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COrtes y qUebradas
TANGO PASIÓN
La noche montevideana baila al ritmo del dos por cuatro.
Esta faceta desconocida para muchos, se nutre del entusiasmo
de quienes hacen de este compás un culto y de su práctica una religión.
POR: MACARENA LANGLEIB. FOTOGRAFÍAS: PABLO RIVARA.
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Bailando
tango se conoce
gente. Hay profesionales
y jubilados, estudiantes,
turistas y curiosos ocasionales.
Sin embargo, por
lo general van siempre los
mismos. Unos quinientos
milongueros se mueven
en la noche montevideana,
de casas de familia
a salones, de clubes a boliches, con tal
de despuntar un vicio que para unos es
terapia y para otros convicción.
Prefieren
los pisos de madera y los zapatos de taco,
las antiguas gentilezas y, aunque el punto
quizá incomode, son menos los que bailan
al viejo estilo oriental. Toman cualquier brebaje,
hasta los hay abstemios, y por razones
de fuerza mayor hoy el que fuma se va
al balcón.
El protocolo de salón marca que
las parejas se desplacen en sentido antihorario
y si el espectador necesita circular
por la pista, que se limite a hacerlo durante
las cortinas musicales.
No gastan mucho los tangueros locales, y también declaran
ser medidos con sus compañeros de
baile. La etiqueta apunta que después
de una tanda cada cual vuelva a su lugar.
Eso que en las pistas, la gente es mala y
comenta, como en tantos otros sitios, es
minoría el varón.
La típica y la moderna
Sobre la calle Constituyente, antes de
llegar a Zona Diseño, una casa de altos con
portero se anima los martes hasta las tres
de la mañana. Llueva o truene, desde hace
ocho años hay milonga en Lo de Margot.
Los tickets con consumición cuestan 70
pesos.
Después de franquear el cartel de
“La casa se reserva el derecho de admisión”,
pegado al final de una escalera con
adornos varios, las buenas costumbres
indican dejar el abrigo en el perchero e ir a
la barra a saludar a Margot. La indiferencia
no corre en esta construcción de la década
del 20. Al frente, la academia y salón de
baile con sendos espejos en los laterales, abanicos españoles, un concentrado
operador de sonido, mesas amuchadas,
empanadas y tartas caseras y alguna
tabla a medio hundir.
Al fondo, la casa de
Margot, propiamente dicha.
La cinta de
correr, la cocina y el marido de Margot,
probablemente mirando televisión, mientras
la patrona atiende.
Todos la tratan
como a una vieja conocida. |
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Ella, empleada
pública retirada por incentivos, nombra
una ristra de centros de estudio para hacer
notar lo letrada que es su clientela. Basta
darse una vuelta y comprobarlo. Vivianne
Yafe es una escribana de 53 años. Hace
apenas dos meses que baila tango, empujada
por una amiga, y aclara que es más
ducha con el reggaeton. “Prácticamente
vengo a mirar”, dice tímida, esperando que
la saquen. La psicóloga Susana Rodríguez
Lakusta, en cambio, a sus 45 años es
canchera en territorio tanguero. Se metió
hace cinco, un poco a desgano, aduciendo
que pertenecía a la generación del rock.
Ahora si las amigas no la acompañan, igual sale sola.
“Es adictivo el tango y si
tú no tenés tu cuota, estás como tenso”,
confiesa.
El asunto es no dejarse avasallar.
“En Argentina la mujer es más selectiva,
pero, en general, acá bailamos con todos,
a menos que te pase algo, o te moleste
cómo te abraza. Hay hombres que quieren
manosear pero esa distancia la ponés tú”,
aclara.
En Lo de Margot se ve tanto ropa de
boliche como de oficina, ya que algunos
lo toman como un after office.
“Te vas
metiendo en el ambiente y empezás a
tomarle el gusto. A veces salgo con mi
pareja y otras, después de trabajar, me
vengo solo”, dice Eduardo Rodríguez, contador.
“Bailás una hora, dos. Es un rato de
esparcimiento, nadie te pregunta quién
sos ni qué hacés, y después te vas. Acá
no podés salir de bandido, porque los
mismos que ves hoy te los encontrás el
viernes”.
