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  Abril 2006 | Nº161  
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Nuevos Círculos Viciosos
En plena lucha por desterrar el tabaquismo, otras formas de dependencia
se incoporan al diario vivir del hombre moderno...
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¿ADICCIONES DEL SIGLO XXI?

Nuevos Círculos Viciosos

En plena lucha por desterrar el tabaquismo, otras formas de dependencia se incoporan
al diario vivir del hombre moderno.
Son conductas que los psiquiatras están empezando a considerar, pese a que todavía no existe una verdadera conciencia social.





POR KARINA SEPREMOLLA



Tanto le gustaba el cine que no podía parar de ver películas. Se alquilaba de a cuatro o cinco por día y las miraba hasta caer rendido, soñando quizás con los planos entremezclados de unas y otras escenas. Tanto le gustaba el cine que un día perdió el trabajo y al otro a su familia. Consultó al médico, hizo una terapia y se curó. Se había vuelto un adicto, pero su propia adicción no tenía nombre, no estaba clasificada como enfermedad para el mundo de la ciencia. Tanto le gustaba el cine... buen argumento para una superproducción. Por ahora, sólo es parte de una historia de la vida real que le fue narrada con lujo de detalles al doctor Artigas Pouy, especialista en el tratamiento de adicciones en la clínica de farmacodependencia del Hospital Maciel, y sirve para caer en la cuenta de que ciertas conductas de la vida moderna pueden generar fuertes vínculos de dependencia en el ser humano.
No todas las nuevas adicciones –léase Internet, tecnología, gimnasia, tratamientos estéticos, cultura light y más– terminan en el consultorio de un psiquiatra. Sencillamente porque sus protagonistas no sienten que esas costumbres afecten su calidad de vida. Pero por las dudas, algunos profesionales ya se han puesto en guardia.

Jugar sin Parar

Alvaro Montes de Oca [34] se pasa entre cinco y quince horas diarias jugando por Internet. A las seis de la tarde sale del taller mecánico donde trabaja, llega a su casa, se ducha, arranca para el cyber café y allí se queda hasta las cuatro de la mañana. Luego se va a dormir y al otro día la historia vuelve a repetirse. Así, semana tras semana, de lunes a viernes desde hace dos años y medio.
“Hago esto porque no tengo otra cosa que hacer”, explica. Antes practicaba deporte, pero ya no. Sus amigos son sus compañeros de trabajo con quienes comparte esta euforia lúdica. “Ellos están casados y por eso sólo vienen tres veces por semana”.
El juego al que dedica tantas horas y que le insume unos 1.500 pesos mensuales, se llama Lineage y está clasificado como juego de rol. Consiste en crearse un personaje y conseguir atributos para hacerlo más fuerte y poderoso que los demás. “Es como la vida”, dice. “Todo el tiempo deseás tener cosas y lográs obtenerlas a cambio de otras. Te das cuenta que esto te va dando poder. Y en el juego, como en la vida real, lo que persigue todo el mundo es el poder”.
Su personaje es un luchador valiente que se llama El Vengador. Montes de Oca lo define como un caballero fuerte que se caracteriza por tener poco ataque, y que cada tanto invoca a una pantera negra. “A medida que vas cazando animales, el juego te da porcentajes y al llegar al cien por ciento adquirís habilidades”.
Dice que nunca se llega al final, que él va por el nivel 70 y que mucha gente abandona en el 74. Le queda poco, pensarán algunos. Quien sabe. Por las dudas aclara: “Yo no creo que me aburra”.
Alvaro Montes de Oca vive en el mismo terreno que su abuela y chatea cada tanto con sus padres que están en Estados Unidos. Tiene una novia desde hace quince años con quien, asegura, se lleva muy bien. Aunque advierte que ella odia su pasatiempos y hasta le tiene celos. Para su chica se reserva los fines de semana. Y también para pasear a sus cinco perros.
Está seguro de que lo suyo no es adicción. “Si fuera adicto, ya habría dejado hasta el trabajo”. Y en todo caso no tiene miedo de pasarse la vida jugando. “Esto es lo que me gusta y no siento que me esté deteriorando. Para nada”.
Reconoce que el juego le brinda la posibilidad de manipular a los otros. “He jugado haciéndome pasar por mujer, porque las mujeres en este juego son muy sensuales y suelen recibir muchos regalos que después los paso a mi cuenta”. ¿Trampa? Quizás. “¿Pero no te digo que esto es como la vida?”.

