El viejo dicho anglosajón
No news, good news (Si
no hay noticias, son buenas
noticias), no contaba
con el cúmulo de información
que nos sería arrojada
cada día.
El agobio no
sólo obedece a la cantidad
de datos que se divulgan,
sino al tono de cine
catástrofe. Por eso, Simon
Briscoe y Hugo Aldersey-Williams elaboraron
un compendio de notas aparecidas
en distintos medios del primer mundo y
se pusieron a buscar qué asidero tenían.
Resultado: un top 40 de obsesiones populares.
¿A qué le tiene miedo?, interrogan
desde la portada de su libro Panicology
(Penguin books, 2008).
“¿Teme sucumbir
a la gripe aviar? ¿Preocupado porque una
vida de penurias lo aguarde en su vejez?
¿Inquieto por que tal vez no tenga tanto
sexo como los franceses? ¿Ansioso porque
nuestro planeta está en una encrucijada
por el cambio climático, o incluso
porque un asteroide choque con él?”. A pie
de página aclaran que, a menos que esté
involucrado en la matanza ritual de aves
de corral, es poco plausible que pesque la
gripe aviar. Si aun así, usted lector, no baja
a tierra, le aclaran que “doce mil personas
mueren por gripe común cada año en
el Reino Unido”. Hay que categorizar los
miedos, priorizar los realmente factibles, y
hacer a un lado los más improbables. Que
el pánico no sea fobia, esto es, un miedo
sin base real. Tal la moraleja de este volumen
que viene con un Manual del escéptico:
o sea, una serie de herramientas para
evaluar la credibilidad de lo que aparece en
la prensa. “Muchos estudios económicos
y científicos modelan un rango de escenarios
futuros. Asegúrese de que no le están
describiendo el peor escenario posible”, es
uno de los consejos. “Sea cauteloso cuando
le digan que no hay nada que podamos
hacer”, continúa, antes de sugerir mesura
frente a palabras que despiertan alarma,
como “plaga” o “inevitable”. A modo de
apéndice, el libro apela a los números
duros, detallando las causas de muerte
frecuentes entre los británicos. Más de
las tres cuartas partes corresponden a
enfermedades cardíacas, cáncer y complicaciones
pulmonares, dejando los factores
externos –como accidentes aéreos, ataques
de animales y derrumbes– relegados
a cifras menores.
El terror congela las acciones y no permite
una respuesta organizada. Sin embargo,
hay algo de placer masoquista en sentir
aprensión por lo que sucederá. Eso lo
sabe cualquier amante de los thrillers.
Esta tendencia a gratificarse en el susto,
según sostiene el libro, no es nueva. Las
angustias públicas fueron indexadas en
1841 por Charles MacKay en su ensayo
Extraordinarios engaños populares y la
locura de las multitudes. En aquel momento
la brujería, el hipnotismo y la posibilidad
de inhalar venenos ocupaban lugares destacados.
Los autores ponen de relieve la contradicción
de temer y de disfrutar al mismo
tiempo, con esa sensación. Panicology
apunta a brindar una mirada más positiva.
¿Que los medios exageran? ¿Que las
leyendas urbanas se toman por ciertas?
¿Que un catálogo de desastres nos espera
en el horario central? Son parte de las tesis
manejadas.
De hecho, se refieren al periodismo
como “chisme industrializado”, pero
también arguyen que los gobiernos suelen
echar sal en las heridas, con la voluntad
de regular y proteger. Vayamos a algunos
casos concretos. |
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Pocos o demasiados
La ambivalencia de datos en torno a
las tasas de nacimientos parece tener
de cabeza al primer mundo. Mientras el
New York Times ahondaba en las dudas
de las rusas ante la posibilidad de tener
un segundo hijo, los bajos índices de
natalidad en Italia, según los diarios, se
atribuían a que los hombres de la pareja
no suelen ayudar demasiado en la crianza.
Por supuesto que hay más motivos
declarados: falta de flexibilidad laboral y
guarderías, entre ellos. Lo cierto es que
los titulares a menudo recuerdan que
la población se está reduciendo en los
países desarrollados, y con ella la mano
de obra. Los incentivos estatales son una
de las vías para revertir esta situación.
“¿Demasiada gente en el mundo?”, era,
por el contrario, la pregunta de portada de
la American Magazine en 1963. El tópico es claramente redundante pero, sostienen
estos autores, brilla por su ausencia una
apropiada definición de superpoblación,
en qué sitios sobrevendría y cuánto es
exactamente “a largo plazo”. Ya en 1798
el influyente Thomas Malthus se mostró
preocupado por el tema, prediciendo escasez
de alimentos para fines del siglo XIX.
Algunos hablan de “transición demográfica”,
en tanto en Europa las proyecciones
arrojan una caída de la natalidad del 10
por ciento hacia el año 2050. “La superpoblación
–reflexionan los investigadores
de Panicology– fue un tema popular de la
ficción, especialmente en los años ´50 y
´60 (…) De manera que parece paradójico
que el gran asunto que muchos lectores
de este libro probablemente tengan que
encarar sea el impacto que el encogimiento
de la población tendrá sobre su bienestar
y su salud cuando lleguen a la tercera
edad”. Ni tantos ni tan pocos, el asunto
depende del lugar del planeta en que nos
toque estar.
