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Páginas a la Moda
MUCHO ANTES DE QUE NACIERA PAULA, EL PAÍS YA ESTABA ATENTO A ESTILOS Y TENDENCIAS. A LO LARGO DE 90 AÑOS, UN SINNÚMERO DE EVENTOS TUVO AL DIARIO COMO TESTIGO, CUANDO NO COMO DECIDIDO PROMOTOR. AQUÍ, UN VISTAZO A ALGUNOS MOJONES FASHION DE NUEVE DÉCADAS DE HISTORIA.
POR MACARENA LANGLEIB |
Desfile de Oscar Álvarez (Parque Hotel, 1981). |
Corrían los locos años
’20. Ellas usaban sombreros
cloche para cubrir
sus cabezas, sobre las
que reinaba el corte à la
garçonne. La figura no
era andrógina, pero las
ropas cilíndricas desdibujaban
la silueta femenina.
Las vanguardias artísticas
tallaban en la moda y las
costumbres. Se llevaban medias a la rodilla
y zapatos de tacón. Las jovencitas que
no habían sido presentadas oficialmente
en sociedad, pero seguían puntualmente
las nuevas tendencias, eran llamadas flappers.
Se las consideraba muy modernas
y fanáticas del baile. Las telas se traían
de Europa, meca indiscutida de la moda.
En Uruguay, el modisto del momento era
Amadeo de Valiante, quien bromeaba con
que sus mejores perchas eran los descocados
estudiantes de LaTroupe Ateniense,
para los que confeccionaba el vestuario.
Llamaba a aquellos futuros abogados y
juristas “las musculosas damas atenienses”.
Como recuerda Víctor Soliño en sus
memorias, ansiosas por conocer el último
grito de la moda, las verdaderas señoritas
de sociedad, presionaban al couturier de
la calle Rincón para que les revelara lo que
marcaban las casas europeas y comentarlo
a la hora del té con sus amigas en
El Telégrafo. Pero De Valiante era insobornable
y ellas tenían que esperar a que se
levantara el telón de la troupe.
Del Solís al Copa
Los gaúchos lo recuerdan bien: la
primera Miss Universo fue una brasileña
riograndense, más precisamente de
Pelotas. Se llamaba Yolanda Pereira y no
había cumplido |
20 años cuando fue coronada,
en 1930. En el centenario uruguayo,
con celebraciones y victorias de todo tipo,
nuestra Alicia Gómezperdió a manos de
su vecina norteña. La bella compatriota
fue elegida en el Teatro Solís, en un certamen
organizado (ya entonces) por El País.
Era la semilla de Miss Uruguay, aunque los
concursos de misses se impondrían con
asiduidad recién dos décadas más tarde.
Pero aquella iniciativa del ‘30 tuvo una formidable
acogida en el principal escenario
de Montevideo. Gómez, de melena por
encima de la barbilla, como se estilaba
en la época, marchó a Rio de Janeiro para
la final, que sacudió las calles cariocas y
el glamoroso Copacabana Palace, donde
unos años antes se había alojado el mismísimo
Albert Einstein. Por entonces, las
misses apenas dejaban ver sus tobillos.
Las candidatas desfilaron por la ciudad en
autos descapotables y saludaron a la multitud
reunida en la avenida Atlántica. Luego
utilizaron los balcones del hotel como
pasarela en las alturas. El certamen fue un
emprendimiento del vespertino A Noite,
a quien la ganadora concedió su primera
entrevista, transmitiendo su sorpresa.
Aunque la favorita era Miss Portugal, los
locatarios se quedaron con los laureles.
Belleza, forma, equilibrio, proporción, gracia
y distinción eran los atributos juzgados.
Un álbum de fotos del evento, con los
característicos morros en portada, fue
publicado por los fabricantes de jabón Lux.
