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Con Roberto Saviano en Italia
LA VIDA BLINDADA
Ya no es un hombre, es un equipo. desde que la camorra lo amenazó de muerte por su libro Gomorra, vive escoltado las 24 horas.
Pasamos un día con el escritor y lo acompañamos de viaje a Nápoles.
Por Miguel Mora.

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No sé si estoy medio
muerto o medio
vivo. Lo que sé es
que la amenaza de
los Casaleses me ha
convertido en peor
persona. Más desconfiado,
más egoísta.
Siento odio por los amigos que me
abandonaron cuando salió el libro, entre
una partida de Playstation y una de la
Liga Fantástica. Apenas salgo de casa.
No puedo usar tarjeta de crédito. Vivo
escoltado 24 horas al día. Ya no soy un
hombre, soy un equipo. Los muchachos
son fantásticos, son napolitanos como yo,
hacemos deporte juntos, boxeamos en el
gimnasio... Pero echo de menos Nápoles,
aquellos retrasos eternos del tren en la
estación... El tiempo se ha deformado, los
minutos son extraños, cada movimiento
banal requiere un día entero. Y no puedo
hacer las cosas mínimas: pasear, tomar
algo en un bar, comprar una heladera.
Ayer fuimos al supermercado y fue patético.
Los carabineros alrededor del carrito,
todos opinando sobre la pasta que debía
elegir. La gente se asustó, nos abrieron
paso en la caja para que nos fuéramos
rápido. Cuando salimos les dije a los chicos:
“no volvemos”.
Así es la vida de Roberto Saviano. Una
vida no vida, una vida-muerte, una especie
de muerte en vida. Trágica muchos ratos,
a veces también tragicómica, tensa sin
interrupción. Triste, solitaria y virtual.
El éxito de Gomorra, uno de los fenómenos
más espectaculares de la historia
italiana (dos millones de copias en su país,
33 traducciones, más de dos años en lo
alto de la lista de best sellers), se ha convertido
en una maldición para su autor.
Reconocimiento, premios y elogios,
fama, dinero y viajes no compensan la
otra cara de la moneda: Saviano ha sido
difamado, escupido e insultado por los
jóvenes de su propia tierra, abandonado
por sus amigos, condenado a muerte.
Y
hoy vive agazapado, rodeado de armas y
carabineros, a toda velocidad y a media
voz.
Sus ojos muestran una melancolía infinita,
sus gestos son a ratos desesperados;
su cara, la imagen de la vulnerabilidad. No
deja de hablar por los dos celulares y de
mandar y recibir mensajes de texto.
“Casi
no veo a nadie, es mi mayor vínculo con
la gente”.
Sólo tiene 29 años, pero se nota que
ya no es aquel muchacho bromista que se
iba a comer el mundo cuando se licenció
en Filosofía por la Universidad Federico II
de Nápoles, siguiendo la ilustre herencia
de Giordano Bruno y Benedetto Croce.
En aquella época empezó a escribir su
primer relato real, titulado La tierra padre.
Naturalmente, trataba sobre la Camorra.
Contada por Saviano, la Mafia napolitana,
o mejor dicho, campaña, dejó de ser
lo que era a ojos de mucha gente –una
banda de bandoleros dirigidos por tipos
más o menos honorables que trafican y
asesinan– , pero en el fondo protegen a
una población |
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abandonada a su suerte
(aunque esto último siga siendo verdad). Y pasó a ser El Sistema, un poderoso holding
criminal que, según el último censo
realizado por el jefe de los carabineros
de Nápoles, general Gaetano Maruccia,
responsable de la seguridad de Saviano,
“cuenta al menos con 80 clanes y más de
3 mil afiliados armados, a lo que se añade
una extensa red de colaboradores”.