A este lugar ineludible tampoco le
falta su grupo de fanáticos en Facebook,
desde donde alientan: “Grande, Margot,
que sigue aguantando al pie del cañón”.
Asegura la aludida que el suyo es un lugar
seleccionado, totalmente familiar. “Dejás
la cartera en cualquier lado y nadie saca
nada”. La academia abre todos los días, el
baile es el martes y el jueves se suman
jazz y blues en una especie de karaoke.
Lo tanguera le viene por genes, aduce
Margot. “Nunca quise estar estructurada;
bailo como lo siento. Cuanto más antiguos
son los tangos, más lindos de bailar, pero
siempre estoy renovando la selección,
también pasamos tango electrónico.
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El
tango lo mantienen los jóvenes”.
A unas cuadras de allí Ricardo Acosta
recomienda los daiquiris de frutilla, pera y
durazno, el trago de la casa.
Los martes el
happy hour de Chueca es amenizado por
el tango mientras los cócteles dulces dan
la tónica de una milonga discotequera.
Vienen dos veteranos del asunto, Oscar y
Cristina, e introducen a los novatos en el
baile. La entrada es gratis, pero, a modo
de compromiso con las clases, los alumnos
pagan 50 pesos. “El diferencial es que
acá todos pueden bailar con todos: hombres
con hombres, mujeres con mujeres,
hombres con mujeres.
Es más distendido.
Se rompe el estereotipo”, destaca.
Así es
la Milonga Chueca, en el estrecho local del
Cordón, con el espíritu de sus hermanas
porteñas Milonga Queer, Casa Brandon
y La Marshall. Involuntariamente, la propuesta
de Chueca remite a los orígenes
del tango, bailado por malevos, cuando
las mujeres decentes no pisaban aquellos
piringundines. “Antes las mujeres no eran
tan fáciles de conseguir… y ahora lo hacen
por gusto”, comenta Acosta.
Chueca abrió
en 2007 y su milonga el año pasado.
“Nos
gusta el tango y está bueno aportar para
que no desaparezca”, continúa. Durante
el año llevan orquestas pequeñas o tríos,
y pasan videos del género en blanco
y negro.
“Es como un pub con onda
tango, más que una milonga hecha y
derecha.
Muchas veces las milongas son
más rústicas, acá los tangueros se sienten
mimados, porque hay luces tenues,
el piso es buenísimo, está mucho más
cuidado.
Además, capaz que una pareja
de lesbianas o de homosexuales no se
siente cómoda en una milonga común,
capaz que se autodiscrimina”. Chueca vive
del turismo gay, asegura su promotor.
“Lo
que me interesa es que haya un circuito de
diversidad en Montevideo”, explica Acosta,
también dueño de la discoteca Caín. “Hay
profesores de tango que vienen a aprender
el rol inverso al que dan en su clase.
Está bueno porque así tienen las dos visiones”,
concluye. |
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arriba: después de años atendiendo al público como empleada estatal, Margot sigue detrás del mostrador, aunque ahora puede dejarlo
cuando quiere para mezclarse entre sus clientes e ir a bailar un tanguito.
abajo: todas las combinaciones valen en la Milonga Chueca, donde ellos bailan con ellos los martes de noche, con la asistencia de una
pareja de profesores y una irresistible carta de daiquiris. |
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De parranda y copetín
En el último año se registraron varias
bajas en el circuito. Cerraron La Morocha,
Tabarís y El farolito. La primera, una milonga
de perfil veinteañero, se reunía los jueves
en el Club Húngaro, donde duró cuatro
años. Allí, sobre la calle Garibaldi, fue que
este año se realizó el cierre del Festival
Internacional de Tango de Montevideo. El
evento coordinado por Mauricio Borgarello
y Sergio Rodríguez reunió a unas 500 personas,
contando unas decenas de extranjeros
venidos especialmente para la ocasión.