Allí, la crónica de la época señalaba sobre
la delicada Pereira, de cabello ensortijado:
“es una rima de canción cabocla en un
cuerpo de mujer”, y agregaba que su belleza
elevaba “el símbolo de la raza”. |
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De película: Vlady deslumbra
con
sus curvas en Punta (1955). |
Explosión en la playa
A principios del siglo XX, los trajes de
baño compuestos de calzones y largas
blusas fueron sustituidos por bañadores
de una sola pieza, que luego siguieron
mutando. Jean Patou presentó uno de
inspiración cubista en 1924 y Chanel también
realizó sus aportes. En la década del
‘30 se descubrieron las espaldas, y tras
la Segunda Guerra Mundial, la evolución
de los tejidos, como el lástex, permitió
aligerar el peso y el tiempo de secado de
esos trajes. Estaban reforzados a la altura
del busto, prácticamente encorsetados
para que la cintura pareciera más pequeña.
Era la usanza del momento trasladada a la
arena. Incluso se utilizaban con pollerita,
superpuesta a la malla, y disimulando las
formas.
Fue el francés Louis Réard quien en
1946 inventó el bikini, es decir, un traje
de baño cada vez menos sugerente, que
a partir de ese momento desnudaba el
ombligo como zona erógena a la vista
de todos los veraneantes. Pero Réard no
era muy conocido, por lo menos no tanto
como Jacques Heim, que lanzó el nuevo
fetiche de moda al mismo tiempo. Lo llamó
atome, hasta que ese mismo año Estados
Unidos realizó pruebas atómicas en el
atolón Bikini, en el Pacífico, y la prenda fue
rebautizada con el nombre con que hasta
hoy se la conoce. En Francia se impuso en
los años ´50, pero en el resto del mundo
tardó bastante más. En la región, las
pioneras parecen haber sido –vaya sorpresa–
las playas cariocas. No obstante,
la más osada no fue una lugareña. Fue
la alemana Miriam Etz, acostumbrada a
confeccionar su propia ropa. La señorita
de 34 años no pensó que entraría en las
crónicas por cortar apenas tres centímetros
de su dos piezas habitual e ir con sus
hijos a darse una zambullida a Arpoador,
donde Copacabana se tutea con Ipanema.
Eran los centímetros clave, puesto que
bajaban hacia la pelvis. Resultado: se juntó
una multitud. Corría el año 1948. En Rio,
por más que el termómetro marcara 30
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Aplausos para Oscar Álvarez
en el Parque Hotel (1992). |
al maestro con cariño: Sofía Herrán y cristina
Ordoqui junto a Walter Otegui (1988). |
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grados, la gente todavía no aprovechaba
el verano. Las señoras usaban medias de
nylon y los señores sombrero de fieltro.
La alemana, de un metro 70 y ojos azules,
hizo historia.
En Montevideo, y más cerca en el tiempo,
fue otra rubia la que se animó al bikini.
Ya en plena década del ‘60 Susana López
(más tarde devenida Susana Aramayo,
de profesión galerista), sorprendió a los
bañistas de Pocitos. Tal fue el revuelo a su
alrededor que hay quienes aseguran que
tuvo que intervenir la Policía para liberarla
de los acosadores. Pero ella le baja el
tono a la anécdota. No hubo necesidad
de agentes del orden, “si bien las señoras
fruncían el ceño al vernos a mí y a algunas
amigas, como la hija del cónsul de Brasil,
que también usaba bikini. Cuando pasábamos
por la playa escoltadas por chicos
amigos, todos nos reíamos mucho del bla
bla blá de esas pacatas señoras”, recuerda
hoy la uruguaya. “Creo que fui, si no la
primera, una de las primeras atrevidas
en usar bikini en nuestra playas. Y no lo
compré, porque en Montevideo no los
había; lo hice yo misma”, cuenta a Paula
desde Búzios, donde está instalada hace
años. “En esa época diseñaba ropa para
mí, diferente y étnica. Siempre me gustaron
las vanguardias.Y cuando aparecieron
fotos y films de la Bardot en bikini, para mí
fue una tentación y armé uno a cuadritos
azul y blanco. Luego le seguirían otros de
todos colores y con una tela acompañando
el conjunto. Todavía nadie le llamaba
pareo, pero lo era”.
