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Madres Políticas
No se eligen ni se pueden evitar. son las parientas con peor fama de la familia.
Aquí, para derribar mitos, suegras y nueras posan juntas y cuentan qué las une
y qué las separa. Además de un hombre, claro.
Por Macarena Langleib. FotograFías: Pablo Rivara e Inés Guimaraens. |
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graciela rompaNi /
virgiNia Alvarez
Cuando Quique, por entonces su futuro
marido, decidió presentarle a Quica,
su madre, no encontró mejor excusa que
una cena benéfica. Corría 1996 y nacía
Ventura, una asociación civil que Graciela
Rompani preside desde entonces. “Fue
sin anestesia”, comenta Virginia Álvarez
divertida.
Allí estaba toda la parentela,
que no paró de repetirle lo divina que
era. En otras palabras, un arranque con
el pie derecho. Será por eso, o porque
actualmente es la única nuera, que Virginia
y Graciela –Quica para los conocidos– se
llevan de maravillas. Álvarez es diez años
menor que Enrique, uno de los cinco hijos
de la señora Rompani. “Yo lo veía tan feliz
a él”, recuerda hoy, emocionada, “que
Virginia me cayó bien de primera”. Cuando
se casaron, él pasó sin escalas de la casa
materna al flamante hogar, pero Virginia
asegura que, por suerte, “no estaba malcriado
para nada”. Quica, por su parte, dice
que ella no es de meterse en asuntos
ajenos. Se limita a hacer una ronda de
llamadas a su prole cada mañana y a abrir
su casa los sábados para que vayan todos,
nietos incluidos. Cuando para uno de los
cuatro que le dieron Quique y Virginia ellos
eligieron un nombre fuera de lo común, el
asunto se habló en familia pero la suegra
terminó adaptándose.
La costumbre de
reunirse los sábados fue heredada de
los padres de Graciela, quien se afana en
repetirla, lo cual no quita que durante la
semana los nietos tomen su casa como
base de operaciones a la salida del colegio
u otra actividad.
“Ella es un placer, porque
cumple el rol de unir, siempre incorpora”,
defiende Virginia. Del menor de sus hijos,
Rompani dice haber conocido “docenas”
de nueras, con muchas de las cuales sigue
en contacto. Alguna hasta ha trabajado
con ella. “Pero la ventaja de esta familia
política es que nos conocemos de toda
la vida.
La mamá de Virginia estuvo en la
clase de Rosario, mi hermana. Ya sabemos
quiénes son, lo cual facilita muchísimo la
relación y da tranquilidad. Pero además, el
resultado fue muy bueno”, elogia la viuda
de Jorge Pacheco Areco. En Navidad son
cerca de 60 disputándose la torta alfajor
con la que Quica se hizo fama. En eso no
hay segundas opiniones, se ríe Virginia: “lo
hace todo mejor ella”.
En tren de reclamar,
está pendiente que la nuera acepte unirse
al viaje anual que hacen las mujeres del
grupo. “Quica tiene un espíritu espectacular,
una agenda apretadísima y siempre
está pendiente de todo. Eso ayuda un
montón”.
¿Consejos con respecto a los chicos?
“Ni soñar, acá no se educa, se malcría”,
asume orgullosa la abuela desde su casa
de Carrasco.
En cuanto a los eventos sociales,
la asistencia no es obligatoria. “Cuando
ella comenta, ésa es la señal y tratamos
de ir, porque lo deja entrever, pero no es
de pedir”, cuenta la nuera.
“No les quiero
complicar la vida”, remata la suegra. |
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margara shaw /
belEN arcos pErez
La relación comenzó entre colegios
linderos, pero contrariando al tango, aquellos
amores de estudiantes no fueron flor
de un día. De modo que Belén conoce a
Margara, su suegra, desde la adolescencia.
Tal es la confianza, que todavía era
novia de Diego y estudiante de Derecho
cuando la empresaria le hizo una invitación
muy tentadora: acompañarla a Europa en
un viaje de trabajo para elegir ropa en las
capitales de la moda. No estaba nada mal.