La próxima edición tendrá lugar entre
el 4 y el 7 de febrero de 2010 y es la punta
del iceberg del tango danza, una movida
que empezó a florecer hace no más de
un lustro en la capital uruguaya, deudora
del fenómeno surgido entre los porteños a
raíz de Tango Argentino. Aquel espectáculo
de exportación llegó a Broadway y con
la fama ganada se coló entre las modas
bailables de los años 80. Se hicieron conocidas
parejas como Virulazo y Elvira, Juan
Carlos Copes y María Nieves, Mayoral y
Elsa María. Aquí, con retraso considerable
y a una escala ínfima en comparación,
bailar tango está siendo esencial para
una cantidad de gente. Pero si crece el
número de milongueros, ¿por qué cierran
las milongas? En parte porque los emprendedores
pidieron pista en Buenos Aires o
se jubilaron, pero, sobre todo, porque los
fanáticos salen unas tres veces por semana
y, por eso mismo, son gasoleros. Hay
una agenda tanguera con compromisos
diarios, que se publica en Internet, aunque
el lego no se entere.
Subida a unos tacos de diez centímetros
Dina Salvo saca su cigarrera de
plata y comienza a explicar cómo llegó a
organizar los bailes en el Club Español.
“Mi vida desde hace diez años es el
tango. Pasión y devoción”, jura esta rubia
de 57 años, divorciada y con dos hijas.
Un buen día su madre vio que estaba
dedicándole demasiado tiempo a su taller
de bordado industrial y le sugirió el tango
como distracción. “A partir de ahí fui cada
15 días a Buenos Aires durante cuatro
años. Después de la crisis, una vez por
mes”. Llegó a dar clases en Washington y
Richmond, pero sobre todo, curtió mucho
las milongas porteñas, donde, aprendió,
por ejemplo, que si el piso está pesado
por la humedad se lo trabaja con talco, y
si está liviano, con parafina. “Allá empezás
a bailar a las tres de la tarde y terminás a
las cuatro de la mañana. Por momentos
se te acalambran los dedos; es de sufrir”.
Después de tres años de aprendizaje se
dedicó a estudiar la técnica de mujer, “que
es trabajar tu eje y tu cuerpo, cosa de que
no le peses al hombre. Porque el abrazo
está, pero no es para agarrarse. Todos
es pivot, con el metatarso, y el taco no
lo apoyás casi. Adornás con el taco, con
la punta…”. Demanda mucho esfuerzo el
tango, advierte, como si fuese una partida
de ajedrez: “Todas las danzas son desde el
niño, pero esto, aunque entres en trance,
es desde el adulto, desde lo que conviene
y no. Necesita concentración”. Este
año comenzó a organizar Divina Milonga
la noche de los jueves con entradas a
80 pesos. Convoca “primero a la tribu”,
además de llevar folletería a hoteles y
difundirlo en la web.
En promedio dice que
reúne a unos 150 milongueros, entre ellos
varios extranjeros, a quienes incentiva con |
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fiestas temáticas una vez al mes y sorteos
de zapatos y viajes. Al encanto de un edificio
de fines del siglo XIX se suma la carta
española del restaurant. La música fue
traída de Buenos. “Tiene todo un sistema:
primero cuatro tangos de la misma época
y por la misma orquesta. Es como el yoga
rioplatense.
No podés pasar de un tango
a una milonga, de una milonga a un vals.
Aparte, el público uruguayo es tanguero,
pero no milonguero. Acá todo era muy primitivo
hace una década”, enseña Salvo.
Paso a paso
“¡Si habrás gastao alfombras, muchacho
bailarín!”, escribió Celedonio Flores en
su tango Pa´ lo que te va a durar, de 1933.
Si no alfombras, por lo menos es necesario
gastar mucha suela antes de manejarse
en una milonga. Tomar clases puede oscilar,
de acuerdo al profesor y al trato, entre
400 pesos mensuales y 120 por lección.
Se considera principiante a alguien que
baila hace no más de un año, de nivel
intermedio al que ya tiene encima entre
uno y cuatro años de estudio, y avanzado
de allí en más. Sin embargo, lo usual es
tomar clases permanentemente, variando
de profesor, hasta encontrar el estilo
propio. “Hay bailarines parcos, de texto
breve y conciso, despojado y austero.
Sólo el sentimiento, la calidad del abrazo y
el modo de llevar el compás los rescatan
de la monotonía. Algunos que deslumbran
con la destreza de su fraseo. Otros son
tan floridos que empalagan”, describe la
argentina Sonia Abadi en su libro El bazar
de los abrazos (Lumière, 2001).