Terminar Flotando

Leticia Bonet [32] es capaz de postergar cualquier cosa para llegar en hora a sus clases de gimnasia. Es arquitecta y trabaja mucho tiempo frente a una computadora. “La gimnasia me desestresa. Sobre todo la de pasos complejos, con mucho giro y mucha coordinación. Trato de mantener una actividad física regular tres veces por semana, si puedo hago las tres clases seguidas, y si puedo voy todos los días. Porque terminás flotando”.
El ejercicio físico la acompaña desde que era niña, cuando tenía que hacer en bicicleta unos siete kilómetros diarios para ir de su casa a la escuela y viceversa. “Creo que desde ese momento ya se convirtió en necesidad”. A tal punto que durante la última semana de Carnaval, cuando el gimnasio estuvo cerrado por licencia y ella aprovechó para irse a Punta del Este, extrañaba el ejercicio y se iba a caminar. Y vaya si caminaba. “Salía de la parada 3 de la Brava, daba toda la vuelta a la península, llegaba hasta el Conrad y de ahí volvía. Me llevaba unas dos horas porque iba muy rápido”. Mientras preparaba su carpeta de grado y dormía sólo cuatro horas por día, lo único que no estaba dispuesta a dejar era el gimnasio. Hace poco, llegó tarde a la última clase y se volvió a casa malhumorada. Y un viernes, un mal movimiento le jugó una mala pasada y terminó con lumbago. Fue al médico y le indicó reposo. Pero al lunes siguiente y con un dolor impresionante, ella estaba nuevamente con su ritual. “Me cuidé durante el fin de semana y luego pude hacer las clases cuidándome mucho en la postura. Seguía con dolor pero igual quise ir. Así estuve dos semanas hasta que se me fue”.
Leticia Bonet reconoce que hay también un componente social en el gimnasio. Allí ya tiene amigos, “hay gente que te escucha, gente que te conoce, que sabe lo que te pasa”. Y aunque su vida social no termine en una sala de fitness porque tiene amigos afuera y un novio hace diez años, advierte que le cuesta hacerse tiempo para todo lo demás. Porque ella siempre elige el gimnasio, o al menos, trata de hacerlo compatible con cualquier otra actividad que emprenda.
“No me considero adicta, la adicción tiene una connotación negativa, está asociada a una dependencia de drogas. En todo caso ésta es una adicción positiva. La tengo incorporada, es algo que sé que me hace bien”. Por las dudas, paga el gimnasio en forma anual. No sea cosa que un mes la agarre sin plata y le cierren la puerta a sus endorfinas.

Buen Provecho

La profesión de Pablo Delbracio [27] le ha llevado a conocer más de computadoras que un simple mortal. Se dedica a armarlas y repararlas.Y como está todo el día conectado, dice que utiliza Internet casi para todo. “Me anoto a los exámenes de facultad por Internet, consulto horarios de clase, bajo música, tengo un disco duro de 123 gigas solo con música que bajé de Internet, y que la mayoría de la veces no escucho, porque me gusta comprarme los discos. Bajo películas, seriales, documentales que difícilmente vaya a ver alguna vez, bajo programas que no uso, bajo manuales”. La lista sigue porque Delbracio parece que quisiera tener el mundo en sus manos a través de la red.
“Tengo una conexión 24 horas a Internet y siento que debo sacarle provecho”, explica. “Por eso bajo todo lo que puedo”. En ese mismo instante, en su propia computadora había decenas de archivos bajando. Entre ellos, las nueve temporadas de South Park. El se ríe y esgrime: “No sé muy bien por qué. Como no tengo cable, me bajo las seriales que me interesan. Pero después no tengo tiempo para verlas. Ahí están las seis temporadas de Oz, todos los capítulos de V Invasión Extraterrestre, que me costó pila encontrarlos y hasta le conseguí subtítulos”. Ni siquiera le ha dado por hacer copias y venderlos. Sencillamente, dice que no le interesa. Y que mucho material lo ha bajado alguna vez para saber cómo está hecho. Pero insiste: “mi filosofía es: me están cobrando por esto y yo no lo estoy usando, si lo pago lo voy a usar al máximo”. Sin embargo, asegura que es capaz de irse de vacaciones sin necesidad alguna de conectarse a Internet. “En ese caso lo único que me interesa son los pronósticos de olas que consulto unas tres veces por día, porque la adicción más grande que tengo es el surf”.
Según un estudio elaborado en España, hay en ese país unos nueve millones de usuarios de Internet, de los que aproximadamente el 6% le da un uso calificado como patológico.
El perfil del adicto a la red, señala el informe, es una mujer de entre 19 y 26 años, con un nivel de estudios alto, que pasa más de 30 horas a la semana conectada, principalmente para chatear o jugar. Suelen tener tiempos de conexión a la red anormalmente altos, están aislados de su entorno y desatienden sus obligaciones tanto familiares como laborales.
Sin embargo, no existen todavía tratamientos específicos para estas adicciones, que ni siquiera han sido catalogadas como patologías por la comunidad científica internacional. “Como la psiquiatría siempre va atrás de la práctica, lo que hacemos es tratar de asimilar lo que vemos en esas conductas con los trastornos que conocemos. Porque la adicción a Internet o la adicción al trabajo no están clasificadas todavía como una categoría”, dice el psiquiatra Artigas Pouy. “Una persona deprimida puede concentrar toda su energía en una actividad en particular. Pero ahí se puede asimilar en términos de depresión, no de adicción. Recuerdo a un paciente cuya dependencia a Internet aparecía como un repliegue depresivo”. Reconoce que existen categorías diagnósticas como los trastornos obsesivo-compulsivos o las fobias, “que pueden manifiestarse directamente a través de adicciones”. Pero advierte: “vivimos en un contexto donde hay una presión bastante fuerte hacia determinadas cosas, como verse bien o renovar el guardarropas, y eso hace difìcil evaluar el grado de patología”.

