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  Noviembre 2006 | Nº168  
  Cocina a la moda  
 
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Dónde Están Los Hombres
Cada fin de semana, armadas con delineador, rouge y tapaojeras, miles de mujeres solas salen a la caza y a la pesca de varones disponibles. ¿Con qué se encuentran? Con otro batallón de mujeres que está en la misma que ellas.
París, Clásica y Moderna
La Ciudad Luz no quiere apagarse, y está dispuesta a renovar sus encantos para no pasar de moda. Entre los esplendores de ayer se esconden varias delicias de hoy. ¿Qué está pasando a la sombra de la Tour Eiffel?
Todo Sobre El Sol
Adorado por los pueblos antiguos y demonizado por la ciencia moderna. Protector de los huesos y destructor de las células. Energizante y enceguecedor. Como todo rey que se precie, Febo tiene sus defensores y sus detractores.
Colonia Chic
No sólo del Este vive el turismo uruguayo. En Colonia, la mano de los argentinos y un creciente flujo de viajeros internacionales está sembrando glamour a orillas del Río de la Plata y poniendo celosa a la Península.
La Madurez Del Provocador
Benetton cumplió 40 años y
los celebró a todo trapo en la capital mundial de la moda.
Una retrospectiva en el Centro Pompidou, seguida por el único desfile en la historia de la empresa y por una cena en
las alturas del museo.
 
 


PARIS A LA VISTA


Clásica y Moderna

La Ciudad Luz no quiere apagarse, y estÁ dispuesta a renovar sus encantos para no pasar de moda. Entre los esplendores de ayer se esconden varias delicias de hoy. ¿Qué está pasando a la sombra de la Tour Eiffel?








Por Marcello Figueredo


Otoño en París. En algunos rincones de la ciudad, el aire ya huele a castañas tostadas. ¿Pero a qué huele la realidad? Veamos. Dominque de Villepin, el primer ministro francés, viene de dar jaque mate a una tradición muy arraigada por aquí: a partir de febrero de 2007, prohibido fumar en los lugares públicos. Como la resistencia no se hará humo fácilmente, los bastiones más afectados por la nueva medida (bares, restaurants, discotecas), tendrán un año extra de plazo para adaptarse a la norma. Jean Marie Le Pen, el cuco de cada elección, vuelve a los titulares de la prensa. Nunca antes, a seis meses de los comicios, la ultraderecha había alcanzado un 15 por ciento en la intención de voto. Y según una encuesta divulgada por Le Figaro, si las elecciones fueran hoy, el ministro del Interior, Nicolás Sarkozy, se impondría sobre su rival socialista, Ségolene Royal. Por cierto, Le Parisien dice exactamente lo contrario.
Claro que hay otras noticias, porque en París la gente no pierde la sana costumbre de discutir, con idéntica seriedad, asuntos tan disímiles como el ascenso de la derecha xenófoba en Europa, el último estreno en la Comedie Française o la calidad de las tarteletas de la boulangerie de la esquina. La Nuit Blanche, que cada año ilumina monumentos y abre las puertas de galerías y museos durante toda la noche, acaba de convocar a un millón y medio de personas en las calles. Y la Semana de la Moda ha estado tan, pero tan agitada, que Yves Saint Laurent se desmayó frente a la maison Valentino.
A pesar de este traspié coyuntural, al veterano diseñador hay que reconocerle un mérito que trasciende su oficio: cuando la mayoría de sus colegas creía que el mundo se acababa en la avenue Montaigne o en la rue Saint Honoré, él fue el primero en reconocer los encantos de la rive gauche y cruzar el Sena con sus petates para colonizar la otra orilla con una boutique.
Hoy, Saint Germain des Prés sigue siendo uno de los lugares con más charme de toda la ciudad, y no alcanzaría una vida para enumerar los encantos de los distritos 5, 6 y 7, todos ellos en la ribera izquierda de París. El viajero uruguayo que quiera desembarcar en el lugar apropiado deberá instalarse allí, donde tendrá tan a mano el empaque burgués de las calles silenciosas del septième como el enjambre de restaurants baratos del Barrio Latino; los anticuarios y galerías de arte que siguen floreciendo como hongos en los barrios de Buci y La Monnaie así como las librerías y los cafés poblados de estudiantes en torno a La Sorbonne. Y aunque nunca dejemos de lamentar que los viejos reductos existencialistas de Saint Germain estén hoy invadidos por consumistas de los cinco continentes que seguramente ignoren quiénes ocuparon antes esas mesas, en cierta medida el corazón del París más soñado sigue latiendo allí.
Hay otras certezas, claro. Los bronces siguen relucientes aquí y allá, el buen gusto para podar árboles y arreglar canteros permanece inmune a la burocracia municipal, la Tour Eiffel continúa en pie y, hasta 30 minutos después de la medianoche, el metro sigue siendo el medio de transporte más eficiente (y maloliente) para recorrer la ciudad de una punta a la otra. Además, siempre habrá un viejito que, desgranando melodías de Edith Piaf o Charles Trenet con su acordeón a piano, nos recuerde que no estamos en el infierno sino tan solo en el subsuelo del paraíso. En cualquier caso, el metro parisino es una Babel subterránea imprescindible para comprender el ritmo y el humor de la ciudad.