Adrenalina en la urbe
“El riesgo de un terremoto le agrega
picante a la vida”, afirmó el San Francisco
Chronicle en un artículo que recordaba el
temblor que en 1906 cobró 3 mil vidas en
esa ciudad. No obstante el humor negro
del periódico, el peligro real de ser exterminado
por un fenómeno geológico está
allí para muchos: 500 millones de personas
por erupciones volcánicas, 130 millones
como resultado de un sismo. Muchos
enclaves próximos a volcanes o fallas
terrestres son apreciados por el turismo,
aunque la posibilidad de un desastre natural
esté presente.
Algo curioso sucede con
el Etna: hubo sólo 55 pérdidas humanas
registradas a lo largo de 3.500 años de
actividad del volcán, mientras que en épocas
actuales los heridos son frecuentes
por desidia en el escalamiento o durante
los paseos.
Son cifras bajas comparadas
con el problema mayor: existen 500 volcanes
conocidos en actividad en tierra, a los
que se agrega un número indeterminado
de picos submarinos.
Volviendo a las condiciones de vida en
San Francisco, el Financial Times escribió
que “la mayoría de los propietarios está
tratando de ignorar el peligro”, ya que
menos de uno en siete posee seguro
contra terremotos, aunque el de 1989 (con 634 muertes y daños materiales por
10 mil millones) esté más que presente
en la memoria. Las señales de alerta no
hacen cambiar de actitud a los ciudadanos
californianos. |
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“Para muchos, los beneficios
de su estilo de vida sobrepasan los
riesgos”, sostienen los responsables de
Panicology. “Planificar previendo eventos
catastróficos que quizás sucedan en algún
momento no es honesto”, argumentan los
autores del libro.
“Una advertencia general
puede no tener efecto, mientras una específica
sólo puede ser dada asentada en una
predicción firme, la cual generalmente es
casi imposible de establecer”. Las autoridades
de Nápoles, por ejemplo, mediante
incentivos contantes y sonantes, trataron
de persuadir a los residentes en la zona
potencialmente amenazada de la ciudad
para que se muden.
No confían en la eficacia
de un plan de evacuación.
Con otra
visión del asunto, el presidente regional
intentó que las casas abandonadas fueran
reconvertidas en hoteles, ya que “los
turistas obviamente se irán con la primera
señal de humo en el volcán”.
Una hipótesis
discutible, por cierto. Para crédulos y desconfiados,
vaya esto: la última erupción de
magnitud ocho ocurrió hace más de 20 mil
años. Visto de otra forma, al estilo del Daily
Mail, “el volcán que podría acabar con la
vida en la Tierra está por explotar cualquier
día de estos”.
Con o sin razón
Dice el dicho que la alegría va por barrios,
y no caben dudas de que el pavor también
turna sus visitas. “En diferentes países la
gente teme diferentes cosas (los daneses
aparentemente se preocupan por el poder
nuclear, los británicos acerca de ataques
terroristas, los italianos sobre la radiación
que puedan darles sus amados teléfonos
celulares) sin embargo la ansiedad es,
en todas partes, una condición de la vida
moderna.
Pero por qué. Está perfectamente
claro que vivimos más años, más
seguros y más sanos que ninguna otra
generación en la historia de la humanidad.
Los standards de vida continúan elevándose
en occidente, e incluso el desafío mayor
del calentamiento global ha sido reconocido
y atacado. Entonces, ¿de qué hay que
preocuparse?”, se preguntan Briscoe y
Aldersey-Williams, con mirada de potencia
hegemónica.
Si hablamos, por nombrar un tema actual,
de gripe porcina, la cifra real de contagiadosymuertos
no tiene relación directa con
el terror que genera.
Este libro recuerda el
sobresalto originado por las noticias sobre
la súper bacteria asesina.
“Bacteria hospitalaria
que mata en 24 horas”, encabezó el
Daily Mail en diciembre de 2006, y para
enero de 2007 The Guardian ya hablaba
de Apocalipsis. Los tópicos en discusión
–una vez más– fueron la adaptabilidad de
los gérmenes y su resistencia a los antibióticos.
El tema subyacente sigue siendo
la higiene en los centros de salud, y más
profundamente, el sistema sanitario en su
conjunto. Los autores insisten en que el
miedo último es terminar internado.
“El
pavor que ocasiona una cirugía está al tope
de los miedos más comunes, de acuerdo
a La percepción del riesgo, de Paul Slovic”.
¿Reforzar las medidas preventivas, entonces?
¿Multiplicar la venta de tapabocas?
Por supuesto, pero teniendo claro que,
sin llegar a las excentricidades patológicas
de Howard Hughes o Michael Jackson, el
miedo de la ciudadanía no se aplacará. |