“Ni hablar
de los inexpertos que bailan un monólogo
de memoria, no saben marcar y cuando
ella no los puede seguir le dicen con
expresión sabihonda: ´Este paso no te lo
sabías, ¿no?`
”
Adriana Enebú y Jorge Galati dictan
clases por toda la ciudad, desde el Tanque
Sisley hasta el Centro Militar, del Colegio
de Contadores a Joventango. Pareja también
fuera del dos por cuatro, han representado
a Uruguay en la cumbre mundial
celebrada en Buenos Aires y se van de
gira por Europa cada año. Ellos transmiten
los ocho pasos, lo que suele denominarse
tango porteño, pero aseguran que el
tango de salón no tiene una coreografía.
“Levantá la cabeza”, insiste Enebú a sus
alumnos.
“¿Tú qué querés, bailar en escenario?
Hacé algo más sencillo”, corrige
a uno que le pregunta sobre una figura
complicada. Enebú está maquillada con
intensidad elegante y lleva una falda con
tajo cuando supervisa a los alumnos, aun
si es lunes de noche. Empezó a bailar hace
dos décadas y el pasaje a la docencia se
dio en la época en que trabajaba en La
vieja Cumparsita, canjeando el alquiler
de la sala por actuaciones. Fue luego la
primera docente en trabajar con niños.
La experiencia resultó tan positiva que
entre sus alumnos permanece Andrés
Parrado, de 19 años, que empezó a los
10 a tomar lecciones.
“Mi abuelo tocaba
el bandoneón y desde chico era la música
que escuchaba.
Entonces me enganché.
Fue iniciativa mía.
Salía de la escuela,
dejaba la túnica en el perchero y entraba a
la clase en Joventango. |
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A esa edad tenés
la mente abierta para asimilar cualquier
disciplina, pero esto no es un curso que se
termina, así que me estoy formando como
docente, además de estudiar arquitectura”,
cuenta el muchacho.
“El día que hiciste el clic, te soltaste
y bailaste. Entre tanto, estás pensando
en los pasos”, opina Enebú. “El tango no
es difícil y los extranjeros aprenden con
mucha facilidad. Si sentís en el corazón
lo que el otro quiere, lo bailás. Son tres
minutos, lo que dura el tema, de entrega
total”.
Su compañero, Galati, ex árbitro de
fútbol, tiene la particularidad de cantar
tango y además bailarlo, doble condición
que no es común. Como a la mayoría de
los bailarines, le gustan mucho D´Arienzo
y Pugliese, y vive pendiente de las nuevas
formas que va cobrando el tango. “El
hombre con la mano y el brazo no marca
más”, explica, aunque prefiere decir que el
hombre propone, con su torso, sus piernas
y su antebrazo. La mujer, entonces,
dispondrá cómo sigue ese baile.
Garufa
No es casualidad que sea en la calle
Carlos Gardel que resiste desde hace 14
años una de las academias y milongas de
referencia en Montevideo. Julio Melo, de
51 años, da clases todos los días, a gente
desde 13 años de edad. Después de las
22:30, los viernes se quedan practicando,
y de vez en cuando arman milongas,
incluso con orquestas en vivo, como El
Chamuyo. Es una milonga modesta para
unas 30 personas, pero han llegado a
juntar un centenar en lo que es la casa de
Melo, en barrio Sur. No cobran entrada,
hacen un asado y venden bebidas en el
piso de arriba. Cuando no hay músicos invitados
el ritmo lo marca la FM Tango 88.9,
que transmite en baja potencia desde su
hogar.
Melo pone un CD con 500 tangos
y oficia de operador.
Por ese medio, además
de pasar desde orquestas típicas a
tango electrónico, anuncia las milongas
estables y las fiestas ocasionales. La frecuencia abarca de Ciudad Vieja a parte
de Pocitos. “Antes había bailes donde
tocaba, por ejemplo, Villasboas.
