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Sake, tempura, kokeshi, bonsái, kendo, manga. santo y señas de una cultura que pega fuerte entre algunos orientales
que, aunque no tienen los ojos rasgados, sienten a japón casi como su patria. ¿Será culpa de meteoro?

POR MACARENA LANGLEIB


Para algunos no pasa de rellenar el sudoku o pedir sushi.
Para otros, va mucho más allá de un juego de lógica numérica o de comer con palitos. Aunque la colonia japonesa en Uruguay no llega al medio millar de personas, el amor por el país del sol naciente está arraigado en varios orientales de este lado del mundo. La animación nipona –para los entendidos, animé– está en la base de muchas aficiones. Criados con Candy Candy, Meteoro, Sankuokai o Pokémon, hay adolescentes y hasta cuarentones que siguen coleccionando figuras de sus personajes favoritos, que intercambian DVDs, que se comunican en foros virtuales y que están pendientes de cuanta actividad japonesa se organice en la ciudad. “Aun los mejores dibujos animados me desaniman”, escribió Mario Benedetti en su segundo libro de haikus rioplatenses.
El autor de La Tregua se dejó tentar por la métrica de la poesía japonesa clásica, pero desde esos mismos versos se autoproclamó ajeno al animé. Los fanáticos pertenecen, necesariamente, a generaciones menores: son los llamados otaku. Supuestamente, ningún otaku que se precie admitirá serlo públicamente. Siempre y cuando no opte por practicar cosplay (apócope de costume play, es decir, juego de disfraces), esa lúdica idea de ponerse en la piel del héroe de ficción. La práctica no es tan disparatada como parece ni ajena a los locatarios.
Sin ir más lejos, la convención Montevideo Comics, que se realizó por sexta vez el mes pasado y reunió cerca de 3 mil personas en dos días, tuvo su infaltable concurso de cosplay.
Las bases indicaban claramente que los disfraces debían ser de confección casera, pero más de uno encargó sus lentes de contacto coloreados y su peluca flúo por internet.
“¡Soy una típica colegiala japonesa!”, explicó sobre su ultra sexy jumper una jovencita más uruguaya que el dulce de leche. Posó para las cámaras, extrañada de que su atuendo no cayera de maduro, y entró a la convención de historietas, animación y juegos a reunirse con sus pares. Los seguidores del foro http://www.animefg. com/
(la f y la g son por fan group), que, por supuesto, marcaron presencia en dicho evento con un stand propio, también organizan competencias por las suyas.
Además de mantener el sitio web, se juntan cada tres meses en un salón alquilado.

 

En 2003 eran 20 excéntricos batallando contra el prejuicio de que el fanático de las historietas, los videojuegos y el animé actúa como un autista. Hoy son 200. Intercambian material, proyectan películas y algunos se disfrazan, cuenta Alejandro Ferrón, diseñador gráfico de 31 años, que representó a Anbu sensei. El personaje pertenece a la serie Naruto (una de las que se pueden ver por Cartoon Network o jugar en la consola Playstation), sobre un aprendiz de ninja que sueña con llegar a ser el jefe de su aldea. Para hacer un mapa de sus gustos, Ferrón se remonta a sus cinco añitos, mirando en la tele Transformers y Meteoro, que actualmente está en cartel con el sello de los hermanos Wachowski. Todavía conserva álbumes de figuritas y muñecos.
“Otaku-otaku no; sólo soy un admirador de la cultura japonesa”, aclara.

