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NIÑOS DISTINTOS, ¿AULAS COMUNES?
En el sistema educativo, el dilema de la integración no está saldado. Ciertos institutos apuestan a la convivencia y permiten alumnos especiales en clases ordinarias.Otros esgrimen razones edilicias, presupuestales y curriculares para
descartar esa posibilidad. La casa, muchas veces, se reserva el derecho de admisión.

POR MACARENA LANGLEIB FOTOGRAFÍAS: LATINSTOCK

La asistencia es obligatoria. El niño tiene derecho a educarse. Los padres, así lo indica la ley, asumen el deber de enviarlo al lugar adecuado en tiempo y forma. Hasta allí, todos de acuerdo. ¿Pero qué sucede cuando el niño sufre algún síndrome, cognitivo o motriz, que lo distingue del resto? Cuando no sigue la lección con la soltura de los demás compañeros. Cuando se distrae sin motivo aparente. Cuando reclama, en suma, atención extra. Entonces, la de por sí complicada tarea de elegir un centro educativo, pude ser una empresa que implique más tesón que el habitual. Especialmente si padre, madre o tutor descartan los sitios especializados y se empecinan en insertar a su vástago en una clase ordinaria. Más difícil, todavía, si el trastorno es detectado en medio del año lectivo. Verónica Marandino sabía que su chiquito no era igual a sus compañeros. Recién a los dos años comenzó el jardín de infantes, ya que tenía poco lenguaje. Con cuatro años, a raíz de una hipoacusia, fue operado de los oídos. Por eso decidió inscribirlo en un colegio privado que le prometía asistencia sicológica y sicomotricidad. “Al mes y medio de comenzadas las clases ya me estaban llamando para decirme que presentaba otros desórdenes, que no prestaba atención en clase, que le costaba completar un trabajo, y a ver en qué podía contribuir yo con información. Pero él en casa jugaba como cualquier niño”, relata Marandino. Acabó descubriendo, el año pasado, que su hijo tiene afectada la motricidad fina, lo cual le impide efectuar trazos con precisión y completar figuras. En el colegio tuvo infinitas entrevistas: con la sicóloga, con la directora, con la maestra, con la sicomotricista. Les explicó que su hijo estaba en tratamiento. En octubre pasado volvieron a operarlo de los oídos. En el colegio al que asiste, todas las promociones pasan por el departamento sicológico. Le pidieron los informes médicos del niño. La sicóloga, cuenta la madre, estaba de acuerdo en darle los tiempos necesarios para que evolucionara. Ya habían probado con dos medicamentos para el déficit atencional. El primero no dio resultados, pero el segundo parecía mejorarlo sensiblemente. “Ellos me decían que las reuniones eran para evaluar y obtener información, pero yo lo veía como una presión”, recuerda la madre. También supo de un compañero de su hijo, con problemas emocionales y rabietas, a cuya madre terminaron recomendándole, como a ella, que buscara un colegio más adecuado. “La directora me dijo que no era posible que volviera a inscribir a mi hijo para este año, que no lo tomara como un rechazo, pero que ella no tenía los recursos para atenderlo. Que sólo había una maestra especializada y que no podía destinarla a preescolares. Me dijo que no estaba a la altura de lo que él necesitaba”.
Este año, Marandino resolvió inscribirlo en un colegio adventista, donde no hay más de ocho niños por clase. Espera haber encontrado por fin el lugar indicado. Aunque ella no es adventista, no le preocupa la confesión del colegio. Después de una larga peripecia para volver a insertar al niño en un sitio donde esté contenido, entiende que sus prioridades son otras:
“yo busco educación para mi hijo”.