Estaban
la IASA, el Club de Bochas 33, Tiempos
viejos, el Euskaro, pero con el desarrollo
del espectáculo Tango Argentino cambió
todo. Ahora, en todas partes, la danza es
lo que mantiene el tango”. Melo recuerda
haber conocido su primera milonga en el
Club Almagro, cuando formaba parte de
un show que Silvio Soldán dirigía y con
el cual este uruguayo bailó por los teatros
argentinos y orientales. Al terminar
la función, fue con sus compañeros de
elenco que descubrió la costumbre de ir
a una milonga.
“Es como un pub donde la
gente baila. Esto es un submundo, es una
forma de vivir.
El jueves pasado despedimos
a un compañero que se iba a bailar a
Dubai”. Ganador de un premio Florencio y
dedicado desde los años 90 a la docencia,
Melo trabaja en temporada de cruceros
ofreciendo demostraciones de baile en un
tren reciclado, donde una guía va contando
la historia local.
“A las ocho de la mañana
tenés que estar pronto y vestido del 900”,
cuenta este profesional, una de las primeras
imágenes que observa el turista recién bajado del barco. |
Pa´baIlar
Joventango (viernes, sábados y domingos)
Mercado de la abundancia: Aquiles Lanza
1290
esquina San José / 9015561 / 9086813
Club Casal Catalá (lunes)
Araúcho 1186 / 7099022
Milonga chueca (martes)
Chueca: Brandzen 2172 bis esquina Paullier /
4029979
Lo de Margot (martes y jueves)
Constituyente 1812 esquina Yaro / 4106230
Las musas (miércoles y domingos)
San José 885 esquina Andes / 094 221 307
Museo del vino (jueves)
Maldonado 1150 esquina Gutiérrez Ruiz /
9083430
Divina milonga (jueves)
Club Español: 18 de Julio 1332 / 901 51 45
La Pérez (viernes)
Pérez Castellano 1381 esquina Washington /
9158360
Vieja viola (sábados tango, domingos matinée
con tango y otros ritmos)
Paysandú 639
esquina Minas / 403 6290
Garufa (viernes, con aviso)
Carlos Gardel 967 esquina Río Branco/ 096
200 016
Surtango (viernes) San José 1469 esquina Santiago de Chile /
094 869 121
Club Repecho (sábados, cada dos meses)
Caicobé 3460
esquina Trébol (Parque
Posadas) / 099690638
Capybara (jueves)
Alejandro Fleming 1560 casi Rivera (Malvín) /
6137580
Confitería Lion D´or (sábados show y baile,
con reserva)
18 de Julio 1981
esquina Arenal Grande /
4086555
Los tanos (jueves, show en vivo; viernes,
demostración y baile)
Río Negro 1311
esquina San José / 9030388
Teatro Solís (clases los sábados de tarde)
Buenos Aires s/n esquina Bartolomé Mitre
(foyer) |
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Las musas
En las noches frías se puede bailar
frente a la estufa a leña, sobre el parquet
de cedro de la casa que, sospechan, perteneció
a Melián Lafinur y era visitada por
Borges. Lo que fue el garage de una residencia
con vitraux franceses marca hoy el
ingreso, y al pie de la escalera, en el descanso,
las damas se cambian el calzado de
calle por el de baile. Los licores caseros,
los dulces que tientan desde la barra, los
servilleteros de tela bordada en las mesas
y la ropería son detalles que hacen al lugar.
Ana Magnabosco, dramaturga y guionista,
dirige Las musas, una asociación cultural
con más de 200 socios. Nació como
taller literario y en seguida los tangueros
fueron induciéndolos a sumar milonga.
“No somos una familia de tangueros. Mi
contacto con el tango era Viejo smoking,
una obra que había escrito en la que aparecía
Gardel”, resume Magnabosco, de 57
años. “El tema con el tango es que es
muy parecido al deporte, porque la persona
que bebe no puede bailar mucho más.
Lo toman como un ejercicio, con el placer
del abrazo y de la música. Entonces, es
un cliente que casi no consume”. El perfil
de la milonga de Las musas es joven,
en especial los miércoles, que comienza
más tarde que los domingos. Joselo, el
hijo mayor de Magnabosco, es el DJ, y
dicen que es muy bueno. Una aclaración
pertinente: salvo excepciones, Gardel no
se escucha en las milongas. El Mago
seguirá cantando, pero no es lo más apto
para bailar.
