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Navidad de Locos
Es casi inevitable: cada fin de año se termina a las corridas, con despedidas pantagruélicas, gastos desmedidos y nervios de punta. Se juntan los que no se pueden ni ver y se extraña a los que
no están. ¿Cuánto de paz y cuánto de estrés comportan las fiestas?

Por Macarena Langleib. Fotografias: LatinstocK.

Mantenga su rutina normal y sepa que estos días también van a pasar”, aconseja la American Psychological Association para sobrellevar estas épocas que se suponen tan festivas. Si uno nunca lo hubiera vivido, parecería una contradicción. Convengamos que estas fechas no siempre son un jolgorio o un tiempo de reflexión. La contracara de los anuncios publicitarios y del marketing navideño es una mesa disfuncional, demasiado parecida a la de los Simpson, en la que, en el mejor de los casos, todos ponen su mejor sonrisa y esperan el momento de huir. Los chirimbolos del arbolito suelen quebrarse, los fuegos de artificio no duran tanto como en las películas, los vecinos no suelen compartir el gusto musical que reina en casa –y viceversa– y hasta las mejores intenciones terminan con regalos inútiles y caras de mufa. Como si las invitaciones de gente que apenas se conoce entre sí no se colaran en la agenda. Como si niños, ancianos, bebedores y abstemios no exhibieran un cansancio fatal en esta época. Aunque la reunión y la confraternización son los valores promovidos hasta el hartazgo, no es extraño que dominen el agobio, la tristeza y la soledad. Con su habitual crudeza, el dramaturgo inglés Steven Berkoff sintetizó esa desazón en La Navidad de Harry. El personaje del título contaba tarjetas de felicitación como trofeos de afecto, aunque el saludo impreso no viniera más que de la compañía del gas. No son pocos los que prefieren que las fiestas pasen tan rápido como llegaron. La uruguaya Ximena Clavelli, que cumplirá 27 años el próximo 31 de diciembre, sabe que la fecha es imposible de olvidar para los demás y confiesa que recibe muchos saludos telefónicos, pero asume que el último día del año no podría ser menos adecuado para convocar invitados.
“No hay quórum. Está todo el mundo para otra cosa. Lo intenté millones de veces: días antes, días después, juntarnos pasada la medianoche. Pero es bastante molesto, ni siquiera hay transporte”. Independientemente de la coincidencia de fechas, a ella las fiestas de fin de año suelen resultarle forzadas.
“Me molesta la sensación de estrés que hay. La gente se olvida que todos los años pasa lo mismo. Hay una vorágine por consumir y se cree que tiene que haber mucha comida en tu casa. Se hace mucha pantomima”, arguye esta

 

joven, recordada por sus compañeritos de escuela por ser quien les contó a todos la verdadera identidad de los Reyes Magos.
Quizás por esa actitud contracorriente que la caracteriza, una de las Nochebuenas que mejor recuerda tuvo lugar en una casa perdida en las sierras, muy lejos de las bengalas y de los frustrados intentos por soplar velitas en patota.

Próspera zafra
La parsimonia nacional para armar el arbolito, que sólo de milagro está en pie el 8 de diciembre en algunos hogares, se contrapone a la desesperación por cumplir con todos, desde la primera hasta la última despedida, desde el amigo invisible de la oficina hasta el asado con los del gimnasio. Bucear en los orígenes de tanta celebración nos remonta al solsticio de invierno y a cultos paganos como Las Saturnales romanas, a las cuales sucede más tarde la fijación de la natividad de Cristo.
Sin embargo, tal como los conocemos, algunos códigos de la fiesta se modulan recién entrado el siglo XIX. “Aparecen en el momento en que la vida privada y el niño asumen la máxima importancia, y a partir de ese momento la Navidad deja de ser una fiesta colectiva para convertirse en una celebración centrada en la familia”, afirma la socióloga francesa Martyne Perrot.
“Es desde el comienzo una fiesta comercial: el intercambio de regalos constituye uno de sus aspectos principales y el presupuesto consagrado a éstos no deja de crecer”, explica la autora en su libro Etnología de la Navidad. Una fiesta paradójica. Los trineos y los renos dan la impresión de llegar cada vez más temprano a todas partes. Incluyendo el remoto Montevideo. RosarioTerra, gerenta de marketing de Punta Carretas Shopping, viaja cada noviembre a Brasil a elegir la decoración que regirá en el centro de compras las navidades del año siguiente.
En el vecino país hay empresas que se dedican específicamente a la ambientación de centros comerciales, de manera que, en base a lo visto, para eneroTerra ya tiene definido cómo será el concepto de ese fin de año.
“Desde que abrió el shopping estrenamos la Navidad los primeros días de noviembre, y eso sin duda genera un clima diferente.

