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PAREJAS DESPAREJAS
Estas seis parejas tienen algo en común: a primera vista, son desparejas. El físico, la religión o el trabajo pudieron haber sido obstáculos en su carrera rumbo al amor. Sin embargo, cada día se las ingenian para sortearlos.
POR SHILA ZYMAN | FOTOGRAFÍAS: PABLO RIVARA
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POR VARIAS CABEZAS
Él mide 1.95. Ella 1.60. Pablo Clerici (29) y Fernanda González (30) llevan un lustro en pareja, desde que una amiga en común los presentó, y se casaron hace un año y medio. La altura de Pablo fue determinante para su carrera como jugador de basketball (hoy integra el plantel de Unión Atlética), pero también le ha dado cierta ventaja en algunas tareas domésticas. Por ejemplo, es el encargado de cambiar las lamparitas de luz y de tender y destender la ropa lavada. “No siempre es bueno ser alto”, explica él. “A veces no entro en los asientos y me tengo que enrollar. No quieras saber la cantidad de veces que me golpeé la cabeza en el ómnibus”. Fernanda, mientras tanto,
lamenta otras dificultades. Dice que es imposible bailar canciones lentas con él, porque ella queda muy abajo, y que si se quieren mirar, a uno de los dos le queda doliendo el cuello siempre. A pesar de todo, disfrutan a su modo. Cuando él está en la cancha, ella lo alienta y practica su hobby, la fotografía, retratando las jugadas del hábil marido. Y en otros terrenos, ya se sabe, la altura no cuenta.
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UNIÓN DE PESO
Spaghetti con salsa de tomate, aceite de oliva, sal y albahaca constituyen, para Henry Mullins (52), la combinación ideal. Comer pasta seca es un hábito que adquirió visitando a su hermana radicada en Italia, y hoy lo cultiva tres veces por semana. Él y su esposa, Anabel Aloy (38), comparten la pasión por la gastronomía (en especial la italiana y la alemana) y disfrutan mucho de |
salir a cenar y de cocinar juntos. ¿Qué los diferencia? Apenas unos 100 kilos. Ella se cuida con la comida y hace mucha gimnasia; a él no le
gusta el deporte y nunca le preocupó la gordura, aunque ahora, pensando en su salud y en el futuro de sus hijos, ha cambiado en algo su punto de vista: trata de comer sin sal ni grasas y jura que empezará a ir al gimnasio. En los 15 años que llevan juntos, (cinco de novios, diez con libreta), ha habido momentos en que |
el tema fue motivo de peleas. Para Anabel, el sobrepeso de su marido sigue siendo una preocupación, pero ya no le insiste para que adelgace. “Cuando él quiera, lo va a hacer. Cada vez que se cuida, baja.
Hace dos años llegó a perder veintiocho kilos”. Él se defiende: “nos amamos y tenemos una familia divina. Nos gusta criar a nuestros hijos juntos, viajar juntos, hacer todo juntos. Al único lugar al que no la acompaño es al gimnasio”. |
CAMBIO DE HORARIO
Todo es cuestión de organizarse bien. Bajo ese lema funciona la casa y el matrimonio de Claudia Aguirrezabalaga (36) y Alejandro Piriz (36) que viven sus jornadas en horarios muy diferentes. Ella es contadora y trabaja de nueve y media de la mañana a seis de la tarde. Él se encarga de atender la recepción de un hotel entre las once de la noche y las siete de la mañana, cuando ella ya está preparando el
desayuno en casa. La diferencia horaria obliga a Claudia a estar pendiente de la comida con un día de anticipación, de modo que él la tenga pronta cuando se levanta, a las 2 de la tarde. Las tareas domésticas están bien repartidas: algunas las hace ella, cuando vuelve al hogar; otras él, cuando se despierta. El sacrificio le permitió a Alejandro estudiar lo que realmente le gusta (quiere ser peluquero), pero él
asegura que no ha sido nada sencillo. Para ella no fue fácil adaptarse al régimen: desde hace seis años, él sólo tiene libre la noche de los domingos. “Lo más difícil es ir a contramano de la vida social y quedarme sola en casa”, lamenta Claudia. Para compensar, los fines de semana Alejandro le resta horas al sueño y trata de levantarse lo más temprano posible, de modo de estar más tiempo con su mujer y su
hija Carolina, de apenas tres meses. |
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A LA DISTANCIA
