lado, hasta de portero. “Quiero que vayas al lugar del que siempre te quejaste porque funcionaba mal. Te necesito”.
Me estaba recordando, de alguna
manera, que cada vez que a él, como legislador, le proponían un aumento de impuestos y él lo votaba, yo le decía que los políticos se equivocaban, que lo que había que
hacer era darle las herramientas a la DGI para que funcionara bien, para que los evasores y los defraudadores pagasen como todo el mundo. Entonces Alejandro me dijo: “ahora andá a hacer lo que me pedías que yo hiciera como legislador”. Ése fue el compromiso que asumí ante mi amigo. El mismo que asumí ante el ministro Astori y el presidente Vázquez cuando acepté mantenerme
al frente de la DGI durante la administración frenteamplista. Me voy con la satisfacción del deber cumplido, porque la oficina funciona mucho mejor.
–Es curioso, porque dentro de una gestión frenteamplista, que tanto ha insistido con la herencia maldita y con los supuestos niveles de corrupción heredados
de las administraciones anteriores, usted, que viene de filas coloradas, se erige como el paladín de la justicia tributaria y es visto por mucha gente como el hombre que le puso fin a la joda. ¿Cómo cree que debe capitalizar esa situación? ¿No le tienta la idea de aprovecharla políticamente?

–Mire: los hombres pasan y las instituciones quedan. El país es una gran familia y tiene que trabajar unido, no dividido. Hay que capitalizar los cambios culturales a favor de la sociedad. En la vida, uno tiene que decir lo que hace y hacer lo que dice. Si yo llamo a la reflexión para que el país mejore la calidad de vida es porque creo que yo hice lo mismo con mi ejemplo. No importa si somos colorados, blancos, frenteamplistas, católicos, musulmanes o judíos. Lo que importa es que todos somos uruguayos. Ese capital logrado no es sólo mío, es de toda la sociedad.