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LA JOVEN GUARDIA
PINTURA Fresca
Experimentan sin límites y se valen de todo tipo de técnicas y soportes.
El pincel, la gubia, la cámara, la
trincheta o su propio cuerpo. Para esta nueva
generación de creadores el arte contemporáneo no
cabe en un marco.
¿Qué tal pinta la obra de los
artistas uruguayos de ahora?
Por Macarena Langleib. Fotografíaas: Pablo Rivara. |
Lo esperado era que
predominaran los
nuevos medios. Sin
embargo, a los chicos
de hoy no les importa
mucho.
Trabajan en
lo que se les ocurre:
un día es en video, al
otro es en dibujo, y
si después tiene que
ser una performance, también.
Hay otros
que se mantienen en la pintura, supongo
porque vivimos en un país donde existe
una tradición a la que nadie escapa. Pero
estos mismos eventualmente hacen otras
cosas.
Las fronteras, por suerte, se rompieron”.
Así describe a los nuevos creadores
Gustavo Tabares, coordinador del
Programa de Artes Visuales del Ministerio
de Educación y Cultura. Codirector de
la galería Marte Upmarket, Tabares, que
también es artista y curador, sostiene que “a diferencia de otras generaciones, les va
bien porque empezó un movimiento que
antes no había. |
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Sigue siendo un mercado
inmaduro, poco profesional, pero está un
poco más dinamizado”.
En la misma línea
va la opinión de la ex directora del Museo
Nacional de Artes Visuales. “Existe una
nueva generación que tiene mayor libertad,
menos culpa de buscar el éxito.
Son
hipercríticos, se sirven del lenguaje que
necesitan y lo utilizan con una estrategia
conceptual, para lo cual cada vez es
más importante la formación”, sostiene
Jacqueline Lacasa.
Pincho Casanova, gestor
de El monitor plástico, espacio que
emite Canal 5, descree de los órdenes
etarios. “Hay pintores septuagenarios que
se largan a la instalación y veinteañeros
que toman el pincel y se aproximan cuidadosamente
a la tela. Las clasificaciones
ponen un mojón referencial para ayudar
al lego a rumbearse en el tupido universo del arte, pero pueden significar lentes
deformantes |
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en la percepción directa de
la obra”. Obligado a pensar en los jóvenes
artistas como un corpus, Fernando López
Lage, director de la Fundación de Arte
Contemporáneo (FAC), los define como
“una generación que nace en el cambio
de siglo y empieza a generar obra con tópicos
bastante nuevos, donde se mezclan
formatos, o se desarrollan ideas parecidas
pero con diferentes soportes”. ¿Qué les
preocupa? “La resignificación es un gran
tema. La crisis de la autoría y de la originalidad
como valores. Es la misma remasterización
que se da en otros ámbitos, una
mirada nueva de la historia del arte o de
ítems que siempre se trataron. De alguna
manera lo que es el DJ a la música”.
En estas páginas, una selección arbitraria
de la joven guardia que viene siendo
exhibida, premiada y, en el mejor de los
casos, vendida en Uruguay. |
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los otros
Incluso los que ignoran su carrera
pueden identificarlo por el afiche de la
película Whisky o la portada del disco
Amanecer búho, de Buenos muchachos.
Los retratos en pastel óleo con una
distorsión más o menos evidente en las
facciones han sido el sello de Martín
verges rilla, especialmente los que llevan
fondo naranja. Pero, como a todo autor
contemporáneo, a este discípulo de Clever
Lara tampoco le gustan demasiado los
encasillamientos.
De manera que Verges,
nacido hace 34 años, sostiene ahora que
cuando el naranja asoma en sus obras
es porque sus protagonistas pertenecen
a un mismo universo.
“Me interesa la
intertextualidad de los personajes”, aclara.
Se desprende de lo anterior que hay
muchos mundos posibles orbitando en la
mente de este artista ganador del Premio
Cézanne 2006, gracias al cual completó
una residencia en la Cité Internationale des
Arts en París y dos meses en la Maison des
Auteurs en Angoulême, donde participó en
un festival de comics. Verges ha expuesto
sus dibujos, pinturas e instalaciones en
América Latina, Estados Unidos y Europa.
