No soporto cuando
tira la toalla
mojada arriba
de la cama. La
mataría cuando
deja colgada
la bombacha
en la canilla de
la ducha. Odio
cuando se adueña del control remoto. La
lista de reclamos, que a poco de investigar
no difiere demasiado de una pareja a otra,
confirma la teoría realista del matrimonio:
como aseguran sicólogos, sexólogos y
hasta abogados divorcistas, no alcanza
con el amor para asegurar una buena
convivencia luego que se firmó la libreta
de casamiento.
Una vez bajo el mismo techo, los defectos
del otro ya no se pasan alegremente
por alto como al inicio de la relación, sino
que, por el contrario, comienzan a molestar.
Y las diferencias se vuelven inocultables.
Por eso, las claves para sobrevivir a
los difíciles trances de vivir en compañía
del ser amado se centran básicamente en
armonizar dos mundos fusionados y en
saber negociar.
En toda pareja existe un contrato implícito
de mutua unión emocional, sostiene
la sicoterapeuta uruguaya Orieta Maestro,
autora del libro Quiero vivir contigo. Se
trata de un compromiso tácito, firmado
antes de casarse o convivir, que abarca un
acercamiento afectivo, cordialidad, clima
de tranquilidad, disposición de tiempo para
compartir, creación de actividades en conjunto
y acompañamiento en momentos de
dificultad, entre otras “cláusulas” varias.
Pero claro, este acuerdo no se logra por
arte de magia: además de un sentimiento
de por medio, tienen que primar la razón
y la voluntad.
Esto es lo que el abogado argentino
Cristián Conen, doctor en derecho matrimonial,
denomina como amores enteros.
“En el amor existen dos aspectos. Uno es
el pasivo, que refiere a los sentimientos y
a la sensualidad y que nos pasa sin que
lo provoquemos; de hecho, lo provoca el
otro y uno lo padece. Pero además está
el activo, que se resume en identificar los
sueños del otro, lo que le agrada, lo que
no, lo que lo motiva. Todo eso lo promueve
la inteligencia y la voluntad; por medio
de estas dos cosas cedemos, hacemos
esfuerzos por el otro aunque no tengamos
ganas”, explica Conen para concluir que
“la gente que cree que al amor no se lo
gobierna está confundida. Debemos vivir
inteligencias afectivas y sexuales para
conservar una relación”.
La maduración del amor es casi vital
para llevar una buena convivencia. En este
punto coinciden los especialistas, quienes
con mayor o menor énfasis insisten en
la necesidad de superar la etapa del flechazo
(también llamada enamoramiento)
para poder vivir gratamente. Según el
sicólogo uruguayo especializado en terapia
de pareja Álvaro Alcuri, atravesar con
éxito la primera etapa de la relación es el
secreto de una coexistencia llevadera. Y
para hacerlo, sólo hay que dejar morir al
enamoramiento.
“Estamos encandilados con alguien
que no conocemos. Nos fascinan algunas
cualidades de su persona, entonces decidimos
arbitrariamente que el resto de esas
cualidades son iguales a las pocas que
ya descubrimos”, explica el especialista
gestáltico. Para él, cuando dos personas
se están conociendo muestran lo mejor
que tienen y con esas pocas armas ya les alcanza
para enamorarse perdidamente.
“Dan por descontado que lo que conocen
del otro es parecido a lo desconocido y
deciden irse a vivir juntos. Pero eso, que
los enganchaba sirve de muy poco cuando
se dan cuenta de que el otro ronca, es
desprolijo, mira televisión todo el tiempo,
tiene horarios y gustos muy diferentes.
Por ejemplo, a uno le gustan los deportes
y el otro los detesta. Ahí se pudrió todo”.
Para desdramatizar esta realidad, Alcuri
dice que la etapa del enamoramiento debe
terminarse en algún momento, y que es
bueno que así sea. El fin de esa fase da
paso a otra, más equilibrada, en la que
conviven los aspectos positivos y negativos
de ambas personas. “Uno puede estar
bien con las cualidades positivas y asimilar
el golpe de que existen las negativas”.
Si la frustración de no ser almas gemelas
se sortea con éxito, puede sobrevenir
la dicha de vivir la vida con alguien diferente
a uno. Según Maestro, así como las
diferencias extremas no permiten que el
vínculo entre dos personas perdure, las
excesivas igualdades tampoco ayudan a
ello. “Llegar a la convivencia sin haber
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en la posibilidad de ser distintos
es como haber pretendido casarse con
uno mismo”, resume la sicoterapeuta, para
quien “las diferencias compatibles” son
las que efectivamente sustentan el atractivo
de una relación.