En otras palabras, un ejército sin uniforme
ni moral, que comete, en promedio,
un asesinato cada 2,5 días desde 1979,
factura miles de millones de euros anuales,
controla una parte del tráfico de cocaína
europeo, domina el negocio de la extorsión,
la usura, las basuras y el transporte de desechos tóxicos, capta a niños de 11
años pagándoles como centinelas, obtiene
grandes contratos públicos que se licitan
en Campaña, blanquea ingentes cantidades
de dinero negro en la construcción
española, compra políticos, designa alcaldes,
maneja de forma directa o indirecta
el 40 por ciento de las tiendas de Nápoles,
cose ropa en negro para las grandes firmas,
dirige la importación y distribución de
mercancías falsas procedentes de China,
y acampa a sus anchas en el puerto de la
ciudad y el sector alimentario.
Cuando Saviano empezó a escribir, estimulado
por la fiebre de libertad y aventura
que le inculcaron sus lecturas precoces y,
más tarde, por el aura de rebelión respirada
en los seminarios que dirige Gerardo
Marotta, abogado y filósofo octogenario,
todavía gran baluarte moral napolitano, en
el Instituto de Filosofía fundado por Croce,
era un joven feliz, aunque no paraba de
trabajar.
“Tenía cuatro o cinco oficios: en
una pizzería, dando clases de repaso a
niños por las tardes, como albañil ocasional
en el campo de Caserta, becado para
un doctorado en Historia Contemporánea
y colaborando en periódicos y webs como
Nazion e Indiana”.
Así y todo, tardó sólo unos meses en
enhebrar los 11 relatos reales que forman
Gomorra.
“Escribía en un apartamento
de los vicoli (callejones) de I Quartieri
Spagnoli. Compartía apartamento con
amigos.
Tenía mi habitación propia, y allí
escribía, parapetado tras los papeles de
los jueces. Había siempre un ruido infernal
en el barrio.
Cuando me fui no podía
dormir porque había demasiado silencio.
Adoraba aquel sitio, era un lugar familiar.
Suena retórico, claro, porque la familia
sirve para controlarte.
En casa vivía una
amiga costurera, y teníamos de vecinos
a 30 budistas que meditaban y cantaban.
Un día, un napolitano se hartó, salió a la
ventana y les gritó: "¡Alí Babá, me tienen
las |
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pelotas llenas!".
Poco después, el manuscrito se convirtió
en libro gracias al olfato de los editores
de Mondadori. “Me publicaron el primer
cuento en la revista Nuovi Argumenti (abril
de 2005), y después me hicieron un contrato
de joven promesa.
Me dieron cinco
mil euros como anticipo por cinco mil
copias”, recuerda Saviano.
Muy pronto ese contrato dio paso
a otro con cifras de estrella.
“En mayo
de 2006, cuando el libro salió por fin a la calle, era el tipo más feliz del mundo.
Viví los cinco mejores meses de mi vida.
Era un hombre libre. Dejé de ser albañil,
y la pizzería. Los críticos me elogiaban y
los lectores me leían, era escritor como
había soñado. Luego me dieron el Premio
Viareggio, se vendieron cien mil copias,
empecé a escribir en La Repubblica y
Espresso, a hablar en televisión...
Y, de
repente, en octubre, todo se paró.
Y me
quedé clavado en esos meses.
Todo lo que
ha pasado después no lo he vivido”.
Llegaron las primeras amenazas de
los Casaleses, el clan del pueblo donde
se crió, Casal del Príncipe. Y eran nítidas.
Debía morir.
No sólo sabía demasiado y lo
había contado con nombres y apellidos,
relacionando cada dato con su fuente,
sino que, sobre todo, el libro había llegado
a demasiada gente.
La Camorra estaba en
boca de todos.
Ya no era el tradicional mal
menor napolitano.
Era un cáncer internacional.
Los jueces antimafia tomaron la advertencia
en serio. Habían ayudado al joven
periodista dándole acceso a los procesos
(escritos y orales) contra Francesco
Schiavone, Sandokán; Antonio Iovine,
Michele Zagaría, Francesco Bidognetti
(todos Casaleses) y otros bosses napolitanos
como los Di Lauro o Lo Russo.