Para colmo de los bienes, el viaje cayó en
noviembre, así que terminaron festejando
el cumpleaños de Belén, a solas, en
un reputado restaurant madrileño. “Belén
tiene muy buen gusto y es una divina,
súper pierna, porque a mí no me gusta viajar
sola, pero la suegra es la suegra”, recalca
Margara.
Ahora Belén la llama Yaia, el
nombre que la propia Shaw dijo escuchar
cuando nació su primer nieto. La verdad
es que, pese a ser familiera al extremo, no
tenía ganas de que le dijeran abuela como
a todas las demás, admite la experta en
moda.
Y Belén se sumó al apodo con naturalidad,
aunque no fue sino después que
nacieron sus hijos Juanita y Tomás.
Este
último es, además, el menor de los 15 nietos
de la empresaria. Entre los gustos que
comparten ambas, por supuesto la estética
y el diseño. Belén prepara una página
web en base a sus compras en remates,
restaurando muebles, preparando pátinas,
y no descartan que algún día de estos le
cambien la cara a los locales de Margara
Shaw.
“Gracias a Dios me gusta trabajar
y no soy una suegra que se meta en la
casa de sus hijos. Siempre llamo antes
de ir. Pero, como le escuché decir a una
de mis clientas, soy como la emergencia
móvil: saben que siempre pueden contar
conmigo”.
Margara recalca su afinidad por
igual con hijos e hijas, nueras y yernos. Su
otra nuera, Denise Beauvois, y Federico,
su hijo mayor, viven en Miami; pero recalan
dos veces al año en casa de Margara
cuando es turno de las visitas. Sin embargo,
Diego es el menor de cinco hermanos,
así que Belén detecta un apego particular
por Margara. Para él la prolijidad de su
madre en el planchado de las camisas no
tiene punto de comparación.
“Yo soy un
ente y no lo voy a saber hacer nunca. Por
suerte tengo una persona que me ayuda,
porque él está acostumbrado a que esté
todo impecable”, se defiende la nuera.
Margara le resta importancia al asunto,
porque sabe que a las nuevas generaciones
no les gusta hacer de ama de casa.
“Parece repetido decir que es como una
hija, pero a Belén la conozco de toda la
vida”, agrega. Cuando se casó –se emociona
al recordarlo– le prestó un rosario en
cristal de roca que era de su madre.
Sin
embargo, no hay confusiones: estas dos
escorpianas se llevan muy bien pero nada
de llamarse amigas. Cada cual en su rol, y
todos felices |
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susaNa NuNes /
lusiaNa irazoqui y josefiNa egozcue Me tocó ser madrastra y suegra desde
joven. ¿Querés palabras más espantosas?”,
protesta de entrada Susana Nunes.
Lo cierto
es que sus nueras admiran su audacia y
su practicidad, y se divierten enumerando
las mil y una razones que hacen de ella la
antisuegra. “Ni agua sabe hervir”, cuenta
Lusiana en su propia cara.
“Si queremos
ir a un boliche le preguntamos a ella.
Si
salimos, es la que llega más tarde”, agrega
Josefina.
Lo gracioso del caso es que
Nunes no desmiente nada: confirma. El
libro del Crandon, que su suegra le regaló
años ha, apenas si fue tocado. Y muy comprensiva
con sus nueras, lo primero que les
regala es un lavavajillas. Nunca pretendió
que las tareas de la casa fueran su fuerte
ni que le trajeran los nietos de bebitos para
hacerse cargo de ellos mientras los demás
se divertían. Nones. Susana no es Susanita.
Sus desvelos son otros. Por ejemplo, las
reformas del Museo Zorrilla, del que preside
la Comisión de Amigos. Atiende los
teléfonos a dos manos, las citas se le
superponen y puede recitar de memoria
la agenda completa de aquí al verano.
En ella hay lugar, por supuesto, para los
almuerzos de los jueves junto a toda la
familia, y para los sábados de mujeres en
el Club de Golf, donde su hija, sus nueras
y sus nietas se dan cita religiosamente.
