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Ferrari por dentro
Luca Cordero Di Montezemolo
es puro estilo italiano...
POR ENRIC GONZÁLEZ

EL ARTESANO DE LA BELLEZA
Huye de la opulencia y lo exagerado. Luca Cordero di montezemolo es puro estilo italiano.
Presidente de ferrari y hombre de confianza de los agnelli, un emprendedor atípico en el mundo del diseño.

Luca Cordero di Montezemolo (Bolonia, 1947) obtuvo con apenas 26 años un empleo soñado por millones de personas: la dirección de la escudería Ferrari, como mano derecha del mítico Enzo Ferrari. Hoy es un gran patrón de la industria italiana: presidente de Fiat, de Ferrari, de la Feria de Bolonia y de Confindustria, la gran confederación empresarial italiana, y ocupa un puesto en los consejos de administración del grupo francés PRP (Pinault-Printemps Redoute), de los calzados Tod’s, de los electrodomésticos Indesit, de las bebidas Campari y del diario La Stampa. Tras una larga carrera como ejecutivo de máximo nivel y hombre de confianza de la familia Agnelli, en el año 2003 decidió convertirse en empresario. Formó un grupo de inversiones llamado Charme y creó un holding centrado en la producción de artículos de lujo.
“No, no, no, a mí no me gusta hablar de lujo”. Ésa es la primera frase que pronuncia Montezemolo durante una entrevista mantenida en su residencia romana, un ático en Via Veneto con una gran terraza y unas vistas espléndidas. El piso no es suyo. Es la vivienda de representación que Confindustria pone a disposición de su presidente. Su propia casa está en Módena, cerca de Ferrari.
Pero la familia Montezemolo (Luca, su esposa Ludovica y sus dos hijas) pasa mucho tiempo en el ático de Via Veneto en compañía de un mayordomo de edad avanzada, pero indefinible, silencioso y sigiloso como una sombra.
El matiz a la negativa inicial llega de inmediato: “El lujo suele ser sinónimo de opulencia, de dinero, de exageración. Yo prefiero hablar de gusto por la belleza”. El resto de la conversación gira en torno al buen gusto, a la belleza y a las razones por las que los italianos parecen especialmente dotados para fabricar y disfrutar cosas bellas. “La geografía, la historia, la cultura y el estilo de vida italianos imprimen un cierto carácter, un cierto gusto”, explica.
“Piense en las villas de Sicilia, en los paisajes de Toscana o en Capri. O en la hermosa simplicidad de nuestra cocina: el aceite, la pasta, el tomate, el aroma de las hierbas. Todo esto no es lujo, sino belleza. Tiene personalidad. Cuando compré Poltrona Frau pensaba en eso”. Poltrona Frau es la más importante apuesta de Montezemolo como emprendedor. Se trata de una empresa con mucha historia, dedicada al mobiliario y a la tapicería en cuero. Produce artículos de calidad artesanal y de diseño exclusivo, pero tiene también capacidad para hacer frente a grandes contratos. Acaba de ganar, en asociación con el arquitecto Frank Gehry, el concurso para ocuparse de
los interiores del Centro de Congresos Disney en Los Ángeles. También se ocupa de los asientos de los helicópteros Agusta y, desde siempre, del tapizado de los coches Ferrari.
“Detrás de cada producto de Poltrona Frau”, dice, “hay tradición y diseños inmortales. Y una pequeña fábrica en Le Marche, un lugar precioso con gran calidad de vida dentro del establecimiento y fuera”.
Ésa es una de las fórmulas innegociables para el avvocato (según la costumbre italiana, los profesionales son llamados por su título) Luca Cordero di Montezemolo: el centro de trabajo no sólo debe ser cómodo, sino bello.
Uno de sus grandes orgullos es la factoría de Ferrari en Maranello, un pueblito entre Bolonia y Módena.
Los empleados no conocen el embrutecimiento de la cadena de montaje, porque todo se hace a mano, y cuentan con gimnasio, salas de recreo y un amplio margen de iniciativa. Pero trabajan, además, en un entorno exquisito, compuesto de pabellones acristalados y jardines japoneses.
