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  Noviembre 2005/ Nº156  
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PROUST

a la uruguaya

• Montevideana, pero desde los nueve años se convirtió en pedrense. Licenciada en Historia, ejerció la docencia en el Centro Latinoamericano de Economía Humana, en el Instituto de Profesores Artigas y en colegios privados. Ha ganado múltiples premios con sus trabajos Historia e historiadores nacionales (1940-1990): Del ensayo sociológico a la historia de las mentalidades; Historiografía nacional (1880-1940): De la épica al ensayo sociológico; y Montevideo, la Malbienquerida, entre otros. En El País publicó siete tomos de Los tiempos de Artigas, una exhaustiva investigación sobre la vida y documentos del prócer. Ejerce el periodismo radial y es autora de El caudillo y el dictador, una historia novelada de la vida de Artigas.

¿Cuál es el principal rasgo de tu carácter?
Cierta dicotomía: puedo ser muy dulce pero estallar rotundamente si algo me indigna. Cierto grado de obsesión por hacer bien lo que hago (sea esto lo que sea) que me aparta a veces de esa consideración tan sabia de que todo viene por añadidura.
¿La cualidad que deseas en un hombre?
“Las” , porque son indisociables: coraje para vivir (para pensar con complejidad, para lanzarse a un error o a un acierto con convicción, para aceptar a los otros y sus otredades, para aceptar la decadencia y la muerte, para soñar y proyectar) y sentido de trascendencia: una búsqueda que avale su humanidad, que al fin y al cabo no es una búsqueda más allá de la mera animalidad.
¿La cualidad que prefieres en una mujer?
Las mismas.
¿Lo que más aprecias en tus amigos?
Los afectos son incondicionalidades, razones de las sinrazones. Si busco un patrón común, no sé si lo tengo: la mayoría de mis amigos tienen ese grado de locura que proporciona la inteligencia, la irreverencia, la intensidad para degustar la vida. Pero no sé si todos mis amigos soportarían encontrarse en una reunión, por ejemplo, porque algunos son más formales que otros; porque los tengo de ideologías, religiones, gustos y edades muy diferentes. En esto también hay cierta dicotomía: tengo muchos amigos y amigas de edad avanzada (porque admiro su experiencia) y otros muy jóvenes (porque me encanta su inocencia, sus ganas y su frescura).
¿Tu principal defecto?
Tiendo a sobrevalorar la inteligencia como cualidad.
¿Tu ocupación preferida?
Aprender, que es más o menos lo mismo que vivir.
¿Tu sueño de dicha?
Lo resume una frase simple, que mi madre siempre repite en los brindis: salud, trabajo y amor. Ya lo decían los versos de Miguel Hernández: vida, amor y muerte
¿Qué otra cosa importa? ¿Qué otra cosa hay?
¿Cuál sería tu mayor desgracia?
Ver morir a la gente que quiero. Quedar con el cerebro intacto, pero preso de un cuerpo enfermo. Dejar de ver.
¿Qué quisieras ser?
Alguien querible.
¿Dónde desearías vivir?
Donde vivo.
¿Cuál es tu color preferido?
¿Para qué? Porque si es para vestirme prefiero siempre el negro; para las paredes elijo el blanco; para una puesta de sol toda la gama de los azules y los rosas que suelen pasearse por el cielo del hemisferio sur; y para los caminos de tierra, ese color ocre rojizo que hay al norte del Río Negro, cerca de la frontera brasileña.
¿Tu flor preferida?
Los jazmines, pero también las magnolias y las glicinas.
¿Y tu pájaro preferido?
Todos, hasta los cuervos. Volar... ¡Quién pudiera!
¿Cuáles son tus autores preferidos en prosa?
“Prosa” es muy amplio. Si hablamos de ficción literaria: Stendhal, Chéjov, Faulkner, Kundera. Pero sobre todo Borges, siempre. Si hablamos de ensayo, allí no puedo mencionar preferidos porque leo demasiada historia de manera profesional. Sí puedo decir que prefiero el libro de historia de buena prosa, con algo de fuego “a lo Michelet”