Señora siempre a la última moda, Nunes
presta su vestuario y sus accesorios a
quien lo requiera.
Sus pulseras son la
debilidad de las más chiquitas, en tanto
los atuendos han salvado de aprietos a
las mayores. Lusiana, sin ir más lejos, se
acuerda del día que fue a conocerla. Hace
veinte años que Carlos Manini Ríos llevó
a la joven socióloga hasta Punta del Este
para el cumpleaños número 90 de Delia,
su abuela.
Ella venía del campo, por lo que
no estaba vestida para la ocasión. Nadie
dudó en abrirle el placard de Susana para
que eligiera.
Cuando le dijo “encantada”
a su suegra, ya llevaba el estilo Nunes.
“Fueron súper abiertos enseguida. Justo
acababan de decorar un cuarto muy femenino,
así que desde que empecé a salir con
Carlitos tuve mi propio lugar en casa de
Susana”. Josefina, que diseña tocados, se
sumó a la familia hace cuatro años, cuando
se casó con Javier Lestido, pero a Susana
ya la conocía porque es amiga de su madre.
Además, su beba Paloma es actualmente la
niña mimada de la casa. Los veranos pasan
juntos en la casa puntaesteña de Susana, a
quien le gusta desayunar en la cama, por lo
que todos leen los diarios tirados alrededor
de ella.
“Es raro. Levantarte e ir a tomar el
desayuno a la cama de tu suegra no es normal”,
se ríe Josefina.
¿Otra rareza? Cuentan
las nueras que cuando sus maridos cometen
alguna falta, su suegra no duda en
decirles: “te conseguís otro mejor”.
Amplía
Nunes: “los hijos varones siempre están
esperando que la balanza se incline para el
lado de ellos, y yo siempre me inclino por
mis nueras”. |
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julia pou /
loreNa poNce de leON
Loli tiene la vaga idea de haber salido
con Luis Alberto Lacalle Pou cuando
eran adolescentes. “Pero se ve que nos
aburrimos pila, porque no nos acordamos
bien”, admite con una sonrisa que muchos
encuentran parecida a la de su suegra,
Julia Pou.
Tiempo después, con la excusa
de celebrar que Luis se recibía, una prima
de él los volvió a reunir.
Esta vez no falló.
La joven ingresaba al clan con buenas
credenciales, ya que los Ponce de León de
los que descendía fueron leales a Saravia y
a Herrera. “Los antecedentes hicieron un
poco a la conquista inmediata”.
En rigor,
el pedigrí nacionalista funcionó muy bien
con el suegro, pero a la reservada Pou
no le hizo mella: “le doy bastante poca
bolilla a las novias o novios hasta que es
inminente que se casen, porque no me
gusta encariñarme. De repente parezco
antipática, pero hasta que no veo que se
formaliza no les abro esa cajita mágica
que tiene cada familia. Mi madre era
igual”.
Una prudencia que, asegura, no es
consciente.
“Al principio estaba esa barrera. Con
Cuqui no, porque es más dicharachero”,
explica Loli por su parte. ¿Otro rasgo del
carácter de la suegra a destacar?
“Por
más que fue primera dama y ha tenido
un papel muy importante, pensé que su
función había sido la de mera compañera,
pero me di cuenta de que había una mujer
muy inteligente atrás. Aparte, cuando nos
conocimos con Luis, ella estaba abriendo
las listas en Montevideo y Canelones,
entonces la vi remar y poner todo su
carisma”. Al año de noviazgo, los jóvenes
decidieron pasar por el altar.
“La verdad,
me pareció un poco pronto”, retoma Julia
Pou, “pero a la vista del resultado, no se
equivocaron”. Loli no tenía intenciones de
romper la tradición, de modo que hubo una
especie de acuerdo prenupcial no escrito:
el primogénito se llamaría Luis Alberto. Sin
nietos a la vista, el ex presidente Lacalle
era el que más presionaba, recuerdan.