Lógica y logística
No faltan casos de niños rechazados antes o durante un curso, pero Educación Primaria interviene únicamente “si se atentó contra el desarrollo saludable”, tal como explica la maestra Edith Moraes. La medida que toma el organismo es enviar una inspección. Y mientras no medie una denuncia ante un juzgado, el asunto no cobra dimensión jurídica. En la investigación de primera instancia, la inspección puede instar a la institución a que se ajuste a los requerimientos de la ordenanza 14; en su defecto, la autorización o habilitación del centro puede quedar comprometida. Sin embargo, los casos más frecuentes que recibe Primaria son los de alumnos repetidores cuya situación no fue debidamente notificada, padres desconformes porque la elección de abanderados no se ha ajustado al reglamento, y colegios que generan problemas con el pase de determinados alumnos a raíz de deudas en el pago de sus cuotas. Sobre esto último, empero, ya hay una resolución que establece que el retraso en las cuotas no puede ser causal de retención de pase. “Estos son problemas de fácil solución”, explica la directora general del Consejo de Educación Primaria. La integración de un alumno “diferente”, por el contrario, no es un tema tan simple. En la educación pública, con sus consabidas gratuidad y laicidad, existe la voluntad de recibir a todos por igual.
Con las vacunas vigentes y la edad que exige la normativa, teóricamente cualquier aspirante debe ser admitido en la escuela más cercana a su domicilio. “No se aplica ninguna prueba, ni se estudia a los niños de acuerdo a determinados estándares. En cambio, cada colegio privado se arrogael derecho del perfil del niño con el cual quiere trabajar. Eso es lo que tiene la escuela pública: no delimita perfiles”, subraya Moraes. Sin embargo, las excepciones no faltan a la cita, amparadas en las deficiencias estructurales y en la falta de presupuesto para personal complementario. De hecho, no todos los institutos públicos fungen como escuelas de integración.
Un ejemplo. Raúl Pittaluga tiene tres hijos, uno de ellos con síndrome de Down. Desde que nació, en 1987, la decisión de sus padres fue que no iba a ir a una escuela especial. “Iba a ir a una escuela integrada o no iba a ir a la escuela, pero íbamos a pelear por la integración. Recibí opiniones de todo tipo, incluyendo que era imposible que Diego avanzara si no iba a una escuela especial”, cuenta hoy el padre. Pero su empecinamiento, fruto de la investigación y la consulta permanente, sobre todo con profesionales españoles, dio sus frutos. Finalmente lograron que el niño fuera inscripto en una escuela pública de Malvín Norte, su barrio. “Al principio fue difícil, porque no había práctica de integración y te encontrabas con una respuesta diversa de los docentes. No tienen una directiva. Lo que decía el Consejo de Primaria era que había que integrar en todos aquellos casos en que fuera posible.
Eso es tan genérico y amplio que, decida una u otra cosa, el maestro siempre está amparado porque está cumpliendo la disposición”, se lamenta hoy Pittaluga, que durante 12 años fue presidente de la Asociación de Padres de Niños Down.

En un jardín de infantes aceptaban a su hija, pero no al hermano. “El porqué nos llevó una hora y media de discusión, durante la cual la directora apelaba a argumentos cada vez más lejos de la realidad y más prejuiciosos. En resumidas cuentas, Diego tenía derecho a ir a la escuela pública y la directora tenía derecho a decir que no”, recuerda Pittaluga, cuyo hijo llegó a terminar el ciclo básico en un liceo privado y aspira ahora a insertarse en el mundo laboral. “No lo digo como un padre loco, intransigente. Está fundamentado científicamente, hay libros publicados por especialistas. A esta altura creo que el problema de la integración no es un tema de recursos, ni de infraestructura, ni de cantidad de personal. Mentira. Si existen problemas es porque hay cuarenta alumnos en clase, y no porque haya uno con síndrome de Down. La maestra con cuarenta alumnos no deja de ir a la escuela ni rechaza a los alumnos de sobra. Pero si uno tiene síndrome de Down le puede decir a los padres que no. Hay una segregación grosera. Si a esos niños se les permitiera ingresar a las escuelas comunes tendrían una calidad de vida muy superior”.

