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  Junio 2006 | Nº163  
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Impulsado por la inquietud mundial que genera el alza del petróleo, así como por el afán comprador de China, el precio de este codiciado metal no deja de subir...
 
 


INVERSION RELUCIENTE



La Nueva Fiebre del Oro

Impulsado por la inquietud mundial que genera el alza del petróleo, así como por el afán comprador de China, el precio de este codiciado metal no deja de subir. Como resultado, inversionistas de todos los calibres vuelven a deslumbrarse por él. En un año, la onza pasó de 430 dólares a más de 650. ¿Hasta dónde llegará la fiebre?.

Por Alvaro Casal.




En su ensayo El Midas Moderno, Bertrand Russell proponía que nadie se molestara en seguir buscando oro bajo tierra. Que se diera por sentado que ese oro está allí, que se encuentra en el sitio más seguro y que se lo dejara en paz, calculando las riquezas de los terrícolas sobre esa base.
La ironía de Russell no caló hondo en los espíritus: la gente sigue buscando oro y atesorándolo sobre la faz de la Tierra. En tiempos recientes, este afán ha aumentado y el precio de este metal se ha elevado a niveles que hacía varias décadas no se veían.
Hoy el oro está muy por encima de los 600 dólares la onza, valor que no tenía desde hace un cuarto de siglo. Los previsores cosecharon ganancias importantes. Por ejemplo, quien compró oro a 432,70 dólares por onza el 28 de abril de 2005, exactamente un año más tarde se encontraba con que cada una de sus onzas valía 656,70.
Hugo Barboza, consejero de Redacción del suplemento Economía y mercado de El País explica que “en realidad están subiendo todos las commodities, incluyendo los metales. No es el caso aislado del oro, e incluso algunos otros metales suben más que él”.
Interrogado sobre las posibles causas de la nueva fiebre, Barboza apunta: “está el crecimiento de la demanda de China, hay dudas sobre la economía de Estados Unidos, hay quienes creen que el dólar debería devaluarse en forma importante, entonces, ¿a dónde ir? Al euro no, porque Europa no ofrece seguridad. Moneda china no se puede conseguir. La gente va a algo seguro. Por eso se vuelca al oro”.
El contador Juan Eduardo Azzini agrega: “China e India son países muy acaparadores de oro. Por su parte, Estados Unidos tiene en Fort Knox una reserva enorme. Es misterioso el oro. Es muy psicológico. Lo que pasa con el oro es inexplicable”.
El oro es el elemento número 79 de la Tabla de Mendeleiev. Puede hacerse blando como la masilla, maleable, dúctil, extensible y, trabajado en frío, puede llegar a producir un delgadísimo hilo de hasta 40 kilómetros. Pero es un metal denso, resistente al calor, al agua, al fuego, no es corrosivo de proceso costoso, raro, brillante y misterioso. Es el primer elemento que menciona la Biblia [Génesis 2: 11 y 12].
Se lo conserva en lingotes, plaquetas, pequeñas esferas, barras, medallas, tabletas, monedas, así como en alhajas. ¿Cuánto hay en el mundo? En 1939, John Maynard Keynes estimaba que todo el oro recogido desde sus orígenes cabía en un gran transatlántico. Otros tomaron como base de volumen el 50 por ciento del Rockefeller Center, o el Royal Festival Hall de Londres, o el contenido de un superpetrolero moderno. Y hasta en una comisión legislativa del parlamento uruguayo alguien aventuró una referencia volumétrica muy local: el palco oficial del Estadio Centenario.
Polifacético en sus intereses, Azzini recopiló pensamientos sobre el oro. Comenzó por lo que decía Píndaro: el oro es hijo de Zeus, no lo corroe la polilla ni la herrumbre. Según Gladstone, dos cosas escapan al entendimiento de los hombres: el amor y el oro. Pero otro inglés, Disraeli, agregaba que el oro, más que el amor, saca de quicio a los hombres. Según Freud, el oro está profundamente arraigado en el subconsciente. Y George Bernard Shaw, en La mujer inteligente, hizo decir a un personaje: “usted como votante debe confiar en la estabilidad del oro o en la honradez e inteligencia de sus candidatos. Con el debido respeto a estos caballeros, mientras dure el sistema capitalista vote usted por el oro”.

Hoy como ayer

En el Egipto de los faraones, en la antigua Grecia, entre los indios de América, ya existía la fascinación por el metal áureo. Y la codicia movió a muchos, como a los conquistadores españoles que mataban y morían tratando de encontrar minas oro en el Dorado americano. En Norteamérica, la fiebre del oro se desató a partir de 1849, cuando miles y miles de aventureros se dirigieron a la costa Oeste, a Canadá y Alaska. También en el siglo XIX se intensificaron las explotaciones en Rusia. Llegados los tiempos de la revolución y al establecerse la dictadura soviética, Lenin sostuvo que el oro era un elemento incompatible con el comunismo y su extracción quedó abandonada. No por mucho tiempo: Stalin volvió a intensificar la explotación, utilizando mano de obra esclava, pues hacía trabajar en eso a sus opositores, deportados a Siberia.
Uruguay no ha estado ajeno a la minería del oro. Tanto en la zona de Minas, Lavalleja, como en Minas de Corrales, Rivera, donde todavía se extrae hoy día.
La tendencia compradora no cede. En el mercado estadounidense, el experto Peter Spina estima que un precio a futuro de 700 dólares la onza es algo no lejano. Afirma, asimismo, que “todas las indicaciones sugieren que las tensiones geopolíticas continuarán respaldando al oro en esta coyuntura, con el decaimiento del dólar agregándole aún más munición a esta corrida”.
Actualmente se consigue oro en Uruguay, pero con ciertas limitaciones, debidas al afán comprador. Por ejemplo, el vocero de una reputada casa de cambio informó, promediando mayo, que “los compradores barrieron con los lingotes certificados, de manera que sólo nos quedan de 100 gramos sin certificado, al precio de 2.285 dólares incluyendo la comisión”. Es del caso recordar que esta misma casa de cambio, al 10 de febrero de 2006, vendía los lingotes de 100 gramos [certificados e incluyendo comisión de venta], a 1.890 dólares.
Da la impresión de que estamos en plena fiebre del oro. Y que la temperatura no cede.


 

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