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JAQUE a los celos
Los especialistas recomiendan aprender a manejarlos

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Jaque a los Celos
En mayor o menor grado, todos los seres humanos experimentan alguna clase de celos. Según los especialistas, no hay que ignorarlos ni negarlos. Por el contrario, ellos recomiendan aprender a manejarlos y encauzarlos. ¿Cómo se hace?
POR: SILVANA SILVEIRA | FOTOGRAFÍAS: LATINSTOCK

La mitología griega está plagada de dioses y mortales que cayeron víctimas de los feroces celos de madrastras y amantes despechados. Al parecer fue el risueño y cruel Eros, fuerza creadora del universo capaz de unir a los opuestos, acercar y alejar a los amantes, quien los inventó. Y lo peor del caso es que fue de puro aburrido y para su propia diversión. Eros podía despertar en los seres humanos y divinos las pasiones más arrebatadoras, pero disfrutaba viéndolos retorcidos de dolor y mal de amores.
Un repaso por la historia antigua (la guía ideal puede ser el libro Morir de celos y otras mitologías, de Álvaro Zamora) alcanza para identificar a Hera como la más celosa del Olimpo. Símbolo de la esposa perfecta, ella sufría unos terribles ataques de celos cada vez que Zeus, su infiel esposo, posaba sus ojos en otras mujeres, y cometió por celos toda clase de actos despiadados. No sólo le robó los dardos del amor a Afrodita para mantener a Zeus a su lado, sino que también le provocó la muerte a Semele, la desafortunada madre de Dionisos, hijo de Zeus; mandó a los Titanes tras el niño y, no pudiendo aniquilarlo, lo volvió alcohólico y contaminó su ser con pasiones destructivas. No contenta con ello, intentó matar a Heracles (otro vástago de Zeus), enviándole dos serpientes. Y como no lo logró, jamás descansó ni paró de atormentarlo por el resto de sus días.
Hoy como ayer
Por desgracia, las atrocidades cometidas en nombre de los celos no son exclusivas de las páginas de las tragedias griegas, ni sólo cosa del pasado. Los crímenes que se cometen diariamente invocando celos ingobernables no están muy lejos de las barbaries consumadas por Hera, y abundan en la crónica roja de nuestros días. Hay estadísticas alarmantes: los ataques de celos son la causa más frecuente de los homicidios conyugales y un factor determinante en casi el 20 por ciento de todas las agresiones violentas en los países desarrollados.
Innumerables “crímenes pasionales” (mejor llamados femicidios, ya que la inmensa mayoría de las víctimas son mujeres), se comenten en nombre de los celos. Para tener una idea, en Uruguay sólo el dos por ciento de los casos de violencia doméstica tiene como víctimas a los hombres. El 73 por ciento de las agresiones son provocadas por varones hacia mujeres, y un 23 por ciento se considera de “violencia cruzada”. Como se ve, ellas registran índices de agresión menores a los de ellos, lo que no significa, sin embargo, que sean más o menos celosas. ¿Son los celos capaces de hacer perder a una persona la cabeza o las personas que cometen esos asesinatos ya estaban mal de la cabeza hace rato?
“La gente puede perder la cabeza pero no sólo por los celos; puede perderla si se deja llevar por cualquier otra emoción, como por ejemplo el miedo. No es que haya que vivir al margen de los sentimientos, pero uno no puede guiarse sólo por ellos. Hay que manejarlos y evitar que los sentimientos decidan por uno”, entiende la sicóloga clínica Marianella Chompi. Para Lilián González, terapeuta integrativa,

“matar por celos” es sólo un decir. “Cuando se llega a eso el problema es mucho más complejo. Los celos son un elemento que aparece en situaciones de violencia doméstica. Los invocan a modo de atribución, pero no podemos quedarnos con eso, porque es común que las explicaciones que dan los pacientes no sean las verdaderas. Al lado de los celos siempre vas a encontrar otra cosa”. En general, explica la experta, emociones tan poco placenteras como la ansiedad, la ira y una angustia cósmica. ¿De qué manera hombres y mujeres manifiestan sus celos? Según la terapeuta cognitivo conductual Verónica Orrico, “los hombres tienden a manifestarlos de una forma más directa, impidiendo que la mujer realice muchas actividades fuera de la casa, enojándose cuando observan en ella conductas ‘sospechosas’, utilizando la violencia sicológica y/o física. En cambio, las mujeres son más sutiles: ante una sospecha observan las conductas y horarios del hombre, revisan su agenda, su ropa o su celular. Quizás puedan seguirlo, o pedirle a otra persona que lo haga”. Ellos se ven más afectados por la idea de que su pareja tenga relaciones sexuales con otro, mientras las mujeres sufren más cuando se trata de cuestiones que podrían denominarse de infidelidad “emocional”, entiende Orrico, sicóloga de la Clínica Psinco.