Puertas adentro
¿Qué pasa en la otra vereda, la de la educación privada? “Hay un principio general que es la posibilidad de selección del alumnado y luego, instituciones que tienen una gran capacidad de incorporar, atender e integrar a niños con capacidades diferentes, con déficits sensoriales, intelectuales, emocionales. En esto hay una enorme disparidad en los criterios”, explica Héctor Florit, maestro con tres décadas de experiencia, especializado en discapacitados intelectuales, trastornos de personalidad y niños de conducta desfavorable.
Desde su página web, el Ivy Thomas Memorial School se muestra preocupado por la prevención. Blanca Piñeyrúa de Rubio, directora de primaria del colegio pocitense, explica que la fonoaudióloga de la institución es la encargada de hacer la pesquisa y después deriva al chico a un técnico externo, previa reunión confidencial con los padres. El peritaje se realiza por rutina en el primer semestre de las clases inferiores, porque consideran que lo mejor es detectar las posibles disfunciones cuanto antes.
En materia de límites de ingreso, la directora es clara: “si consideramos que lo podemos ayudar positivamente, lo tomamos.
Si la patología es tan grave que no estamos preparados para ayudarlo, le sugerimos que vaya a otro lugar.
Tenemos niños con dislexia, e incluso una niña con una disminución auditiva bastante importante. Cuando se detecta, la dislexia debe tener un tratamiento especial, pero el alumno puede seguir en el colegio en la medida que el técnico que lo está tratando considere que puede continuar estudiando dos idiomas”, avanza la directora del Ivy, donde la doble currícula es condición imprescindible.
“Hemos tenido niños con patologías físicas que se han podido integrar bien, incluso a la clase de gimnasia, pero si la patología fuera demasiado importante, hay que tener en cuenta que éste es un colegio con demasiadas escaleras”.

DISLÉXICOS EN LUCHA
“Así como el chiquilín tiene derecho a ser educado, el docente lo tiene a ser educado para todo esto que se le está presentando en el aula”, sentencia Daniel Tort, presidente de la Sociedad de Dislexia del Uruguay. La sociedad orienta a los docentes, investiga, organiza cursos y jornadas, y también asesora a padres sobre cómo obtener un diagnóstico confiable. A partir del año 2000, cuando se realizó un congreso sobre dislexia y se creó la asociación de padres, una circular de Secundaria estableció que, eventualmente, un alumno con dislexia tenga tolerancia en la evaluación e incluso pueda ser eximido de los cursos de idiomas extranjeros. A nivel terciario también se plantea el problema y hay facultades, como Ingeniería y Arquitectura, que cuentan con departamentos de apoyo, consideraciones en los tiempos de los exámenes, o el trueque de un escrito por un oral. “Un alumno con dislexia tiene la capacidad de llegar a lo que se proponga. A veces no quiere leer en público o no entiende las consignas, pero dándole los caminos, puede aprender. Sicológicamente es muy sensible, por eso el vínculo afectivo es fundamental. Si se le explican los enunciados no siente que está aislado ni etiquetado”, concluye Tort.
Hace dos años que las maestras Nelsi Soto y Ana María Fernández abrieron, junto a un equipo multidisciplinario, el Centro Integra para dificultades del aprendizaje, pero desde hace tres trabajan en la capacitación de docentes, con énfasis en el déficit atencional y la dislexia. “Somos el nexo entre los padres y el instituto”, explican, “porque existe un divorcio entre el tratamiento que sigue el niño y su educación. Y el niño es una integridad.
En esa mediación que hacemos vamos viendo pequeños logros que el maestro en clase no percibe, como es lógico, dado que atiende a una enormidad de niños.” Generalmente el maestro es receptivo a las opiniones del centro de apoyo, afirman las fundadoras de Integra, especialmente porque no tiene una formación específica para estos problemas. “A veces actúan de manera perjudicial para el niño. Lo mejor es tener pautas, porque el niño de acá se va con un informe y ciertos lineamientos que permitirán mejorar el vínculo”, agregan las expertas.
Sus colegas del Elbio Fernández hoy apuntan justamente a paliar sus deficiencias edilicias. Laura Camacho, directora de educación inicial y primaria, cuenta que la comisión directiva aprobó un proyecto que transformará la institución en un edificio accesible de acuerdo a las normas Unit e Iso. “Estamos entusiasmados y consideramos que es el primer gran paso para visibilizar el respeto que nuestra comunidad educativa tiene por las diferentes capacidades que podemos tener en cualquier momento de la vida, cualquiera de nosotros”. Pero hay dificultades que a simple vista no se ven e, igualmente, pueden poner en riesgo la permanencia de un niño en el centro educativo al que asiste. La hiperactividad (que no responde a un único origen y tiene múltiples manifestaciones); la dislexia (que afecta entre un 8 y un 10 por ciento de la población); y los problemas del cálculo se cuentan entre los más comunes. La cuestión es de qué modo y en qué lugar deben aprender los niños que las padecen. ¿Cuál es, en definitiva, la línea de corte para contarlos dentro o fuera de un aula “normal”? A esto hay que sumarle discapacidades como limitaciones en la audición, ceguera total o parcial, o dificultades en el desplazamiento, cuya prevalencia alcanza en Uruguay al 7.6 por ciento de la población total residente en hogares urbanos.