La factoría de Ferrari es considerada por el Financial Times como el mejor centro de trabajo de toda Europa. “Ferrari es algo único, irrepetible.
Es un cóctel de tecnología extrema, de exclusividad y de pasión”.
Ferrari no es propiedad de Montezemolo, sino de Fiat y, en último extremo, de la familia Agnelli. En este caso, sin embargo,
Montezemolo no se siente un simple ejecutivo. Ferrari tiene un gran peso en su vida. La dejó en 1977, cuando aún la dirigía su fundador, el viejo Enzo, para encargarse de las relaciones externas de Fiat y del diario La Stampa. Caída y ascenso Tras la desaparición de Enzo, en 1988, Ferrari cayó en picada. No ganaba nunca en Fórmula 1 y apenas vendía. Montezemolo regresó en 1991.
El viejo Gianni Agnelli, que fue su mentor más que su jefe, le encargó la misión de reflotar la empresa o cerrarla. “Volví a Maranello en invierno”, recuerda, “y me encontré con un espectáculo desolador. Había tantos coches sin vender que no cabían en los almacenes y estaban estacionados fuera, bajo la nieve. Nos daban por acabados. Nunca lo he pasado tan mal”.
La recuperación de Ferrari empezó por la contratación de Jean Todt, un veterano del equipo de rallies de Peugeot. El pase estuvo a punto de no realizarse por uno de esos detalles que cuentan tanto para el avvocato: el primer día, Todt se presentó en Maranello al volante de un Mercedes. “Me molestó, pensé que no había captado el espíritu de la sociedad y nuestra atención a los detalles”, reconoce. Costó integrar a un francés en una casa que simbolizaba el orgullo automovilístico italiano.
Luego llegó un piloto alemán, Michael Schumacher.
En cuanto a los coches normales, si el adjetivo puede aplicarse en este caso, Montezemolo realizó una revolución tecnológica (se acabaron los cambios de marcha duros y los motores frágiles) y decidió que cada Ferrari sería un objeto exclusivo. “Recibimos unos quince mil pedidos al año, pero fabricamos sólo cinco mil automóviles. De esta forma no basta el dinero para comprar uno de nuestros coches: hay que encargarlo, esperarlo, quererlo mucho antes de tenerlo. La producción limitada nos permite, además, mantener un sistema de fabricación totalmente artesanal. Creo que Ferrari es la única empresa automovilística del mundo que lo hace todo en su propia fábrica. Partimos del metal en bruto, lo fundimos, hacemos las piezas… Nuestros coches no son producidos por robots, sino por seres humanos que prestan atención a cada detalle”.
Aunque las tapicerías son de Poltrona Frau, el cuero se corta y se cose en la fábrica de Maranello. “El cliente puede elegir incluso la tensión del cuero sobre los asientos. A mí me gusta con alguna imperfección porque denota autenticidad. La piel demasiado estirada y perfecta parece plástico”. Todos los Ferrari son exclusivos, pero ninguno lo es tanto como el que Montezemolo guarda en su garage. En 2000, con ocasión de su tercer matrimonio, el patriarca Gianni Agnelli le hizo un regalo extraordinario: un Ferrari 360 Modena descapotable, de color gris, carrozado especialmente por Pininfarina. No hay otro igual en el mundo.
Según Montezemolo, Italia carece de rivales cuando se trata de producir artículos artesanales de alta calidad. “Existe una tradición de muchos siglos”, afirma.
“Los curtidores de Florencia, las cristalerías de Murano o la misma mozzarella napolitana son ejemplos de una tradición que ya estaba consolidada en la Edad Media. La misma estructura económica del país, hecha de pequeñas empresas, conduce a la artesanía. Y luego está el individualismo de los italianos, que prefieren hacer las cosas a su gusto y por su cuenta. Todo esto forma ya parte de nuestro código genético: sabemos cuidar los detalles.
