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EL ARTE DE CONVIVIR
Riñas y Disputas.

El Arte de Convivir
Aceptar, tolerar, negociar. tres pasos de la única receta probada para combatir las vicisitudes de
la vida cotidiana en pareja. ¿Cómo se hace?

Por Carla rizzotto. FotograFías: latinstoCk.

No soporto cuando tira la toalla mojada arriba de la cama. La mataría cuando deja colgada la bombacha en la canilla de la ducha. Odio cuando se adueña del control remoto. La lista de reclamos, que a poco de investigar no difiere demasiado de una pareja a otra, confirma la teoría realista del matrimonio: como aseguran sicólogos, sexólogos y hasta abogados divorcistas, no alcanza con el amor para asegurar una buena convivencia luego que se firmó la libreta de casamiento. Una vez bajo el mismo techo, los defectos del otro ya no se pasan alegremente por alto como al inicio de la relación, sino que, por el contrario, comienzan a molestar. Y las diferencias se vuelven inocultables. Por eso, las claves para sobrevivir a los difíciles trances de vivir en compañía del ser amado se centran básicamente en armonizar dos mundos fusionados y en saber negociar. En toda pareja existe un contrato implícito de mutua unión emocional, sostiene la sicoterapeuta uruguaya Orieta Maestro, autora del libro Quiero vivir contigo. Se trata de un compromiso tácito, firmado antes de casarse o convivir, que abarca un acercamiento afectivo, cordialidad, clima de tranquilidad, disposición de tiempo para compartir, creación de actividades en conjunto y acompañamiento en momentos de dificultad, entre otras “cláusulas” varias. Pero claro, este acuerdo no se logra por arte de magia: además de un sentimiento de por medio, tienen que primar la razón y la voluntad. Esto es lo que el abogado argentino Cristián Conen, doctor en derecho matrimonial, denomina como amores enteros. “En el amor existen dos aspectos. Uno es el pasivo, que refiere a los sentimientos y a la sensualidad y que nos pasa sin que lo provoquemos; de hecho, lo provoca el otro y uno lo padece. Pero además está el activo, que se resume en identificar los sueños del otro, lo que le agrada, lo que no, lo que lo motiva. Todo eso lo promueve la inteligencia y la voluntad; por medio de estas dos cosas cedemos, hacemos esfuerzos por el otro aunque no tengamos ganas”, explica Conen para concluir que “la gente que cree que al amor no se lo gobierna está confundida. Debemos vivir inteligencias afectivas y sexuales para conservar una relación”. La maduración del amor es casi vital para llevar una buena convivencia. En este punto coinciden los especialistas, quienes con mayor o menor énfasis insisten en la necesidad de superar la etapa del flechazo (también llamada enamoramiento) para poder vivir gratamente. Según el sicólogo uruguayo especializado en terapia de pareja Álvaro Alcuri, atravesar con éxito la primera etapa de la relación es el secreto de una coexistencia llevadera. Y para hacerlo, sólo hay que dejar morir al enamoramiento. “Estamos encandilados con alguien que no conocemos. Nos fascinan algunas cualidades de su persona, entonces decidimos arbitrariamente que el resto de esas cualidades son iguales a las pocas que ya descubrimos”, explica el especialista gestáltico. Para él, cuando dos personas se están conociendo muestran lo mejor que tienen y con esas pocas armas ya les alcanza para enamorarse perdidamente. “Dan por descontado que lo que conocen del otro es parecido a lo desconocido y deciden irse a vivir juntos. Pero eso, que los enganchaba sirve de muy poco cuando se dan cuenta de que el otro ronca, es desprolijo, mira televisión todo el tiempo, tiene horarios y gustos muy diferentes. Por ejemplo, a uno le gustan los deportes y el otro los detesta. Ahí se pudrió todo”. Para desdramatizar esta realidad, Alcuri dice que la etapa del enamoramiento debe terminarse en algún momento, y que es bueno que así sea. El fin de esa fase da paso a otra, más equilibrada, en la que conviven los aspectos positivos y negativos de ambas personas. “Uno puede estar bien con las cualidades positivas y asimilar el golpe de que existen las negativas”. Si la frustración de no ser almas gemelas se sortea con éxito, puede sobrevenir la dicha de vivir la vida con alguien diferente a uno. Según Maestro, así como las diferencias extremas no permiten que el vínculo entre dos personas perdure, las excesivas igualdades tampoco ayudan a ello. “Llegar a la convivencia sin haber pensado