Participó en la I Bienal de Artes Visuales del
MERCOSUR y en la V Bienal Internacional
de Pintura de Cuenca. Entre otras tantas
distinciones, obtuvo el Premio Banco
República en el 51º Salón Nacional de
Artes Plásticas y Visuales. Como artista
profesional, hace años que vive de su
trabajo y de la docencia. “Me gusta dibujar
desde los catorce años, y por más que
incorporo cosas, o desaprendo, siento
que básicamente es lo mismo. Dibujar
es un momento promedio en mi vida”,
reflexiona ahora, cuando tiende a utilizar las
propias salas como soporte de sus dibujos.
Trabajos con su rúbrica están a la venta en
su taller montevideano, en Buenos Aires,
Puerto Rico y hasta en una pequeña galería
parisina. Su obra más cotizada alcanzó los
10 mil dólares, aunque reconoce que esas
sumas no se logran con frecuencia.
Aparte de su camino individual, Verges
desarrolla una veta de experimentación
junto a Genuflexos, un colectivo que se
conformó al mismo tiempo que una banda
de rock, en el año 2002. “Es un grupo que
intenta fusionar lo punk y lo renacentista,
que suenan como cosas antitéticas y en
realidad no lo son”. Hace dos años se
asociaron con otros artistas para realizar
expediciones a diversos parajes, donde
conviven durante 15 días y, por ejemplo,
cotejan la flora que encuentran con la
que figura en los libros, o retratan a los
habitantes. Eso fue lo que hicieron en
La Coronilla, trabajo que cerraron, a su
regreso, al recuperar un espacio perdido
de Montevideo, reconvertido en una sala
donde organizaron una muestra, un toque
de la banda y la presentación de un libro
que recoge el proceso de su expedición.
Su propuesta, pues, interactúa con la
sociedad. El interés, dicen, radica más
en llevar a cabo los proyectos que en
difundirlos posteriormente. “Lo más vital
no está en lo consagrado; se está gestando.
Por eso me interesa relacionarme con
gente que no tiene vínculo con el mercado
del arte. En el trabajo grupal pongo mi Mr.
Hyde, mi parte oculta y latente, metiéndola
en el anonimato”. |
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Funcionario
modElo
La mayoría de la obra de Javier abreu
está en Suiza, como parte de una colección
privada de arte contemporáneo. Latas de
atún con el rostro de El empleado del mes
y fotos del personaje en grandes dimensiones
con fetas de salame cubriéndole la
pelada fueron la perdición del coleccionista
foráneo. Abreu dice que la venta ascendió
a 27 mil dólares, aunque la cifra suene
desmedida para la cotización del arte local.
Lo cierto es que hace apenas dos de sus
32 años que Abreu vive del arte, y desde
que en 2002 presentó en sociedad a su
alter ego más conocido no para de viajar.
México, Chile y Alemania ya supieron de
sus performances, nunca tan extremas
como la vez que comió una hamburguesa
de sus propios excrementos en una acción
que dio en llamar Degustación de productos.
Este mes, con su reciclado uniforme
de la más célebre cadena de comida rápida
–a la que ingresó exclusivamente para llevarse
la ropa– integrará el envío uruguayo
a la décima Bienal de La Habana, cuyo
leitmotiv es Integración y resistencia en la
era global.
Justamente entre esos dos polos se ha
movido Abreu en el campo artístico montevideano.
Ex alumno de Comunicación,
diseño yBellasArtes (taller Musso-Seveso),
la pintura figurativa forma parte de su pasado,
el videoarte estuvo en sus comienzos y
el conceptualismo pop es su condecorado
presente.
“Hace años que no toco un pincel”,
admite el ganador del último premio
Paul Cézanne, que otorga la Embajada
de Francia. En diciembre pasado fue distinguido
además por el Centro Cultural
de España en el 53º Premio Nacional de
Artes Visuales, al que se presentó con una
casa realizada con un billete de un dólar
sobre una base que rezaba “Sudamerican
buey of life”.