Titubeo otaku
“El otaku no es más que un adolescente dudando entre la infancia y la adultez”, afirma el provocador Jean-Jacques Beineix (director de la película Betty Blue) desde el prefacio de Otaku, los niños de lo virtual.
Se trata de un ensayo de corte sociológico escrito por el periodista francés Etienne Barral. Radicado en Japón desde 1986, Barral observó y posteriormente se entrevistó con esos extraños muchachos que, según su hipótesis, estaban fundando una subcultura. “Lejos de parecerse a la caricatura que algunos son tentados a hacer de ellos, los otaku concretan la emergencia de una cultura cuyo centro es Japón. La ola desde hace tiempo ha sobrepasado el archipiélago: el fenómeno es mundial”.
El libro data de 1999, vale aclarar. La expansión de esta tribu urbana, o como quieran llamarle, actualmente es palpable alrededor del planeta. A cuatro décadas de mayo del 68, hasta el parisino Barrio Latino está plagado de comercios dedicados a la venta de manga, animé y merchandising temático.
En cierta forma, la imaginación llegó al poder. Barral no se equivocaba al pronosticar este furor, pero quizá sí lo hacía al referirse a los otaku como seres que optaron por el ostracismo, y decidieron refugiarse en las aventuras de monstruos como Godzilla para huir de la humillación en el colegio, es decir, en el mundo real. Ésa es la mirada del extranjero en la tierra de los cerezos en flor.

 

Aunque se los identifica desde los años 60, el prejuicio hacia los otaku recrudeció en los tempranos 90 con el arresto del asesino serial Tsutomu Miyazaki y la aparición en la prensa de varias fotos de su cuarto, un escondrijo tapado hasta el techo con pilas de comics y DVDs. Sin embargo, las investigaciones del crítico y profesor japonés Hiroki Azuma echan una mirada renovada sobre los populares dibujitos y sus seguidores. “La cultura otaku es el resultado de la japonización de la cultura pop norteamericana”, dijo fuerte y claro en 2001. Vendió de arranque 70 mil ejemplares y se posicionó a la cabeza de la intelectualidad joven de su país. Azuma no juzgaba a los otaku y eso gustó.

¿Disney en Tokyo?
Estas aficiones se enmarcan en un fenómeno mundial de aproximación a Oriente. “Doraemon, espero que viajes alrededor del mundo como un embajador de la animación japonesa para mostrar a la gente qué clase de lugar es Japón”, dijo el ministro de Relaciones Exteriores Masahiko Komura en marzo pasado. Creado en la década del 60 por Fujiko F. Fujio, Doraemon es un gato robot con poderes mágicos que viene desde el futuro para ayudar a un desventurado estudiante de primaria, Nobita. Esta promoción cultural en la que Japón está embarcado hace medio siglo coincide con una predilección estética, filosófica y gastronómica de los occidentales curiosos.
Hasta la página personalizada de Google (www.igoogle.com) ofrece escribir el nombre propio en japonés: haragana (con caracteres latinos) o katakana. Un aliciente para quienes no pueden cruzar los husos horarios y pedir una demostración de shodo, es decir, que se lo escriban con tinta china en papel de arroz. Podría suceder, por ejemplo, en Akihabara. Ese barrio ubicado en el distrito de Chiyoda, en okio, es también conocido como “Electric Town”, ya que lo electrónico, los videojuegos y el manga encuentran allí una zona liberada. Según las descripciones, Disney se sentiría humillado. Quién sabe: quizá disfrutaría más que ninguno. En Akihabara incluso hay bares donde las fantasías otaku se hacen realidad, con camareras ataviadas como personajes. La farándula vernácula (los seiyu, actores que ponen voz a los animé) son habitués de la zona, a esta altura multilingüe y muy frecuentada por los turistas extranjeros.



