los hombres siempre responden. Basta con generarles expectativas de placer, y ellos se desprenderán encantados de su dinero y de su poder, dice Billinghurst. Es esa fuerza la que explotan las mujeres para moverse en las sociedades patriarcales. En su estudio, la autora mezcla el análisis sociológico con perfiles de mujeres célebres que usaron su poder sexual para controlar su destino. Desde las primeras chicas malas, hasta personajes de nuestro tiempo como Madonna y Britney Spears, el desfile se alimenta de personajes históricos pero también de la mitología, la literatura y el cine.
Comenzando por el principio, Eva, Pandora, Medusa o Cleopatra fueron seductoras natas, pero cada una a su manera. Eva era curiosa, abierta a nuevas propuestas y respetaba menos las normas, pero fundamentalmente lograba que a Adán se le cruzaran los cables con sólo verla. Por su parte, Cleopatra conquistaba con insinuaciones, misterios y exhibiciones de riqueza.
Y es que si bien la seducción es el arte de la sugestión, los estimulantes de la sensualidad son culturales y se vinculan a la experiencia personal. Cambian con la edad y la aparición de nuevos valores e ideales. Según este criterio, Jane Billinghurst armó variados perfiles que coinciden con determinados momentos de la historia y la evolución social. Aquí, los ejemplos.
Amante fatal
Los hombres poderosos nunca tuvieron
que buscar demasiado. Para las mujeres
con pocas opciones, explotar su belleza para mejorar su calidad de vida era la
vía natural.
De hecho, guardar las apariencias con la esposa y divertirse con la amante era moneda corriente y tolerada en la sociedad, que incluso daba por sentado este orden de cosas siempre que el hombre fuera discreto. Juguetes divertidos, criaturas a las que mimar y que distrajeran de las preocupaciones, las amantes eran objetos de lujo que se sumaban al patrimonio de los caballeros.
Cuanto más sexy e ingeniosa fuera ella, más envidiado era el hombre entre sus amigos.
Así demostraba su poder e influencia. En ese estado de situación, el hombre podía disfrutar de las seductoras insinuaciones de la mujer, ya que estaba seguro de no correr peligro entre sus brazos. Pero como todo juego, entraña riesgos.
Siempre ha habido mujeres ambiciosas que han apostado fuerte y acaban dominando a sus amantes. Y cuando las amantes alcanzan un poder que la sociedad considera excesivo, la reputación de seductoras se vuelve entonces en su contra.
Seductora subversiva
Aunque algunas amantes supieron
conservarse bajo el ala protectora de sus benefactores, otras mujeres buscaron la independencia.
Estas fueron en general cortesanas o prostitutas de alta sociedad que ofrecían agradable compañía a clientes adinerados.
A fines del siglo XIX saltaron a la vida pública e inauguraron una era en que camaleónicas actrices y bailarinas prendaron a hombres que prometían cosas disparatadas y revelaban secretos que podían llevarlos a la ruina. Algunas desafortunadas, empero, descubrieron que el mismo deseo masculino que las llevó al éxito bien podía arrastrarlas también a la muerte. La historia de la legendaria Mata Hari es un ejemplo paradigmático.
La bailarina, nacida como Margaretha Zelle, quedó huérfana y pobre a temprana edad.
Tras un casamiento malavenido, sin dinero ni manera de ganarse la vida, la señorita Zelle se dedicó a la danza. En aquel momento Oriente estaba de moda, y los bailes insinuantes de Zelle
–convertida ya en Mata Hari– cautivaron los escenarios de París, Milán y Viena. Sin embargo, su estilo de vida era muy costoso y pronto comenzó a depender económicamente de hombres ricos, en especial militares.
Dadas sus íntimas conexiones, cuando en 1914 estalló la guerra, Mata Hari se convirtió en espía para el gobierno francés y logró, con sus artes, acercarse al bando alemán.
Las cosas no salieron bien y su lealtad fue puesta en duda por los Aliados, quienes la acusaron y ejecutaron por cargos de alta traición. En realidad, lo que se castigaba era su osadía de inmiscuirse en ámbitos masculinos, así como su libertad sexual.
Mujeres como Mata Hari, anteriormente admiradas por saltarse las normas y acceder a la intimidad de los poderosos, fueron comparadas con modernas Dalilas y tachadas de peligrosas.
Vampiresa erótica
Cuando a fines del siglo XVIII las mujeres empezaron a reclamar mayor independencia, la respuesta masculina sugirió que el mejor lugar para ellas era el hogar.
La mujer debía sacrificar todo por su familia y convertirse en tranquilo refugio para el marido.
El valor de la era victoriana era la virtud, no el trabajo o la inteligencia.
Ni qué decir, entonces, que el sexo era una obligación y no un placer. Con los hombres arrinconados por sí mismos y las mujeres desmayándose en casa por falta de sol, la distancia entre los sexos aumentó.