Con el currículum engrosado
y hasta un volumen en librerías (edición
de autor sin logos ni distribuidores) con el
que intenta cerrar el extenso capítulo de El
empleado del mes, Abreu parece contar
con la legitimación del medio, aunque a
través de sus obras viene postulando una
burla al sistema y sus códigos, con una
sonrisa sempiterna que intercambió con
la de Tabaré Vázquez o una gestualidad
que supo copiar de Hitler discurseando.
Miembro activo de la Fundación de Arte
Contemporáneo, monitor de sala de la
colección Engelman-Ost y columnista de
arte en revista Freeway, Abreu no se priva
de desnudar los códigos no escritos del
mundillo en que se mueve: “tengo un personaje,
Caín, que se prostituye para lograr
un lugar en el mundo del arte. Es el joven
emergente que está dispuesto a todo. Es
una crítica positiva. Lo único que hago es
materializar lo que veo en determinadas
relaciones, porque todos sabemos que
funciona así”. |
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madEras FamiliarEs
El orgullo de andrés santangelo
son unos perros en fibra de vidrio que
demandaron 60 horas de trabajo cada
uno en el taller de volumen y modelado
del Instituto Escuela Nacional de Bellas
Artes. Después de sortear un llamado e
intervenir con ellos los jardines del Museo
Nacional de Artes Visuales en 2006, los
tiene en el fondo de su casa de Paso
Molino, rodeando un árbol al que le levantan
la pata. Sus modelos fueron los pichichos
que tiene como mascotas, a los que
bocetó en plasticina en menor dimensión.
Dependiendo del entorno en el que vaya
a implantar sus figuras, los bocetos son
un dibujo o un fotomontaje. Trabajar en
fibra de vidrio fue un desafío con reglas
propias para este escultor nacido en 1973
y formado en el taller de Javier Nieva, en la
Facultad de Arquitectura y en Bellas Artes,
donde hoy es docente. Luego del boceto
a escala modeló en barro a tamaño real y
del resultado sacó un molde con capas de
fibra y resina.
“Es fácil de contar y bastante
más difícil de hacer”, reconoce después
de haberse enfrentado a una técnica que
quienes reparan lanchas, por ejemplo,
tienen más dominada. Además, hay que
contar con los vapores tóxicos que despide
el material. “Es un lenguaje que se
asimila a la fundición: hacés un molde y
después copias. Pero hacer fundición acá
es inviable, es un berretín.
Mi obra tiene
mucho de eso, de jugar con la tradición
escultórica como oficio, del bronce, de la
talla en piedra o en madera, de los moldes
de yeso, pero dándole el toque inconfundiblemente
contemporáneo.
Ahí está mi
guiño”, explica Santangelo, quien también
probó haciendo bodegones escultóricos
emulando las pinturas de Cézanne. A
pocos pasos de los perros, a los que dio
un acabado de esmalte grafiteado, está
el taller del artista, de donde salen piezas
bien distintas, en madera y mármol.
Materia prima no le falta. Cuando un conocido
hace podas en su campo, cuando un
temporal arrasa, o cuando hay demasiada
sombra en su propio terreno, allá va el
escultor. No es extraño que se deje guiar
por la forma que le sugiere una rama de
ciprés, un tronco de araucaria, un roble
africano, un ligustro. “Cada cosa tiene
su historia. Mi fuerte es la madera: tallo
desde los trece años. Cuando trabajás
piedra es otra tecnología, es bien trabajo
de picapedrero. Trabajo en mármol blanco,
que en Uruguay hay bueno. También he
hecho cosas en mármol de Carrara de
demolición. Es un material alucinante”.
Pese a que atesora gubias de todo tipo
asegura que “ya no es una opción, hay
que trabajar con máquinas, motosierra,
electrosierra, porque cuanto más conocés
el material te acorta los tiempos y deja
una impronta”.