Entre el público de Las musas –y de
cuanta milonga abra en Montevideo– figuran
el doctor Carlos Solís y su esposa.
Juntos tanto en el ocio como en el trabajo,
este oftalmólogo de 71 años sale una resimedia
de cuatro días a la semana con su
mujer y también secretaria. Bailan desde
hace cinco años y Solís define el ambiente
como “una peña cultural con un nivel alto”.
Sumarse no resulta dificultoso. “Ni bien
sabés bailar, yendo a milongas te integrás.
Además, siempre hay más mujeres que
hombres, así que necesitan bailarines,
aunque no sean muy buenos. Yo diría que
ya estaba engreído al año. Empezamos de
cero, pero los dos tenemos oído musical”.
Desde su punto de vista, como matrimonio
corren con ventaja. “Si voy con mi
esposa a una milonga bailo todo lo que
quiero, pero si soy un tipo de una pinta
bárbara y encima un buen bailarín, pero
voy solo, ni siquiera así bailo lo que quiero,
porque hay todo un código que indica que
se sienten al terminar la tanda de cuatro
temas”. Con tanta práctica, el médico
y su mujer fueron invitados a ilustrar la
portada del CD del Cuarteto Ricacosa con
su estampa. No sólo eso, convocados a
bailar en el lanzamiento del disco, pasaron
de las salidas amateurs a lucirse en el
escenario.
Museo del vino
En la esquina de MaldonadoyGutiérrez
Ruiz la originalidad de la pista de baile es
estar en medio de una vinería. |
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Miguel
Etchandy congrega todos los jueves, después
de las clases que ofrece el grupo
Recoveco, y sobre las baldosas los bailarines
hacen de las suyas entre licores
nacionales. Durante la noche, la selecdencción musical prevé tango, milonga, vals
y tango candombeado.
Etchandy señala
que entran unas 70 personas, aunque el
público se renueva a lo largo de la velada,
bajando el promedio de edad después de
las 23 horas.
Los jueves funciona como
tanguería y no se cobra ticket; los viernes
sigue el tango pero en la cava, con propuestas
de espectáculos varios.
Una de las habitués es Annick
Moucouvert, coreógrafa francesa que se
trasladó desde Cayenne (Guyana), enamorada
del tango y el modo de vida local.
Compró una casona de 1910 en el Prado, y
junto a su marido han tirado abajo paredes
para dar clases de danza contemporánea
y milonguear, por supuesto.
Cada domingo
organizan reuniones privadas que en
pocos meses quizás devengan milonga
abierta al público. “Lo practiqué un poquito
en Francia y desde hace un año bailo en
Montevideo”, señala Moucouvert.
Como parte del grupo Recoveco,
Tomás Blezio, de 73 años, y Felicidad
Matarredona, de 58, son responsables
de que esta francesa se haya decidido
por el ritmo rioplatense.
“Los motivos
por los que la gente cae en el tango son
soprendentes”, cuenta Matarredona, que
es además asistente social. Como caso
singular recuerda a una pareja que quiso
aprenderlo para lucirse cuando escuchara
La Cumparsita en el extranjero.
Además de bailar, Blezio retrata a los
milongueros e integra un grupo con el que
comparte esas dos afinidades y expone sus pinturas.
“No creemos en las divisiones
entre tango oriental y porteño”, aclara
la mujer.
“Hay gente que baila más arrabalero,
otra que practica un baile de salón,
más liso, y otra que hace tango orgánico,
o fusión, que se va adaptando a los movimientos
naturales del cuerpo, pisando con
todo el pie”.
Viernes informales
Los cuidacoches están advertidos pero
desde fuera nada lo hace suponer.
Tras una
fachada decrépita, en el bajo de Ciudad
Vieja, un reciclaje encantador convoca a
un público joven y descontracturado en lo
que llaman La Pérez. La responsable es
María Noel González Talice, una abogada
que ya no ejerce, bailarina contemporánea
y también profesora de tango, que
rescató los tablones originales de su casa
de Pérez Castellano para dar sustento a
la pista de baile.