De ida y vuelta
“Donde quiera que vayan, esos chicos deben sentirse a salvo, tranquilos, seguros.
Deben saberse queridos. Si no, no pueden aprender”, opina Fernando Mirza, fundador del Idejo. El actual asesor del colegio ubicado en el Prado agrega un matiz: “si lo van a integrar amorosamente, pero el chico siente todo el tiempo que fracasa, no está a salvo. Eso señala que el tema no es tan sencillo. No basta recibirlos amorosamente. Ponerlos periódicamente frente a situaciones de fracaso no es conveniente. Por ejemplo, en el Idejo hay mucho nivel de actividades físicas. Sería fácil integrar a un ciego; pero sería muy difícil integrar a un paralítico. Pero un chico especial, en una proporción adecuada, ayuda a sus compañeros a madurar. Aprenden a ser generosos, a ser tolerantes, a ampliar sus horizontes”. Dana Otero es la mamá de Martín Fares, que nació con columna bífida y actualmente es un muchacho de 14 años que aprendió a valerse por sí mismo, al menos en tramos cortos. Una malformación congénita, en su caso a nivel lumbar, limita su movilidad en los miembros inferiores.
Martín camina con bastones, pero eso no impide que, silla de ruedas mediante, juegue al básquetbol en la selección de la Organización Nacional para Lisiados, con la cual ha competido en Brasil y Argentina, ni que haya subido al cerro Pan de Azúcar durante un paseo liceal. Va al Colegio Santa María de 8 de Octubre y Jaime Cibils. Por lo que cuenta su madre, realmente han dado con un lugar que sabe tratarlo. Otero buscó jardines de infantes desde que su bebé especial contaba con apenas año y medio de edad. Él se movía con un caminador y cada vez que lo iban a inscribir le exigían un examen sicológico que demostrara que era intelectualmente normal.
“Eso no me gustaba.
¿Viste cuando te muestran caras, te dicen que van a hablar con la directora y empiezan a dar vueltas?
Entonces ya no íbamos más. Conozco muchos casos de chicos como él, que han tenido problemas, sobre todo en la escuela pública.

Hasta a un chico que vivía en la misma cuadra le cerraron la puerta. Te dicen que el colegio no está preparado, que el edificio esto o lo otro, y aducen que el niño debe tener un auxiliar sólo para él. También en otros colegios privados me exigían un auxiliar. Ya eran caros de por sí, y no iba a estar pagando un auxiliar cuando sabía que mi hijo no lo necesitaba”, se queja muy resuelta Otero, que lleva y trae a Martín del colegio en su auto. El edificio tiene sólo un ascensor, y aunque no está destinado a los alumnos, con él estaban dispuestos a hacer una excepción. Pero Martín no quiso complacencias y empezó a subir las escaleras. A su ritmo, claro. “¡Nunca llegó a usar el ascensor!”, recalca la madre, orgullosa. Para el siquiatra Miguel Cherro, con vasta experiencia en el tema de la integración, es menester cumplir con una serie de pasos previos y luego realizar un seguimiento del caso. En primer lugar, que un equipo multidisciplinario evalúe tanto las características del grupo receptor como las del niño que va a ser integrado. “Esto tiene una serie de parámetros. Hay que preparar la inclusión. Esto incluye al chico y a la familia. Ver qué viabilidad tiene en la institución que uno ha elegido. Que sea un lugar receptivo, con un cuerpo institucional dispuesto a trabajar la integración, tarea que exige indudablemente cierto esfuerzo y creatividad, porque ningún chico discapacitado es igual a otro. Tenés que armar un programa a medida de sus capacidades.
Hay que apoyarse en sus puntos fuertes para que el chico pueda incrementar los logros en esas áreas. Y por otro lado, hay que tratar de ir complementando las áreas débiles, o fortaleciéndolas.
También hay que preparar a los alumnos que van a ser receptores de esa integración para que acepten a ese chico.
E incluso a sus familias, porque a veces hay padres que tienen el criterio de que si entra un discapacitado su hijo se va a retrasar”, advierte Cherro. Mirza lleva agua para el mismo molino. “Hemos visto desde un autismo casi manifiesto a situaciones de hiperactividad, y vemos que si hay tolerancia, no sólo del equipo de educadores sino de los compañeros y de la familia, esos chicos evolucionan y justifican el esfuerzo que hace la institución para integrarlos. Pero también es muy importante el apoyo que dan los padres. He visto en ese nivel algunas dificultades para aceptar a un chico así, y resistencias para tomar en cuenta la opinión de sicólogos y siquiatras.
En ese sentido, por todas partes hace falta flexibilidad y paciencia. La educación es un trabajo de tiempo. Cuando aceptamos a alguien hiperactivo sabemos que nos puede llevar dos o tres años lograr un ajuste totalmente satisfactorio de su comportamiento”.