No es frecuente toparse
con escultores. “Lo decía Podestá: cada
cien pintores hay cinco escultores. Tiene
que ver con la infraestructura necesaria”,
opina Santangelo, que vive de la docencia.
Su trabajo mejor pagado lo logró al ganar
el concurso para realizar el nuevo mascarón
de proa del buque escuela Capitán
Miranda. En equipo con Javier Abdala y
otras cuatro personas, con quienes ejecutó
el proyecto, tuvo que atenerse a los
requisitos que imponían las bases, entre
ellos incluir el nombre del barco y la cara
de Artigas, para la cual tomaron como
base el rostro pergeñado por Zorrilla.
Recibieron 21 mil 500 dólares, y cada
año, cuando el Capitán Miranda regresa
al país, se encargan de efectuar las tareas
de mantenimiento, ya que el mascarón se
desgasta con cada travesía. En cuanto a la
experimentación, el escultor no se detiene.
“El año pasado en Bellas Artes hicimos
un trabajo de música con escultura.
Sobre una pista electrónica tocamos arriba
como una banda de motosierras, taladros,
amoladoras, y la escultura era como un
resultado aleatorio de la huella que iba
dejando la máquina.
Estuvo bueno. Lo
vamos a seguir laburando”, promete. |
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sociEdad
dE consumo
El retorno de la tasa de inversión
en el arte nacional es el tema de la
tesis de agustín sabella (Montevideo,
1977), artista y estudiante de Dirección
de Empresas. Las conclusiones no son
muy alentadoras, a menos que se esté
inserto en el campo del arte y se sepa
exactamente en qué artista emergente
depositar la confianza. De lo contrario,
según los estudiosos de la economía de
la cultura, el arte es un negocio riesgoso.
Sabella no encuentra conflicto en vender
sus cuadros y dice que hasta ahora no se
puede quejar.
“Parto de la base de que el
arte es un producto elitista. Si yo quiero
comprar un Mercedes Benz no puedo ir
con dos mil dólares a la automotora. Esto
es lo mismo”. Expuso por primera vez en
julio de 2007 y la mejor venta que realizó
ascendió a 5 mil dólares. Es el precio de
su faena: alrededor de nueve horas diarias
en su taller del FAC, donde desde hace
tres años su street art se adueñó hasta
de las paredes.
Trabaja en simultáneo en
varios cuadros y pide opinión cuando se
confunde.
“Tengo una abuela que pintaba,
una tía abuela que hacía tapices. Era
el nieto al que llevaban al museo y le regalaban
lápices de colores.
Mis cuadernos
de niño están todos garabateados. Es una
larga experimentación. Hice unos años en
Bellas Artes y no me aportó nada. Para
ellos, arte contemporáneo es el de 1960”,
dispara, tajante. Su obra son casi siempre
stencils, es decir, plantillas con motivos
recortados que aluden a la iconografía
pop, esmaltes, acrílicos y sprays vibrantes
sobre tela, madera o metal. Muchas veces
sobre chapas de señalización apropiada,
o sobre puertas de heladeras o lavarropas
viejos. Sabella trabaja con capas de
sentido: detrás de sus pinturas saturadas
es posible distinguir todavía la textura
previa, los logos, las marcas; un verdadero
palimpsesto. Tituló Prócer a la pintura de
Artigas en el cuerpo de Charles Atlas con
taparrabos animal print sobre una bandera
patria gastada. ¿Y cómo define él al arte
joven? “Creo que es un tema cultural más
que de edad. Ves una obra de Margaret
Whyte y tiene cordones flúo.
El campo del
arte en Uruguay tiene de todo. Hay mucha
gente talentosa, pero que me guste, poca
cosa. Juan Burgos me alucina y tiene
bastante que ver con lo que hago, por
más que él utiliza collage, pero tiene una
vuelta irónica igual que yo”. Admirador de
Bansky y Damien Hirst, asegura sin dudar
que la mejor obra que vio en su vida fue la
Capilla Sixtina: “fue un shock”. Hasta hace
unos meses, cuenta, para pintar con flúor
en Uruguay había que fabricar la pintura
con los pigmentos, importarla de Estados
Unidos o decidirse por el aerosol. “El sténcil
me permite lograr una imagen súper
limpia. Siempre me dio por pintar todo
lo que encuentro. En la calle está bueno
porque tenés un contexto que refuerza la
idea. Si encontrás la imagen y el lugar adecuados,
hay como una sinergia. Aparte,
sorprendés.