 

Permite que las fiestas duren un poquito más, porque en diciembre corre mucha adrenalina.
La gente ya está pensando en las vacaciones. Noviembre te permite contemplarlo con otra distancia y con más pausa”, asegura Terra. Anticiparse a las compras navideñas también parece una opción contagiada de otras partes del mundo. En Punta Carretas, noviembre es uno de los meses fuertes en materia de ventas: aumentan promedialmente un 30 por ciento con respecto al mes anterior. En esa vorágine de compras se sumerge cada año Antonia Martínez, una entusiasta de las fiestas y los regalos. Si no estuviera al frente de dos salones de belleza, entre ellos la concurrida peluquería Trends, bien podría destronar a Papá Noel. En su mesa de Nochebuena junta a unas 16 personas, y para cada una escoge un objeto especial, que puede ser un jarrón de cristal o hasta un billete de lotería. “Tengo amigos que me han dicho que se acostarían a la medianoche y se levantarían al otro día, pero hace cuarenta años que pasan la Nochebuena con nosotros”, dice esta anfitriona de raza, mujer religiosa de una familia de seis hermanos. Agasajar es su mejor disfrute, por eso empieza temprano. Aunque parezca mentira, le ha sucedido verse a mediados de año cargando la tarjeta de crédito con vistas a la Navidad.
Tiene la previsión –para que su marido no pueda tener nunca la cifra exacta del derroche– de dividir sus gastos entre efectivo y crédito y de no caer en la tentación de superar las tres cuotas, para no estar pagando eternamente. Como queda claro, se le va todo un presupuesto, y lo admite: “tanto yo como mi hija nos pasamos un poco con la tarjeta.
Si no fuera porque mi marido es muy cuidadoso, estaba fundida. Se nos va un poco la mano, pero es una vez al año. Me gusta que los regalos no sean un compromiso sino que los disfruten.
Tengo una gran amiga que dice que le regalo como si fuera su casamiento. Los hombres son los difíciles; con las mujeres no, siempre acierto”, cuenta orgullosa.
“Incluso he llegado a comprar el 24 al mediodía, porque me encanta el bullicio.
A veces lo dejo señado antes pero me gusta ir a buscarlo a último momento, por el ambiente.
Soy géminis: me entusiasmo muchísimo”

Pausa y acelere
Aunque con empeño la tregua en señal de respeto hacia las costumbres religiosas suele cumplirse hasta en el campo de batalla, la concordia no sobreviene fácilmente en el ámbito doméstico. Quien más, quien menos, todo el mundo tiene un familiar o un amigo con el que debería fumar la pipa de la paz. El protocolo indica aprovechar el espíritu navideño para dar el primer paso e intentar congraciarse. Pero la anuencia de las partes es requisito fundamental. La asociación estadounidense de sicología también da sugerencias al respecto y corta por lo sano: si alguien nos cae mal, o viceversa, mejor evitarlo. En Uruguay, la sicóloga gestáltica Fanny Berger apunta que “es posible reunir una familia peleada, pero es muy molesto; no porque sean las fiestas tenés que pasarla mal; puede ser una oportunidad de recomponer la relación, pero no tiene que ser un momento de sufrimiento”. Esta terapeuta de niños y adultos nos recuerda que las fiestas ponen la lupa sobre lo que ya hay: la depresión, el estrés, el dolor, la rabia. “Reactiva lo que teníamos en el cajoncito para no verlo. Las fiestas focalizan, porque tienen una simbología especial: es el encuentro con los seres queridas. A veces hay ausencias, porque la persona se fue del país, o se murió, o hay gente que se siente sola todo el año pero se tortura en las fiestas. Lo que veo mucho en adultos jóvenes es que les sucede lo mismo que el fin de semana. Durante la semana llenan el vacío trabajando, estudiando, pero el fin de semana y durante las fiestas se conectan con sus miedos, con su desilusión, con su rabia.” En cuanto a los más chicos del hogar, cuidar que no se sientan rehenes de una separación es fundamental. “Los adultos tienen que evitar los cheques diferidos del divorcio y programar para pasar el 24 con una familia y el 31 con otra. Los niños no tienen que decidir esas cosas. Son días delicados; también hay niños que sufren porque los padres se olvidan de llamarlos. Los padres tienen que ayudar a resolver el conflicto con una división del tiempo, no del amor.” Al mismo tiempo, Berger indica que cuando “hay familiares que se quieren sacar los ojos con los regalos, con la comida, con quién va mejor vestido, eso habla de la relación que hay entre los miembros. Nuevamente el problema no son las fiestas, sino qué ofrezco yo”. Fuera de casa, la ciudad también está que arde.Y no sólo por las bombas brasileñas. Gustavo López, dirigente del Sindicato Único de los Trabajadores del Taxi, dice que “evidentemente hay muchísima más gente en la calle, el ambiente es festivo y hay una predisposición y un entusiasmo distinto. Se recibe mucha más propina y se establece casi de forma natural mayor diálogo con el cliente. A veces, habida cuenta de los paquetes y por la propia fecha, se generan conversaciones que en otras circunstancias no se darían”. Ése es el costado amable del calor navideño: la propensión al relacionamiento generoso. Pero “contradictoriamente”, agrega el gremialista, “al mismo tiempo la gente está mucho más histérica.
Quiere que la atiendan ya, que esté pronto aquel regalo que fue a buscar, está más ansiosa.
 