 

en la posibilidad de ser distintos es como haber pretendido casarse con uno mismo”, resume la sicoterapeuta, para quien “las diferencias compatibles” son las que efectivamente sustentan el atractivo de una relación.
Gustos diferentes, opiniones diferentes, motivaciones diferentes, elecciones diferentes. “Cuando las diferencias se entienden sólo como eso (y no se confunden con falta de amor), entonces se pueden respetar y cada uno se siente libre frente al otro”, opina Maestro. Elena Carcavallo y Miguel Bono saben perfectamente a qué se refieren los expertos. Con casi 43 años de casados, ella está convencida de que la clave es “saber comprender al otro tal cual es. La convivencia funciona cuando se aguanta de los dos lados por igual.
Es inútil pelear contra molinos de viento, es imposible cambiar a la otra persona”. Por eso, después de tantos años juntos, Miguel hace un esfuerzo para entender que Elena se pudo haber olvidado de coserle un botón, y ella banca la toalla que sistemáticamente él deja tirada en el piso. Hubo dificultades mayores, por cierto. Como los ronquidos de Miguel. No es chiste. De acuerdo a un estudio publicado por la Asociación Británica del Ronquido y la Apnea del Sueño, las personas que roncan privan a su pareja del equivalente a dos años de sueño por cada 24 años de vida compartida. “Yo estuve años sin poder dormir bien. Pateaba a mi esposo, me tapaba la cara con la almohada, me iba al sofá, hacía de todo”, cuenta Carcavallo, quien encontró la solución cuando una amiga, que pasaba por lo mismo, le regaló tapones para los oídos. “Al principio producen una sensación de vacío, pero después son geniales”, relata hoy, aliviada, la mujer de sueño liviano.

Fórmulas amorosas
Para evitar roces indeseados, Mary Cioli asegura que puede encontrar “la persona perfecta” para toda alma solitaria que desembarque en su empresa de formación de parejas. “Salvo algunos casos, la mayoría de mis clientes no vuelve con quejas”. Su técnica se basa en completar un formulario con lo que se pretende de la otra persona (aspecto físico, nivel cultural, económico y social; con hijos o sin ellos, etcétera), y en un test tan “infalible”, que esta celestina profesional se atreve a compararlo “con el secretito de la Coca Cola”. Evaluaciones previas al margen, Cioli entiende que la compatibilidad es un factor excluyente a la hora de conectar a dos personas. “No sé si tiene que haber veintinueve coincidencias (tal como lo asegura el científico Galen Buckwalter, que desarrolló el algoritmo del amor) o quince para poder ser una pareja feliz; lo cierto es que deben existir muchas compatibilidades”, asegura Cioli. Ella sabe, también, que las exigencias de sus clientes dependen, en gran medida, de sus experiencias anteriores. “Si hubo un divorcio de por medio, la persona quiere que su nueva pareja no tenga las mismas manías que el ex esposo o la ex mujer. Eso significa que, para determinada gente, pequeñas situaciones de la convivencia, como la excesiva tardanza en el baño, o las eternas llamadas telefónicas, tienen mucha importancia”.
La profesional, quien pasó 44 años junto al mismo hombre, recomienda a los recién casados “que tengan tolerancia, sepan compartir y también aguantar, porque el amor tiene sus vaivenes”.
Ana María Chiarino y Gabriel Bidegain lo tienen muy claro. En sus 37 años de matrimonio y seis de noviazgo sortearon más de un obstáculo, como vivir separados durante casi 15 años: él en el campo y ella en Montevideo, con sus dos hijas. “Extrañábamos hasta las discusiones, que ya no las teníamos porque generalmente son producto de la convivencia”, recuerda Ana María, quien actualmente está fascialcanza nada por volver a vivir bajo el mismo techo con su marido. Ahora tiene más presente cuánto le molesta que él practique un zapping continuado de informativos locales, lo que la obliga a ver la misma noticia unas tres veces al día. “En muchas ocasiones me resigno, otras me enojo, depende de mi estado de ánimo”, confiesa la mujer, quien después de casi cuatro décadas de estar junto a su marido asegura que ya le adivina el pensamiento. “Nos conocemos tanto… que es como mi otro yo”