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Entonces apareció la poesía de Baudelaire, se publicó la novela Drácula, de Bram Stoker, y coincidieron bajo el mismo título de El Vampiro, una pintura de Philip Burne-Jones y un poema de Kipling. Esa fue la puerta de entrada para la moda de las criaturas frías y pálidas.
Acto seguido emergió la mujer de pelo negro azabache e hipnótica mirada que desborda sexualidad y cuyo objetivo en la vida es destruir todo aquello por lo que el hombre ha luchado. Broadway y Hollywood se encargaron de su difusión, y para 1915 los besos de las heroínas tenían gran carga erótica pero no daban vida, sino que debilitaban.
En los años '30 esta vampiresa perdió sus curvas y fue Marlene Dietrich, con su interpretación en El ángel azul, quien le prestó cuerpo. Su atractivo es diferente, su voz ronca fascina y su modus operandi ya no es la caza, sino que atrae a la presa para que se adentre en su territorio. Así y todo, esta tentadora es menos peligrosa que su predecesora, puesto que ante ella sucumbe sólo el débil que permite ser dominado.
La lectura es clara: quienes creen en la igualdad de los sexos están destinados a ser tratados como juguetes. Para que los hombres se salven, deben mantenerse alejados.
Mujer explosiva
Tras la Primera Guerra Mundial las
cosas mejoraron. Las mujeres volvieron a sus lugares y por su meritoria acción durante los años difíciles fueron premiadas con el derecho al voto. Los hombres se relajaron al ver que esta incursión en en la democracia no producía ninguna catástrofe y de este germinador surgió la proyección de una animada joven que no planificaba nada, pero que tenía ganas de experimentar.
La vampiresa fue sustituida por la mujer explosiva, que pasó de ser una escalofriante depredadora a una mujer segura de sí misma.
Es cierto: hacía sudar la gota gorda al hombre, pero al final terminaba capitulando.
El cine se convirtió en el canal perfecto para mostrar imágenes tentadoras de ese tipo. La bomba sexual, que tuvo su representante máxima en la actriz Jean Harlow, disfrutaba con los enfrentamientos de la guerra de sexos, pero en el fondo ambas partes se entendían y se aceptaban. Por supuesto, ellos tenían claro que la mujer acabaría cediendo.
La mujer explosiva es puro sexo, una fantasía hecha realidad e invariablemente rubia. Alegre y llena de vida, sabe que si posee una personalidad un tanto descarada consigue mejor sus objetivos. La clave de su atractivo estaba en que su seguridad no amedrentaba, y Harlow demostró que una mujer podía mostrar sus encantos sin negarse a que un galán la pusiera finalmente en su lugar. Como tenía que ser, claro.
Femme fatal
Como en anteriores épocas, ante el panorama oscuro de la pre-guerra, los hombres volvieron a desconfiar de las mujeres.
Ellas habían demostrado ser muy competentes durante el conflicto anterior y ahora volvían a ser activas, con derecho al sufragio y habiendo disfrutado de las libertades de los locos años ‘20. En definitiva, era aire para las mujeres, pero una gran amenaza para la subsistencia masculina. Así nació la mujer fatal. Acunada en la pantalla del cine negro, la depredadora sexual de los años ‘40 utiliza a los hombres para que hagan el trabajo sucio por ellas. Esta personalidad hipnotiza a los varones y los vuelve responsables de su propia destrucción. ¿Cómo?
Despertando su deseo pero también brindándoles la posibilidad de ser mejor que los otros Adanes El hombre desea disfrutar de la mujer, pero también le atrae la idea de ascender un escalón en el ranking del éxito masculino.
Claro que a la hora de la verdad los planes nunca salen bien. En el cine negro de los años ’40 el crimen no paga, y con ese mensaje los hombres del público piensan dos veces antes de evadir sus responsabilidades y desafiar lo establecido.
La película Gilda, con Rita Hayworth encarnando la mujer fatal de piernas interminables y gracia sin par, retrata una seductora de motivaciones y sentimientos poco claros, con un pasado de sueños rotos que busca a un hombre dispuesto a todo por ganar el premio mayor: ella misma.
La mujer fatal no sabe actuar sola y se mueve dentro de los límites de las normas creadas por los hombres. Al ser castigada por su crimen, ellos saben que pueden disfrutar del cuerpo de la tentadora, sin distraerse por la maldad de su mente. Están a punto de domar a la mujer rebelde.
Gatita sexy
La tentadora está en continuo movimiento. Cuando regresaron de la guerra, los hombres vieron que las mujeres de los años ‘50 sonreían, no los abandonaban ni causaban problemas. Entonces la tentadora se ajustó. Volvió a aparecer la rubia encantadora que sabe cómo acariciar al hombre sin pedir demasiado a cambio.
Marilyn Monroe surgió en el momento justo y se convirtió en el bálsamo refrescante que necesitaban los hombres para recuperarse de la mujer fatal. Una gatita sexy como ella es sencilla: basta mirarla para saber que no necesita una trama truculenta para proyectar sexo. Su juventud, vitalidad y esbelta figura llaman la atención. Y por si quedara algún atisbo de duda, Marilyn dejaba claro que no tenía problemas en mostrar sus atributos.