Cupos completos
Ése es un tiempo que gran parte de los centros educativos no está dispuesto a brindar. La negativa, por ende, termina afectando a quienes sí lo hacen. “Hay niños que no han sido tomados en otros sitios por su aspecto físico, que no tiene nada que ver con lo intelectual, que a nosotros nos reditúan una cantidad de satisfacciones. Generalmente el que viene trae una carga de angustia muy grande, porque existe una historia de rechazo. Hoy me llamó una mamá y me preguntó si tomamos repetidores.
¡Cómo no! Ese niño ya viene estigmatizado. Pero a esa mamá en concreto, tengo que decirle que tiene un lugar para conversar porque

lamentablemente el grupo ya está cerrado y el cupo está completo. Con más de dos integraciones por grupo ya no influiría lo positivo. Tuvimos que aprender a decir que no, porque es terrible, pero no todo el mundo integra”, explica Ángela Palermo, maestra directora de la Escuela del Parque.
El instituto, ubicado en Parque Batlle, no se ocupa de Downs ni de ciegos, pero sí ha incluido a niños con dificultades motrices severas. “La realidad que encuentran sus familias es desesperante.
Todo el mundo habla de integración pero no todos la practican, y los que abrimos los brazos ya tenemos a todos inscriptos”, insiste Palermo. La misma constatación hace Jorge Scuro, del Jesús María, donde hace décadas se fomenta la convivencia y algunos niños con síndrome de Down han completado el ciclo básico: “aceptamos cualquier tipo de dificultades de aprendizaje o de inserción. El límite es que el grupo o el colegio no se nos convierta en una escuela especial, lo que entendemos no es conveniente para la producción de los chicos llamados comunes ni de los que tienen dificultades. Si usted sube a un ómnibus no encuentra cinco Down, tres parapléjicos, cuatro sordos. Usted ve una proporción”, razona en defensa de su argumento el director del colegio de Carrasco.
Desde el campo científico, Cherro agrega: “los colegios elitistas en general rechazan a este tipo de chicos y entonces conseguir una institución se convierte verdaderamente en un vía crucis. Y los que tienen una voluntad integradora ven con dolor que su población se va haciendo cada vez más atípica. Pierden el equilibrio ecológico. Lo cual creo que crea una nueva segregación”.
La ingeniera Daniela Sniadover tardó en saber qué era lo que retrasaba el aprendizaje de su hijo.
Luego de varios estudios que descartaban malformaciones, cuando el niño estaba por cumplir los tres años, descubrieron una falla en un gen, que produce menos proteína de la que debería. Entonces se enteró de que ese niño hipotónico, que cuando tenía que gatear no gateaba, que llegaba a las metas pero siempre detrás de los demás, sufría del Síndrome de X Frágil. Se trata de una falla subdiagnosticada, que puede pasar por timidez o retraimiento, y que se expresa de distintas formas de acuerdo al infante. “Como era primeriza me decían que era muy sobreprotectora, que no había problemas. No demostraba mucho interés, pero estimulándolo, el gordo llegaba”.
A partir de los cinco años le comenzaron a suministrar ritalina para aplacar su hiperactividad: era un niño muy proclive a distraerse. Los médicos, no obstante, le aconsejaron enviarlo a una escuela regular.
La consigna fue esa, porque son niños que observan mucho y que imitan. De manera que necesitan buenos modelos alrededor. “La primer escuela, que quedaba a la vuelta de mi casa, me dijo que no había cupo. Al principio fui sola y me dijeron que sí. Después fui con el nene y me decían ‘ah, ¿pero éste es?’ ¡No sé qué se pensaban!
¿Qué era un monstruo? A mí ya no me interesaba. Me la habían recomendado como buena, pero sé de un chico que ingresó y que después del diagnóstico le dijeron que no porque tenía el síndrome. Yo buscaba una escuela de cuatro horas que sólo tuviera español, porque si iba a foniatra no lo quería complicar con otro idioma. Después de la escuela lo reforzaba con lo que él necesitara”, relata Sniadover. El niño asistió finalmente