Gustos diferentes, opiniones diferentes,
motivaciones diferentes, elecciones
diferentes. “Cuando las diferencias se
entienden sólo como eso (y no se confunden
con falta de amor), entonces se
pueden respetar y cada uno se siente libre
frente al otro”, opina Maestro.
Elena Carcavallo y Miguel Bono saben
perfectamente a qué se refieren los expertos.
Con casi 43 años de casados, ella
está convencida de que la clave es “saber
comprender al otro tal cual es. La convivencia
funciona cuando se aguanta de los
dos lados por igual.
Es inútil pelear contra
molinos de viento, es imposible cambiar a
la otra persona”. Por eso, después de tantos
años juntos, Miguel hace un esfuerzo
para entender que Elena se pudo haber
olvidado de coserle un botón, y ella banca
la toalla que sistemáticamente él deja tirada
en el piso.
Hubo dificultades mayores, por cierto.
Como los ronquidos de Miguel. No es
chiste. De acuerdo a un estudio publicado
por la Asociación Británica del Ronquido
y la Apnea del Sueño, las personas que
roncan privan a su pareja del equivalente
a dos años de sueño por cada 24 años de vida compartida. “Yo estuve años sin
poder dormir bien. Pateaba a mi esposo,
me tapaba la cara con la almohada, me iba
al sofá, hacía de todo”, cuenta Carcavallo,
quien encontró la solución cuando una
amiga, que pasaba por lo mismo, le regaló
tapones para los oídos. “Al principio producen
una sensación de vacío, pero después
son geniales”, relata hoy, aliviada, la mujer
de sueño liviano.
Fórmulas amorosas
Para evitar roces indeseados, Mary
Cioli asegura que puede encontrar “la
persona perfecta” para toda alma solitaria
que desembarque en su empresa de formación
de parejas. “Salvo algunos casos,
la mayoría de mis clientes no vuelve con
quejas”. Su técnica se basa en completar
un formulario con lo que se pretende de
la otra persona (aspecto físico, nivel cultural,
económico y social; con hijos o sin
ellos, etcétera), y en un test tan “infalible”,
que esta celestina profesional se atreve a
compararlo “con el secretito de la Coca
Cola”. Evaluaciones previas al margen,
Cioli entiende que la compatibilidad es un
factor excluyente a la hora de conectar a
dos personas. “No sé si tiene que haber
veintinueve coincidencias (tal como lo asegura
el científico Galen Buckwalter, que
desarrolló el algoritmo del amor) o quince
para poder ser una pareja feliz; lo cierto es
que deben existir muchas compatibilidades”,
asegura Cioli.
Ella sabe, también, que las exigencias
de sus clientes dependen, en gran medida,
de sus experiencias anteriores. “Si
hubo un divorcio de por medio, la persona
quiere que su nueva pareja no tenga las
mismas manías que el ex esposo o la ex
mujer. Eso significa que, para determinada
gente, pequeñas situaciones de la convivencia,
como la excesiva tardanza en el
baño, o las eternas llamadas telefónicas,
tienen mucha importancia”.
La profesional,
quien pasó 44 años junto al mismo
hombre, recomienda a los recién casados
“que tengan tolerancia, sepan compartir
y también aguantar, porque el amor tiene
sus vaivenes”.
Ana María Chiarino y Gabriel Bidegain
lo tienen muy claro. En sus 37 años de
matrimonio y seis de noviazgo sortearon
más de un obstáculo, como vivir separados
durante casi 15 años: él en el campo
y ella en Montevideo, con sus dos hijas.