Pandemia invisible
La creencia más generalizada es que el caldo de cultivo ideal para los celos es el ámbito de la pareja. Sin embargo, no son exclusivos de los vínculos románticos. Los celosos, hombres y mujeres siempre temerosos de que alguien les arrebate su pequeña parcela vital, pueden sentir celos de todo. De tu mujer, de tu perro, de tu campera, de tus zapatos, de tu nuevo microondas. Las situaciones, personas o cosas que pueden nublarle la vista de celos son innumerables. “Se ponen más de manifiesto en la pareja porque el amor nos marca de por vida, es más profundo, más íntimo. Pero los celos surgen en todas las áreas de la convivencia humana, porque tienen que ver con aprender a confiar en los demás. La esencia de los celos es la falta de confianza en uno mismo y en los demás”, dice Chompi.
Según la terapeuta Lilián González, la palabra celos queda chica si se empieza a observar la variedad de situaciones en la que esta pandemia invisible puede desatarse. ¿Y cómo los viven las parejas uruguayas? Bryani Todaro (30) y Paulo Reveles (26), tienen fecha para casarse el 20 de octubre en el Registro Civil. Ella se confiesa “re celosa. Demasiado, diría”. ¿Y qué le provoca celos? “No el hecho de que salga con los amigos, sino la forma en la que la dejan a una de lado para hacer otra cosa”, cuenta la futura esposa. Y si hay algo que pone celosa del todo a Bryani es el vínculo de su futuro esposo con su ex mujer, madre de su hijo. “El tema del contacto con la ex, habiendo un niño de por medio no es menor… si empiezo a contarte termino el año que viene”, confiesa. A Paulo, por su lado, los celos de su mujer no le hacen “ninguna gracia”. Él cree que hay que confiar mutuamente. Ella, que “la confianza no quita lo celoso”.
¿Qué son los celos? Jacques Cardonne los definió como “el vicio de la posesión”. Hay quienes vieron
en ellos un querer retener contra viento y marea, un no querer perder, a como dé lugar. “Un estado emotivo ansioso que padece una persona y se caracteriza por el miedo ante la posibilidad de perder lo que se posee y tiene”. Chompi dice que los celos son un sentimiento normal y esperable en el desarrollo de todas las personas. ¿Esperables?
“Sí. Todo sentimiento tiene una raíz. La raíz de los celos es el afán de posesión de las cosas que tiene todo ser humano. Incluso un niño de dos años prefiere el juguete que tiene el niño de al lado. Lo mueve el afán de posesión, de dominar el mundo de las cosas, de poder manejarlas. Ahí arrancan los celos”, opina la sicóloga.
Gustavo Ekroth, padrino de la corriente cognitivo conductual uruguaya, tiene su propia visión sobre este asunto. “Los celos son un comportamiento biológico innato que ha evolucionado a lo largo de millones de años. Tienen que ver con la defensa de tu historia genética, de tu genoma. Son una respuesta entre la ira y el temor, similar a la que puede expresar un león cuando otro macho se acerca a su harem”. González no ve nada natural en esta clase de ardores. “Toda forma de relacionarse afectivamente tiene que ver con un aprendizaje. Nadie nace con el gen de los celos. De hecho, nacemos con unas pocas emociones básicas. El resto son emociones que aprendemos. ¿Te parece que una persona como el Dalai Lama puede sentir celos?”, pregunta a modo de provocación. Existen muchos mitos en torno a los celos. Uno es que si alguien los siente es porque le están dando pie para ello. Otro, tan antiguo como los pensadores griegos, es que “si el amor no va acompañado de celos, no es activo ni eficaz” (Plutarco). “Hay un factor cultural: si no te cela, o si vos no lo celás, no estás realmente enamorada o no te interesa. Eso no es cierto, los celos no pueden tomarse como un termómetro del amor, de un amor intenso, deseable y bueno. Cada vez que alguien tiene celos, lo considero un problema, una respuesta que no es sana”, insiste González. Para ella, una persona que siente celos está manejando mal la situación. “Aunque el otro flirtee, el sentimiento bien encauzado debería ser de decepción, o de emociones más llanas, menos destructivas. No de celos. Lo deseable sería que encarara la situación con su pareja y lo planteara como un problema, como algo que le desagrada; aclarar de qué contrato matrimonial se está hablando, qué es lo que cada persona imagina o espera recibir de su pareja. Si los dos creen que la relación debe ser monógama, si los dos creen que está permitido mirar y admirar a otro por su belleza. A veces, flirtear es una manera de mantener al otro en vilo, pendiente de mí, para que ceda a mis deseos. Otras veces, una forma de levantar la autoestima, de sentirme mejor conmigo misma. Puede ser una forma de venganza, de castigar a la pareja. Hay parejas en las que el flirteo es una válvula de control de lo que pasa entre ellos. El de los celos no es un tema que se pueda entender separado de la relación de pareja y de la personalidad de cada uno. Sólo así adquieren un significado y es posible entender qué está pasando”.