Salir de un shopping un 24 al mediodía es un caos”. En Montevideo se calcula que en un día tipo circulan unos 2 mil 800 taxis, pero a fines de diciembre trabaja la totalidad de la flota (más de 3 mil) aunque en la madrugada se resiente el servicio. El perfil familiar de buena parte de quienes deciden trabajar durante los feriados suma otro ingrediente al cocktail. “El tipo que vive solo en una pensión, antes de quedarse encerrado, seguro que sale a la calle. Además, esa noche hace un platal”, consigna López. La demanda llega a triplicarse. Quienes siguen en las calles, en alta proporción fungen de ambulancias o soportan los desbordes del borracho que les termina ensuciando el auto. “El 31 es un día más riesgoso por el tema del alcohol, incluso desde la mañana temprano. En la Noche de la Nostalgia, por ejemplo, tenés un movimiento concentrado desde las diez de la noche hasta las seis de la mañana, pero los 24 o los 31 de mañana ya no es un día normal: la gente va al supermercado y te dice: ‘espéreme que sigo porque después no encuentro otro taxi’. Hay un estrés generalizado, un shock de consumo, y un tema de idiosincrasia, porque no se puede creer que alguien esté buscando el regalo de Papá Noel para su hijo un 24 a las siete de la tarde. Es una falta de previsión total”, se indigna López. Más organizados son en la colonia de vacaciones que se abre cada primero de diciembre en la Asociación Cristiana de Jóvenes. “Para los niños el verano está para distraerse. Muy distinto a lo que nos pasa acá a los adultos, cuando prácticamente vemos que se nos duplica nuestro plantel social. Es una época de festejo porque estamos en una institución cristiana, donde celebramos la Navidad, pero de mucho movimiento, trabajo y estrés”, explica Damián Enciso, técnico en recreación y estudiante de sicología. Hace cuatro años que organiza el programa, que ya tiene ocho de instaurado.
“Los niños pasan de sus actividades de todo el año a venir acá, que es una felicidad para ellos. Hacen piscina, gimnasia, talleres de música, artes plásticas, circo, cocina, meriendas compartidas. Es un tiempo que antes no tenían ocupado y ahora usan para divertirse y no estar en casa. Es una solución y un proceso súper lindo”.
Claro que para padres y funcionarios la faena no es tan idílica. Los primeros fuerzan la coordinación entre los horarios de su trabajo y los del club, obligando muchas veces a los segundos a hacer malabares con el cronograma.
En todo caso, se las ingenian para mantener el espíritu festivo, decorar los salones, organizar un amigo invisible con regalos que deben ser elaborados por los propios niños y hasta montar un pesebre viviente.
La participación es optativa, porque los estatutos marcan que se acepten todas las religiones.

Espíritu laico
El sacerdote jesuita Julio Fernández Techera, director académico del Seminario, aporta una visión de orden sociológico sobre las fiestas:

  “viví seis años en España y era completamente diferente. Allá es un corte, pero en el medio del año laboral, cuando uno no está agotado.Y es invierno, lo cual invita mucho más a la intimidad, a encontrarse, a decorar la casa. Me gustaban más las navidades en España que acá, aunque no estaba con mi gente.
Se le da mucha importancia a la Navidad. Salen a las onceymedia de la noche, aunque haga un frío de morirse, para ir a misa de Gallo. Todas las ciudades están adornadas, hay mercados. Acá es más veraniego, más de vacaciones. Ésta es una sociedad donde cala menos el sentido navideño y creo que influye mucho el cansancio enorme con el que llegamos: uno está con balances, pruebas, al borde de la licencia. A los religiosos nos pasa igual. Terminás deseando que sea enero. La gente celebra, se junta, pero indudablemente, cuando se va perdiendo el sentimiento religioso, y esta sociedad lo ha perdido, cada vez las fiestas tienen menos sentido”. Sus dichos no aluden tanto a una falta de fe sino a una religiosidad que ha cedido terreno en el ámbito público desde los tiempos de José Pedro Varela. Como colofón de la separación de Iglesia y Estado que el batllismo procesó durante los primeros años del siglo XX, una ley con fecha del 23 de octubre de 1919 secularizó los feriados religiosos. El 6 de enero, Epifanía o Día de Reyes, se convirtió en el calendario oficial en el Día de los Niños; la Semana Santa pasó a nombrarse como Semana de Turismo; el 8 de diciembre, día de la Virgen, fue denominado Día de las Playas y el 25 de diciembre, la Navidad, pasó a ser en términos laicos el Día de la Familia. Paralelamente, aunque los fieles siguen llamándola misa de Gallo, lo que en realidad se celebra en Uruguay desde el Concilio Ecuménico Vaticano II es la misa de Nochebuena. De realizarse a la medianoche –de allí el nombre original– pasó a celebrarse a la hora 20 o 21 en las parroquias, salvo en la Catedral, donde comienza a las 23. Cuestiones de diversa índole, entre ellas la seguridad, adelantaron el horario del oficio. El presbítero Ernesto Diano, de la Catedral de Montevideo, todavía se emociona recordando la cena para un centenar de personas que el año pasado se congregó en el atrio luego de la misa de Nochebuena. La iniciativa del obispo fue para amparar a quienes pasan solos o no tienen medios para festejar. En 2007 la cena se realizó con donaciones del Círculo Católico, entre otras instituciones, y planean repetirla este año. Comensales de diversa índole, de las pensiones linderas, o trabajadores coreanos, vietnamitas y peruanos, dada la proximidad del puerto, acudieron a la velada en Ciudad Vieja. Diano concede que “son días muy especiales: está la sensibilidad a flor de piel, se extraña a los que fallecieron… muchos festejan y otros la pasan mal, porque se ven las ausencias o las familias separadas. Salen a la luz los conflictos de cada uno. Es una época de contraste: por un lado las vidrieras, la comida; y por otro el interior de cada uno, a veces con una negrura horrible”.
Trago amargo
¿Por qué parece inevitable la sensación de que se acaba el mundo?
Quizás parte del asunto radique en la etimología de la palabra Navidad. Retomando a Perrot y su visión etnológica: “implica dos conceptos diferentes del tiempo, aquel del ‘eterno retorno’ celebrado notablemente por las fiestas estacionales que se desarrollaban durante el solsticio de invierno, es decir, una concepción mítica; y aquella histórica, esto es, irreversible, del mundo judeo-cristiano, que marca el comienzo de nuestra era”.
De buenos propósitos está empedrado el camino del infierno, pero igual juramos y perjuramos copa tras copa. No más de esto y aquello, mucha voluntad y una sensación de que podemos hacer borrón y cuenta nueva, todo mientras José Feliciano nos canta por enésima vez en la vida el mismo tema desde la pantalla de TV.
Para muchos no basta con planteárselo; no tienen motivación. Para ellos, servicios como Último Recurso pueden significar la salvación. La doctora Silvia Peláez, directora de dicha ONG, lleva adelante desde 2004 el Primer plan de prevención de suicidios del Uruguay en la zona oeste de Montevideo, área urbana con más intentos entre 2000 y 2002. Uno de los cometidos consiste en trabajar con la comunidad para resignificar la Navidad –sin que se anule el concepto original– pero combatiendo la depresión que suele acrecentarse al realizar el balance anual.
“Es como si terminara un ciclo y hay desesperación por lo no realizado.
A veces hay una tendencia a ver lo no logrado. También sucede que en nuestra cultura hay una sobrevaloración de los vínculos
 