¿Tokyo en Montevideo?
En Montevideo no existe un barrio japonés y la comunidad está integrada por gente de interés diverso, entre ellos profesionales, pero la mayoría se concentra en la zona oeste de la ciudad. Allí está también la Asociación Japonesa, donde se imparten clases de idioma tres veces por semana, además de cursos de cocina, y se realizan ferias. El calendario marca para enero la fiesta de apertura del año, shinenkai, y en abril la untokai, jornada familiar deportiva, con juegos y rifas. El pasado 8 de junio fue el primer bazar del año, que se repetirá en noviembre, y en diciembre se hace una cena de despedida para socios. El bazar es una venta económica de topo tipo de artículos japoneses, incluyendo alimentos, que la asociación recibe en donación, por ejemplo, cuando un diplomático termina su misión en Uruguay.
La cuota mensual para asociarse es de 140 pesos. A las clases de japonés concurren hijos de inmigrantes, para mantener la lengua y la tradición de sus ancestros, pero también van uruguayos.
Cada vez hay menos de los primeros y las clases de ping pong se suspendieron. La segunda generación suele regresar a Japón en busca de mejores oportunidades. La mayoría de los locales, al contrario, son adolescentes y jóvenes cuyo interés común es el manga y las artes marciales. “Tienen una locura impresionante. En Japón la costumbre es leer una revista y dejarla en la misma estación de trenes donde la compraron, entonces se lee mucho más”, cuenta Asemi Saito, secretaria de la institución, ubicada en Plaza Vidiela 5632. De paso, conviene saber que si se quiere conseguir un kimono hecho a mano y que se lo ajusten a uno a medida, la casa de los Saito es el lugar. El mercado de flores de San Martín y Guadalupe es otro enclave japonés en la ciudad, aunque no excluyentemente. Claveles, crisantemos y rosas son cultivados en su mayoría por japoneses, y en el mismo mercado venden salsa de soja y un arroz especial producido en Rocha. Alejandro Somoza, de 13 años, está siempre atento al cronograma de la Asociación Japonesa del Uruguay. Aunque practica karate desde hace cinco años, aprende el idioma desde hace dos y dice presente en cuanto evento japonés tenga lugar (como el recital de la melancólica música tradicional enka de Yumi Inoue), por fuera sólo se nota su debilidad nipona porque lleva una remera de Naruto. Un guiño para el que quiera y pueda entenderlo. Atrás quedaron los peluches de Pikachú y seguir los capítulos de Dragon Ball Z.
En el futuro, quizá, las katanas y el ping pong.
Los kashi o ideogramas lo cautivan, y lo atrapa la estrategia del manga (se trajo muchas revistas de Brasil, donde la comunidad es enorme).
Mientras espera crecer para ganarse una beca a su idea del paraíso, disfruta del sushi y el nigiri que le convida su profesora de japonés.
En la casa de Misaki Pulleiro, de 18 años, se come más pescado que carne y todo el que traspasa el umbral tiene por costumbre quitarse los zapatos. La vida de los Pulleiro transcurre en esos aspectos casi como si continuaran en el archipiélago.

 

Además, Misaki vende todo tipo de elementos japoneses desde su página web: www.misakilandia.com.
Como su familia es mixta (madre oriental, padre uruguayo),aprovecha
los viajes de los parientes para conseguir accesorios, revistas y muñecos.

Usos y costumbres
Hace ocho años fue inaugurado en Montevideo el Jardín Japonés, en un terreno a los fondos del Museo Blanes.
Es un homenaje en miniatura, si se lo compara con el espacio que abarca su par bonaerense, pero la disposición de puentes, piedras (y hasta peces) transmite idéntica armonía. Periódicamente, la embajada de Japón organiza allí y en otros sitios actividades como una demostración del ceremonial del té o una exposición de piezas del budô (artes marciales). Las más relevantes tuvieron lugar en 2006, a lo largo de una semana durante la que se celebraron los 85 años de relaciones bilaterales entre ambos países. Actualmente, el Departamento Cultural brinda clases de origami, el arte de doblar papel, dirigidas a escolares. La sede diplomática provee el papel glasé y los párvulos aprenden la técnica para emular figuras como las que aparecían en la película Blade Runner. La papiroflexia no es la única oferta de extensión cultural. También se ofrece una presentación en video o DVD sobre la geografía y la historia de Japón. Akemi Ito, asistente de la agregada cultural, señala que son muchos los que se acercan a la embajada en busca de revistas e información. El año pasado organizaron un concurso de karaoke en la Asociación Cristiana de Jóvenes, del que participaron más de 35 grupos. El 99 por ciento eran uruguayos, de la capital y el interior. Para asombro de los diplomáticos, resultó ganador un chico que había aprendido japonés por fonética. Es que Miguel Ángel Arias, de 21 años, futuro analista de sistemas, sueña con irse a vivir a Japón. “Siempre fui un entusiasta de su cultura”, cuenta este ex seguidor de Pokémon. Por ahora compone canciones en español, pero para el concurso preparó una de The yellow monkey, grupo que interpreta el tema de cierre de la serie Samurai X, y desde que se ganó el DVD de Morning Mosume (literalmente “hijas de la mañana”), se hizo fan de esa banda. Arias chatea con amigos japoneses que se hizo en internet y se acerca a los eventos organizados por la embajada. “Lo mío no es un fanatismo superficial”, insiste. “Me parece que la sociedad japonesa tiene valores que acá se han perdido”