Junto al viejo canal Saint Martin, el Bar del Hotel du Nord es un refugio romántico ideal para
saborear el clima del París de hoy.

Buen Gusto a Derecha

Naturalmente, también en la rive droite suceden muchas cosas. Dentro del circuito más tradicional, Le Marais consolida su perfil de barrio a la moda, con un paisaje humano lo suficientemente ecléctico como para convertirlo, al mismo tiempo, en un distrito de judíos ortodoxos, fashion victims, viejos artesanos y jóvenes gay. En un mismo tramo de la rue des Rosiers Custo Barcelona se codea con el célebre Deli de los Goldemberg, y apenas unos metros más allá, un restaurant que sirve falafel e imparte cursos de hebreo oral en diez sesiones comparte vereda con una casa que vende vaqueros Armani y un boliche como Amnesia, donde los caballeros acuden en busca de otros caballeros. La rue Francs Burgeois, que conduce a la Place des Vosges, está sembrada de boutiques que venden vestidos de precios astronómicos, pero la oferta fashion del barrio se extiende a otras calles, como Poitou y Charlot (algo más al norte), y Roi de Sicile, Vielle du Temple y la propia des Rosiers, entre otras.
Hay un encanto adicional que justifica repetidas visitas a Le Marais. Por la noche, con una generosa oferta gastronómica y de entretenimiento, los viejos edificios y las calles angostas se convierten en un apacible oasis de silencio para escapar del ajetreo de la ciudad y envidiar la calidad de vida de los afortunados que pueden vivir allí y dejar su bicicleta estacionada en la vereda sin temor alguno. Durante el día, los turistas que se acercan al barrio son aquellos que tienen la delicadeza de viajar a París por algo más de 48 horas, y por consiguiente disponen de tiempo para visitar no sólo a la Mona Lisa y a las señoritas del Lido sino también para echar un vistazo a un museo como el Carnavalet (23 rue de Sévigné, cierra los lunes y los feriados) de visita obligada para comprender la historia de la ciudad.
En tren de museos, una de las últimas perlas del largo collar de la Ville Lumière es la reapertura del Museo de Artes Decorativas (107 rue de Rivoli, cierra los lunes), vedette del otoño parisino y con largas colas en su puerta. Conviene no desalentarse, porque los ocho pisos de requiebros decorativos justifican con creces la espera. Quienes quieran verlo todo deberán ir dotados de tiempo y paciencia, porque el viaje arranca en la Edad Media y llega al siglo XX, lo que supone un desfile de tapices, tallas, cuadros y muebles que puede resultar agotador. Una alternativa más inteligente podría consistir en elegir un único período de la historia y dedicarle atentamente un par de horas. Si por ejemplo se tratara del Art Déco, el visitante podrá asombrarse ante un ordenado e ilustrativo despliegue que evoca el París del jazz y las mujeres fumadoras de los gloriosos años ’20. Y además de deleitarse frente a puertas, alfombras, gabinetes, comedores, sillones, lámparas, cómodas, relojes, biombos y otras maravillas de la época, podrá husmear a través de las ventanas del apartamento privado de Jeanne Lanvin, reconstruido en una de las salas del museo.

