Siempre dije, en tono de broma, que la libreta de matrimonio debía ser como la cédula de identidad, renovable cada diez años. Cuál no sería mi sorpresa, días atrás, al enterarme que semejante propuesta se formalizó en Alemania, cuando una osada
política planteó a sus pares, los casamientos con vencimiento. ¿Qué tal?
En este siglo XXI, bien llamado el siglo de la ciencia de la mente; el amor ha dejado de ser ese sentimiento que se suponía anidaba y latía en los corazones atormentados, y de la noche a la mañana se convirtió en cohabitante de ciertos circuitos cerebrales, en los que también están presentes mecanismos
de recompensa y placer, cuya inspiración, guste a quien guste, radica en la perpetuación de la especie. Porque si hay algo básico e inmutable aún en esta era invadida
por estudios científicos avanzados, es esa fuerza arrolladora del instinto de fusión con que venimos al mundo, sin necesidad de manual de aprendizaje.
Ahora bien; ¿cómo es que esa atracción funciona con uno y
no con otros?
De cara a cada especial dedicado a los novios, siempre termino atrapada en alguna lectura al respecto. Me pasó hace unos años con Erich Fromm y El arte de amar. Luego con Helen Fisher y su libro ¿Por qué amamos?. Ahora, vaya uno saber por qué extraño juego de la casualidad, quedé enganchada con El viaje al amor de Eduardo Punset, promocionado en la revista de Iberia, en ocasión de mi visita a la Pasarela Cibeles.
¿Si saqué algo en limpio? Nada que no termine en el mismo insondable misterio.
Muy en la línea de la antropóloga norteamericana, este reconocido español confirma que el amor está efectivamente codificado en el cerebro; que la felicidad hay que buscarla en la antesala de la felicidad, y que la ausencia física durante mucho tiempo, mata al amor. ¿Por qué? Muy simple; la intensidad de las señales eléctricas que utilizan nuestras células nerviosas, no depende del tipo de estímulo generado, sino de su frecuencia. ¿Será por eso que tendemos a fijarnos en personas
cercanas, con valores y orígenes similares?
Para Punset, estamos hechos para enamorarnos. ¿De quién? De personas con tipos de personalidad conformados por un perfil químico complementario al nuestro.
Claro que todo esto no debe interesar a quienes están a punto de dar el sí, en medio de aprontes, pruebas, itinerarios de viaje, invitaciones, en fin, todo lo que implica organizar una boda, con la certeza y también el temor que conlleva iniciar una vida de a dos.
¿O sí?
Veamos. Según el autor, más allá de mediar palabras –para él el lenguaje no es para entenderse sino para confundirse-, los primeros embates de la vida en pareja ocurren en la etapa de la fusión. Esto es, que la mayor parte del tiempo, se la pasan en el dormitorio, dando rienda suelta a la pasión. ¿Qué cuánto dura? Varios años. Los que lleva construir el nido, criar a los hijos, tal vez un poco más. Luego sobreviene el instrumento modulador más complejo de todos: negociar los márgenes respectivos de libertad e intimidad individual.
Más simple que todo eso, es mantener la llama encendida. ¿Cómo? Siguiendo al pie de la letra la ley: cuanto más se practica el sexo, más se quiere repetir.
¡Una buena receta, en todo caso, para asegurarse la renovación de la libreta! |
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Modelo: Magdalena Barca para Montevideo Models.
Ramo: Florería Gerardo.
Maquillaje: Leonel Aita Musi.
Peinado: Rubén Robledal.
Producción: Natalie Scheck.
Asistentes: Victoria Bernal & Julia Helena Romei.
Fotografía: Pablo Rivara.
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