Y aquel muchacho de aspecto desvalido
(cara de camorrista, cráneo cubista,
barba de tres días, pies planos “y peso
welter”) había respondido a la confianza
con una prosa de cirujano que mezclaba
coraje, calidad, denuncia y ética. Hacía
falta protegerlo, y rápido.
El 13 de octubre
de 2006, el ministro del Interior, Giuliano
Amato, decidió que Saviano debía vivir
escoltado.
“Recuerdo que el día en que
vinieron los carabineros a buscarme a
casa para llevarme al cuartel, los vecinos
bromeaban: '¡Robbè, por fin te han arrestado!'.
Amato fue de una sensibilidad
extraordinaria.
Dijo que el Estado debía
protegerme porque a través de mí defendía
la libertad de expresión, un principio
constitucional.
Eso me convirtió en símbolo
de la libertad de palabra.
Siempre le
agradeceré eso”. |
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A la deriva
Han pasado dos años y medio desde
aquel 13 de octubre. Sus viejos amigos
se largaron. Su antigua novia lo dejó. Su familia se dispersó más de lo que estaba
(sus padres se separaron muy pronto). Y
Saviano se culpa de todo eso. Lamenta,
dice, “haber destruido mi mundo por un
libro; haber hecho daño a todos los que
me querían”.
Su vida está “suspendida, cancelada,
detenida”. Como esas vidas rotas de
repente por un accidente, un atentado o
una condena injusta.
Sólo fuera de Italia se relaja un poco
más. Por eso, en noviembre pasado se dio
el desahogo de decir que se iba del país,
que había decidido exiliarse por un tiempo.
Se arrepintió enseguida. Difícilmente
otro país aceptaría dedicarle (y pagar) la
protección que necesita. “Es así. O no
me dan protección, o me dan una escolta
como la que tengo aquí”. Un destino casi
irreversible.
Hacer la cita para este reportaje llevó
semanas por cuestiones de seguridad. El
primer intento, en diciembre, se aplazó
porque los niveles de alerta se dispararon
del todo. Un primo de Sandokán, llamado
Carmine Schiavone y colaborador de la justicia
(un pentito: arrepentido), reveló que
la Camorra tenía plan y fecha. Lo matarían
antes de que acabara el año, colocando
una bomba a su paso por la autopista A-1
que une Roma con Nápoles.
Superada esa angustiosa fecha de
caducidad, la alerta bajó. Schiavone, que
más que un pentito parece el portavoz
de la Camorra, declaró que sus ex compinches
habían decidido esperar a que se
apaguen un poco los focos para matarlo.
Con más calma. Por fin pudimos pactar el
encuentro. Con la ayuda de su amabilísima
asistente, Manuela, programamos ir juntos
a Nápoles, comer con él, conocer a su
amigo el general Maruccia, comandante
del Comando Provinciale dei Carabinieri di
Napoli. E intentar explicar lo que siente un
escritor condenado a muerte que aún no
ha cumplido 30 años.
Hace una mañana preciosa y gélida, y
los dos coches blindados llegan puntuales
y muy juntos, deslizándose con elegancia
italiana. Saviano va sentado en el primer
coche, asiento de atrás, a la derecha.
Las sirenas dejan de ulular y los autos se
detienen. Los cinco escoltas bajan y otean
la calle con sus gafas oscuras. Saviano se
queda sentado dentro del Lancia Thesis
gris.
Nos saludamos, y Pina empieza a
hacer fotos. Los carabineros ni se inmutan.
Están habituados.
A estas alturas han
sido fotografiados dos mil veces y saben
que la Camorra conoce al centímetro
sus caras, que, sin embargo, no denotan
miedo alguno.
Los chicos de la escolta llevan chalecos
antibalas, cazadoras negras y pistola
al cinto.
Tienen la cara curtida y acento
napolitano, y se mueven como profesionales.
No dan un paso en falso, no hacen
un gesto de más.
Son silenciosos, y
cuando hablan es en voz baja y con pocas
palabras. Nando, el jefe, ejerce un mando
suave pero inflexible.