No te Arrugues

María José Montes de Oca [34] no sólo tiene en común el apellido con el muchacho de los juegos de rol. Como él, también desarrolla una afición casi extrema propia de la vida moderna. Pero no tiene nada que ver con Internet. En su caso se vincula con el aspecto físico. De hecho se formó como esteticista porque evidentemente el tema le preocupa. “Y me hago todo lo que puedo. Al estar en este ambiente, entrás en esto aunque no quieras. Empezás por hacerte una cosa y enseguida ya querés hacerte otra”.
Comenzó con las prótesis mamarias. Hacía tiempo que le tenía ganas hasta que se animó. “No me gustaba cómo había quedado después de tener hijos. Llega un momento en que decís: bueno, ahora me toca a mí”. Entonces el paso siguiente fue su propia cara, que ha sido escenario de todo tipo de tratamientos. Dice que no le gustan las arrugas y que por eso ya ha probado botox alrededor de los ojos, hilos tensores, y relleno en labios y surcos. De todo, menos cirugía. Aunque admite que algunos tratamientos son invasivos. Como los hilos tensores, que requieren una micro cirugía que no llega a ser un lifting. La lista se engrosa con tratamientos para las várices, electroterapia para la flaccidez y mesoterapia para las estrías que le quedaron de sus dos embarazos. Extensiones en el pelo y peeling durante el invierno. Por ahora la cola la mantiene con gimnasia. Más adelante se verá. “Si tengo que hacerme algo, me lo haré. La verdad es que no tengo miedo”. Además se cuida mucho en las comidas. “Trato de no excederme, si no ¿de qué me vale todo lo que hago?”.
La meta es no envejecer, afirma. Y lo mejor de todo es que jamás le dolió nada. Ni siquiera a su bolsillo porque ella misma montó una clínica estética, argumentando que allí radicaba su verdadera vocación.
Confirma eso de que “cuanto más cosas te hacés más ganas te dan de seguir.. Yo ahora estoy mejor que hace siete u ocho años. Antes era más joven, pero ahora me veo mejor”. Sin embargo, María José Montes de Oca no se considera una mujer artificial. “Mirá que me lo han dicho, ¿eh? Que no parezco yo, que estoy muy distinta a cómo era antes. Me lo dicen todo el tiempo pero yo no me siento así”.
Hace unos meses tuvo una crisis matrimonial luego de 14 años de conviviencia. “Yo creo que una de las causas fueron los cambios físicos, aunque él dice que lo que yo cambié fue mi forma de ser. Y de repente tiene razón, porque pensar un poco más en una misma es también una forma de crecer. Yo quise hacer algo por mí y algunos hombres no se lo bancan”.
Reconoce sin complejos su propia adicción a la estética. Aunque advierte que hay gente “que se pone demasiado obsesiva. Yo no. Para mí es como ir al dentista”.
Para Pouy lo importante es distinguir entre abuso y dependencia. “La dependencia está definida por una alteración de la vida cotidiana en función de ese consumo. No tanto el abuso”. Si bien su área de investigación tiene que ver con la ingesta de sustancias, dice que esta definición puede aplicarse a otro tipo de conductas. Está seguro de que ante cualquier actividad que pase a ocupar en la vida del sujeto un lugar preponderante, de tal forma que desplace a las demás, y que lo coloque en una situación básicamente distinta a la de sus iguales, “podría empezar a pensarse que se trata de algo que altera su propia individualidad”. Advierte, también, que para llegar a una definición de esta nueva clase de adicciones, son fundamentales los factores ambientales. “Por ejemplo, una adicción al sexo va a ser peor tolerada en un convento que en un prostíbulo. Hay una connotación de tipo cultural sobre lo que para algunos es adicción y para otros no”.