Como hija de un ginecólogo, Julia, por el
contrario, seguía fiel a la máxima de que
“no hay que preguntar” y se limitaba a
codear a Cuqui cada vez que él insistía
con el tema. Finalmente llegaron los mellizos
Luis Alberto y Violeta, y más tarde,
Manuel. Eso las terminó de unir.
“En ese
momento, mi hija Pilar estaba viviendo en
Europa.
Y quieras o no, Loli ocupaba ese
lugar.Yo soy lenta pero muy segura en mis
afectos”.
Ahora se ofrece para llevar a los
nietos al colegio o al médico, y hasta ha
llegado a abandonar partidos de tenis por
ellos, lo que en su caso es mucho decir.
La
familia, aprendió Loli, es lo primero que se
resiente cuando irrumpe la actividad política,
y este año será movido para las dos.
“No va a ser tu suegra la que te dijo que
esto era cuesta abajo y con el viento a favor.
En la medida en que a él le vaya mejor, a
ti te va peor”, le advirtió Julia de entrada.
Por eso le sugirió reforzar su profesión de
paisajista, montarse su propia rutina y que
sepa que “cuanto menos hablás, menos
metidas de pata”.
Las dos se definen independientes
y nada celosas.
Pou dice que no
es competitiva, pero a la hora de la canasta,
se lamenta Loli, la partida suele quedar en
manos de la suegra. |
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greta eNgelmaN
de coheN / silviNa
leibeNberg
Orgullosa de las decenas de locales de
Lolita por el mundo, Greta Cohen subraya
que hoy el timón está a cargo de su hijo
Michel y de su mujer Silvina.
“Era una
nenita”, cuenta la suegra, cuando Michel
la trajo a casa hace 22 años.
Primero
fueron amigos: ella cursaba preparatorios
y Michel la universidad. Mucho antes de
ser encargada de producto y supervisar
las tiendas, Silvina se dedicó a importar
insumos para el hogar hasta que un buen
día su marido la invitó a sumarse a su
emprendimiento.
“Yo no sabía si aceptar
o no, porque uno se lleva bárbaro en la
pareja, pero nunca sabe si no se llegará a
pelear al ingresar a la empresa”, confiesa a
la distancia.
Con cautela, fue introduciéndose
en Lolita.
“Fui aprendiendo mucho
de Greta”, señala Silvina, formada primero
en arquitectura y luego en comercio internacional.
Actualmente lleva adelante casos
de estudio para los MBA de la Universidad
de Columbia, en Nueva York.
“Tiene capacidad, por eso pudo hacerlo.
No sólo se trata de poner a alguien de la familia. Es impresionante, en todo
sentido. Ella me superó.
Aparte, no es
caprichosa, tiene una actitud muy valiosa”,
alaba la suegra.
Como desmintiendo el mito, entre
los Cohen trabajar en familia no ha sido
obstáculo ni para el éxito ni para la buena
convivencia. Ya van por la segunda generación
y el negocio no deja de expandirse.
Fundadora junto a su esposo y su hermana
Lolita de la boutique que nació en la
década del 60, Greta continúa formando
parte de la empresa.
“Lolita era muy
trabajadora, sobre todo atendía al público,
cosa que yo nunca pude.
Pero, la verdad,
me es mucho más fácil trabajar con mi
nuera que con ella.
Será por el carácter.
Nos preguntamos los unos a los otros
para tomar las decisiones, pero en materia
de moda, tienen que decidir los más
jóvenes”, opina.
“Lo hablamos por hablarlo, pero por
lo general una ya sabe lo que piensa la
otra.
Tenemos una relación tan linda, muy
transparente”, reafirma la nuera.
Durante
las reuniones familiares está prohibido
conversar de negocios; son los chicos
quienes se quejan si sucede.
Eso se
reserva para sitios específicos o para el
correo electrónico.
“Gracias a ella aprendí
a usar el e-mail”, avanza Greta, quien ahora
se enganchó con las nuevas tecnologías y
se comunica por esa vía no sólo por cuestiones
laborales.
“Cuando viajamos nos
divertimos como locas. Fuimos a Londres,
a España, a Brasil”, apunta la feliz suegra.