Antes de Susana Aramayo, en 1955
y de visita al Festival de Cine, la actriz
francesa Marina Vlady había conmocionado
Punta del Este con su bikini europeo.
Décadas más tarde, con mucha menos
tela sobre el cuerpo, la argentina Paola
Papini fue la cara, o mejor dicho, la cola,
del flamante cola-less. Era el infartante
verano del ´83 en la Península, y los fotógrafos
no perdieron la ocasión. Hija de
la actriz María Aurelia Bisutti, Papini, que
trabajaba como modelo, recibió innumerables
ofertas a partir de entonces, pero
más tarde prefirió tapar aquella faceta de
su vida y dedicarse a la actuación.
Más corta, please
La minifalda no fue un invento machista
ni mucho menos. Aunque la francesa
Coco Chanel subió los ruedos luego de
finalizada la Primera Guerra Mundial, fue la
inglesa Mary Quant quien le puso la firma
a la mini. Luego de estudiar en la Escuela
de Arte Goldsmith de Londres y de trabajar
más tarde junto a un sombrerero
danés, Quant se independizó para inaugurar
su propia tienda, Bazaar, en King's
Road, con Alexander Plunker Green, su
futuro marido, y Archie McNair como cómplices. En un comienzo vendían ropa
de diseñadores emergentes, pero luego
implementaron sus propias colecciones.
Económica, moderna, coordinada y alegre,
su ropa tuvo un éxito inmediato entre los
más jóvenes. La minifalda fue apenas una
de las prendas que Quant impuso, junto
a las mallas de colores, las poleras acanaladas
y ceñidas, los cinturones caídos,
y tiempo después, el hot pant. Twiggy, la
escuálida modelo de piernas interminables,
no podía ser mejor promoción para
la escueta pollera. El mundo hablaba del
Chelsea look, por el barrio londinense
donde estaba ubicada la tienda de Quant
desde 1955. Ante el boom de la mini, la
empresa de Quant trascendió fronteras.
Se expandió por Europa y Estados Unidos
y además de indumentaria, diseñó ropa
de cama, pieles, lentes y cosméticos. Su
nombre quedó definitivamente ligado a los
años ´60. Y claro, hizo correr ríos de tinta
en todos los diarios del mundo.
José nicolau
fuma y atiende a
Marta banchieri
y carmencita
Morán (1982).
Fraga para carreras (1980).
Ordoqui para carreras (1980).
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José nicolau
fuma y atiende a
Marta banchieri
y carmencita
Morán (1982).
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Modistos y boutiques
Salvo por los talles, madres e hijas no
tenían vestuarios notoriamente distintos
hasta bien entrados los años ´50. Los
montevideanos buscaban la ropa confeccionada
a medida en casas particulares,
con modistas como Mme. Eva o
las hermanas Pérez (las originales), entre
muchas otras que llegaron luego, como
Alicia Bernat –que se caracterizaba por
hacer los vestidos al cuerpo, envolviendo
a la clienta en la tela–, Walter Otegui,
Walter Suárez, José Nicolau y Carlos
Carreras. Casas como La Ópera organizaban
grandes desfiles, pero entrados
los años ´60 empezaron a aparecer las
boutiques. Comenzaba el declive de las
grandes tiendas por departamentos como
London-París, Angenscheidt e Introzzi. Y la reconversión de otras en galerías como
La Madrileña y Caubarrère. Se popularizó
la ropa por talles y pronto se pusieron
de moda los pantalones a la cadera y
las camisas ajustadas. Oscar Álvarez, un
veinteañero que debutaba en estas lides
cuando ya corrían los ´70, lo recuerda bien.
