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La hora de los hijos.
MADRES CORAJE
Una madre en la selva

La hora de los hijos
La ciencia y el reloj biológico pueden sugerir una cosa,
pero el tic tac interno de cada mujer marcar otra distinta.
¿Hay una edad ideal para ser madre?

Por Carla Rizzotto. FotograFías: Latinstocky Pablo Rivara.

Se dice que la Naturaleza es sabia, pero cada vez son más las mujeres que se atreven a desafiarla.
Ocurre que no siempre el reloj biológico está sincronizado con la realidad personal, económica, o profesional de cada una, y esto hace que muchos embarazos no alcancen, o bien sobrepasen, la edad óptima para tener un hijo.
¿Cuál es dicha edad?
Según la medicina, entre los 20 y los 35 años. Los argumentos científicos son más que claros: la cantidad y calidad de los óvulos disminuyen con el paso del tiempo, por lo que las posibilidades de conseguir el embarazo también van menguando.
Aunque la ciencia ha avanzado, y acceder hoy a tratamientos de reproducción asistida es algo bastante más sencillo que hace unos años, la franja etaria ideal para dar a luz es la misma desde hace generaciones.
“Cuando la mujer nace, tiene en su ovario una determinada cantidad de óvulos que utilizará en su vida adolescente y adulta.
El óvulo es una célula con cromosomas y ADN, y en la primera menstruación tiene 12, 13 ó 14 años, dependiendo de cada mujer, mientras en la última alcanza los 43, 44 ó 45 años. En una célula envejecida, los defectos cromosómicos son más probables”, explica el doctor Álvaro Domínguez Rama, de la Clínica Ginecotológica C de la Facultad de Medicina.
Los riesgos de engendrar un hijo con alguna enfermedad se incrementan notoriamente luego de los 35 años.
Una madre de esa edad tiene una posibilidad en 384 de tener un hijo con síndrome de Down, mientras a los 30 la incidencia es de uno en 909, según datos del Instituto de Genética Médica del Hospital Italiano. Llegados los 40 años, esta chance se multiplica: uno en 112. Asimismo, diabetes, hipertensión, estrés, consumo de tabaco y alcohol, y las secuelas de alguna enfermedad propia influyen para que el embarazo de una mujer de 25 años no tenga el mismo

 

resultado que el de una mujer que ya entró en la cuarta década, resume Domínguez Rama.

Mujeres desafiantes
Las advertencias médicas son precisas, y generalmente no pasan desapercibidas en la platea femenina, aunque eso no implica que sean tomadas al pie de la letra. La cantante canadiense Alanise Morisette se convirtió en una de las desafiantes al manifestar públicamente que no tendría problemas en embarazarse después de los 40, “como ha sucedido últimamente con muchas mujeres”.
Y no faltó a la verdad: tres estrellas de Hollywood dieron a luz por primera vez a los 41 años: Nicole Kidman, Halle Berry y Salma Hayek.
Incluso hubo alguna más arriesgada: Marcia Cross, la pelirroja de la serie estadounidense Amas de Casa Desesperadas, le dio la bienvenida a sus hijos gemelos con... 44 años.
En el otro extremo, es decir, entre las madres adolescentes, también existen riesgos. Pero están más asociados a la culminación del desarrollo. “Entre los 9 y 19 años todavía se encuentra en crecimiento y maduración el sistema neurológico, la hipófisis y el hipotálamo, que juegan un rol importante para lograr un embarazo.
Sicológicamente, la mujer todavía no está preparada para enfrentar la maternidad, aunque eso no significa que no se pueda concretar”, avanza el experto uruguayo.
De hecho, cerca del 30 por ciento de las mujeres que dan a luz en el Hospital Pereira Rossell son adolescentes.
“Ignoran la existencia de determinados métodos anticonceptivos, fantasean con que un hijo las volverá adultas de un momento a otro y planifican un embarazo para salir del contexto en el cual están insertas”, precisa el médico, quien señala que el número de nacimientos tiende a aumentar en ambos extremos de la escala etaria.