Fanatismo mundial
En el instituto Berlitz reciben demandas de seminarios para empresas que mantienen relaciones comerciales con Japón. Decenas de gerentes participaron de cursos in company o individuales. Otro sector de los alumnos no lleva corbata y está interesado en aprender japonés por razones culturales. Adriana Delbueno, la docente, se integró a Berlitz en 1999. En su caso, el acercamiento a lo nipón fue a través de una penfriend, una amistad por carta en los tiempos en que internet todavía era un concepto reservado al ejército estadounidense. Después de la amiga japonesa, con la que se carteaba en inglés, Delbueno decidió aprender su idioma, y se enganchó tanto que lo hizo durante veinte años. Incluso ganó una beca de estudios y, tiempo después, ya junto a su marido, vivió en la isla de Kyushu, frente a un volcán activo, todo un lustro durante el cual nació su hijo. De segundo nombre le pusieron Takashi, que significa “grandes ambiciones”. La historia de amor entre Delbueno y Japón es de larga data, de manera que no le cuesta entender este creciente interés.

 

Sus alumnos le preguntan insistentemente sobre las costumbres culinarias y el comportamiento en la mesa.
Además, desde hace tres años el examen de dominio de japonés es obligatorio para cursos de posgrado. Con 36 años, a Sandra Ríos nada de la animación y las series le es ajeno. Eso incluye el manga, el animé, las películas de monstruos (kaiju eiga), deportes como el kendo y el iaido (especie de esgrima), aparte del idioma japonés. Lo estudia en el Departamento de Lenguas de la Facultad de Humanidades y en la Universidad Ort donde, por un convenio de cooperación con la Asociación Cultural Uruguayo Japonesa, son dictados los cursos Sakura. Es que Ríos aspira a dos becas y quiere estar preparada. Su colección de películas, muñecos y otros objetos, como una réplica de casco de samurai (kabuto) adquirida recientemente, no son sólo un capricho estético, sino una forma de complementar su trabajo como maquilladora y diseñadora de efectos especiales para publicidad y televisión.
Pero fanáticos de lo japonés hay en todas partes. Cuando atraparon al narcotraficante colombiano Juan Carlos Ramírez Abadía, alias Chupeta, se remató entre sus pertenencias una colección de Hello Kitty. Parece que la rígida gatita sin boca era su debilidad. Para colmo, hace cuestión de dos meses la felina diseñada en 1974 por la compañía Sanrio fue nombrada embajadora de la buena voluntad para estimular el turismo proveniente de China y Hong Kong.