 

División de tareas
Las tareas del hogar, que parecen una cosa tan simple, son un detalle mayúsculo a la hora de la convivencia. Orieta Maestro asegura que las mujeres que hoy comienzan un proyecto de vida compartida parecen considerarlo un tema superado al decir, simplemente, que se dividirán lo que tengan que hacer: un día lavarán los platos ellas y otro día sus maridos. Pero no es tan simple, aclara la profesional. Si bien la independencia progresiva de la mujer ha variado en cierta medida los roles dentro del hogar, “la mayoría de los hombres muy poco saben sobre cómo se realizan las tareas domésticas. No se ocupan de tomar cursos previos ni dejan de lado sus actividades para poder dedicar un par de horas al día a mantener limpio y ordenado su hogar. Las mujeres sí toman esas precauciones. Quizás ellos estén dispuestos a colaborar con su pareja y esperen a que llegue el momento y se les diga qué hacer. Pero hasta la expresión ‘colaborar’ denota a quién sienten como la verdadera encargada de esa función”, explica Maestro. Juan Martín Álvarez dedica parte de tiempo a su casa, que comparte desde hace cuatro años con Alejandra Mathó. Él sabe que los lunes su esposa llega tarde, por lo cual no zafa de preparar la cena; aunque reconoce que ella se ocupa de las comidas del resto de la semana y de la mayoría de las tareas domésticas habituales. Para evitar entredichos, el primer día de convivencia aclaró que jamás limpiaría el baño, pero en cambio dijo que sí estaba dispuesto a pasar la aspiradora o a lavar los platos. “El primer año bajo el mismo techo Alejandra cargó con la limpieza del baño, pero después contratamos una mujer para que nos ayudara en la casa”, relata hoy el hombre, de 34 años, quien se molesta cuando su mujer deja las toallas mojadas arriba de la cama. “En algún momento pudo haber sido motivo de discusión, pero ahora ya está, las saco y listo. Lo que sí me parece intolerable es que pase horas mirando programas de cocina y manualidades que dan en un canal argentino de cable”. Luego de su descargo, es hora de escuchar la versión de su esposa.
Vuelta al problema de la televisión, vuelta al problema del baño: “le encantan los programas periodísticos y yo los detesto. Otra cosa que me pone de mal humor es cuando se afeita y deja los pelos desparramados por toda la pileta”, reclama ella a su turno. Pero todo problema tiene una solución. Así como él retira el toallón mojado de la cama, ella limpia los pelos de la pileta, no sin antes rezongarlo un poco.
En tanto, las diferencias en materia de gustos televisivos se solucionan acordando un tercer programa que conforme a ambos.
“No somos personas complicadas, pensamos que por eso la convivencia es realmente llevadera, más allá de las situaciones puntuales que se dan en toda pareja”.