Con que lo vea una persona
y se ría ya está”. Últimamente, cuando
se cruza ocasionalmente con otros graffiteros,
está repitiendo la imagen de un
niño de cuatro ojos. “Es el que desea
todo, pero también es el panóptico, el
control social”, explica Sabella, gran lector.
Obras suyas obtuvieron una mención de
honor en el Premio Cézanne 2006, fueron
exhibidas en el Museo Nacional de Artes
Visuales, en el MEC y en Engelman-Ost,
además de estar permanentemente en el
FAC y de integrar colecciones particulares
en Estados Unidos, Suiza y Uruguay. A
Sabella le interesa el campo del arte desde
todos los ángulos, incluso dando clases a
niños o haciendo curadurías.
No descarta
nada, salvo que no quiere estar en una
galería comercial, al estilo ortodoxo, por
nada del mundo. |
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puntadas sin hilo
ana campanella acaba de encontrar
una veta en la cual piensa seguir un buen
tiempo.
Es el bordado en aluminio, esto es,
alambres insertos en planchas de metal o
sobre planchas de mdf (madera compensada)
forradas con lienzo, dibujando con
sus contornos desde retratos que tienen
como base una fotografía hasta portadas
de revistas de moda.
Esa es la causa de
que un motor de mecánico dental se haya
sumado a las herramientas de esta futura
arquitecta de 28 años para poder perforar
el material. “La rigidez del metal y lo blando
de las imágenes conviven en cada obra
generando situaciones de particularidad”,
describe Campanella en la página web del
FAC sobre esta nueva etapa de su carrera
que se remonta al año 2005.
Antes se
había dado a conocer como artista digital,
con técnicas de animación y fotografías
intervenidas, y como tal expuso y recibió
premios en Uruguay, Argentina y Chile. En
ese momento su obra era muy colorida.
Ahora la computadora la ayuda a concebir
una primera parte de estos bordados, el
paso previo a ejecutarlos. La etapa racional
queda confinada a la máquina, pero una
vez que se traslada al metal trata de darle
al material la máxima expresividad plástica.
“Mirando televisión y revistas se me
disparan ideas, entonces las escaneo o las
busco en internet, después las dibujo en
Photoshop o en Corel. Ahí las calco, hago
el boceto, le agrego, le quito elementos, lo
imprimo y lo trabajo como molde.
Lo pongo
arriba de la plancha y lo calco en la chapa”,
explica. Campanella se vale de alambres
de distinto grosor, y como las chapas no la
terminan de convencer, quizás cambie por
el anodizado, ya que el aluminio se mancha
con facilidad. En el pasaje de la portada
tomada como modelo a la obra que la
recrea no sólo hay un cambio de soporte.
También agrega sin inocencia logos que
pueden llegar a ocupar el lugar de la boca
o bordados menos atados a la plancha,
que operan como un bajorrelieve rebelde,
que se desentiende del plano y multiplica
su trama hacia el espacio en dirección al
espectador. “Trato de mantener el espíritu
del bordado”, argumenta. Para presentarse
al Premio Paul Cézanne, cuya premisa
eran los años ‘60, bordó una campera
con consignas en francés y el nombre de
Liber Arce, y agregó un ringtone con La
Internacional sonando. Lo más reciente de
su búsqueda es la inserción de bordados
de hilos de aluminio sobre diversas prendas,
incluso calzado. Las preocupaciones
conceptuales, en cambio, siguen siendo
las mismas.
“La relación de la mujer con
las revistas, la publicidad y la moda. La
respuesta ante el agobio de cómo tiene
que ser”.