Exportar tradiciones
El consumo de revistas de cómics es muy común en Japón, no sólo entre niños sino entre jóvenes de treinta y pico. De allí que tenga un peso importante en la industria editorial. Según cifras que da a conocer el gobierno, en 2005 los libros y revistas de cómics fueron el 37.4 por ciento de lo publicado y significaron un 22.8 por ciento del volumen total de ventas.
Al dimitir el año pasado el primer ministro japonés Shinzo Abe, un viejo conocido en la comunidad geek (es decir, los trastornados por la electrónica), se especuló con que su sucesor sería un otaku apellidado Aso, lector de hasta 20 revistas de manga por semana. Finalmente asumió Yasuo Fukuda y los comentarios provinieron de otras preferencias del político: la utilización de la plataformaYouTube para transmitir su mensaje de Año Nuevo.
Geográficamente más cerca, hay otros ejemplos de otaku criollos. Si quieren asesoramiento, pueden encontrarlo en Cyber Otaku, en la proa de Araúcho y Avenida Brasil. El nítido nombre del comercio responde al interés de Danny Silva, uno de sus dueños, que hace seis años llenó las paredes y los fondos de pantalla de las computadoras con dibujos de inspiración japonesa. También hay videoclips disponibles y él mismo retoca imágenes en photoshop. Esteban Álvez tiene el cerquillo largo e irregular, peinado a un costado. En su perfil de Facebook no olvidó poner que le gusta Japón. ¿Por qué? La respuesta es extensa: comienza con una fascinación por el manga y el animé que a partir de los 10 años deriva en cursos incompletos de idioma y programación en electrónica y una inmersión general en lo japonés. “Otra gran cosa que me gusta es que a pesar de las épocas modernas y los constantes avances que tienen, no pierden sus costumbres y conservan su historia”, evalúa Álvez, que a sus 18 años admite ser “un poco otaku”. Los juegos, las consolas, internet, el manga y el animé lo unen a sus amigos en la misma causa, pero lo suyo roza el fanatismo. Por ejemplo, le gustan mucho los árboles de cerezo (sakura) japoneses porque son todo un emblema del país.


PARA CONECTARSE
• www.uy.emb-japan.go.jp
Sitio de la Embajada de Japón en Uruguay.
Para coordinar visitas a escuelas, comunicarse al 418 7645 o a través del correo [email protected]
• http://www.asia-team.net/
Descarga de películas.
• http://www.anime-uruguay.cjb.net/
Foro uruguayo sobre animé.
• www.continuarafantasia.blogspot.com
Blog acerca de un encuentro de cómics, animé, juegos y rol que se realizará el 15 y 16 de noviembre.
• http://www.redkaraoke.es/
Karaoke virtual para ensayar desde casa.

• http://www.armory.com/tests/anime.html
Test con 200 preguntas para develar si sos un otaku
(en inglés).
• http://es.youtube.com/watch?v=1i_KsQ4j1ic&NR=1
Link a video en Youtube titulado Akihabara Otaku Paradise. El orgullo otaku en toda su expresión, con coreografía incluida.
•Asociación uruguaya de Go. Se reúnen los martes en Paysandú 1919. Para aprender esta especie de ajedrez oriental, comunicarse al 099 116586 o
[email protected]


Ola nipona
Fermín Hontou (alias Ombú), quien desde 1993 lleva adelante un taller de caricaturas e historietas junto a Luis –Tunda– Prada, cuenta que los alumnos de entre 14 y 20 años de edad tienen una clara inclinación por el manga.
Gabriel Mainero, alma máter de El rincón del coleccionista, explica que el 10 por ciento del material de su tienda pertenece a esa franja, y que cuando falta, lo trae por encargo.
“Podría escribir varias páginas sobre esta ola amarilla que está inundando el mundo, ya no sólo de manga, sino también ahora de manhwa, que es el equivalente coreano”.
Jessica Rodríguez, de 19 años, estudia ingeniería en computación y dibuja manga.
Es, a juicio propio, muy productiva.
En otras palabras, tiene el cuarto cubierto de papeles pintados, y no sólo eso: sube sus creaciones al sitio www.deviantart.com
bajo el alias de Yoshi-nekochan.
El gusto por el manga, que aprendió en un taller del INJU, se refuerza también por la banda sonora de los animé.
Además de las series Seilor moon, Dragon Ball, Caballeros del Zodíaco, Naruto y Death Note, a Rodríguez le encantan bandas de pop (j-pop), rock y metal j a p o n é s (visual kei) como Moi dix mois y Malice mizer. Aunque va de particular, tiene la mochila llena de pins de animé. Algunas series tienen ideas controvertidas, concede Jessica, ya que la trama de Death Note, por ejemplo, trata de un estudiante que encuentra un cuaderno con poderes mágicos, donde si escribe un nombre, el portador muere.