 

El estrato social y el nivel educativo influyen de manera determinante en el comportamiento reproductivo. La maternidad se adelanta entre las menos educadas y se atrasa en las de mayor instrucción.
Las estadísticas son contundentes: una de cada cuatro mujeres que no recibieron educación formal fueron madres primerizas a los 17 años, mientras que entre las universitarias esta acumulación se alcanza 9 años más tarde (a los 26), cuando ya tiene hijos el 75 por ciento de las menos formadas, señala una investigación publicada en 2008 por el Programa de Población de la Facultad de Ciencias Sociales.
Así, la brecha cultural encuentra espejo en la maternidad, y mientras las mujeres más preparadas recién se convierten en madres, las menos instruidas ya se van volviendo abuelas.
¿Cuán preparadas están unas y otras para afrontar la maternidad?
¿Cuáles son las ventajas de uno y otro grupo?
Cada edad tiene sus pros y sus contras, resume la sicóloga del área materno-infantil del Casmu, Graciela Grandi, quien advierte que la adolescencia es una etapa de desarrollo emocional en la cual no se espera la llegada de un hijo.
“No se sabe si las muchachas tendrán recursos para adaptarse a la maternidad, aunque la mayoría de las veces logran resolverlo bien”. Sin ánimos de generalizar, lo que sí se conoce es que las adolescentes se cansan menos que una mujer de 40 años, se adaptan algo más que las adultas a los desestructurados horarios de los pequeños y se recuperan físicamente más rápido luego del parto. Pero claro: no cuentan con el sustento económico ni la estabilidad profesional de las más grandes, que tienen toda la energía acumulada tras años planificando ese embarazo.

 
sueño cumpliDo
Decir que el nacimiento de Thiago fue simplemente un milagro sería negar la fortaleza de su madre, Beatriz Marrero. Esta mujer desafió mucho más que al reloj biológico: a los 38 años y con su vida en riesgo por una cardiopatía congénita compleja, cumplió el sueño de tener un hijo. “A los 16, no me olvido más, mi mamá me dijo que nunca iba a poder ser madre. Pero yo sabía que más allá de todo impedimento lo iba a lograr”, recuerda hoy, convencida de que “si lo podés soñar, lo podés hacer”. El pronóstico médico era más que claro: la hipoxia (falta de oxígeno) producto de la enfermedad cardiaca que padece, podía llevarla incluso a la muerte durante el embarazo. Ni siquiera las tres operaciones que tenía encima (la sometieron a una cuarta luego de dar a luz) la hicieron cambiar de opinión. “Dos años después de casarme con Eduardo tuve el presentimiento de que tendría un hijo”, cuenta Marrero, que con el apoyo incondicional de su marido y de un equipo de médicos arremetió contra lo imposible. “Me decían que me llevaría por lo menos un año embarazarme naturalmente, pero a los 20 días de sacarme el DIU el examen dio positivo”. No fue fácil. Al mes tuvo la primera hemorragia y una hipoxia elevada, que fue empeorando hasta obligarla a internarse.
“Todos los días me lo querían sacar, y yo decía que mientras el bebé estuviera bien seguiría hasta el final. Cada día que pasaba era un enorme logro para mi chiquito”. Las complicaciones aumentaban y el riesgo de vida de ambos también, pero Beatriz quería que Thiago pesara al menos un kilo para someterse a la cesárea. Y así fue: al nacer, luego de casi seis meses de gestación, el bebé pesó apenas un kilo y 34 gramos. “Tenía el tamaño de un paquete de azúcar”, recuerda la madre. Ni un rasgo de niño prematuro muestra actualmente Thiago, que ahora cumple dos años. “Es un niño alegre, dulce y muy vivaz. No puedo pedir más”, dice Marrero antes de confesar que no repetiría la experiencia con un segundo hijo. No tiene aquel presentimiento, ni tampoco la necesidad. “Hoy no hay nada más importante para mí que criar a quien soñé más de veinte años”.

Roles incompatibles
Si bien el cambio es muy lento, la maternidad se está volviendo una opción y no un destino, sostiene Grandi.
La creciente necesidad femenina de desarrollarse profesionalmente se antepone a menudo al deseo de tener un hijo. Esto es un punto a favor en las madres más maduras, sobre todo en épocas en que la estabilidad económica no es fácil de alcanzar.
“A los 20 años podés sentir que la maternidad se te vino encima ya que posponés estudio, viajes y proyectos, por lo que no es raro pensar que un hijo te cierra puertas”, ejemplifica la sicóloga.
¿Qué pasa cuando hay que dividir el tiempo entre los hijos y el trabajo?
Para la licenciada en Enfermería y jefa de Maternidad y Recién Nacidos del Pereira Rossell, Mercedes Pérez, está comprobado que un hijo interrumpe el ascenso profesional de las mujeres y disminuye la producción científica. En buena parte del mundo es así.
Las españolas, por ejemplo, están convencidas de ello: el 58 por ciento asegura que tener hijos representa un obstáculo para su vida profesional, según revela un informe del Centro de Investigaciones Sociológicas de aquel país.
Además, la maternidad obligó al 28 por ciento de las 10 mil encuestadas a reducir su actividad laboral, mientras que privó de lograr un crecimiento en su profesión al 21 por ciento.
El consenso es evidente en las encuestas, pero parece desvanecerse cuando la mujer no prioriza su rol maternal frente a otros.
Un ejemplo es la polémica surgida en torno a la ex ministra de Justicia de Francia, Rachida Dati, quien sólo se tomó cinco días de licencia tras dar a luz y volvió al trabajo, cuando la ley de ese país permite a las madres ausentarse durante 16 semanas.
El debate, que se condimentó con los 43 años de la mujer y el anonimato del padre del niño, enfureció a la mitad de la población francesa. Pero algunos salieron a defenderla.
“Una mujer que se retira de su puesto para ocuparse del hijo nunca puede estar segura de que lo recuperará a su vuelta”, soltó la ex candidata a la presidencia Ségolène Royal.
No hay que viajar tan lejos para comprobar que en algunas empresas la maternidad no es compatible con el desarrollo profesional.
La uruguaya Constanza Narancio lo tiene muy claro: dos semanas después de haber