Saviano hace el recuento del armamento:
los Casaleses tienen 100 kilos de
TNT y un variado arsenal de metralletas y
pistolas. “Sé que acabarán conmigo. Tarde o temprano lo harán”.
Silencio absoluto durante un rato
largo.
Avanzamos a bandazos y tirones. Salir
del centro de Roma un lunes a la una de la
tarde suele ser una empresa heroica. Pero
en diez minutos estamos en la A-1. La del
ultimátum. Marco pisa a fondo el acelerador
y en unos segundos el Lancia despega
hacia Nápoles. Pina sigue haciendo fotos y
filmando, y el habitáculo se hace diminuto
para tomar notas. Pero no parece sitio ni
momento para quejarse.
–¿así que ésta es su vida actual?
–Así es. Ellos van a los sitios antes de
que vaya yo. Llegan primero ellos, controlan,
luego voy yo. Para cualquier cosa. Si
hay que comprar una heladera, por ejemplo,
ellos van delante, luego voy yo y la miro, elijo el |
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modelo, y vamos a otra tienda
distinta a comprarla. Nunca volvemos al
mismo sitio.
–¿Siempre ha tenido cinco escoltas?
–Empecé con dos, luego subieron a
cinco.
–¿Cambia mucho de casa?
–Cada vez que vemos un detalle raro.
Por ejemplo, si hay una obra en un edificio
cerca y sabemos que en ella trabaja
gente de Nápoles que, por ejemplo, ha
sido juzgada, me cambian de casa. Basta
con eso.
–¿lo escoltan también dentro de
casa?
–No, normalmente en casa no entran.
Esperan detrás de la puerta. Veinticuatro
horas.
–Parecen tranquilos.
–Tienen experiencia antimafia de
muchos años. Han protegido a personalidades,
jueces y supertestigos. Los eligió
Maruccia.
–Con tanto roce se habrán hecho
amigos.
–Claro, son tipos magníficos.Y eso me
obliga a seguir adelante, a no renunciar.
Les debo eso a los que me defienden.
–¿Ve a otros amigos en casa alguna
vez?
–Poco. Muchos se han alejado desde
que salió el libro. Entender eso fue muy
doloroso. Es natural porque desapareces,
te haces invisible y te vuelves peor persona.
Desconfías, estás nervioso, tienes la
cabeza en otro sitio, y nada ni nadie parece
a la altura trágica de tu situación...
–la normalidad se hace absurda.
–Sí, las propuestas de las personas
normales, hablar de idioteces, ir a tomar
una cerveza, tener charlas superficiales, al
principio no lo aguantaba. Estaba metido
en un torbellino donde sólo existía mi trabajo,
mi situación, y buscaba respuestas
en los libros. He hecho una especie de
descenso a los infiernos literarios para
entender quién, antes que yo, en situaciones
más graves, ha logrado sobrevivir.
–¿Y qué autores lo han ayudado?
–Los perseguidos por los soviéticos,
Borís Pasternak, Varlam Shalamov...Y más
recientemente, Anna Politovskaia, que
acabó de forma trágica, pero se enfrentó
siempre a las difamaciones. No la olvidaré.
Ni olvido las cartas y diarios del juez Falcone, lo que escribió y publicó, porque
resistió ataques cotidianos, parecidos a los
que sufro yo...
–Y, tantas veces, con la complicidad
del gobierno.
–Sí. Estoy convencido de que en Italia,
cuando se lucha contra determinados
poderes, el destino de las personas queda
marcado. No necesariamente de forma
trágica, aunque muchas veces sea así...
–¿Dejándote fuera del circuito?
–Te calumnian, dicen que te exhibes,
que te haces publicidad. Eso es lo increíble,
porque se crea un círculo vicioso
que impide la palabra. Y lo que las mafias
temen es justo eso: la atención.
–Cuando escribió el libro, ¿imaginó
que pasaría algo así?
–Yo era un tipo joven que leía, discutía
y escribía. De repente, me encontré en
medio de esta guerra. Pensaba que me
iba a crear problemas, pero no tan graves.