Movida en Ascenso

Fuera del circuito clásico, aunque siempre en la orilla derecha, los encantos de París parecen renovarse rumbo al noroeste de la ciudad. Tras el éxito internacional de la película de Jean Pierre Jeunet, todo el mundo insiste en llamar como el París de Amélie a la frontera entre los distritos 9 y 18, con la estación de metro Abbesses como epicentro y la rue des Martyrs como columna vertebral de la nueva movida juvenil. Para visitarla conviene apearse del metro en Notre Dame de Lorette. A la salida de la estación, la deliciosa arquitectura de esa iglesia de barrio abre paso a la promocionada rue des Martyrs, cuyo ascenso preludia, a su vez, la escarpada geografía de la vecina Montmarte. En el primer tramo de la calle, pescaderías, panaderías, fruterías y verdulerías animan la vida urbana. En el número 22, una visita a la Pâtisserie Seurre, a los pies de un estupendo edificio de Pierre Lorot, puede endulzar el inminente recorrido con unas milhojas inolvidables. Unas cuadras más arriba, un ligero desvío a izquierda por la rue de Navarin permitirá conocer el Hotel Amour, último chiste del grupo Costes, que en esta calle levantó un hotelito con aires de albergue chic para los jóvenes que quieran estar cerca del ruido. De nuevo en la calle Martyrs, las uruguayas en tren de compras querrán visitar Baabou, el pequeño pero simpático feudo de madame Clemont, cuyos fuertes son la bijoux de autor y los talles grandes. Ya cruzando el boulevard, en la esquina de Martyrs y Abbesses hay una sucursal de la famosa tienda Antoine et Lily que hará las delicias de niños y mujeres, y en el número 91 una interesante librería, L’oeil du silence, especializada en música y artes visuales. En cruz, con entrada por el 20 de la rue Ivonne Le Tac, está Tamtam, un templo de aires étnicos que probablemente sea el negocio más interesante de la zona. El recorrido obliga a girar a la izquierda en busca de la placita y la rue Abbesses, perfumada por flores y frutas. Entre las múltiples terrazas de café, la más ambientada es la de Le Sancerre (en el número 35), donde sirven una crème brûlée que haría las delicias de la mismísima Amélie Poulain. Finiquitado el tour, el viajero podrá optar por continuar el ascenso al eterno Montmartre por la sinuosa rue Lepic o bien descender por esa misma calle hasta el viejo lupanar urbano de Pigalle, donde la vulgaridad de hoy se codea con el refinamiento modernista de Hector Guimard, que trenzó las puertas de hierro que abren paso al metro. Apenas a un par de estaciones de allí está la zona conocida como La Goutte D’Or, que aunque también pertenece al distrito 18 conviene aclarar que tiene menos que ver con el apacible Montmartre de Amélie que con la convulsionada París multiétnica de hoy. Sin embargo, el barrio ha saltado a la fama internacional gracias al hotel del que toda la ciudad habla hoy, el Kube Rooms & Bar (1 Impasse Ruelle) un delirio del diseño moderno que ofrece, entre otras cosas, el primer ice bar de la ciudad.



El Kube Rooms& Bar Hotel, una nueva
forma de divertirse a los pies de la colina
de Montmartre.






Al Este del Edén

Los numerosos atractivos de los distritos 10, 11, 12, 19 y 20 evidencian que otro París late en el este y el noreste de la ciudad. La noche joven vibra en la rue Oberkampf, donde el Café Charbon (número 109) se sigue llevando las palmas, al tiempo que los interesados en escuchar música en vivo en compañía de la juventud local deberán chequear la programación de La Marroquinerie (23, rue de Boyer) y de La Fleche d’Or (102, rue Bagnolet), ambos en el más apartado distrito 20, al que se puede llegar en metro sin problema alguno. Durante el día, quienes quieran hacer compras tendrán que darse una vuelta por las tiendas de la rue Keller, en el distrito 11, cerca de La Bastilla, mientras quienes prefieran una estampa más típica de la vida parisina querrán darse una vuelta por el animado mercado de Aligre, en el vecino distrito 12. También allí han puesto un pie los nuevos burgueses bohemios, y si hasta ayer el único sitio de fama mundial en torno al mercado era el encantador bar au vin Le Baron Rouge (1, rue Théophile Roussel), muy cerca de allí acaba de abrir sus puertas La Gazzetta (29, rue de Cotte) que es hoy el lugar para tomarle el pulso a la nueva movida. El encantador bar y restaurant, que pertenece a los mismos dueños del China Club y Le Fumoir, tiene un eslogan que habla por sí solo: ni local, ni global.