La prueba de que su vínculo es bueno es
que han llegado a convivir pacíficamente:
siete meses mientras la pareja esperaba
para mudarse a una nueva casa y más
de un verano compartido sin chistar. De
todas maneras, el sentido común hace
que la suegra marque sus propios límites.
“Trato de no llamar después de las ocho
de la noche”.
Silvina ya le dio tres nietos, la
mayor de 17 años.
“Greta es una abuela
dedicada, sin lugar a dudas. Sabe todo lo
que hacen sus nietos, y si les pasa algo,
se da cuenta enseguida. Capta todo”, resume
su nuera. |
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martha bigliaNte
de baNchieri / rosa
ferrer
Ambas admiten la importancia que le
dan al buen paladar, al ritual del vino, a
la armonía de los elementos que se disponen
sobre el mantel.
Por eso Martha y
Rosa se entendieron enseguida en el rubro
gastronómico.
Como tantas cosas en la
familia Banchieri, el conocimiento mutuo
comenzó alrededor de una mesa. Marcelo,
alma mater del restaurant Da’Pentella, le
dijo “vamos que te presento a mis padres”.
Y así, de improviso, llegó con Rosa a una
parrillita de Malvín donde estaban almorzando.
En territorio neutral, con la informalidad
del caso, se inició una relación en
la que cada cual aprendió a respetar los
espacios ajenos. “Pienso que las suegras
hemos evolucionado, hemos aprendido a
callarnos la boca. Antiguamente no era así.
Siempre querían estar en la casa de los
hijos.
Eso no es mi fuerte, porque tampoco
me gusta que me invadan a mí”, afirma
Martha con seguridad. “Capaz que el vínculo
madre e hijo se hace aprensivo, y por
eso al principio el relacionamiento puede
ser un poco tirante.
Después, como que
lo asumen”, apunta la nuera, por su lado.
Rosa trabaja codo a codo con su marido,
pero valora especialmente el gusto de
Martha en decoración, y cómo la ayudó a
reubicar los cuadros del Viejo Pentella en
el local de Punta Carretas.
Martha está en
los detalles, en las flores, en los manteles,
y se ven muy seguido. Una cuchilla de
1810, de cuando llegó el primer Banchieri
al Uruguay, forma parte del acervo familiar.
Martha la recibió de su suegra, y ésta a
su vez de su suegro, y la reliquia no ha
dejado de estar en uso. “Rosa ha venido
asimilando todo muy bien, porque llegar
de un mundo totalmente diferente y adaptarse
a un restaurant no es fácil”, la elogia
Banchieri, antes de continuar.
“Somos las
dos locas por la comida.
Nos gusta probar
cosas nuevas y Rosa ha traído productos
de Perú, su país natal, como la quínoa
y el rocoto, con la idea de adaptarlos a nuestra cocina”.
Pero, como recalcan, en el
restó ellas no meten la mano en la masa.
“Degustamos el producto final”, aclara
Rosa. “Cuando va Martha a casa, la dejo
que haga y yo me voy al living. Le cedo
terreno”. Como si la genética se hubiera
salteado una generación, la habilidad en
la cocina pasó directamente de la abuela
Bigliante, madre de Martha, a su nieto.
“Marcelo me ha enseñado a mí y él
aprendió mucho con mi mamá, sobre todo
a hacer pastas caseras. Desde los siete
años ya hacía omelettes y ensaladas cuando
venían invitados.
Entonces, yo delegaba
todo y ponía la mesa”.
Sin embargo, la
comida que Martha prepara para Gianluca
y sus otras nietas es imbatible.
“La observo
mucho, porque ella viene y se devoran
todo”, cuenta Rosa.
Martha, con modestia,
aclara que “son comidas muy sencillas”.
Si
tienen que nombrar otro gusto en común,
la ropa y los zapatos ocupan el segundo
puesto.
Con una suegra que fue modelo,
no es de extrañar.
“Siempre estamos
fijándonos en lo que se usa”, confiesan a
dúo. |
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