Ahora no puedo pisar Nápoles. Este viaje
es el primero que hago en un mes. Todas
las ciudades me invitan menos la mía. A
pesar de que Gomorra es el libro más vendido
de la historia sobre la ciudad.
–Suena irónico, sí.
–Quedan pocos faros de resistencia,
pocas fuerzas sanas allí. Uno es Marotta,
el filósofo; otro, el cardenal Sepe. Y el
padre Raffaele Nogaro, en Caserta, que
sigue la tarea de don Peppino Diana, el
cura de Casal di Principe que fue asesinado.
Es curioso que las instituciones
religiosas hagan la labor del Estado.
Ése
es el drama del sur de Italia.
–¿la crisis económica lo empeorará?
–Seguro. Y eso permitirá al capital criminal
entrar en todas partes. |
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Nápoles a la vista
Debemos de ir por el kilómetro 80.
Faltan 150 para Nápoles. No hay mucho
tráfico, y el coche vuela como en los
videojuegos. “Tardamos poco más de una
hora”, informa Saviano, “si los carabineros
nos paran, sonreímos”. Es la primera
broma del viaje. Saviano parece de mejor
humor que hace unos meses, cuando dijo
que se iba. Pero a medida que nos acercamos
a Nápoles se pone más tenso.
–en realidad, vive una especie de
vida virtual. Como de superhéroe al revés.
–Una vida virtual y blindada. La gente
me visita como a un enfermo, me traen
agua y azúcar, como decimos en Italia.
La satisfacción me la dan cosas virtuales,
como Facebook, recibo miles de mensajes
de jóvenes. Eso es precioso. Todavía en
este país hay gente que tiene ganas de
la palabra.
- ¿Siente más ese apoyo que el de la
clase intelectual?
–De repente ha cambiado el papel del
escritor y algunos se han sentido bajo
asedio. Mucha gente les exige que se
pronuncien. Antes creían que los libros
no podían cambiar las cosas, hoy ya no se
puede decir eso. Quizá se puede decir que
algunos escriben palabras que no cambian
las cosas, y otros escriben palabras que
permiten a la gente tener instrumentos
para cambiar las cosas. El poder enorme
que tiene el lector que elige leer un libro...
Quizá él no se da cuenta. Yo sí. Los lectores,
y no el libro, son la clave de mi historia.
Si nadie lo hubiera leído, a la Camorra
le habría importado mucho
menos.
–la periodista de Il Mattino rosaria
Capacchione, autora del libro El oro de
la Camorra, también vive bajo escolta.
–Sí, es un caso parecido. La diferencia
es que todavía vive en Nápoles y trabaja
allí.A mí me consideran un payaso porque
escribo fuera, a ella la respetan.
–Ya dijo Cannavaro que estas cosas
de la Mafia es mejor no esparcirlas...
–La Mafia hace sentir culpable a todo
el mundo. A unos porque saben poco, a
otros porque piensan mucho. Cannavaro
se equivoca en una cosa. No es un problema
local, es global:
invierten en todas
partes.
–Muchos napolitanos piensan como
él.
–Sí, un día un abogado me gritó: “¡A ti
la escolta te la pago yo!”. Y los vecinos de
un apartamento que tuve se organizaron y
pagaron varios meses por adelantado mi
alquiler para no tenerme allí.
Nápoles aparece, ancha y bellísima,
en el horizonte. “Ver Nápoles y después
morir”, reza el dicho. Una frase que no
parece oportuno citar cuando el coche
estaciona en el cuartel de carabineros. Por
suerte, la pizzería está cerca, en la calle de Toledo. He ahí la explicación de por qué la
Mafia napolitana se llama Camorra.
Los libros son la gran pasión de Saviano.
Desde pequeño. Sólo se le ilumina la cara
cuando habla de literatura y cuando llega
la pizza humeando, vera napolitana: mozzarella
de búfala, tomates cherry, crujiente
y blanda a la vez. Un manjar.