“Me inicié con la moda prêt-à-porter, que
era lo que estaba imponiéndose en este
momento. Se apostó a hacer una boutique
muy avant garde y unisex. Era la irrupción
de Los Beatles y de los hippies, todo venía
de una forma muy descontraída. Creo que
fue eso lo que prendió la mecha”. Desde
su feudo de Benito Blanco y Avenida
Brasil, en la pocitense galería Drugstore,
Álvarez convencía a hombres y mujeres
de usar prácticamente los mismos pantalones
a rayas. Era contemporáneo de
boutiques como Châtelet, Rachel y Teatro,
además de fábricas como Fabiola, Romina
y Country Club. Poco a poco, el novel
modisto, que había heredado de su madre
(dueña de la casa Jamiquá) el talento para
cortar telas, fue transformándose en un
clásico, que paulatinamente iría volcándose
a una Alta Costura de estilo muy neto.
En un comienzo desfilaba él mismo, a la par de las modelos del momento, como
Dincha, Fanny y Susy Ferrero. Inspirado
por su colega compatriota Walter Otegui,
pero también por Valentino e Yves Saint
Laurent, no tardó en organizar desfiles
en Punta del Este, con coreógrafos y
escenógrafos al igual que lo hizo la diseñadora
Susana Bernik. El nivel de exigencia
iba en aumento y la moda cobraba
otro estatus. Cronistas como Silvia Tron,
Pichona Bustamante y Gaby Martin le
daban desde la prensa la difusión necesaria.
“El País siempre estuvo atento a
los distintos períodos que pasó la moda
uruguaya e internacional, siempre tuvo al
día a sus lectores y apoyó a los diseñadores.
Lo que antes se recibía con un año o
dos de atraso, actualmente puede suceder
y estar inmediatamente frente a ellos”,
evalúa Álvarez con la perspectiva que le
otorga su carrera. Cardo de moda
Los gauchos de Blanes, la flora nativa
y materiales nobles y autóctonos como la
lana y el cuero sirvieron como puntapié de
la recordada Moda Cardo. La línea buscaba
rescatar la identidad cultural y reformularla.
Tras celebrar sus 56 años, El País se encargó
de brindar estas consignas y designó
a un equipo asesorado por Fernando
Assunçao e integrado por Cristina Scheck,
Judith Lasarte de Carlotta y el maquillador
Julio Pierrotti para coordinar las múltiples ramificaciones de la idea y difundirla entre
la prensa argentina, que vino a cubrir
el acontecimiento. Fueron convocados
artesanos, modistos y artistas plásticos,
entre representantes de otras muchas
disciplinas que apostaron a reinterpretar el
imaginario folklórico. El debut fue a finesde 1974, en La Quinta de Pocitos Nuevo,
un espacio ambientado con cortinados
de brocato y los juegos cromáticos de
varios decoradores, además de continuar, acto seguido, a las puertas de Colonia del
Sacramento. El movimiento también sedujo
paladares con un original concurso de
recetas criollas. El lema de Cardo –“Moda
oriental de exportación”– acompañaba
el desfile de las entonces denominadas
mannequins, como Graciela Castro. En el
enclave pocitense, la línea debutó con 65
atuendos diseñados por Norma Suárez,
pintados por Ángela Capdepón de Scheck,
Nina San Vicente de Fernández y Brenda
García, y realizados en cuero por Alicia
Arló. La reunión fue rematada por Los
Nocheros de entonces. Por primera vez,
cuero y napa se aplicaron no sólo a la ropa
sport sino incluso a vestidos de novia,
se codeaban también con géneros como
voile, crêpe y jersey; se lucían en tailleurs
inspirados en los colores de ágatas y amatistas,
en polleras chiripá y sombreros criollos,
y se combinaban con telas pintadas
con motivos silvestres como el ceibo, el
mburucuyá, las madreselvas, el jacarandá,
freslas
campanillas y, por supuesto, los cardos.