¿Y qué pasa en el distrito 10? Tiempo atrás, el viejo Canal Saint Martin era un escenario bucólico y casi provinciano, con sus barcas, sus patos y sus puentes de hierro. El París que reflejó Marcel Carné en su película Hotel du Nord, basada en la novela homónima de Eugène Dabit y que en rigor fue enteramente rodada en estudios. Aunque buena parte de la atmósfera que tanto fascinaba a Louis Jouvet y a Arletty haya desaparecido, el lugar sigue manteniendo su gracia y hoy está muy de moda. El tramo más interesante es el comprendido entre las calles Beaurepaire y Lucien Sampaix (del lado del Quai de Valmy) y Bichat y Richerand (del lado del Quai de Jemmapes). En el 71 del Quai de Valmy hay una interesante tienda de aires vintage y a su lado está Chez Prune, cuya terraza sigue concitando a la juventud dorada del barrio. En el 83 se alza Artazart, una fabulosa librería de diseño que le quitará el sueño a arquitectos, decoradores, publicistas y afines. Casi pegado está Oba, con su colección de tendencia brasilera. En el número 93, Stella Cadente y su coloridísima propuesta. Al lado, el emporio de Antoine et Lily y sus tres boutiques: mujeres, niños y casa. Unas cuantas cuadras más arriba (sólo para los jóvenes más marchosos en busca de animación nocturna) Point Ephemere abre sus puertas en el número 200, junto al cuartel de bomberos y a la vera del canal. Del lado de enfrente, en el 102 del Quai de Jemmapes, está el fascinante Bar Hotel du Nord, que en la planta baja del edificio que supo albergar al emblemático hotel, recrea hoy el espíritu romántico de aquellos días y justifica con creces una visita al mediodía o a la noche.

De Ayer a Hoy

Naturalmente, no todo es color de rosa en el París del otoño 2006. En ese mismo canal Saint Martin hay gente instalada en carpas reclamando vivienda. Bajo las galerías que rodean la histórica Place des Vosges, junto a la casa en que vivió Víctor Hugo y a las vidrieras de Issey Miyake, un puñado de personas duerme en colchones desde hace días y se ha instalado allí con sus radios y sus cocinillas. Día y noche, en las mesas redondas y las tertulias televisivas, no se habla de otra cosa que del problema de los inmigrantes ilegales, y el temido choque de civilizaciones parece haber dejado de ser un tópico teórico para instalarse cual fantasma de la vida cotidiana.
Como bofetada políticamente correcta a esa dura realidad, la ciudad viene de abrir su más flamante museo, el fastuoso Quai Branly, que a la sombra de la Tour Eiffel atesora colecciones del arte y la civilización de África, Asia, Oceanía y las Américas. El museo, cuyo imponente edificio es obra del arquitecto Jean Nouvel, ha sido concebido por el presidente Jacques Chirac –según sus propias palabras– como resultado del deseo político de hacer justicia con las culturas no europeas y reconocer el lugar que sus expresiones artísticas ocupan en la herencia cultural francesa. Pensado como una institución cultural y de investigación científica, el Quai Branly pretende ser un puente integrador y ayudar a mirar al otro con más conocimiento de causa, respeto y apertura mental.
Mientras la utopía de ese planeta ideal se concreta, el viajero uruguayo puede huir del mundanal ruido (y de ciertos contrastes que amenazan como nubarrones el cielo de París) paseando por sus 18 mil metros cuadrados de jardines, diseñados por el botánico y paisajista francés Gilles Clèment. O si lo prefiere, elegir un lugar de la ciudad donde lo nuevo se tutee amablemente con lo viejo. ¿Un buen ejemplo? Le Fumoir, en la rue du Louvre junto a la placita del almirante Coligny. Si el viajero tiene la astucia de dar con la mesa adecuada, puede dejarse caer en uno de los comodísimos sillones de cuero y perder la vista, a través de la ventana, rumbo a la fachada trasera del Louvre, al viejo Pont des Arts, a la columnata italiana del Instituto Mazarin y llegar incluso hasta la torre románica de Saint Germain des Prés. Puertas adentro, el bullicio de la animada clientela y la impronta contemporánea del lugar puede hacerle creer, por un minuto, que está en cualquier parte del mundo. Pero alcanzará con volver a mirar por la ventana para sentirse otra vez en París. En el techo, los ventiladores neo coloniales no dejan de girar. Como el vaivén de una ciudad cuyos encantos oscilan entre los esplendores de ayer y los desafíos de hoy.



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