La boca entreabierta y la mirada entornada demostraban que era accesible. Esa combinación de consciente sexualidad con inocencia y vulnerabilidad infantil enloquecían.
A través de una voz que susurraba, proyectaba sexo, pero como niña prometía disponibilidad para probar cosas nuevas. Su irrupción en escena fue una invitación para buscar hombres que quisieran disfrutar de sus cuerpos y marcó otro ciclo de tentadoras al que los hombres sobrevivieron con éxito.
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Dos extremos
Los años ‘60 supusieron una relativa tregua en la batalla de los sexos.
Con la llegada de la píldora anticonceptiva, el placer se volvió una realidad menos peligrosa. Era el momento de jugar con la imagen de la tentadora para ver cuántos aspectos podía abarcar. Y esa década centrada en la contraposición de generaciones dio a luz una interesante bipolaridad. En un extremo del ring, la señora Robinson de El Graduado, la inolvidable matrona de clase alta que seduce al inocente y joven Dustin Hoffman.
En el otro, Lolita, el personaje central de la novela de Vladimir Nabokov, encarna la tentación pre-adolescente que hechiza a un profesor de mediana edad. Según la teoría darwiniana, mientras que la mujer busca un hombre mayor que le asegure estabilidad y protección a sus hijos, el hombre persigue la salud y la vitalidad, indicadores de la capacidad de la mujer para concebir y sobrevivir al parto.
Cuando la mujer elije una pareja más joven implica que su seguridad está cubierta y su elección procura revivir sensaciones físicas.
Pero el sexo entre generaciones diferentes generaba revuelo todavía en los ’60.
La tentadora, fiel a su condición, se convierte en una mujer egoísta que busca su propio placer, aunque su poder sucumbirá ante el de una rival más joven y virtuosa. Por otra parte, Lolita seduce con su mera existencia, a diferencia de la señora Robinson, que prepara con celo su estrategia.
Cabrona integral
A pesar del agua corrida debajo del puente, de vez en cuando surgen brotes de inquietud masculina que adoptan la forma de movimientos ultraconservadores o religiosos que exigen que las mujeres recuperen su papel tradicional.
Esas figuras tuvieron su mejor y más claro reflejo en el cine, donde se mostró un nuevo tipo de seductora malvada, inteligente y culta, pero fuera de control en lo que a sexo y moral se refiere.
La conexión no requiere demasiado esfuerzo memorioso: Sharon Stone en Bajos Instintos. La tentadora de fines de siglo XX es tan inteligente que asusta.
Alta, fría y siempre rubia, es consciente de su efecto sobre los hombres y eso le divierte. Para ella el sexo es meramente una satisfacción corporal. Su atractivo físico es muy femenino, pero su visión del sexo es extremadamente masculina.
Como buena tentadora despierta tanto el apetito sexual como el instinto competitivo.
La obligación del hombre es convertir a esta mujer.
En Bajos Instintos la mujer es independiente.
No necesita al hombre por dinero ni por poder.
Ella ya los tiene y, sin embargo, no está satisfecha. ¿Qué más quiere?
La película es una fábula de los años ‘90. Los dominios de la supremacía masculina se han reducido notablemente y advierten que la mujer hermosa, inteligente y con éxito es demasiado buena para ser real.
Iniciativa femenina
Con el tiempo, las mujeres han conseguido tener opinión y acción, y han encontrado el modo de mostrar su sexualidad a los hombres.
Artistas en su mayoría, utilizaron el escenario como plataforma para su seducción, desde Mae West en las primeras décadas del siglo XX, hasta Madonna en los ’80.
Puesto que ahora se podía adoptar la imagen que mejor encajara con sus objetivos y estados de ánimo, nadie mejor que Madonna para demostrarlo. Independiente y descarada, saltó a la palestra desfilando un sinfín de provocativos papeles.
Su imagen fue creada siendo consciente de que en cualquier momento podía convertirse en un personaje completamente distinto.
Chica materialista, juguete de los hombres, amiguita del gángster y novia virginal, Madonna describió estilos de vida que controlaba perfectamente. Hasta en sus coreografías, los bailarines masculinos forman parte de una decoración que realza su propia presencia.
Con su sexualidad vigorosa y desafiante, recuerda a las mujeres su poder sexual y las anima a utilizarlo como les plazca. Ya no hay que elegir entre Eva y la Virgen: se puede ser ambas. Ahora, a principios del siglo XXI, el fiel de la balanza se encuentra bastante equilibrado y los hombres gozan de cierto margen para experimentar con tranquilidad.
El placer sexual femenino es tema cotidiano, y los arquetipos míticos están adquiriendo forma en los espacios privados. Las mujeres entran a un gimnasio y solicitan sin vergüenza un lugar en las clases de danzas eróticas o en el baile del caño.
Derribando uno a uno todos los mandamientos sociales acerca de qué es lo que las chicas pueden o deben hacer, la mujer tentadora gana terreno en el dormitorio.
Para felicidad de todos, claro.
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