: Lucien Febvre, Marc Bloch, Bárbara Tauchman; entre los uruguayos: Alberto Zum Felde o José Pedro Barrán. Adoro las páginas de época bien escritas, como las cartas de los Robertson o las crónicas de Lucio Mansilla o aquellas que dibujan un complejo tejido social, como las del coronel Cáceres. La novela histórica, por su parte, me suscita atracción y severo cuestionamiento a la vez.
¿Cuáles son tus poetas preferidos?
Marosa di Giorgio y Álvaro Ojeda entre los uruguayos; Miguel Hernández y Baudelaire entre los del mundo.
¿Quiénes son tu héroes preferidos de ficción?
Los antihéroes que redefinen el lugar del mal, como el contrahecho Grenouille de El perfume de Süskind.
¿Y tus heroínas favoritas de ficción?
Las dulces pero fuertes e inteligentes, como el personaje de Jean Simmons en Horizontes de grandeza.
¿Cuáles son tus compositores musicales preferidos?
Distinguiendo sólo música buena y mala, diría que Beethoven, Tchaikovsky, Caetano Veloso, Alfredo Zitarrosa y Fernando Cabrera.
¿Y tus pintores predilectos?
El Greco, de Chirico, Solari, Clever Lara.
¿Cuáles son tus héroes de la vida real?
El heroísmo es siempre una construcción que revela tanto lo que un colectivo (pueblo, nación o comunidad) necesita ver como lo que realmente el supuesto héroe hizo. No creo que existan en la vida real.
¿Y tus heroínas históricas?
Lo mismo. Pero aclaro: afirmo esto sin negar los actos de coraje inmenso que hombres y mujeres protagonizan todo el tiempo, porque la vida es un constante campo de Marte. De lo que descreo es de una esencia heroica, de un coraje sostenido de manera superlativa y pura a lo largo del tiempo.
¿Qué nombres son tus favoritos?
Los que les puse a mis hijos: Victoria, Ismael, Delmira.
¿Qué detestas más que nada?
El engaño.
¿Qué caracteres históricos desprecias más?
La violencia de los fuertes (de cualquier tipo de fortaleza) contra los débiles (de cualquier forma de debilidad: sea política, física o social).
¿Qué hecho militar admiras más?
Ninguno, los hechos militares siempre me parecen horribles porque están causados por lo peor del hombre (agresividad, crueldad, ambición, afán de dominio); los detallo todo lo que puedo cuando escribo historia, porque creo que debe verse el contenido sangriento que tienen, que ninguna evaluación meramente estratégica o románticamente simbólica debe ocultar. “La heroica batalla X”
siempre es, en definitiva, una carnicería, una cacería, una barbarie revestida de legitimidad por el lenguaje pomposo de “las patrias”
y “las glorias”.
¿Qué reforma admiras más?
Una lenta e implacable que atraviesa la historia de Occidente: el proceso de secularización del relato histórico. Esa forma de conservar la estructura religiosa para explicar la historia, el tiempo y el progreso, pero adjudicándolo cada vez más al hombre y menos a Dios, aunque subsista veladamente la idea de un principio creador. Occidente gira en torno al superhombre resultante de esa reforma y los tiempos que corren (apología del fragmento, reinado de la incertidumbre) son producto de la deconstrucción de esa reforma. No la admiro pues, por magnífica, sino por sus dimensiones históricas.
¿Qué dones naturales quisieras tener?
Todos.
¿Cómo te gustaría morir?
Si no hay más remedio que hacerlo, que sea sin miedo.
¿Cuál es el estado presente de tu espíritu?
El de siempre: sorpresa y ganas (de avanzar, de ver más), matizado en estos tiempos que corren por la angustia resultante de ver como se cae el proyecto de Uruguay que el batllismo y la modernización habían construido, sin que atinemos a construir otro modelo sustituto.
¿Qué hechos te inspiran más indulgencia?
Todos los errores cometidos en nombre del enamoramiento, esa magia negra que estalla en las primaveras.
¿Cuál es tu lema?
“No te rindas.”

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