Reparto de culpas
Los expertos aseguran que las peleas frecuentes son un motivo habitual de consulta. “De hecho, vienen al consultorio a tirarse hasta con platos, a decir que son infelices por culpa del otro, que la persona que está a su lado es una villana y buscan que el terapeuta les dé la razón en contra del otro”, detalla Alcuri. Deslindar toda la responsabilidad de las peleas en el otro es una conducta casi universal y eso, según su colega Maestro, es caer en una omisión. “Después de escuchar toda clase de discusiones, desde quién limpia la cocina hasta quién debe sacar la basura, uno se pregunta por qué están peleando en realidad. ¿Será por estos hechos mínimos o por quién de los dos gana la discusión? En términos más técnicos, nos preguntaríamos quién de los dos sustenta el poder”.
La mayoría de las veces, las peleas surgen por situaciones mínimas que, en principio, no deberían provocar un distanciamiento afectivo. Pero también están aquellas situaciones recurrentes que encubren cosas de las cuales se teme hablar.
En algunos casos, las discusiones son una forma de seguir unidos. “Retirándolas aparecería el vacío: ¿de qué hablar?, ¿qué compartir? Las peleas son buenas encubridoras”, avanza Maestro, quien propone a las parejas aplazar las discusiones por 15 días para luego llegar a conclusiones útiles.

Una vez realizada la experiencia, la sicoterapeuta observa dos resultados: uno es el resurgimiento de la pareja, que puede reconducirse hacia un lado positivo relativizando los pequeños motivos de discusión. Pero no todos logran este desenlace; de hecho, a muchas parejas hasta les cuesta cumplir ese plan piloto ya que se enfrentan al vacío descubriendo hasta qué punto las peleas constantes distraían el temor a reconocer un mal mayor. Por ejemplo, la apatía que les provoca estar juntos. Por su lado, Alcuri afirma que, “muchas veces, no sirve ni A ni B, sino que se necesita una tercera opción, una C, que es necesario encontrar. Quien pretende total limpieza en la casa no saldrá del todo conforme, pero tampoco lo hará quien quiere un desorden completo. Será una mezcla”. ¿Cómo se logra esto? Ni más ni menos que aplicando la misma técnica que en una empresa o un estudio jurídico: negociando. Obligarse a llegar a acuerdos es para muchos una prueba de no ser almas gemelas, algo así como apelar al último recurso. “Piensan que aclarar o convenir sobre temas afectivos es restar aquella dosis de naturalidad que hace que todo se resuelva como por arte de magia”, agrega Maestro. Para la experta, una pareja no sólo negocia cosas puntuales como ir a buscar los chicos a la escuela o quién se encarga del supermercado. En realidad, lo que se negocia es la sucesión de múltiples y pequeños acontecimientos que hacen una continuidad. Para decirlo de otra manera, se negocia la cantidad de tiempo que cada integrante de la pareja dispondrá para sí.

De ayer a hoy
Según los entendidos, el cambio de roles que ubica a la mujer en una situación cada vez más cercana a la igualdad con el hombre, es la clave principal para comprender un fenómeno moderno que desafía aquello de “hasta que la muerte los separe”. “Casi todas las culturas anteriores al siglo XIX separaron las actividades de hombres y mujeres, tanto fuera como dentro de la casa, con barreras muy rígidas. En ese contexto, la idea de llevarse bien no era otra cosa que mantenerse quietitos en el muy bien delimitado lugar sociocultural que cada sexo tenía”, describe Alcuri en su libro El manual del amor y la culpa. Hoy en día, no hay roles fijos, por lo que las antiguas divisiones de tareas ya no funcionan. A pesar de no defender las convenciones sociales que llevaban a las parejas de antaño a mantenerse unidas, el sicólogo uruguayo señala que los cambios en el vínculo son tan radicales que se están tirando por la borda todos los formalismos para optar por un “haga lo que a usted le parezca”.

