Con mucha investigación y un dejo de hilaridad, El libro de las mujeres deja claro hasta qué punto las féminas han sido estigmatizadas a lo ancho del mundo y a lo largo de la historia. Ana María Shua, su autora, cuenta en esta entrevista cómo ve hoy a sus congéneres.
Por Mariana Zabala
-Usted hace una rica recopilación de la figura femenina en relatos del pasado. ¿Qué percepción tiene del presente? ¿Cómo trata hoy a la mujer el saber popular? ¿Qué lugar ocupa?
–La sabiduría popular es vasta, contradictoria y cambia de una cultura a otra. La mujer no ocupa el mismo lugar en el saber popular de Arabia Saudita, de China, o de América Latina. Hoy y aquí, la imagen de la mujer se está modificando constantemente. Por eso, muchas coplas populares hispanoamericanas misóginas hasta el último extremo, hoy provocan más risa que espanto: “Más vale querer a un perro/ que querer a una mujer/ el perro no desampara/ al que le da de comer”. O alguna otra que dice: “a la mujer hay que amarla/ y quererla de rodillas/ y en la primera ocasión/ romperle cuatro costillas”. Aunque los hechos de violencia doméstica se sigan produciendo, hoy distan mucho de ser el ideal de nuestra sociedad.
–En cuanto a la misoginia popular, ¿en qué diría que se nota más esa mejora de la que usted habla con cierto optimismo?
–Es muy probable que Michelle Bachelet sea la próxima presidenta de Chile. No es imposible que en la próxima elección presidencial de Estados Unidos compitan dos candidatas mujeres. Hombres y mujeres confían sin temor su salud y la de sus hijos a mujeres médicas. Son sólo un par de ejemplos de circunstancias imposibles de imaginar hace apenas cincuenta años. Hoy, la misoginia popular, que por supuesto sigue existiendo, tiene mala prensa. Se refugia, sobre todo, en el chiste, y no ocupa ningún lugar en el cuento didáctico.
–Como usted dice en su libro, “que la mujer debe estar orgullosa de su voluntad propia y tiene derecho a ejercerla no es un descubrimiento del movimiento feminista”. Entonces, ¿la mujer está destinada a pelear eternamente esa batalla?
–En 1562, en el Concilio de Trento, la Iglesia decidió que también las mujeres tenían alma. Eso implica que durante dieciséis siglos fue dudosa nuestra pertenencia a la humanidad. Sin embargo, en el último siglo y en la sociedades desarrolladas, los cambios han sido enormes. Podemos pensar que en el curso del siglo XXI, al menos una parte de los pueblos del planeta habrán aceptado a la mujer como un ser humano pleno: es decir, con voluntad propia.
–A la mujer antes se la equiparaba con los animales domésticos; ahora, con las computadoras. ¿Qué será lo próximo?
–A la mujer se la equiparaba con animales domésticos en proverbios y cuentos didácticos. Ahora se la compara con computadores en algunos chistes, que, por suerte, no cumplen la misma función social. De todos modos, en la misma línea de pensamiento, podemos estar seguros de que en los próximos tiempos se la seguirá comparando con cualquier aparato de alta tecnología que sea lo suficientemente caro y difícil de manejar.
–¿Y cuánto cala en la mente de la gente ese “humor” bastante reiterado?
–El humor intenta provocar la risa. El cuento didáctico intenta enseñar a comportarse. Hay un humor misógino grande y fuerte, que cualquiera de nuestros lectores puede encontrar sin dificultad, a paladas, en internet. Pero también hay un humor anti-hombre, que hace reír a partir de ciertas características de los varones. Es cierto que algunos chistes son ofensivos, tanto para uno como para otro género. En otros casos, reírse un poco no hace mal.
–Todas las culturas revelaban una pesada cuota de misoginia en sus relatos, aunque en todas también había excepciones en que se enaltecía la figura femenina. Tomar casos de mujeres fuertes, inteligentes o valerosas como excepciones, ¿no es también una forma de marginarlas?
–En general, los cuentos misóginos muestran a mujeres crueles, mentirosas, estúpidas o veleidosas y las presentan como ejemplos que representan a todo el género femenino. En los cuentos protagonizados por mujeres buenas, valerosas, o abnegadas, se las presenta como excepciones, pero también sucede lo mismo con los hombres que se destacan por alguna de estas cualidades. Hay un tipo de cuento que aparece en todo el continente eurasiático, en que el personaje principal se destaca por su inteligencia resolviendo acertijos. Una parte de la gracia del relato es la sorpresa, y por eso se busca personajes de los que no se espera que se destaquen por su brillo intelectual, como campesinos sin estudios, niños pequeños...o mujeres.
–En ese odio, miedo y menosprecio a la mujer, las viudas, las suegras y las viejas aparecen como las más vilipendiadas. ¿Cuál es hoy día la peor suegra, la peor viuda y la peor vieja?
–No tengo la menor idea.
–Según la tradición popular, las mujeres buenas son pasivas, en tanto las malas son activas y fuertes. Según ese punto de vista, muchos hombres podrían sentirse actualmente rodeados de seres malignos, ¿no le parece?