El resto es buen gusto
y calidez: la barra con metal y vidrio, el
jardín de pocos pasos, el entrepiso desde
el cual otear a las parejas, de camino a la
pileta con mosaicos que conduce a los
baños. |
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Abrieron el 6 de marzo, después
de años de planificación.
“La idea era
hacer un estudio para dar clases y un proyecto
cultural para promover el tango, y no
depender de un boliche”, cuenta González,
que terminó fundando una asociación civil.
Las clases se cobran pero la milonga, por
el momento, “es como abrirle la casa a
tus amigos”.
Ella vive en el piso de arriba
y también ofrece alojamiento. Como en otros sitios, en La Pérez es muy común
que los turistas tomen clases en grupo o
individualmente. ¿Qué estilo aprenden?
“Hay una especie de rivalidad, pero todo
es tango si vos lo sentís. Nosotros damos
un tango bastante contemporáneo, en el
que hay un manejo distinto del centro,
una conexión de la pareja a través de todo
el cuerpo. Se manejan el cambio de distancias
del abrazo, no hay una estructura
obligatoria y se utilizan soltadas y contrapesos.
Se fueron incorporando nuevos
elementos.
Cuando algo lo hacés todos
los días, nunca lo hacés igual. Si mirás
cómo se jugaban los partidos de fútbol
en el año 1930 no tienen nada que ver. La
vida es dinámica y la única manera de que
algo se quede quieto es que se muera”.
La cita también es los viernes en otra
flamante milonga.
El piso flotante y la posibilidad
de comer a la carta o de la parrilla
son dos llamadores de Surtango, que funciona
en un club de ex empleados municipales.
Al frente está Javier Perdomo, de
45 años, quien tiene formación en educación
física y se acercó al tango hace seis
años.
“La gente –apunta– viene a encontrarse,
a sociabilizar y a comer rico con la
excusa del tango”. Eventualmente tocan
grupos en vivo, como La Rantifusa.
Porque hace bien
Los argumentos se repiten al hablar
con los milongueros. Que la Fundación
Favaloro recomienda bailar tango como
una actividad aeróbica que previene accidentes cardiovasculares.
Que también es
favorable para los enfermos de Alzheimer y
Parkinson.
Que a los solosysolas les brinda
compañía. Sin excepción, todos reclaman
mayor involucramiento del Estado con el
género como fuente de trabajo y ninguno
pasa por alto, tampoco, que el tango
es un patrimonio a preservar. Avalancha
tanguera se inscribe en esa línea.
Es un
movimiento de inclusión social que tiene
como herramienta el tango.
Larissa Russo
es la referente en el rescate de esa danza
típicamente oriental.
Quienes asisten a
los talleres de Avalancha, en el marco del
Programa Esquinas de la Intendencia de
Montevideo, no suelen ir a las milongas,
aunque sus reuniones mensuales, en las
que rescatan el “tango de los abuelos”,
ascienden a unas mil personas. |
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Pisar fuerte
No son pocos los que bailan de jean y championes, aunque
hasta el más relajado recurre alguna vez a la vestimenta
tanguera.
La que puede va de compras a Buenos Aires, a
boutiques como NeoTango, Comme il Faut o Falabella para
conseguir unos zapatos que son casi obras de ingeniería.
Raso, cuero esterillado, cabritilla, taco francés o de goma,
lamé plata o combinados en gamuza.
De este lado del charco
entran en juego, entre otros, Marant, Eddi Bernas y El rey
del mocasín.
La compostura de calzados, transmitida por un
inmigrante catalán, le vino a salvar la vida a Juan José Silva,
desde hace tres décadas conocido como El rey del mocasín.
Se vino del interior para alistarse en la marina pero la
rutina militar no lo convenció, así que fue a dar a la Curva de
Maroñas al lado de un maestro zapatero.
Hoy en su local de
La Unión confecciona zapatos para distintas marcas de plaza, y
desde hace un par de años, también calzado de tango. Empezó
con el dos por cuatro porque el médico le indicó bajar el colesterol.
El baile resultó más entretenido que las caminatas y los amigos que
le dieron las pistas empezaron a pedirle modelos especiales. “No lo hago
por negocio”, recalca.