Matemática Pura

El Doctor José Montes [52] niega que sus cálculos matemáticos sobre las calorías que debe consumir diariamente se hayan transformado en un comportamiento adictivo. “Adicto no soy. Todo lo contrario. Lo mío es una defensa contra la adicción que está llevada por nuestro tipo de cultura alimentaria, pero que en realidad está fomentada por la industria, por intereses ajenos a la salud”.
Para él, como médico pero también como persona convencida de somos lo que comemos, “toda la publicidad de alimentación que se hace en el mundo occidental tiene fines económicos. Hay una especie de lógica malvada, hay una desproporción entre lo que la industria conoce y lo que el común de la gente sabe sobre el funcionamiento del organismo. Y esto genera una cultura fuertemente obsesógena”.
Luego de dictar cátedra sobre que el organismo va a asimilar mejor los alimentos que están en la naturaleza, Montes reconoció que antes no le daba tanta importancia a estos temas. “Pero cuando uno llega a los 40 años se da cuenta de los resultados. Hasta ese momento nos creíamos inmortales e invencibles. Hace diez años me empecé a preocupar –ocupar diría– con estos temas”.
Niega ser un fundamentalista. Dice que simplemente cumple con las reglas básicas de la alimentación que todos debiéramos cumplir. “Yo sé que necesito unas 2.500 calorías diarias. No más”.
Si alguna vez Montes come de más en una fiesta, al dìa siguiente trata de equilibrarse con las calorías que consumió de más. “Pero siempre trato de comer los alimentos que han sido envasados por la naturaleza... frutas, verduras, cereales integrales, carnes, leches”. Evita las calorías concentradas que están en los alimentos refinados como aceites y todo producto derivado de oleaginosos. Frito es casi mala palabra. “De esa forma se ingieren ácidos grasos modificados, que son altamente tóxicos para el organismo”. También evita al máximo las harinas y hace mucho tiempo que no prueba un bizcocho. “Seis bizcochos son mil calorías porque los gramos se multiplican por 9. Un disparate. De las 2.500 que necesito por día, si como bizcochos ya gasté mil. Las calorías que no se gastan se guardan y no hay otra manera de eliminarlas. Es una trampa”. Además, por principio no consume comidas a base de crema doble y jamás tiene fiambre en la heladera. Si tiene hambre antes de la cena asegura que, caliente o frío, “el caldo es salvador”.

La Palm es Mi Vida

Federico Gamio [37] casi desterró a la lapicera del mundo de sus pertenencias. Casi, porque todavía la utiliza para facturarle a sus clientes los servicios informáticos que brinda. “¿Para qué otra cosa necesito una lapicera?”, pregunta del modo más natural del mundo.
Es la referencia tecnológica entre sus amigos. Si él se compra un celular, seguro que es el mejor. “Me dicen que conmigo, la investigación de mercado ya está hecha”. Será porque siempre le gustaron las máquinas y porque de chiquito se la pasaba desarmando aparatos en su casa.
El universo tecnológico de Gamio se compone de dos celulares, una palm, reproductor de MP3, cámara de fotos digital semi profesional, computadora con sistema operativo Linux, notebook Apple, home theater, televisión de pantalla plana de 29 pulgadas, equipo de música profesional, central telefónica en su casa con tecnología VoIP, radio con pantalla de DVD en su coche, conectada a un bluetooth que es un sistema de manos libres para hablar por teléfono que recibe comandos de voz en cinco idiomas, un Ipod... Y algunas cosas más.
Lo de los dos celulares es “porque lamentablemente estamos en un país donde sale más barato tener uno de cada compañía. Ése es el único motivo. Porque el celular es mi oficina”. Uno, es el ultimísimo modelo de Motorola; el otro, es el anterior. Aunque todavía no está pensando en cambiarlo, muestra el más nuevo y dice: “pero ves, fijate cómo tengo ya el teclado. Los uso tanto que se desgastan...”. Sobre la palm fue tajante: “Es mi vida. Tengo una desde que salieron, ésta ya debe ser la quinta o sexta”.
La central telefónica en su casa la instaló para investigar cómo funciona. Pero ya que está, si lo llaman por teléfono le suena en su notebook. Y el sistema de manos libres que conectó él mismo a un impecable Mitsubishi Galant, lo trajo de Estados Unidos. “Acá no existe. Voy una vez por año y siempre algún chiche me traigo”.
Sin embargo, no se considera en absoluto un comprador compulsivo de tecnología. Todo lo contrario. “Soy muy racional. Mido el costo-beneficio de lo que compro”. Y si bien le importa la estética –sobre todo en los celulares–, mide mucho la funcionalidad. “Me gusta darle el uso para el cual compro las cosas. No colecciono, uso”.
No le interesa demasiado descubrir si su caso es o no una adicción. “Me gusta. Soy curioso, me gusta investigar y resolver problemas”. De todos modos, asegura que puede irse de vacaciones sin uno solo de sus artilugios tecnológicos. “El año pasado fui en un velero por todas las islas del Caribe, y ahí te desconectás o te desconectás, porque por más aparato tecnológico que lleves, no te va a servir para nada. Y la pasé bien”.
Sobre la lapicera, al menos para él tiende a desaparecer. “Si lo hacés bien, podés hacer todo digital. No necesito una lapicera. Uso la tecnología, que para eso está”.