–Por suerte hoy hay ya muchísimos hombres que no piensan ni actúan de acuerdo con la antiguas tradiciones populares. Además, hay que recordar una y otra vez que la tradición popular es muy contradictoria y ni siquiera allí es tan sencillo asimilar automáticamente en las mujeres la fuerza de carácter con el mal. Leyendo Las mil y una noches, por dar un ejemplo de una sociedad que uno podría imaginar más misógina que otras, se encuentran muchísimos ejemplos de mujeres fuertes que son también buenas, generosas, confiables, dispuestas a luchar con sus hombres y por ellos.
–La mujer, “ese ser extraño, incomprensible, tan útil y necesario y al mismo tiempo tan difícil de controlar”. ¿Cuáles de estas “características” considera usted que han perdido vigencia y cuáles no?
–Creo que sigue vigente la idea de que la mujer es más difícil de entender que los hombres. En pleno siglo XX, el mismo Freud se ha preguntado, sin encontrar respuesta satisfactoria, qué quieren las mujeres. ¡Tendría que habérselo preguntado a nuestro personaje, Lady Ragnell! Lo que quieren las mujeres es hacer su voluntad... algo tan parecido a lo que quieren los hombres.
–“Influidas por muchos siglos de propaganda en contra las mujeres solemos asumir buena parte de los defectos que nos endilgan”, observa usted. ¿Qué cosas le dan más “fastidio” al respecto?
–Muchas mujeres, en una actitud autodenigratoria, cargan sobre sí las viejas acusaciones de la tradición secular y se consideran a sí mismas incomprensibles o complicadas o más mentirosas que los hombres. Algunas características son o han sido reales y tienen que ver con el lugar que la mujer ha ocupado en la sociedad. Lo decía la escritora Edith Warthon (La edad de la inocencia) a finales del siglo XIX: “La mujer es hábil en el engaño y la mentira, las artes del esclavo”. En algunos casos el prejuicio supera la experiencia. “Las mujeres no somos buenas amigas”, dicen algunas, contra la realidad que nos demuestra todos los días lo contrario. Muchas mujeres se consideran a sí mismas malas, estúpidas, falsas, peligrosas, tercas... Más que fastidio, me da pena.
–Usted desliza su sorpresa respecto que las mujeres de hoy suelen asumir buena parte de los defectos que le atribuyó esa propaganda en contra por siglos. ¿Acaso las mujeres no participaron desde siempre en la construcción de ese saber popular?
–Por supuesto. La misoginia no es un problema de los hombres, sino de toda la sociedad. Son las mujeres las que educan a sus hijos en esos valores.
–La mujer “ideal” es abnegada esposa, madre o hija. ¿Qué cabe esperar de las mujeres que hoy deciden no ser madres o abstenerse del matrimonio?
–No estoy tan segura. El ideal de la mujer ideal cambió muchísimo y sigue cambiando todos los días. Hoy una mujer que elige ser solamente ama de casa no está cumpliendo con las expectativas sociales. En nuestra sociedad, los jóvenes, varones y mujeres, en alta proporción, eligen no casarse y esa decisión no es mal vista. Ser madre se va convirtiendo poco a poco en una elección y no en una obligación. Lo vemos ya claramente en los países europeos, que hoy necesitan a los inmigrantes porque tienen tasas de natalidad negativas.
–En el exquisito cuento que comienza su reseña, Lady Ragnell revela al Rey Arturo que “lo que quieren las mujeres es hacer su voluntad”. ¿Qué quieren hoy las mujeres? ¿Saben lo que quieren? ¿O lo quieren todo? ¿Cuán distinto cree usted que sería el “paisaje” si las mujeres verdaderamente hicieran su voluntad?
–Hoy, igual que en la época del Rey Arturo, a la que pertenece el cuento de Lady Ragnell, lo que quieren las mujeres es ser consideradas seres humanos plenos. Quieren libertad: hacer su voluntad es precisamente eso, ser libres. El paisaje sería realmente muy distinto si todos los seres humanos pudieran hacer su voluntad, no solamente las mujeres. A la hora de la libertad la pertenencia a una clase social puede ser mucho más limitante que la pertenencia a un género. Un hombre pobre está mucho más lejos de hacer su voluntad que una mujer rica.
–Su libro recoge impresiones de la mujer diablo, madre, peligrosa, testaruda, sumisa, infiel, charlatana, falsa... Según ese código, ¿en qué casillero colocaría a Condoleezza Rice, Cristina Kirchner, Lorena Bobbit, o sus compatriotas Mirtha Legrand y Susana Giménez?
–Esas impresiones no son mías, sino de antiguas tradiciones populares. Yo no utilizo esos casilleros. Sin embargo, puedo decir que me gusta más, por ejemplo, Tabaré Vázquez que Condoleezza Rice. Y que Susana Giménez me parece mejor que George Bush. En los cuentos populares que demuestran la terquedad de la mujer, aparecen un hombre y una mujer discutiendo. Si ninguno cede, ¿por qué la mujer es la terca? Muy simple: porque el hombre tiene razón. En ese sentido me gusta mucho un matrimonio entre dos personalidades tan fuertes como Cristina y Néstor Kirchner, que demuestra que la fuerza de carácter no es terquedad, y que el ejercicio de la autoridad no es incompatible con la negociación. En el matrimonio, la política y la vida.