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Padres a solas
Por distintos motivos, la vida los obligó a ocuparse...
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Luca Cordero Di Montezemolo
es puro estilo italiano...
POR SILVANA SILVEIRA FOTOGRAFÍAS: PABLO RIVARA

¡GRANDE PA!
Por distintos motivos, la vida los obligó a ocuparse de sus hijos sin una madre al lado.
Lejos de amedrentarse, hicieron todo cuanto estaba a su alcance para salir adelante y sortear el desafío con éxito. Cinco historias para mirar el día del padre con otros ojos.

Padre a toda hora.

Nelson Díaz es el papá de Patricia Valentina, una nena de 8 años que se copa con bandas de rock como Los Traidores y The Cure. También con Leonard Cohen. Tiene el cuarto todo pintado de rosado y lleno de muñecas. Díaz es periodista y poeta. Hace siete años se separó de su compañera, y hace cuatro obtuvo la tenencia total de la niña. Y, como padre soltero, debió replantearse un montón de cosas y cambiar su forma de vida. Cuando consiguió la tenencia estaba trabajando en un diario, de modo que tuvo que conciliar los complicados horarios de cierre con los de Patricia.
“El periodista generalmente duerme hasta tarde, porque se acuesta muy tarde en la noche. Yo tuve que hacer algunos cambios de horario: levantarme temprano, prepararle la
ropa para la escuela, hacerle el desayuno, llegar a casa temprano, hacer los deberes con ella, ir a las reuniones de padres…”. Nada fácil para un periodista con multiempleo.
“Capaz que es un lugar común, pero esto me llevó a ejercer un poco de padre y madre. Por suerte, siempre tuve la contención de parte de mi familia. Si no, hubiera sido prácticamente imposible”. Además de los horarios, hubo que acomodar otras cosas, porque para un padre solo no es lo mismo compartir la vida con un hijo varón, al que puede contentar fácilmente llevándolo al estadio, que adaptarse a los gustos de una niña. “Con Patricia lo que más compartimos es la lectura”, dice Nelson, y con el pecho lleno de orgullo agrega que la niña devora los libros de Susana Olaondo y
Magdalena Helguera. “Supongo que lo ha heredado de quien te habla”. También le gustan mucho el diseño y la danza, y él la lleva a clases de ballet todos los sábados al mediodía.
Hay tareas menos divertidas, claro, como sacar de la galera respuestas no siempre fáciles de dar. “He tenido que explicarle el porqué de la ausencia materna. A veces me pregunta: ‘¿por qué vas vos a las reuniones de padres y no mamá?’. Lo más sacrificado es saber que hay una persona que depende exclusivamente de vos. Por eso, más allá de posibles bajones, uno siempre tiene que estar en pie”. Díaz se siente padre full time: todos los días y a toda hora.
Tal vez por eso no le presta demasiada atención al Día del Padre.

A fuerza de afecto.

Carlos Arbeleche crió a sus hijos junto con su esposa durante seis años, hasta que las cosas “empezaron a teclear”. Desde el vamos se dedicó de lleno a cumplir con su papel de padre. “No sólo disfruté mi paternidad, sino que le dediqué mucho tiempo, porque así me nacía. Yo los bañaba, cambiaba los pañales, hacía las mamaderas, preparaba el purecito. Estamos hablando de hace cuarenta años. Los pañales eran de tela. ¡Eso sí que daba trabajo!
Me acuerdo de ponerlos a secar en los radiadores, o sobre las estufas”. Cuando nació Verónica, él todavía no se había recibido de arquitecto. Entregó la famosa carpeta inmediatamente que nació la nena. Luego llegó el varón. El matrimonio vivió un tiempo en Madrid, y luego se separó. Primero, su ex esposa se fue a vivir a México con los dos niños. “Para mí fue trágico. Así empezó mi vida de divorciado con hijos lejos, todo el día pendiente del correo, porque en esa época no había mail. En una de las venidas, la niña, que tenía doce años, fue impulsada a quedarse conmigo. Fue un shock para ella, para mí, para todo el mundo, pero lo acepté de
buen agrado y tuvo todo mi apoyo y mi cariño. El cambio fue total. Yo no tenía hermanas, y mi mamá ya había fallecido. La única ayuda femenina era la de mi suegra y de algunas amigas mayores. Hasta el día de hoy me acuerdo que me veían y me decían: ‘¿cómo te va, Kramer?’, en alusión al personaje que hacía Dustin Hoffman en aquella película. Era todo muy emotivo, muy enternecedor. Yo estaba encantado por un lado, y agobiado por otro.
Cuando mi hija estaba por cumplir quince años vino la madre a verla y quiso llevarla a México. Y ella, con gran pena de mi parte, aceptó.
Era un verdadero Kramer versus Kramer”, recuerda hoy el arquitecto, que tuvo una familia “diametralmente opuesta: clásica y bien constituida”. Dos años más tarde, la hija adolescente volvió a Uruguay a vivir con el padre. “Llegó con pestañas postizas, convertida en una señorita. De ahí en más siguió la vida conmigo. Ahora está casada con un chico fantástico y tengo una nieta que es la luz de mis ojos. De modo que hago lo mismo con mi nieta. Mi hija tiene mi apoyo incondicional en la crianza de la suya. Es como un ciclo que se repite. Y lo hago con todas las
energías”. Arbeleche dice que no tuvo que dejar nada de lado para encaminar su rol de padre. Por el contrario, fue abriendo caminos para que cada uno tuviera su lugar. “Hay
un vínculo muy lindo, nos llamamos de manera permanente. También tenemos encontronazos, porque los dos somos de carácter fuerte. Lo que más disfruté fue haber dedicado buena parte de mis energías a colmar esa falta de afecto que tenía ella. Creo que en eso logré una victoria”.
El afecto de los tíos también fue fundamental a la hora de salir adelante. Tanto él como sus hermanos crecieron con el estigma de ser los mejores estudiantes de la clase. Fue su hija quien dio vuela la página.
“Tuve que realizar una labor titánica para que estudiara, pero hoy le va muy bien en los negocios. Yo le hubiera reprochado mucho si se hubiera quedado echada todo el día, tipo Gran Hermano”. Para su cumpleaños, su yerno le regaló un par de chinelas de cuero que, con pena en el alma, Arbeleche confiesa haberlas olvidado en un hotel. Para el Día del Padre, dice, le podrían repetir el regalo.