Su mejor venta, hasta el momento,
ascendió a mil 700 dólares, y el futuro
inmediato la encontrará este año en la feria
ArteBA con la galería Del paseo. |
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mundo dE JuguEtE
ana bidart explica que el arte es
algo natural en su vida, ya que su padre
es pintor.
Claro que su paleta cromática
difiere en extremo: ella suele utilizar
tonos pastel, el rosado, el fucsia y otros
colores generalmente asociados con lo
femenino. Se ha hecho conocida por
trabajar con materiales de baja complejidad,
como la goma eva, que al principio
exploraba en el plano.
Diseñaba púberes
sufrientes y sexuados, en un entorno de
estrellas, corazones y arco iris, con claras
reminiscencias a la crueldad del manga.
Gradualmente le encontró posibilidades
escultóricas y más abstractas. Probó
armando prismas hasta que decidió que
era mejor montar capas de colores como
extrañas montañas sicodélicas. Las corta
con tijera –su prolijidad es característica–
de forma sinuosa, orgánica, y con
paciencia ve elevarse sus obras de hasta
trescientas láminas, que une con Cascola
y coloca en cubos de acrílico.
"Tengo una
estética random, de licuadora", sostiene
a sus 24 años. Formada en el Centro de
Diseño Industrial tanto en la vertiente textil
como en la industrial, confiesa que nunca
abandonó la cartuchera y que los niños
son su público más entusiasta.
Lo dicho
no obsta para que una pieza de la serie
Fin del mundo haya sido seleccionada
en el Premio Nacional de Artes Visuales
Hugo Nantes y que su dimensión escultórica
haya sido validada al ser invitada
a Una sombra en el arte uruguayo, nada
menos que un homenaje al artista Gonzalo
Fonseca.
Si bien los volúmenes de Bidart
tienen una apariencia cándida, su intención
es contraria: la creadora no los concibe
como montículos que se elevan sino que
se desmoronan. “Nada es lo que parece”,
asegura Bidart, quien ya fue curadora invitada
del Concentrado de arte y diseño del
programa Plataforma, del MEC. |
CuestiOn de espACiO
“El arte joven no es lo que más se vende. En
Uruguay no existe un mercado del arte. La gente
compra lo que le gusta, no por la edad del artista
o porque sea una inversión”, anota Pablo Marks,
con medio siglo de trayectoria al frente de
Galería Latina. Para acceder a un sitio en su local,
Marks se refiere a “calidad artística” y pone el
ejemplo de Raúl Olivera, un pintor joven que
se inclina por los motivos campestres. No es el
único requisito, advierte. “Aquí todos los artistas
deben tener una empresa unipersonal para aportar
a la DGI y al BPS, y no todos pueden lidiar
con esos trámites engorrosos, ni todos alcanzan
las cifras mensuales que para ello se requieren.
Para el artista joven es mucho más fácil exponer
en centros culturales extranjeros o en museos
y salas del Estado que en galerías comerciales.
Dios quiera que en un futuro se revea”. Aparte de
los escollos burocráticos, el veterano galerista
advierte cierta incompatibilidad edilicia con las
expresiones en soportes no tradicionales: “no
hay espacio físico en una galería comercial. Yo
creo que el lugar natural del artista joven son
los museos”.
A Isidra Delfino, de 525 Art, no la desvela el
espacio. La suya es una galería cien por ciento
digital. “Nosotros representamos sólo artistas
uruguayos, en su mayoría jóvenes o lo que se
llama emergentes, artistas que ya están en el
mercado, que han ganado premios, que tienen
reconocimiento pero que no necesariamente
están a la venta de forma sostenida”. Su colega
en el mundo virtual Enrique Abal Oliú comenzó
con Arteuy en 2001 y actualmente los nuevos
talentos ocupan una cuarta parte de su catálogo.
Abal plantea con franqueza las reglas del
negocio: “los artistas emergentes tienen precio
de emergentes, lo cual los hace tentadores
para un eventual comprador o coleccionista que
quiera apostar con menos plata a un catálogo
más numeroso y con posibilidades de crecer
en el futuro”. La cotización de la obra depende
de cuántas exposiciones tuvo, el tamaño de la
pieza, la técnica y otras tantas variables, pero en
general oscila entre 300 y 500 dólares.