al colegio Ariel, donde accedieron a admitirlo con un tutor permanente, contratado por los padres.
En un plan de inclusión, con un horario reducido, concentrado en lo esencial, el niño podía comprender mejor y concentrarse.
“Son niños que aprenden de una forma diferente.
No intentes que aprendan a leer secuencialmente, leen globalmente. Lo secuencial no lo procesan: mi hijo ve una palabra nueva, no la puede leer y se frustra.
Tiene que aprenderla de memoria. Pero tiene mucha memoria”, relata la ingeniera, que junto a otros padres creó la Asociación de Síndrome X Frágil del Uruguay y viaja anualmente junto a su esposo a Estados Unidos para asesorarse con una investigadora del M.I.N.D. Institute, quien incluso visitó Uruguay en el año 2000.

Deseable vs. posible
“Nadie tiene que estar afuera del sistema.
No estamos hablando de chicos maleducados sino de diagnósticos reconocidos desde el punto de vista médico. Si el chico está dentro del colegio y le pasa algo, también”, sostiene Christine Fuhrel, directora general del Liceo Francés Jules Supervielle.
El colegio del Buceo aplica enteramente el sistema galo y en Francia hay una política muy abierta, señala Fuhrel. “Quizás el punto mayor de debate durante las elecciones francesas fue que ningún chico debe quedar afuera de la educación.

Debemos tener conciencia del problema que tiene para tratar de arreglarlo. Lo máximo que podemos hacer en materia de integración, lo hacemos. Tenemos alumnos con discapacidad física, y cuando un alumno tiene dislexia puede pasar sus exámenes de bachillerato del área francesa con un tercio de tiempo más. La idea es integrar a los alumnos de todo tipo y poner un apoyo especial si se necesita. Tenemos un departamento sicológico, pero más que eso ofrecemos apoyo durante la clase. Se le puede poner un grupo aparte después de hora, los profesores le pueden quitar ejercicios a su trabajo, enviarle tarea a su casa, etcétera”. Fuhrel admite, sin embargo, un límite físico a su vocación integradora: para un alumno ciego no hay suficiente personal ni lugares apropiados. “Como no somos Francia, tenemos que movernos de acuerdo al material que tenemos. Pero cada vez que se puede, se hace”, asegura. Ningún alumno puede ser eximido de la doble asignatura (en español y en francés) porque el sistema está concebido de esa manera, pero en presencia de un diagnóstico que lo amerite el colegio puede llegar a acceder a alivianar la carga horaria. Hay antecedentes en casos de alumnos frágiles, que retomaron las clases luego de un tratamiento oncológico, por ejemplo.
La directora declara que también pueden admitirse casos de repetidores cuando eso conlleve un aprendizaje.
“Repetir no es un castigo; es seguir al ritmo suyo. Generalmente sirve cuando hay problemas atencionales o de dislexia, cuando el chico no puede hacer todo: seguir el tratamiento y seguir el colegio, que en el Liceo Francés es rápido y de un nivel alto, con doble idioma. Pero la idea básica es no excluir”. Con tres décadas en filas de la enseñanza, que incluyen un pasaje por la cúpula del Codicen, el maestro Florit se anima a trazar un perfil de la educación privada en los últimos 40 años. “Seguramente ha variado. Creo que después de conquistada la democracia hubo un crecimiento de instituciones privadas que se corresponden más con una segmentación social que vive el Uruguay, un corte menos religioso y más vinculado a la estratificación social, a la capacidad de pago.
La excelencia académica es uno de los fundamentos legitimadores del pago.