Como amigos.

¿Los crié yo, o ellos me criaron a mí?, se pregunta con gran sentido del humor el ex ministro de Economía Alejandro Atchugarry.
Y contesta: “creo que ha sido mutuo. Hay una vieja tradición en la familia. Mi abuelo no sólo era padre, sino amigo de sus hijos. Mi padre no fue sólo mi padre, sino también mi mejor amigo. Siguiendo esa tradición, traté de ser igual.
Eso nos ayudó mucho a todos cuando la vida nos colocó en la situación de quedarnos solos”, cuenta Atchugarry. La muerte de su esposa coincidió con tiempos difíciles para el país y él no podía dedicarles a sus hijos todo el tiempo que merecían.
“Ellos me ayudaron a mí y yo a ellos, y hemos ido saliendo adelante a fuerza de mucho afecto y de compartir iniciativas, ideas, sueños. Todo lo que trae la vida, que es tan lindo, lo hemos tratado de compartir siempre”. Atchugarry es padre de tres hijos: Gastón (24), Tania (22) y Mariana (20).
Él no sabría definirse como padre, pero tiene claro los valores que quiere transmitir a sus hijos: la libertad, la tolerancia y el afecto. Además, sabe que, como decía su viejo, “ser padre es un asunto para toda la vida.
Mi abuelo esperaba a sus hijos con un café con leche. Mi padre me esperaba a mí para contarme lo que había pasado en el día. Yo espero a mis hijos para que me cuenten cómo les ha ido.
Ser padre es una manera de ser y una profesión de vida. La paternidad es algo que en nuestra tradición familiar se asume con mucho placer, como lo más importante que uno hace en la vida”.
Disfruta muchísimo de ese rol, que supone acompañarse en las buenas y en las malas, y siente que sus hijos son su razón última de ser. No escatima palabras a la hora de expresar la profunda satisfacción de poder compartir la vida con ellos ydice que, más que ejercer la autoridad, busca compartir
razonamientos. “Como los buenos amigos”, resume. ¿Y tienen que escuchar muchas lecciones de Economía en casa? El ex ministro confiesa que más que la Economía a él lo apasiona la Historia. Jura que no dicta cátedra, pero es de comentarlo todo. “A veces, cuando están estudiando, me preguntan qué pasó con determinado acontecimiento en 1960. Yo digo: ‘bueno, arranquemos en el siglo XV, que es el origen de esto’. Soy largo para dar explicaciones, porque creo que todos los hechos se concatenan”. El Día del Padre, su consigna es que no le regalen cosas materiales. Prefiere reunirlos a los tres. “No soy muy afecto a las cosas materiales, pero siento mucho el hecho de juntarlos, el afecto. Me pasa lo mismo cuando vienen sus amigos. Es muy agradable ver a las nuevas generaciones en marcha”.

Hombre de familia

Cuando murió su esposa, Juan Lorenzo Bonifazio sintió que la familia se terminaría con él. Que quedaba solo, con una hija de pocos meses. Hoy, su hija está felizmente casada y le ha dado nada menos que cuatro nietos. Eso es lo que más disfruta de su paternidad: la satisfacción de ver que detrás de él hay toda una familia. El papá de Carmen reconoce, con cierta vergüenza, que nunca le cambió un pañal a su hija. A pesar de la ausencia materna, afortunadamente ambos estuvieron siempre muy rodeados y jamás faltó quien les dieran una mano. “Nunca estuve solo, tuve mucha ayuda. Cuando murió mi esposa estaban toda su familia y la mía, más una empleada que ayudó mucho y por supuesto, los amigos”.
El ajetreo laboral nunca le impidió ingeniárselas para almorzar con su hija y llegar a casa lo más temprano posible al cabo de la jornada. Para tener horarios más ordenados optó, dentro de su profesión de médico, por la endocrinología, una especialidad sin los sobresaltos de un cirujano. Y cada noche, después que la nena se dormía, él se sentaba un rato a tocar el piano en el living. Cada etapa tuvo sus bemoles, recuerda hoy. Por ejemplo, no fue fácil descubrir que la nena dejaba de ser una nena y empezaba a llevar los noviecitos a casa.