¿Sanos o insanos?
Existen celos de todo tipo. Hay quienes opinan que están los sicológicamente normales, aceptables, naturales, inofensivos. Esos pueden resultar afrodisíacos, incluso tiernos. Pero de acuerdo a su intensidad pueden volverse enfermizos, morbosos y delirantes. Como tales, los celos tienen un alto poder corrosivo, van sembrando desconfianza y dudas.
¿Quién no ha sentido celos en tales o cuales situaciones? ¿Cuáles son los saludables y cuáles los patológicos? Para Orrico, celos sanos son aquellos que “consisten en una preocupación por la posible pérdida de la persona amada. Pueden incluir la sospecha o la inquietud ante la posibilidad que la pareja se interese por otra persona y tenga una relación con ella. Pueden llevarnos a arreglarnos más y a cuidar más la relación, entre otras cosas. Las personas con celos patológicos, en lugar de preferir y desear que su pareja esté sólo con ellas, lo exigen”.

Chompi traza una línea clara, no siempre fácil de reconocer en la práctica, que los divide abiertamente. “Los problemas empiezan cuando los celos comienzan a limitar nuestras acciones y nos llevan a tomar decisiones en función de ellos. Cuando actuamos en función de los celos vamos mal”. Sin llegar a extremos violentos, ¿no es mejor actuar en base a lo que uno siente? “No”, responde Chompi de manera rotunda.
“No hay que confundir ser auténtico con dejarse llevar por los sentimientos”.
¿Cuándo abrir los ojos? Cuando de manera indirecta se está coartando la libertad del otro, cuando se lo intenta dominar, cuando uno siente que está cambiando no sólo sus hábitos y sus horarios sino su manera de ser, por causa del otro, y que su personalidad se va desdibujando. “Cuando la persona tiene necesidad de controlar todos nuestros movimientos, nos sigue, nos vigila mediante el celular, se enoja si llegamos tarde, cuando nos va aislando de amigos y familiares, cuando aparecen reproches sobre

nuestra forma de vestir o actuar, y utiliza la violencia física o verbal para controlar al otro. Por ejemplo: ‘si hacés esto te dejo, si te veo con fulano lo agarro a las piñas’”, agrega Orrico a la larga lista de señales de alerta. Según Ekroth, los celos se vuelven patológicos cuando empiezan a envenenar una relación. “En ese caso uno debería superarlos o dejar a la pareja. Lo peor que uno puede hacer es reprimirlos. Cuando los reprimís, los mandás al inconsciente y allí van fermentando y llegan a adquirir nueve veces más fuerzas. Lo segundo menos malo es expresarlos a la pareja, pero en ese caso hay que atenerse a la reacción que el otro pueda tener: puede reaccionar de manera violenta o adquiriendo fuerzas”. A su entender, lo ideal es canalizarlos hacia otras cosas. “Los celos son basura mental. Las terapias modernas conductistas llevan a pensar que son como un vómito mental. No le vas a vomitar encima a tu pareja, vas al baño a hacerlo. Existen muchas técnicas verbales y físicas, que sirven para expulsarlos y limpiar la mente. Algunas de ellas consisten en hablarle y pegarle a un almohadón. Eso sirve para ver qué tan absurdos son y enfrentarlos desde un lugar más sensible, desde el amor, no desde la furia y el miedo”. González dice que ante los celos no es bueno hacer la vista gorda. “Aunque sean leves, hay que ver qué está pasando. Lo sano es no tener celos”, insiste a sabiendas de que en ese punto seguramente discrepe con muchos colegas.
¿Y cuál es la mejor manera de tratarlos? “La sicoterapia. Hay que ir a la base que los sustenta. Ver si se trata de una persona con baja autoestima, que tuvo experiencias desgraciadas, que fue engañada y sufrió una infidelidad, ver si los celos se producen en un contexto de violencia doméstica o existe un trastorno mental grave”, agrega.
En todos los casos, se recomienda cerrar la canilla mental de pensamientos destructivos. Tratar de mantenerse apegado a lo real, morderse la lengua antes de preguntar cada cinco minutos “¿qué hacés?” o “¿con quién estás?”, y evitar el papel de detective. Porque, como bien reza el dicho popular: “marido celoso no tiene reposo”.