 

En este sentido, se pasó de una situación “donde una persona tenía prácticamente presa a la otra a una donde quien vive con nosotros no nos importa”.
En los divorcios actuales queda claro que la mujer ya no tiene un papel subordinado: antes ellas no echaban mano a este recurso no sólo porque no estaba bien visto ante los ojos de la sociedad sino porque, en caso de hacerlo, les era imposible mantenerse económicamente, opina Hortensia Ramos Mañé, abogada divorcista con más de treinta años de experiencia.
Aunque el avance femenino es señalado como un fenómeno indiscutible a la hora de analizar la menor duración de las parejas, los expertos agregan el individualismo como otro factor que conspira contra la convivencia de largo plazo.
Alcuri manifiesta que las personas tienen tal omnipotencia y egocentrismo que se torna muy dificultoso aguantar los defectos que nos molestan del otro: “la situación de individualismo es tan salvaje que tener vínculos mano a mano nos complica.
Hay una atomización de las relaciones humanas preocupante y peligrosa”.
Para Conen, doctor en Derecho Matrimonial, el estilo educativo permisivo contribuye a crear personas egoístas.
El abogado argentino sostiene que los chicos de hoy hacen lo que quieren, cuando quieren y como quieren: lo que único que hacen es pedir.
Esto repercutirá a futuro en las relaciones de pareja, donde seguirán exigiendo.
Se mirarán el ombligo, se garantizarán su propio placer y no desarrollarán la empatía, situaciones que obstaculizarán la maduración del amor y que, sin dudas, tornarán más complicada la convivencia.
No son casuales los reclamos de muchas personas que exigen a su pareja que las haga felices.
“Nadie puede hacernos felices si nosotros no tenemos la suficiente madurez, inteligencia, realización personal, capacidad de trabajo y demás para hacernos felices a nosotros mismos y compartir eso

 

con la persona que vivimos”, indica Alcuri.

Puerta de salida
Cuando parece no encontrarse otra salida, el divorcio es tomado como la más válida.
Las cifras así lo reflejan: según datos del Instituto Nacional de Estadística, más de la mitad de las parejas que se casan anualmente en Uruguay deciden divorciarse tiempo después.
Cuando se inicia este proceso legal (lo que la mayoría de las veces corre por cuenta de los hombres), ambas partes buscan que sea lo más corto posible. Por eso, los abogados aconsejan a sus clientes encarar divorcios por riñas y disputas ya que se trata de una “causal genérica que no requiere determinar las situaciones concretas que afligen”, detalla Ramos Mañé.
Por otra parte, si se acuerda la demanda y la contestación conjunta, el trámite no se extiende a más de dos meses, mientras que cuando no existe este consenso los plazos pueden alargarse hasta seis.
“Se busca una vía rápida para la solución de problemas de convivencia que no revisten una importancia fundamental, esto quiere decir que no hubo intento de homicidio ni adulterio ni injurias, los cuales tienen una figura legal determinada.
En riñas y disputas simplemente se comprueban determinadas situaciones que hacen imposible la convivencia”, precisa la abogada, quien admite que las causas reales de divorcio más frecuentes son el desgaste en la pareja y la existencia de una tercera persona. Salvo excepciones, la profesional no ve habitualmente casos de flamantes cónyuges que quieran divorciarse. “Por un criterio razonable, es evidente que el vínculo tiene que haber cumplido cierto periodo de tiempo para conocer las dificultades”, explica Ramos Mañé, quien destaca la aprobación (legal y social) de la convivencia previa al casamiento, a la cual considera “beneficiosa porque ilustra de forma real esa unión que se proyecta”.
Más allá de las formalidades y de la inmensa cantidad de situaciones que puedan atentar contra la convivencia, desde que el mundo es mundo las personas eligen vivir acompañadas. Y pagan un precio por ello.
Así de claro lo pinta el tango de Raúl Castro y Jaime Roos: “Besála como sabés, regaláte la poesía, de vivir en compañía de la mujer que querés.
Convencéte que podés, no te vayas a Sevilla, que vas a perder la silla y la alegría más bonita de encontrar la bombachita colgando de la canilla”.

 
     
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