“Esa época me movilizó emocionalmente, porque es una etapa que siempre empieza antes de lo pensado. Sinceramente, la primera vez que trajo un muchacho y me dijo que se habían arreglado, yo me conmocioné.
No estaba preparado. Pero bueno, así son las cosas”.
Según Bonifazio, Carmen heredó de él “cierta sobriedad”, además del gusto por la música, lo que también tuvo sus consecuencias. Estudió piano y clavecín en el Conservatorio Nacional. Al tiempo, un concertista español le ofreció ir a perfeccionarse a Europa, y ella acabó diplomándose en el Conservatorio de Zaragoza. Luego consiguió una beca para estudiar órgano de iglesia en Venecia, y se especializó en los cuidados que precisan los instrumentos musicales de museos de los siglos XV, XVI y XVII. “Allá se casó y tuvo tres nenas y un varón.
Es una persona muy cariñosa, muy dulce, pero al mismo tiempo con una gran capacidad de poner en marcha su voluntad”, dice el padre, que se siente orgulloso de “haber tenido cuidado de conciliar la bondad, la dulzura, ese matiz un poco más de madre, con el rigor para poner orden y velar por su educación.
Ahora lo que más me llena de orgullo es verla tan comprometida con su papel de esposa y madre, que ha sacrificado, no sé si en forma definitiva o en forma transitoria, su actividad musical. Pero ella se dedica a la familia con muchísimas ganas”.
¿Qué le gustaría que le regalara para el Día del Padre?
No duda en responder: “que quedara embarazada otra vez”.

Padre conversador.

“A pesar de la desgracia de ser viudo, tener dos hijas es una de las compensaciones de mi vida. Por supuesto, fue difícil salir adelante y es muy difícil sustituir una madre. Diría que imposible. Creo que no hubiera podido hacerlo solo. Tuve hermanos y hermanas que me ayudaron mucho”, dice desde el arranque el senador nacionalista Luis Alberto Heber.
Tiene dos hijas mujeres, lo que le ha enseñado que la vieja creencia de que las niñas suelen tener preferencia por el padre, y los varones por la madre, también está compensada por la dificultad de abordar ciertos temas con hijos del sexo opuesto. “En esos casos la ayuda que he tenido se volvió invalorable. Yo quedé viudo cuando mis hijas tenían siete y cinco años, eran muy chiquitas. Hoy estoy orgulloso de ellas, porque me han dado muchas satisfacciones en lo afectivo. Y en los estudios, que es una de las cosas que a uno más le preocupan. No hay bien que uno les
pueda dejar a sus hijos que no sea la preparación para la vida”, entiende Heber.
Cuando bautizó a la mayor con el nombre de Victoria Blanca, temió que algún día ella se lo recriminara, aun a sabiendas de que las posibilidades de que la joven saliera de otro partido político eran pocas. El senador jura que hoy está muy orgullosa de su nombre y que le hace mucha gracia que él la presente en los actos políticos con su nombre completo. La más chica se llama Emilia, como quiso la madre. “La actividad política es muy absorbente, pero hice un esfuerzo para tener un tiempo en mi casa, y que ese tiempo fuera de buena calidad. Me importaba que el rato que pasara con ellas fuera un rato tratando de hablar. Eso ha llevado a que tenga un excelente diálogo con mis hijas. Incluso en la edad adolescente, cuando se manifiestan distancias que luego ellas mismas se dan cuenta que no existen. Por supuesto que uno nota cambios y conflictos, pero la calidad
del diálogo y la conversación es lo que me ha acercado mucho a ellas. A pesar de las ausencias, han sabido comprender la actividad que uno tiene. Son chicas que están comprometidas con lo social, no son chicas frívolas”.
Padre e hijas comparten la cena cada noche. Claro que, considerando la edad que tienen, los fines de semana se las ve poco y nada por la casa. En vacaciones, cuando los tiempos son menos tiranos, acostumbran a dar largas caminatas por la playa, en José Ignacio. “Aprovecho esas caminatas para hablar de temas personales.
Como a mí me quedaron grabadas las charlas en el campo con mi padre, pienso que a ellas les quedarán para siempre nuestras conversaciones en la playa.
Pero me tienen prohibido mencionar los temas sobre los que hablamos”. ¿Y el Día del Padre? “Nos parece un día comercial”.