Algunas instituciones hacen de la integración un fundamento de su propia matrícula, otras utilizan diversos criterios de selección: calificaciones anteriores, conducta, entrevista, etcétera. En esta categoría es evidente que hay algunos comportamientos o aptitudes intelectuales que parecerían quedar excluidos. En esa diversidad se mueven los colegios privados”, resume el experto. Mirza declara muy francamente cómo se posiciona el Idejo en relación a otros colegas. “Si una familia tiene tres hijos en un instituto altamente competitivo, que responde a las aspiraciones familiares, y quiere enviar sólo el cuarto a nuestro colegio, porque el cuarto exige una atención especial, sentimos que no es justo, que están abusando de nosotros. Si nuestro instituto es bueno para el cuarto, es bueno para todos los chicos de la familia. Si adoran tanto al instituto elitista, que envíen allí al cuarto hijo, y si un instituto rechaza a uno de ellos, entonces no deberían seguir enviando a los otros. Esos casos se dan con frecuencia, y entendemos que es injusto también económicamente”. Para Scuro, director del Jesús María, “como en Uruguay es muy resistida la integración, los colegios que estamos en esta línea recibimos un aluvión que es desproporcionado a la sociedad, porque hay quienes no hacen su tarea. Hay que dedicarse y formarse para cada chico. Hay que aceptar visitas, críticas. Yo salgo todos los años al exterior buscando experiencias. El tema es trabajar, estudiar mucho y querer al alumno”.
Cherro cree que las ventajas de la integración se constatan empíricamente. “La investigación ha demostrado que los chicos de muy buen nivel intelectual no disminuyen su rendimiento. Lo que sí aumenta es la capacidad empática de aceptar la diferencia. No ponerse en una actitud crítica de menosprecio, sino solidarizarse con el diferente y recibirlo como uno más”. Por otro lado, el siquiatra sostiene que los discapacitados mejoran sus habilidades, sus capacidades cognitivas y hasta aumentan su autoestima y su nivel de integración social. “Está demostrado que una sociedad verdaderamente democrática es integradora. Los colegios exclusivistas que no integran tienen, de fondo, un modelo excluyente y antidemocrático”

AYUDA PÚBLICA
La gerencia de Salud del Banco de Previsión Social (BPS) atiende un 80 por ciento de las patologías congénitas del país. En el Departamento Médico Quirúrgico se brinda asistencia integral en diversas especialidades. Muchas veces la patología se corrige pero deja secuelas. La mayor parte de las derivaciones a los institutos de rehabilitación son por trastornos del aprendizaje.
Esos niños son enviados a escuelas de integración, es decir, escuelas normales que incluyen niños diferentes.
O bien van a escuelas especiales o necesitan, además, el apoyo de fonoaudiólogas, sicomotricistas y/o deberes vigilados. El BPS paga una parte a través de ayudas extraordinarias a institutos autorizados.
Distribuidos por todo el país, suman 220, entre centros de salud, talleres ocupacionales y escuelas de integración. Para figurar en esa lista se requiere una serie de trámites que incluye desde la habilitación de Bromatología hasta la de Bomberos, así como la acreditación de la debida formación del plantel, una carta de aspiración y un proyecto de trabajo. Se visitan las instalaciones y se estudia si en la zona donde está inserto existe una demanda insatisfecha. Si se le asigna un número de proveedor, recibirá además inspecciones periódicas. La prestación -unos 2.200 pesos, monto que está a estudio de un posible aumento- se le da al beneficiario, pero para ello debe tener una patología crónica y un diagnóstico certero.
El padre puede optar por un apoyo económico del pago del instituto al que asiste su hijo, o por una asistencia para el transporte. Ambos beneficios son excluyentes. Paralelamente, la Secretaría de Gestión Social para la Discapacidad de la Intendencia de Montevideo brinda entre 60 y 70 ayudas técnicas anualmente (lo cual implica sillas de ruedas, lupas, etcétera) en base a donaciones que llegan del exterior.
Así lo informa Raúl Campanella, coordinador ejecutivo de la secretaría, que mantiene acuerdos con centros de formación en deportes, cocina y otros rubros.
     
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