Aunque se dedica exclusivamente al sector masculino,
los varones del tango suelen pedirle combinaciones en charol o fantasía símil
cocodrilo, para que hagan juego con el atuendo de su compañera de baile. |
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Vieja viola
El lambriz cubre las paredes del salón
largo, rodeado de mesas con mantel azul.
Han colocado arcos de ladrillo en los
muros y, a cada lado, un farolito.
Pero
cuando estas líneas estén impresas el
baile se habrá mudado a la casa de al lado,
bajo el nombre de Salón Ensueño.
Seguirá
la barra, entonces en el fondo del salón, así
como, es de suponer, los zapatos en exposición
y venta, en el hall, y los atuendos
cuidados de la concurrencia.
El negro y el
rojo son los clichés del vestuario tanguero,
pero la realidad va más allá.
Ellos con camisa
y saco de vestir, que suelen quitarse
cuando entran en calor.
Ellas, de vestido
estampado, o de leggings y pollera, e incluso
alguna de solera con breteles se deja ver
en pleno invierno.
Ese es el ambiente de
Vieja viola, en el que no es raro ver cafés
dobles en las mesas o botellas de litro de
refrescos.
Abrió hace dos años con espacio
para unas 200 personas y la noche arranca
con 30 reservas.
Piazzolla y Canaro están
entre los favoritos de su público, y cuando
tocan La Cumparsita es la clave de que se
aproxima el final. Rosario Echavarría y su
esposo Luis trabajaban con adultos mayores
en el salón que antes ocupaba Chiqué
y, a pedido del público, comenzaron con la
milonga.
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“La idea es atrapar al público de
distinta manera”, recalca Echavarría, “al que
le gusta bailar, al que le gusta aprender,
al que quiera leer un libro sobre tango.
Aquí se han hecho seminarios y ha venido
mucho turista. En los últimos dos años esto
ha estado en ebullición y las tanguerías nos
estamos uniendo”, comparte.
Joventango
Pichuco vigila desde un cuadro a la
concurrencia particular de los domingos.
Con el Mercado de la abundancia cerrado,
la oferta se limita a lo que sale de la cantina
de Joventango, para sus 20 mesas
y una capacidad total cercana a los 150
bailarines. La entrada para los socios es
libre, el resto paga 50 pesos y, para atraer
gente joven, en tal caso baja a 20. “Casi
todos los tangueros han pasado por aquí,
y ya llevamos 21 festivales”, explica Renée
Granja, integrante de la directiva. Todos los
días hay clases –ahora se suman las de
danza terapia– y después, práctica libre.
Algunas veces la milonga es con orquesta,
aprovechando el escenario. Las cortinas
musicales pueden ser pasodobles, música
brasileña o folklore, y aseguran que los
bailarines también “se embalan”. Lo curioso
es que en sus comienzos la asociación se
centraba en otras actividades, pero el baile
no estaba en los planes. |
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José Erman, ya
retirado, fue uno de los pioneros en ese
sentido al comenzar a dar cursos gratuitos
para jóvenes en 1989. Cinco mil alumnos
pasaron por sus clases. “El tango nace
como danza, pero después de la década
del 60 se lo fue arrinconando”, describe,
confiado en que actualmente está resurgiendo.
“Aquí hay gente que tiene una base
de salón, como se bailaba en la década del
40, pero también hay gente más joven que
baila con algún elemento de escenario, es
decir, la influencia porteña, que les gusta
mucho por las figuras que se hacen. Yo
les aconsejo a mis alumnos que aprendan
todo lo que puedan y que lo adapten a su
forma de ser. Lo que interesa es el disfrute
de cada uno”.
Cuestión de edad o de adecuada
difusión, más allá de especulaciones
Joventango tiene dos metas en carpeta:
que el tango ingrese a los programas de
estudio curriculares, y que se organicen
circuitos turísticos con las milongas. Juan
Pedro Rubinstein, presidente de la institución,
estima en más de dos mil el número
de compatriotas aficionados al tango, de
los cuales sólo una cuarta parte se anima a
bailarlo. Sin embargo, “la mitad de los uruguayos
tiene algo pendiente con el tango”.
Tarde o temprano, se empecinan los del
palo, terminaremos todos sacándole viruta
al piso. |
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