Cruce de caminos
¿Todos los caminos conducen a Japón?
No todos, pero sí muchos.
Leopoldo Schiavone llegó por las artes marciales; María Noel Perossio, por la comida.
Esta chef, a quien todos conocen como Noné, rompió el paradigma de que la temperatura de las manos femeninas atenta con los requerimientos de frescura del sushi.

  Después de un curso in situ en el primer restaurante de sushi que tuvo Montevideo en 1994, Noné llegó a sacar entre 800 y mil piezas por día allá por 2003.
El primer local de sushi sólo era frecuentado por los que ya conocían de qué se trataba: diplomáticos o gente muy viajada.
El negocio, por tanto, duró apenas un año.
Después, la historia es conocida: una plaza gastronómica inundada de jengibre, wasabi y algas nori junto a sushi de diverso calibre. Noné dejó de enrollar piezas. Sin embargo, su teléfono no deja de sonar con clientes que extrañan su toque: esas impías manos de mujer en el exótico manjar oriental. Schiavone, por su parte, se dejó ganar por el karate desde niño, y para no tener intermediación con los profesores, a la larga estudió japonés.
Ahora, con 31 años, es instructor de karate y kendo, que practica con las espadas de bambú que consigue en Buenos Aires.
Tras una década de ir a clases, dice que maneja la lengua a nivel intermedio. Está cursando profesorado de Matemáticas en el IPA, con vistas, entre otras cosas, a un eventual posgrado en Japón.
El animé no le despierta interés, pero sí el cine de Akira Kurosawa.
El tiro de gracia de la promoción que Japón ha emprendido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial a esta parte seguramente haya sido el cine. Por un lado, el éxito de El viaje de Chihiro, la animación de Hayao Miyazaki premiada en el Festival de Berlín, contribuyó a dar el salto. Por otro, Bill Murray tomando whisky en Perdidos en Tokyo, la elogiada película de Sofia Coppola, con un Oscar al mejor guión a cuestas, quizá haya roto la imagen idílica del Japón del monte Fuji, las grullas y los templos zen. Una mirada agria y la soledad de la vida urbana atravesaban todo el film.
Tampoco hay que menospreciar la influencia de las producciones más comerciales, como El último samurai, con Tom Cruise encarnando al héroe, o Memorias de una geisha, basada en un best seller internacional.
 

“Está bueno que la gente se interese, que les llamen tanto la atención cosas que nosotros tenemos de uso diario.
En cuanto a la comida y la decoración, lo oriental, lo minimalista es toda una moda”, opina Saito, de 23 años, que nació y se crió en Japón hasta los seis.
Vive en Montevideo desde entonces y estudia diseño de indumentaria.
Si tuviera la oportunidad, iría a perfeccionarse profesionalmente, pero no se volvería a instalar, como lo hizo la mayoría de sus amigos. “De mi generación, acá no queda casi nadie”, subraya. Mientras en el mundo cierta fiebre made in Japan conquista hobbies y paladares, ella se siente más a gusto aquí, totalmente aclimatada.
“Por falta de tiempo, el estilo de vida en Japón deja de lado muchas cosas importantes”
¿Como cuáles? “Disfrutar del domingo, pasear por la rambla, tomar mate”.

Schiavone: kendo sí, Kurosawa también.