de pareja y consanguíneos, y la persona, que puede ser muy rica en otros vínculos, si pasa por una crisis puede entender que no tienen sentido las fiestas. Por ejemplo, piensa que si no se puede tener una mesa lujosa o comprar cosas costosas no es una Navidad digna”. Se trabaja en la clínica, y a través de equipos y talleres intentan desmitificar supuestas certezas, apoyados por vecinos, concejales y, claro está, profesionales. “En el Cerro han encontrado que hay lugar en la mesa del vecino. Basta con decir ‘estoy solo’ y no se exige que aporten nada material, a pesar de no ser gente especialmente pudiente. Se puede partir el pan y que eso sea valioso”. Además, una mesa de Navidad en los días previos está especialmente concebida por Último Recurso para gente en situación de calle o con potencial suicida agravado por las fiestas. “Nos hemos asegurado que haya un clima de confraternidad y de que no estén solos. Es apelar a las riquezas de todos”, aclara la profesional, y cuenta que las líneas de ayuda telefónica 0800vive y 094 440877 cuadriplican las consultas durante estas fechas. “Con el primer jingle bells de la publicidad y hasta el seis de enero se desatan las cadenas de pensamiento relacionadas a todo esto”, subraya Peláez. Su colega Fanny Berger desaconseja cancelar los festejos.
“A pesar de que la situación sea objetivamente triste, pasar bien las fiestas depende del enfoque personal. Hay que hacer de cuenta que el que no está, está. Si lo que tengo es poco, no debo inhibirme, disfruto. Tengo que llenarme de pensamientos positivos”. Shirley Píriz afirma sentirse estupendamente.

  No obstante, lo único que hace es tomarse un café con leche y acostarse temprano. Tanto el 24 como el 31, simplemente porque no le gusta que le digan cuándo ni cómo tiene que festejar. Siempre fue así, desde la adolescencia. Maestra jubilada y actual diseñadora de ropa y accesorios bajo la grifa Hilitos de Oro, solía generar comentarios entre sus colegas por esa postura antisistema que incluye no aceptar regalos del Día de la Madre. Hace años, muy coherente con sus principios, solía irse al campo con la familia cuando las guías de luces empezaban a titilar. “Me molesta esta movilización orquestada desde el punto de vista del consumismo. Lo veo como algo vacío”. Nené, como la conocen, no es creyente, no regala ni recibe regalos, pero no lo ve como algo negativo. “Me parece que si querés festejar no necesitás que te arreen”. Sus hijos a veces le recriminan con humor que se mantenga tan al margen, pero ella asegura que lo tiene “muy consolidado” y que nunca se siente sola. No critica a los demás pero tampoco participa para nada. El pan dulce le encanta, pero es un placer gastronómico que cultiva, en lo posible, todo el año. Si bien su cumpleaños cae el 30 de diciembre, a ella la tiene sin cuidado el contexto navideño. “No me siento mal, doy vuelta la hoja del almanaque y nada más. He hecho festicholas en casa con mis amigos para juntarnos pero sin el ritual del arbolito, como si hubiera sido en marzo. Para mí las fiestas de fin de año no son un motivo de reunión”, sentencia con independencia de criterio. Ella será la excepción a la regla, o la demostración de que, a fin de cuentas, el espíritu navideño no consigue contagiar a todos.
Puerta de emergencia
Carina Boschiero es licenciada en enfermería y trabaja hace 14 años en el Hospital Policial, donde actualmente es jefa del Departamento de Emergencia. Durante las fiestas, se asiste allí a una gama muy alta de pacientes. El rango incluye cólicos hepáticos por ingesta desmedida, comas alcohólicos y accidentes de tránsito. Cada politraumatizado cuesta en promedio al sistema de salud unos 18 mil dólares, desde que queda internado hasta que pasa por rehabilitación. Boschiero advierte que “el lado oscuro de las fiestas no es sólo el fallecimiento de un ser querido; lo es también tenerlo en un CTI sin saber cómo va a quedar o si se salva. Nos genera rabia, desesperación y profunda tristeza, dado que la mayoría de ellos va de 0 a 38 años de edad”. Según datos de la Dirección Nacional de Policía Caminera, durante las fiestas de 2007 hubo 25 accidentes de tránsito, 19 de ellos de gravedad. Otra vertiente de heridos son los de arma blanca y los de bala. Contra lo que pueda especularse, "hoy por hoy cualquiera tiene un arma de fuego en este país", apunta la nurse. A nivel de trifulcas en los bares o en Ciudad Vieja, el arma blanca es lo más usual. También en las reyertas familiares o de vecinos, otro clásico de las fiestas contra lo cual no hay campaña que baje la estadística.
“Vos estás en una reunión y lo que tenés a mano es una cuchilla”, concluye Boschiero. La otra causa frecuente y evitable de heridas y quemaduras son la pirotecnia y las balas perdidas. Y por causa de la desidia de sus padres, los niños menores de seis años son los más afectados, sostiene la nurse.
 
     
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