La relación de Diego Scremini (62) y María Emilia Schauricht (61) ha sabido ganarle a la distancia: de los 38 años que llevan casados, sólo 14 vivieron juntos a diario. Se conocieron en Montevideo, pero él ya trabajaba en el campo de su padre, en Rivera. Después de cuatro años de noviazgo, viéndose sólo los fines de semana, se casaron y se fueron a vivir juntos a una estancia en Cerro Colorado, Florida. Lejos del bullicio de Montevideo, MaríaEmilia |
supo adaptarse y tomarle el gusto alcampo. Armó su propia quinta y crió terneros y corderos. Pero cuando el primogénito del matrimonio entró en edad liceal, ella y sus dos hijos se volvieron a la capital. “Fue muy difícil. Yo me perdí la vida cotidiana de mis hijos. La más chica tenía sólo tres años cuando se vinieron”, recuerda hoy Diego, tercera generación de una familia acostumbrada a que los hombres estén en el campo y las mujeres en la ciudad. Para María Emilia no fue nada fácil. Tuvo que hacer de padre y madre a la vez y hablaba con su marido sólouna vez |
por semana. Hoy siguen viviendo separados. Ella tiene una cafetería en un shopping y él aún trabaja en el campo, pero el matrimonio coincide en que el avance de las comunicaciones facilitó mucho las cosas, y que hablar por teléfono ya no es la complicación que fue en algún momento. Además de los 15 días de verano que la pareja pasa todos los años en La Paloma, “y que son sagrados”, Diego sigue viniendo a Montevideo todos los fines de semana para pasar tiempo con su esposa. Y mate mediante, ponerse al día. |
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CUESTIÓN DE PIEL
Lo que diferencia a esta pareja salta a la vista. Pero para Wadil Guerrero (36) se trata únicamente del color de la piel. Según él, el hecho de no darle mayor relevancia “tiene que ver con el ambiente y el entorno en el que me crié. Mis amistades de niño y de grande, y también las de mis padres, eran blancas, y nunca hicieron diferencia
conmigo”, explica. En Uruguay, rodearse con gente de otra raza es, desde su punto de vista, una cuestión de estadística. Por eso a su familia no le llamó la atención cuando empezó a salir con Elizabeth Teysera (38), a quien conoció once años atrás. Presentar a Wadil como su pareja, en cambio, no fue tan fácil para ella. “Tuve que defender mi postura, porque él era la persona que yo había elegido y que
quería. Es el amor que le tengo lo que hizo que valiera la pena”. Elizabeth también era vista como la despareja entre un grupo de amistades de Wadil, que se lo manifestó apodándola “la blanquita” y dejándola de lado. Las hijas de ambos heredaron la piel del padre, porque como su mamá bien les explicó el negro predomina sobre el blanco. “Es importante que sepan que son hijas de padre negro y madre blanca,
y que ellas tienen que ser libres de integrar el grupo social que elijan”, remata Elizabeth, a sabiendas de que en esos asuntos no puede haber matices.
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FÓRMULA MIXTA
Bruno tiene sólo cinco meses y ya fue circuncidado. Cuando cumpla un año será su bautismo y, al igual que su hermano Thiago, de tres, ya habrá sido iniciado en las dos religiones que practican sus padres, el judaísmo y el catolicismo. Analhí Rodríguez (34) y Andrés Scapiro (35) se conocieron en un cumpleaños y hace seis años que están casados. En algún momento, ella pensó que la religión iba a ser un impedimento para formalizar la unión, pero nadie de su familia se opuso. Hasta que cumplió los 16, asistió a misa todos los domingos, y todavía hoy reza a diario; él, en cambio, se educó en un
colegio judío, y en las fechas tradicionales más importantes va a la sinagoga con su familia. Para que ninguno de los dos debiera renunciar a su religión, decidieron casarse sólo por civil. Y a la hora de decidir cómo criar a sus hijos, optaron por sumar en lugar de restar: les enseñarán ambas religiones y dejarán que en el futuro ellos sean libres de elegir. “No creemos que les vaya a generar confusión. Cuando empiecen a preguntar y aprendan por su lado, se van a dar cuenta que ambas tienen mucho más en común de lo que parece.
¿Qué cosas? Primordialmente, la importancia que se le da a la familia y la preocupación por el prójimo”. Ellos, de momento, han dado fe de una enorme tolerancia:
ninguno de los dos quiso cambiar al otro. Amén. |
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