Suárez, la ideóloga de aquellos originales
diseños, había trabajado para Sudamtex
luego de vivir en Venezuela junto al escenógrafo
Ariel Severino. Cuando le llegó
la propuesta de Cardo era una figura
conocida en la televisión uruguaya, ya que
desde mediados de los años ´60 había
conducido programas como Señor embajador, Buenas tardes, Norma y El taller de
Norma Suárez en prácticamente todos
los canales. Era colega, en esas lides, de
China y Guma Zorrilla, que habían sabido
animar las tardes del 12 con su Hogar Club
junto a Totó Acosta y Lara, quien luego
condujo Viejo hogar. Modistos como José
Nicolau, Alicia Bernat yWalter Otegui eran
visitantes asiduos, en tanto Gerardo, que había conquistado fama con su “show de
los pañuelos” en el Victoria Plaza, era el
peluquero del momento. Además estaban
Susy Ferrero con El show de la elegancia,
y Vilma Abella y Silvia Tron, que condujeron
en canal 10 Aventuras de una mujer. Tron
recuerda a Suárez, con quien compartió
cámaras en más de una oportunidad,
como “una mujer que dibujaba maravillosamente.
Era muy sobria pero siempre
muy bien vestida. Usaba trajes de línea,
tenía buena figura. Tenía un estilo muy cuidado
para vestir. No era una extravagante”.
Su éxito con Moda Cardo recorrió el país,
y en 1976 repitieron la apuesta, sumando
gente al equipo, como el escenógrafo
Claudio Goeckler en el diseño de joyas. La
presentación fue en el Parque Hotel, para
luego trascender fronteras, con su exhibición
en la Feria del Cairo y la Feria del
Campo de Madrid, donde incluso se mostraron
trabajos en piel de lobo de mar.
Fraga para carreras (1980).
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El sueño de Eunice
Salto en el tiempo. “Glamorosa y exótica”.
Así se adjetivó a Eunice Castro cuando
resultó vencedora como Modelo Estilo
1990. El concurso fue iniciativa de la
revista Estilo, que por entonces publicaba
El País, y se encargó la organización de la
velada al experimentado Nelson Mancebo.
La ceremonia fue en la boîte Le Carroussel
del hotel San Rafael. La brasileña Gloria
Pires, protagonista de la inolvidable Vale
todo, fue especialmente invitada para integrar
el jurado, mientras que Alejandro
Lerner llegó de Argentina para interpretar,
entre otros temas, su éxito del momento:
Todo a pulmón. También amenizó la noche la banda de Gil Badaró, con sus ritmos
cariocas. La pasarela estaba compuesta
por tres grandes prismas blancos y
negros, colocados escalonadamente. Las
chicas irrumpieron primero en antiguos
bañadores, estilo años '20, para dar lugar
luego a la pasada de sweaters de Knit
Know, acompañados debajo únicamente
por medias con puntillas, munidas con
bastones blancos y sombreros al tono. Las
peinó el popular Aníbal, de Pelo Verde, y
las maquilló Seki Masani. El punto alto fue
sin dudas cuando aparecieron en prendas
de Taxi, by Casa Cuero y Tamara Zovich.
Las muchachas le dieron entonces vida al
tema central de la película Nueve semanas
y media, el sensual You can leave your hat
on, de Joe Cocker. En la ceremonia, que
transmitió canal 12, Castro fue elegida
entre 13 finalistas. Alabada por su frescura y simpatía, fue coronada luciendo
un top con flecos y un palazzo negros.
Carlos Cámara, quien la representa desde
entonces, sabía que Eunice “estaba pronta
para meter un pie en las pasarelas”. Sin
embargo, sostiene que en 1988 (cuando
la conoció gracias a su hermana mayor,
Janice, que ya trabajaba para Valentino
Bookings), “Eunice todavía estaba muy
mentalizada con el baile”. Ella, que había
estudiado Ballet Clásico desde los ocho
años y egresado de la Escuela Nacional de
Danza apenas meses antes de presentarse
a Miss Estilo, confesaba en su primera
entrevista para la revista: “el baile es mi
pasión, como lo es también querer ser
una buena modelo”. Dos vocaciones que,
como es público y notorio, la morocha
uruguaya del momento no abandonó.Y el
resto, es historia conocida. |
Con apenas 18
años, Eunice Castro hizo su
primera tapa
de revista
(Estilo,1990). |
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