Saviano la corta en triángulos y sopla
por encima haciendo círculos, como un
niño. Luego dice que tomó de Soldados de
Salamina, de Javier Cercas, la inspiración
para escribir su “relato real”. Y que está
deseando encontrarse con Mario Vargas
Llosa y venir con él a Nápoles. “Es un
escritor fabuloso y, como Cervantes, conoce
el alma napolitana. Lo elegiría como
padrino para mi regreso público, me daría
mucho placer. Sería estupendo si Marotta
lo organizara en el Instituto, porque esa
gran tradición laica y cívica napolitana es la
que me ayudó a escribir el libro. Los maestros
de los revolucionarios franceses eran
napolitanos. Aquí nacieron las ideas de
libertad en Europa.Y no por azar Giordano
Bruno murió en la hoguera, sino porque
intentó volver a Nápoles. Tenía la hospitalidad
del mundo entero, pero prefirió volver. |
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–Dicen que todo está en la infancia.
¿Qué recuerda de la Camorra de entonces?
–Mi padre me llevaba a visitar enfermos
a los pueblos del campo casertano.
Muchas veces veía escenas apocalípticas.
Recuerdo las búfalas muertas flotando en
el río Volturno. Cuando se hacían viejas,
las tiraban al agua para ahorrarse una bala.
Recuerdo que pescábamos lubinas en el
río, porque a fuerza de que la Camorra
robara la arena del río para hacer cemento,
en vez de que el río desembocara en el
mar, el agua salada entraba en el cauce. Mi
padre siempre tuvo miedo de la Camorra,
pero nunca se rebeló. Veía sus coches
lujosos y sentía rabia. Pero no decía nada,
nunca. Siempre sentí esa asfixia. Todo iba
mal, pero nadie podía pararlo. Siempre fue
así. “Si eres furbo (pícaro), puedes aprovecharte”,
decían. Si piensas que lo puedes
cambiar, eres un loco. Como si alguien
fuera a Roma y dijera que el Papa se tiene
que ir de San Pedro. La Camorra sabe
que sólo tiene problemas cuando mata
demasiado. Ayudan a las familias con hijos
minusválidos, a los chicos que suspenden
en el colegio los mandan a Roma para que
aprueben...
– así que no son sólo el estado, sino
el estado del bienestar.
–Pero el welfare camorrista es un privilegio,
no un derecho. Te lo pueden quitar.
–¿Cuándo decidió ser escritor?
–A los catorce o quince años. Siempre
leía, me enloquecían los clásicos. Nacer en
tierra de Camorra no sólo supone muerte
y sangre, también vives rodeado de las
mejores ruinas de la antigüedad. Aníbal
y Espartaco eran los personajes de mi
infancia. Mi abuelo y mi tío siempre me
contaban historias de Espartaco. La cultura
es lo que nos salva la vida de verdad, mi
tierra me ha regalado eso. La Anábasis de
Jenofonte se parece a mí. Para escribirla,
Jenofonte se hizo mercenario. Jenofonte
estaba tatuado, y yo también. Se tatuó un
jabalí. Lo consideraban un reaccionario.
Pero en el libro dijo: “No te fíes de quienes
escriban cosas no vividas”.
–Pero a usted ese libro vivido le ha
jodido la vida.
–Ahora estoy encerrado en habitaciones,
voy de habitación a habitación, a veces doy puñetazos en las paredes. Es
una media muerte, o una media vida.
–acabará algún día...
–Quizá mi liberación llegará y podré
pasear otra vez por la plaza del Plebiscito
cuando sea viejo, o con una peluca rubia.
Pero no lo creo. Nápoles no sólo no olvida,
también siente rencor. Gomorra ha
levantado la tapa de tantos silencios...
No me lo perdonarán nunca. Me dicen:
“estás ganando pasta con la monnezza
(basura), ¿eh?”, o “deja de escribir pelotudeces,
buffone”. Los escoltas se indignan
más que yo, y tengo que decirles que me
deben defender de los ataques físicos, no
de los espirituales.
–orhan Pamuk se ha ido deTurquía.