El gusto por la belleza forma parte del ADN italiano”. Los coches alemanes, dice, son otra cosa. “En Alemania saben hacer automóviles perfectos”, explica, “pero tienen la perfección que podría tener un frigorífico: les falta emoción. Cuando me concedieron un doctorado honoris causa en ingeniería aproveché la ocasión para centrar mi conferencia en las diferencias entre tecnologías frías y tecnologías cálidas. En el norte se producen artículos excelentes que resultan fríos. Conducir un Ferrari, en cambio, proporciona una emoción difícil de explicar. Estamos hablando de elementos inmateriales y, sin embargo, perceptibles. Cuando vendemos un Ferrari no vendemos un medio de transporte, ni siquiera un gran coche, sino un sueño”.
El Museo de Arte Moderno de Nueva York dedicó una exposición a los automóviles Ferrari titulada, precisamente, Ferrari, una obra de arte, y posee, entre sus piezas de colección, un bólido Ferrari de Fórmula 1 que compitió en 1990. Ningún otro constructor goza de tal honor en la institución neoyorquina.

Pasión a la italiana.
La personalidad pasional de los automóviles deportivos italianos (no sólo Ferrari, también Maserati y en otro tiempo Lamborghini o Alfa Romeo) se extiende a los barcos. El mayor fabricante mundial de yates de lujo es el grupo italiano Ferretti, y en el país existen decenas de fabricantes de menor tamaño. En este sector cuentan también los mitos. Como el de Riva, una empresa ahora integrada en Ferretti. Aunque Riva fabrica yates de gran tamaño, los aficionados a la náutica identifican la marca con sus lanchas rápidas, de cubierta típicamente recubierta de madera noble.
Duran décadas porque inspiran amor. Una lancha Riva vintage es un vehículo tan preciado como pueda serlo un Ferrari.
Esas cosas tienden a olvidarse cuando se habla de la teórica decadencia industrial de Italia.
“Este país es una península estrecha rodeada de mar, lo que nos ha proporcionado la tradición de navegar. Pero eso es obvio. El éxito en la construcción de embarcaciones procede de la combinación de tecnología, de diseño elegante y de calidad en los acabados”, señala Montezemolo.
La elegancia italiana suele identificarse con la simplicidad y con una actitud aparentemente relajada. El avvocato indica, en ese sentido, que prefiere vestir “un saco ya con algunos años y sin etiqueta famosa, pero bien hecho”.
El centro histórico de cualquier “ciudad de arte” italiana (Roma, Florencia, Venecia, Perugia, Padua y tantas otras) abunda en la línea de relativo desaliño: en un país como Francia, esos barrios maravillosos estarían perfectamente restaurados e iluminados; en Italia no hay otra luz que la de los farolitos, repartidos más o menos al azar, y abundan las fachadas decrépitas. Esa despreocupación está relacionada tal vez con una familiaridad congénita con las antigüedades. “Italia, que no es un país grande, posee la mitad de todas las riquezas arqueológicas mundiales”, recuerda Montezemolo. “Y en una ciudad como Siracusa existen un teatro griego y un teatro romano, muy cerca uno del otro.
Esa abundancia nos influye por fuerza”. Además de Poltrona Frau (y de otras empresas en sectores diversos, como Ballantyne, prestigiosa fábrica escocesa de prendas de cashmire), el avvocato posee marcas como Cassina o Cappellini.
Cassina fabrica muebles de diseño contemporáneo (tiene las colecciones de Le Corbusier, por ejemplo) y, como Frau, se defiende bien en los concursos internacionales: acaba de obtener el contrato para amueblar el que será el mayor museo islámico del mundo, en Doha (Qatar). En Japón, Cassina es una de las cinco marcas italianas más conocidas. Cappellini fabrica muebles y objetos innovadores y vanguardistas.
Luca Cordero di Montezemolo está convencido de que, gracias a la tradición, Italia cuenta con un gran futuro. “La gente quiere rodearse de objetos bien elegidos, quiere personalizar su entorno, y ésa es una tendencia que va a más”, afirma.
“Nosotros, los italianos, estamos en una posición óptima para cabalgar esa ola. Porque exportamos algo más que nuestros productos: exportamos un estilo de vida”.

(El País Internacional. Derechos Exclusivos)