 

sido contratada por una importante firma supo que estaba embarazada. Hubo quien le aconsejó que no dijera nada hasta culminar los tres meses de prueba, pero ella apostó a la sinceridad.
No le fue nada bien. Días antes de concluir dicho periodo, uno de los directivos le comunicó que no le renovarían el contrato por estar embarazada.
“Me quedé de cara.
Después, un amigo que trabaja en Recursos Humanos me dijo que eso era discriminatorio y que debían pagarme seis sueldos por resarcimiento”. Narancio no consiguió mantener el empleo, pero reclamó y cobró.

Ayudita científica
“Mujer de 37 años, deseosa de tener un hijo, busca un hombre adecuado para ayudarla a ser madre”, declaró a un canal de televisión la célebre Madonna, medio en serio, medio broma, tiempo antes de quedar embarazada de Lourdes María, su primera hija biológica.
El pedido llegó a los oídos del bailarín cubano Carlos León y la reina del pop pudo cumplir su deseo. Pero no todas las mujeres tienen la misma suerte.
Aunque sean famosas. Jennifer Aniston, por ejemplo, ya pisó la cuarta década y aún no encontró al padre de sus hijos.
Para que el paso del tiempo no la encuentre desprevenida, decidió congelar sus óvulos con el objetivo de poder ser madre en el futuro.
Esta tendencia, que día a día gana adeptas en todo el mundo, consiste en aspirar los óvulos maduros del ovario y criopreservarlos para fecundarlos más adelante.
La técnica, llamada vitrificación, ya se emplea en Uruguay; tanto en el sector privado, para las mujeres decididas a posponer su maternidad voluntariamente, como en el Pereira Rossell, para las adolescentes con cáncer de la Fundación Peluffo Giguens.
En este caso, se congela tejido ovárico sano para en un futuro reemplazar el dañado por la quimioterapia.
En el resto de los tratamientos de reproducción (relaciones programadas, inseminaciones y fertilización in vitro), los motivos que exceden lo científico no cobran demasiada importancia.
Lo que realmente interesa es la patología que tiene la mujer o el hombre (o la combinación de ambos) y que impide el embarazo, para luego determinar la técnica de reproducción indicada.

 

Pero claro, tampoco son métodos mágicos: en promedio, las parejas que se someten a algún tratamiento, o a varios, tienen un 30 por ciento de probabilidades de éxito. Y al igual que en la concepción espontánea, la edad también determina el grado de efectividad.
Los especialistas recomiendan que a partir de los 35 años la opinión de un médico se busque tras el sexto mes de intento fallido, medio año antes de lo aconsejado para aquellas que todavía no alcanzaron esa edad.
A pesar de los elevados costos que suponen, estos tratamientos están en alza.Y teniendo en cuenta que un tercio de la población presenta problemas reproductivos (sumando hombres y mujeres), no es un dato menor que brinden una segunda oportunidad a aquellos que espontáneamente no pueden concebir un hijo. Este progresivo retraso de la maternidad, ¿es un motivo de alarma? Un grupo de obstetras londinenses expresó su preocupación en la revista British Medical Journal al asegurar que “la mujer quiere tenerlo todo, pero la biología no se puede cambiar”. Por estos lares, las opiniones son menos determinantes. Ninguno de los expertos uruguayos consultados observa este fenómeno con intranquilidad, sino que lo atribuyen a las pautas culturales de los tiempos que corren. Además, no son partidarios de imponerle a una mujer cuándo tiene que concebir un hijo. “No hay una edad ideal, sino un momento ideal para cada uno”, coinciden Grandi y Pérez, coordinadoras del Centro de Educación Prenatal Génesis, quienes de paso reconocen que no siempre llega ese momento en la vida de una mujer. Lo que permitiría incluso preguntarse, para terminar: ¿existe de verdad el instinto maternal? La escritora argentina Mónica Storaci, autora del libro ¿Hijos?, no gracias, es una de las detractoras de este postulado, y defiende que el ser humano nace sólo con dos pulsiones: la vida y la muerte. La edificación de la maternidad, explica ella, surge de conductas aprendidas.
El primer regalo que le hacen a una nena cuando llega al mundo es una muñeca, a la cual cambia y acuna en sus brazos. En cambio al varón le regalan una pelota, argumenta Storaci.
¿Será por esto que aún suena extraño escuchar a una mujer decir abiertamente que no desea tener hijos?