–Europa, con México, es hoy el lugar
de más riesgo para los escritores. Al autor
de El Padrino búlgaro lo mataron de un tiro
en la cabeza. A Politovskaia y a la periodista
que retomó su trabajo, también...
Les da miedo el autor que consigue hacer
llegar el mensaje fuera del territorio.
–¿Piensa mucho en su propia muerte?
–Bastante. Me dicen que el TNT es lo
peor, a mí me dan más miedo las balas.
Sé que me lo harán pagar, está escrito.
Convivo tanto con eso, que ya ni me asusta.
Cuando lleguen, que llegarán, será dentro
de un tiempo. La tensión me defenderá
unos años. Mientras tanto, ellos y sus
doscientos mil seguidores, y tantos políticos
que intentan minimizarlo, que dicen
que son exageraciones, seguirán con la
difamación. Dirán que he copiado, que soy
un payaso. Se lo decían a Falcone. Y él
le dijo a su hermana una cosa tremenda.
Que no se defendía de la calumnia porque
se defiende sola, y que la Mafia le haría un
favor matándole porque así quedaría claro
que no era un arribista y decía la verdad.
–No podemos terminar así. Su arma
es la palabra y la verdad, y son más
poderosas que las balas.
–Contar la verdad me ha ayudado a alejar
las sombras que tenía encima y dentro.
En parte han ganado ellos, por hacerme
vivir así. Pero por otro lado han perdido.
En Facebook hay miles de jóvenes discutiendo
sobre la Camorra.
Me han destruido
la vida, pero lo que yo he hecho ya no es
mío.
Es de los niños. |
Lo detuvieron en Venecia y lo quemaron.
Algunos me dicen: “habla de la gran cultura,
y no de la mala vida”. Caravaggio es la
belleza, y esa belleza me da fuerzas para
contar el mal. Si no existiese esa belleza,
no habría esperanza de salir.
Pero si la
belleza la usamos para cubrir el mal, se
convierte en tapadera”.
Otra fuente de resistencia es el humor
napolitano. Eduardo de Filippo, Totò, “y su
sentido trágico y cómico de la vida”. "De
Filippo era como Totò dirigido por Pasolini.
La tragedia de la miseria y el hambre, y el
reírse de ambas cosas y hacerlas parecer
fáciles. Tomaba a broma su destino, pero
no es verdad que lo único lícito sea resignarse”.
Aunque Salman Rushdie lo animó a
hacerlo. “Estuve con él en Nueva York.
Llegué con la escolta, se acercó con Ian
McEwan, cada uno me tomó de un brazo
y me llevaron al coche. No lo podía creer.
Salman me dijo lo que siento. Que mucha
gente piensa que para un escritor estar
amenazado es glamoroso.
Que nadie me
entenderá, salvo algún político (él dice
que sólo lo entendía Margaret Thatcher).
Que nadie creerá que lo que más deseas es tomar un café en un bar.
Que la única
forma de reconquistar tu libertad es decidirlo.
Que lo importante es mantener libre
la cabeza y saber cuándo quieres volver a
ser libre. Que me busque un buen exilio...
Pero eso tengo que pensarlo bien, porque
comenzar de cero es difícil”.
Se acabó la pizza: un café napolitano,
exquisito, y nos vamos a paso ligero a
conocer a uno de los mejores amigos de
Saviano: el general Gaetano Maruccia,
hombre afable, culto y cortés.
–¿Por qué ha sido tan importante el
libro de Saviano, general?
–Porque ha amplificado la atención del
gran público sobre la Camorra y ha hecho
más comprensible su potencial criminal.
Antes se creía que eran meros gánsteres
urbanos, no criminales organizados como
la Cosa Nostra o la 'Ndrangheta. Parecían
el pariente pobre de las mafias, y no es
así. Son un poder armado y horizontal, con
diversas estructuras y una jerarquía poco
clara, compuesto de grupos autónomos
y a veces enfrentados entre sí. Y varios
niveles. Las pequeñas bandas locales,
que viven sobre todo del pizzo y el tráfico local de droga, son responsables del gansterismo
urbano y a veces trabajan para
bandas que no tienen nada que envidiar
a las endrine calabresas o las familias
sicilianas.