En Marte Upmarket, ubicada sobre la calle
Colón de la Ciudad Vieja, los artistas jóvenes
copan el 50 por ciento del stock. “Me interesan
mucho, como me gustan los discos nuevos, pero
sigo escuchando a Pink Floyd”, bromea Gustavo
Tabares aludiendo a artistas de generaciones
mayores pero con un alto grado de originalidad,
como Ernesto Vila o Cecilia Mattos. Ante el desafío
de nombrar a los jóvenes más prometedores
cita a Abreu, Verges y Ernestina Pereira, “una
artista muy jovencita que ahora está trabajando
obras con pelo”.
En tren de destacar a algunos de sus artistas,
Abal subraya que “Juan Pedro Paz, si bien ha
tenido algún premio en el (ex) Salón Nacional,
tiene mucho potencial de futuro. Otros, como
Ana Méndez, por ejemplo, cuando empezamos
eran emergentes y ya no lo son más, porque han
hecho muestras por todos lados". |
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irrupcionEs
urbanas
Recientemente bajó del Centro MEC
la última muestra colectiva en la que
gerardo Podhajny participó. Se llamó
Homenaje a la cursilería y contó con la
curaduría de Alfredo Torres.
Allí el artista
montó un altar pagano en base a una foto
que le tomó a su madre junto a un ramo
de rosas rojas, a partir de la cual imprimió
estampitas rebautizándola como Santa
Alicia, nuestra señora de Malvín Norte.
Fue menos problemática que aquella intervención
a mediados de 2008, con curaduría
del argentino Ezequiel Steinman y en la
misma sala, consistente en un caudal de
desperdicios tal que los organizadores lo
invitaron a retirar el colchón sucio y gastado
que formaba parte de su propuesta.
El propio artista reconoce que el colchón
apestaba. Para mayor desconcierto de los
presentes, durante el vernissage Podhajny
y sus secuaces repartieron parte del dinero
destinado a montar su exposición. Él
es el mismo que hace dos años desperdigó
por la sala de exposiciones del Subte
pequeños muñecos confeccionados con
objetos encontrados en la calle o directamente
en la basura. Decir que los confeccionó
es exagerar bastante, ya que la serie
estaba compuesta por trifásicos chamuscados,
piezas de grifería, tapones, palillos,
cables y desechos de todo tipo a los que
sólo agregó un par de ojos de plástico.
Al
conjunto de piezas lo llamó Proceso de
legitimación del espacio urbano –aunque
en confianza les decía simplemente bichitos–
y gracias a él se hizo con la mención
de honor del Salón Municipal 2007, no sin
sorpresa de sus colegas.
Mientras desarrolla
distintos proyectos de arte efímero
en los que frecuentemente denuncia
empresas, productos o realidades a través
de lo que considera una acción subversiva,
paralelamente, este egresado del Centro
de Diseño Industrial se gana la vida como
creativo publicitario. Quiso el destino que
tuviera que diseñar campañas para causas
a las que se había opuesto en su faceta
como artista. Gajes del oficio, tuvo que
admitir. En el otro extremo, con su colectivo
Hungry Artist Foundation desarrolla
iniciativas callejeras que incluyen murales
y performances frente a un público poco a
nada prevenido. Los proyectos del grupo,
integrado por un número variable de personas,
y con frecuencia asociado a otros
colectivos, suelen plantearse con un presupuesto
reducido, que reafirma el nombre
que los reúne. Podhajny tiene a Marina
Abramovic (Belgrado, 1946), considerada
una de las abuelas de la performance,
como una artista a seguir, aunque es el primero
en reconocer que sus acciones implican
poco o ningún riesgo. Un amigo suyo,
cuenta, realiza una performance durante la
cual se cose un botón al lóbulo de la oreja.
Claro que ese amigo no fue admitido en el
circuito artístico oficial. Todavía. |
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