“Extrañábamos hasta las discusiones, que
ya no las teníamos porque generalmente
son producto de la convivencia”, recuerda
Ana María, quien actualmente está fascialcanza nada por volver a vivir bajo el mismo techo
con su marido. Ahora tiene más presente
cuánto le molesta que él practique un zapping
continuado de informativos locales,
lo que la obliga a ver la misma noticia unas
tres veces al día. “En muchas ocasiones
me resigno, otras me enojo, depende de
mi estado de ánimo”, confiesa la mujer,
quien después de casi cuatro décadas de
estar junto a su marido asegura que ya le
adivina el pensamiento. “Nos conocemos
tanto… que es como mi otro yo”
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División de tareas
Las tareas del hogar, que parecen una
cosa tan simple, son un detalle mayúsculo
a la hora de la convivencia. Orieta
Maestro asegura que las mujeres que hoy
comienzan un proyecto de vida compartida
parecen considerarlo un tema superado
al decir, simplemente, que se dividirán lo
que tengan que hacer: un día lavarán los
platos ellas y otro día sus maridos. Pero no
es tan simple, aclara la profesional. Si bien
la independencia progresiva de la mujer ha
variado en cierta medida los roles dentro
del hogar, “la mayoría de los hombres
muy poco saben sobre cómo se realizan
las tareas domésticas. No se ocupan de
tomar cursos previos ni dejan de lado sus
actividades para poder dedicar un par de
horas al día a mantener limpio y ordenado
su hogar. Las mujeres sí toman esas precauciones.
Quizás ellos estén dispuestos
a colaborar con su pareja y esperen a que
llegue el momento y se les diga qué hacer.
Pero hasta la expresión ‘colaborar’ denota
a quién sienten como la verdadera encargada
de esa función”, explica Maestro.
Juan Martín Álvarez dedica parte de
tiempo a su casa, que comparte desde
hace cuatro años con Alejandra Mathó. Él
sabe que los lunes su esposa llega tarde,
por lo cual no zafa de preparar la cena;
aunque reconoce que ella se ocupa de las
comidas del resto de la semana y de la
mayoría de las tareas domésticas habituales.
Para evitar entredichos, el primer día
de convivencia aclaró que jamás limpiaría
el baño, pero en cambio dijo que sí estaba
dispuesto a pasar la aspiradora o a lavar los
platos. “El primer año bajo el mismo techo
Alejandra cargó con la limpieza del baño,
pero después contratamos una mujer para
que nos ayudara en la casa”, relata hoy el
hombre, de 34 años, quien se molesta
cuando su mujer deja las toallas mojadas
arriba de la cama. “En algún momento
pudo haber sido motivo de discusión, pero
ahora ya está, las saco y listo. Lo que sí
me parece intolerable es que pase horas mirando programas de cocina y manualidades
que dan en un canal argentino de
cable”.
Luego de su descargo, es hora de
escuchar la versión de su esposa.
Vuelta al
problema de la televisión, vuelta al problema
del baño: “le encantan los programas
periodísticos y yo los detesto. Otra cosa
que me pone de mal humor es cuando
se afeita y deja los pelos desparramados
por toda la pileta”, reclama ella a su turno.
Pero todo problema tiene una solución.
Así como él retira el toallón mojado de la
cama, ella limpia los pelos de la pileta, no
sin antes rezongarlo un poco.
En tanto,
las diferencias en materia de gustos televisivos
se solucionan acordando un tercer
programa que conforme a ambos.
“No
somos personas complicadas, pensamos
que por eso la convivencia es realmente
llevadera, más allá de las situaciones puntuales
que se dan en toda pareja”.
Reparto de culpas
Los expertos aseguran que las peleas
frecuentes son un motivo habitual de consulta.
“De hecho, vienen al consultorio a
tirarse hasta con platos, a decir que son
infelices por culpa del otro, que la persona
que está a su lado es una villana y buscan
que el terapeuta les dé la razón en contra
del otro”, detalla Alcuri.
Deslindar toda la responsabilidad de
las peleas en el otro es una conducta casi
universal y eso, según su colega Maestro,
es caer en una omisión. “Después de
escuchar toda clase de discusiones, desde
quién limpia la cocina hasta quién debe
sacar la basura, uno se pregunta por qué
están peleando en realidad. ¿Será por
estos hechos mínimos o por quién de los
dos gana la discusión? En términos más
técnicos, nos preguntaríamos quién de los
dos sustenta el poder”.
La mayoría de las veces, las peleas
surgen por situaciones mínimas que, en
principio, no deberían provocar un distanciamiento
afectivo. Pero también están
aquellas situaciones recurrentes que encubren
cosas de las cuales se teme hablar.
En algunos casos, las discusiones son
una forma de seguir unidos. “Retirándolas
aparecería el vacío: ¿de qué hablar?, ¿qué
compartir? Las peleas son buenas encubridoras”,
avanza Maestro, quien propone
a las parejas aplazar las discusiones por
15 días para luego llegar a conclusiones
útiles.
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