 
crecer De golpe
A los 16 años, Ana Laura Romero quería irse de su casa y pensó que la salida más rápida sería teniendo un hijo. Hacía seis meses que estaba de novia con Eduardo, quien compartía ese sueño, aunque lo proyectaba para más adelante. Algún que otro “olvido consciente” en la toma de las pastillas anticonceptivas, que le suministraban gratuitamente en la policlínica del barrio, trajo al mundo a Benjamín. “Estaba contentísima con la noticia y él también, aunque no lo esperaba”, recuerda Romero, quien después de quedar embarazada supo que su edad no era la biológicamente ideal para la maternidad. Más allá de los consejos médicos, la adolescente transitó el embarazo con total normalidad. “Sólo me dio un poco de miedo al momento de la cesárea, porque fue de urgencia, pero salió todo bien”. Muchas veces le preguntan si Benjamín es su hermano. “La gente se sorprende hasta cuando digo que tengo marido, así que imagínate: ¡no pueden creer que tenga un hijo!”, bromea Ana Laura, que suspendió los estudios en quinto año de liceo para ser madre pero ahora piensa retomarlos. Dice que siempre quiso “ser alguien”. Será por eso que su hijo, con apenas dos años y medio, ya tiene la vida académica resuelta. “Quiero que Benjamín estudie y poder ayudarlo con sus deberes”. En este caso, la juventud de la madre no impide ciertos temores más comunes entre las veteranas. “Estoy pendiente de que no salga a la calle, de que no haga esto o lo otro. Viste cómo está todo ahí afuera”. Ana Laura es consciente de que creció de golpe. “Si me pongo a hablar con gente de mi edad, me doy cuenta de que estoy en otra. Soy mucho más madura”. Si bien sabe que tendría que haber esperado unos años más para ser madre, no volvería el tiempo atrás, porque entonces Benjamín no estaría con ella. Y aunque por el momento no quiere tener otro hijo, sabe que algún día le dará un hermanito.
placeres veteranos
Rosina Mangarelli aceptó dar su testimonio con el firme propósito de alentar la maternidad después de los 40. Si bien no reniega de las investigaciones científicas, tampoco las toma al pie de la letra. “No porque haya menos probabilidades significa que haya que desecharlas”, dice esta mujer que a los 45 años (pasados diez del umbral ideal) se convirtió en madre primeriza. Mientras sus amigos se ocupan hoy día de los nietos, ella pasa “entre globos y sorpresitas”. Pero eso no la perturba, ni mucho menos. “Me hace sentir más joven y activa”, admite quien en tiempos pasados se ocupó de superarse profesionalmente como médica ecografista y de disfrutar de algún que otro viaje. Eso sí, cuando le preguntan si es abuela de su hija Macarena, de 8 años, no le causa mucha gracia. Mangarelli se casó a los 41 años, y no esperó para buscar su primer hijo: probó cuatro años con distintos tratamientos de reproducción asistida, aunque los médicos no auguraban un final feliz. Algo cansada, descartó esta vía. “Suspendí en diciembre y al mes siguiente había quedado embarazada naturalmente”. A la hora de referirse a los pros y contras de una maternidad tardía, arranca por los primeros. “A esta edad los hijos se disfrutan el triple, porque estás en una etapa donde las cosas se valoran de otra manera. Existe un mayor sustento económico y se tiene una visión más madura acerca de la vida”. En el otro listado ubica a las limitaciones físicas propias de cada edad. “Que un niño se despierte por la noche no es lo mismo si tenés 25, 35 ó 45 años. El cansancio y la fatiga aumentan con el paso del tiempo, aunque también hay muchachas de 20 que no mueven las piernas”. Para ella, lo importante es que, tarde o temprano, “un hijo enciende un motor interno que hace posible muchas cosas”.
 
     
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