Tomando Distancia

El doctor Artigas Pouy dice que hay que tener cuidado. Que tampoco se trata de andar calificando de adicciones a todas las actividades que demanden muchas horas a un individuo. “Si todo interés excesivo por algo fuese a ser catalogado de adicción, seguramente la ciencia no habría llegado hasta donde llegó. Muchos de los desubrimientos científicos que hoy en día aprovechamos y que nos permiten avanzar en la ciencia, han sido establecidos en función de dedicaciones importantes de un sujeto a alguna tarea, a algún objetivo. Es difícil establecer un límite”.
Y agregó que una persona que pasa diez horas por día sentado frente a su computadora jugando a algo o bajando cosas “y se siente feliz con eso, tal vez porque es aquello para lo que se siente más capacitado, es diferente a aquél que lo hace porque siente que no puede hacer otra cosa y tiene un malestar subjetivo”.
Y en este sentido, explicó que algunos estudios científicos equiparan la adicción a los tóxicos con el enamoramiento o el juego compulsivo. “Porque el factor determinante es la pérdida de libertad o la incapacidad para ver otros universos”.
En el libro El riesgo de vivir. Las nuevas adicciones del siglo XXI, el psiquiatra español Enrique González Duro señala el peligro de estar conceptualizando como enfermedades comportamientos que no lo son. Para él estas nuevas adicciones no tienen una base física, como el alcohol, las drogas o el tabaco. Y dice que en algunos casos, se trata de “etiquetas creadas para comportamientos sociales que hacen creer a las personas que están enfermas”. Muchas veces, para vender terapias o tratamientos de autoayuda. Entre ellas, menciona un grupo de adictos a la red que se encuentra en Internet. “Algo tan absurdo como si los pertenecientes a Alcohólicos Anónimos decidieran reunirse en un bar para tratar de beber menos”.

Test de Adicción

¿Es usted un adicto a la red? Si quiere saber la respuesta, pues conéctese y verá. Algunos tests ya están disponibles para descubrir el grado de dependencia. Uno fue desarrollado por los psiquiatras españoles Alejandro Fernández Liria y Lourdes Estévez y puede encontrarse en el sitio: www.adictosainternet.com.
Si lo prefiere en inglés, puede ingresar a: www.netaddiction.com. Este último le advierte al navegante que responder afirmativamente a cinco o más de las preguntas planteadas ya es motivo de alarma.

El cuestionario dice así:

• ¿Tiene fantasías de lo que sucede en la Red aun cuando no está conectado?
• ¿Siente la necesidad de permanecer cada vez más tiempo conectado para obtener la misma satisfacción?
• ¿Ha intentado en vano controlar, reducir o detener el uso de Internet?
• ¿Se siente inquieto, malhumorado, deprimido o irritable cuando el ordenador va lento o no puede acceder a Internet?
• ¿Se queda conectado más tiempo del que había planeado, aun a costa de las horas de sueño?
• ¿Ha sufrido la pérdida de alguna relación significativa, en el trabajo, la escuela/univesidad, o algunas oportunidades sociales debido a Internet?
• ¿Ha engañado a su familia para ocultar la magnitud de su uso de Internet?
• ¿Utiliza Internet como una herramienta para evadirse de los problemas o para esconder algún tipo de malestar [ansiedad o depresión]?


 

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