–¿Teme por la vida de Saviano?
–El dispositivo es adecuado al nivel de
riesgo. Obviamente, es necesario mantener
siempre la guardia alta y actuar con
extrema prudencia.
–usted lo conoce hace años. ¿Podría
definirlo en diez líneas?
–Eso no se le pregunta a un amigo,
y menos si está él delante. Es un joven
brillante, inteligentísimo, sabe manejar los
datos con enorme visión analizando el
presente y anticipando el porvenir. Su gran
talento para escribir le ha permitido hacer
ese libro, basado en el estudio analítico del
fenómeno y en su gran conocimiento del
terreno. Sabe ver cosas que a otros se les
escapan. No siempre ver es saber ver. |
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Su
riqueza cultural y su innata capacidad de
análisis y síntesis le deben llevar a escribir
con profundidad de lo que sea. Gomorra
es la demostración tangible de su calidad
de escritor-periodista. Pero no debe
afirmarse en el imaginario colectivo sólo
como experto en Camorra. Debe escribir
de otros temas
–¿Se acabará exiliando?
–Creo que sus declaraciones sobre un
posible traslado al extranjero fueron sólo el
momento de desmoralización de un joven
que se ha visto de repente en el centro de
una fama y una red muy compleja de responsabilidades
y tareas. Si sucediese eso,
no sería coherente con su forma de ser
ni con su mensaje de compromiso social.
Pero conociéndolo, estoy seguro de que
eso no pasará.
–¿ganarán esta guerra?
–Estoy convencido, no luchamos solos.
No hay tiempos, es una batalla diaria. Hace
falta esencialmente reforzar las intervenciones
sociales, dar oportunidades para
que se pueda salir del perverso circuito criminal.
Sólo con represión no vamos a ninguna
parte. Necesitamos todos los recursos,
cultura, trabajo, educación, paciencia
y tiempo, escritores, periodistas. Se trata
de erradicar la violencia como concepto
de vida.
La próxima vendetta
Estamos de vuelta en Roma. Saviano se escabulló el viernes a media tarde para
pasar el fin de semana con la mamma
(versión oficial), y hoy hemos quedado en
la sede de su editorial, Mondadori. En el
sótano del edificio, un lugar oscuro, pero
no demasiado carcelario, comparte una
pequeña oficina con Carlo Carabba, de 28
años, editor de Nuovi Argumenti y uno de
los que ayudaron a descubrir al “genio”
cuando en 2005 leyó y recomendó a la
revista el primer relato.
“No es verdad que Roberto haya cambiado
para peor”, explica Carabba. “Sigue
siendo muy simpático y bromista, y es
menos tímido, está más seguro de sí
mismo. Las amenazas le han hecho daño,
sobre todo los ataques de sus paisanos
jóvenes. Pero el calor de sus lectores es
enorme. Eso le ha dado mucha fuerza”.
Por fin, la buena noticia: Saviano está escribiendo otra vez. Tiene dos proyectos
sobre la mesa. Uno es una novela real
sobre el crimen organizado internacional.
El otro hablará de él mismo, del hombre
solitario. Será casi una vendetta.
–Tengo que canalizar de alguna
forma
el rencor que siento hacia los amigos
que me dejaron cuando escribí Gomorra.
Siento odio hacia ellos.
Entiendo que la
vendetta no es un arte noble, pero me
dejaron tirado cuando más los necesitaba.
Y la amistad es lo contrario, ¿no?
–¿Con la familia las cosas van
mejor?
–Cuando mis padres se separaron,
mi hermano y yo nos quedamos con mi
madre, que es química y siempre estaba
de viaje yendo a congresos.
Estudiamos
en un colegio de Caserta.A mi padre, que
es médico de pueblo, lo veíamos el fin de
semana...
He arruinado la vida de todos
los que tenía cerca.
Mi hermano se fue a trabajar al norte.
Y con mi padre no tengo
relación. |
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