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PAULA EN NUEVA YORK
Una vuelta a la manzana

UNA VUELTA A LA MANZANA
La capital del Mundo siempre refresca sus encantos para tentar a los viajeros con la idea de volver.
Y hasta Los más entrenados en sus delicias encontrarán nuevos rincones donde hincarle el diente.
Aquí, otros mordiscos a la Big Apple.

texto y fotos: María Noel Bergeret.

Nueva York se parece a esa película que tanto nos gusta y nunca nos cansamos de ver y volver a ver, descubriéndole algo nuevo cada vez. Esa isla, Manhattan, que mirada en un mapa parece tan pequeña, pero que seduce y tienta a sus visitantes como la fruta que resultó la perdición de Eva. ¿Serán también por eso que la ciudad merece el mote de Gran Manzana? En todo caso, ésta tiene dos caras: la de los grandes rascacielos y la de las casas bajas de estilo federal o neoclásico. El bullicio de Midtown y la serenidad del West Village. La ansiedad de Wall Street y la calma que se respira en las galerías de arte de Chelsea, algo así como el nuevo SoHo. La pasión por la Coca Cola y el nuevo fundamentalismo por lo natural y orgánico que se aprecia en los barrios más trendy, como Nolita o el Meatpacking District. En ese péndulo constante, entre extremos, se vive en Nueva York. Tierra de opuestos que se complementan. Eso es, tal vez, lo más fascinante de una ciudad que todo lo absorbe, como si se tratara de un agujero negro que concentra buena parte de la energía del planeta.

Encuentros cercanos
Será por esa capacidad de atracción que el fotógrafo danés Kristian Holm y el director de moda de la revista Arena para ese país, Palle Rahbek, coinciden al mediodía en el mostrador del Café Gitane, en pleno Nolita (North of Little Italy). Los dos están por trabajo en la ciudad, y decidieron almorzar en uno de los lugares de la ciudad que modelos, fotógrafos y galeristas han transformado en un clásico hace ya unos cuantos años. A pesar de que todos los comensales parecen salidos de un comercial de Calvin Klein o de un catálogo de Banana Republic, el ambiente es relajado y hasta existe espacio para la bohemia. Mientras Holm saborea la especialidad de la casa, un couscous con pasas, humus y pollo acompañado de una salsa Merguez, baja la voz y dice: “te voy a decir un secreto. Acá, en Nueva York, todo el mundo está solo”. Sus palabras se pierden en el bullicio del pequeño local, cuyo menú parece pensado para la fauna fashionista que lo habita.
Allí no se venden refrescos, sino jugos y varios blends de té y café.
Claro que no falta la cerveza.
También hay una generosa variedad de ensaladas, y en todos los platos se destacan los ingredientes orgánicos.

 

Parece un lugar ideal para las cuatro amigas creadas por Candance Bushnell para su serie televisiva Sex and the City.
Carrie Bradshaw, el personaje protagónico interpretado por Sarah Jessica Parker, bien puede ser la heroína de la última década para las féminas de todo el mundo.
Será por esa empatía que generaba, que la fachada de su casa de ficción (en la serie se decía que vivía en el distinguido Upper East Side, pero la ventana real en donde se la vio pensar y reflexionar sobre Mr. Big está en el número 66 de la calle Perry, en el Village) hoy es visitada por infinidad de turistas que se fotografían al pie de la escalera.
A tal punto, que actualmente una larga cadena impide que los fans entren o alteren la tranquilidad del edificio, aunque no de su zona de influencia.
De todos modos, un paseo por el barrio puede resultar encantador para quien necesite un poco de tranquilidad y silencio.
Allí cerca, un bar-restaurant abierto hasta altas horas de la noche, despabila la esquina de la West 11y Greenwich.
En The Spotted Pig, taburetes tapizados y mesas redondas de aire parisino se codean con globos chinos y un sinfín de chanchitos que cuelgan de unos ganchos, configurando una puesta en escena harto ecléctica. Al mediodía, da la sensación de que su público se limita a los vecinos del barrio.
La bartender comenta con una pareja un discurso de Sarah Palin. Se ríen y los tres cantan su voto: todos son demócratas. De noche, la cosa cambia. Hay espera para cenar, y la gente, llegada de diferentes partes de la ciudad, aguarda en la barra mientras se le hace agua la boca esperando por unos gnudi de queso de oveja con pesto, obra del chef April Bloomfield.

Tentaciones varias
En materia gastronómica, la oferta de Nueva York sigue siendo abrumadora, incluyendo excentricidades.
Aún no se sabe si la crisis financiera acabará con tanto snobismo y barrerá con precios exorbitantes.
Uno de esos sitios a medio camino entre lo sublime y lo ridículo es Rice to Riches (arroz para ricos, según la traducción literal) en la calle Spring.
El nombre ya adelanta algo de lo que se va a encontrar en ese templo con aires de

  heladería consagrado al arroz con leche. La variedad de gustos es enorme: arroz con leche con banana, chocolate, piña colada o mango, por citar sólo algunos de los más de 20 sabores.
En este moderno e impoluto local, donde todo es blanco y naranja, hay que pagar seis dólares por la porción más pequeña.
Para los gustos más tradicionales, o menos extravagantes, a unas cuadras de allí está Sant Ambroeus, que a la mitad de precio ofrece un memorable helado de pistacho.
A la vuelta de tan italiana gelatería, Marc Jacobs, ex niño mimado de las pasarelas internacionales, colocó en su tienda de la calle Bleeker un enorme símbolo de paz con la famosa y reactualizada leyenda “Make love, no war”, junto a sombreritos donde se lee Obama-Liden.
En esa curiosa frontera entre moda e ideología también se puede adquirir un bolsito con la leyenda Peace por 12 dólares, o un vestidito a 300, lo que puede considerarse una ganga si se tiene en cuenta que Jacobs es un pope de la moda mundial.
Todo lo contrario sucede a unas 20 cuadras de allí, en pleno Soho, en el flamante local de Jil Sander. Esta diseñadora alemana, amada por los seguidores más refinados y a la vez más exigentes del mundo fashion, se caracteriza por el minimalismo de sus diseños. Sus últimas colecciones estuvieron a cargo del belga Raf Simons, y los precios de sus creaciones son, al contrario que los diseños, para billeteras maximalistas. Igualmente, visitar la tienda es un placer comparable con asistir a una deslumbrante instalación artística: una cortina de finas barras de espejos giratorias logran efectos lumínicos en un gran espacio casi desierto donde reina el mármol. Es más: los vestidores parecen tener movimiento. Elettra Wiedemann, modelo e hija de Isabella Rossellini, es una de las tantas clientas del lugar que está dispuesta a pagar más de mil dólares por un clásico sweater de cashmere o más de dos mil por un elegante tapado negro.

Barrios animados
En los últimos años la zona en torno a las calles Prince y Greene, en pleno SoHo, donde antes se encontraban pequeñas tiendas con objetos de diseño, cafés y galerías de arte, dejó lugar a grandes marcas internacionales de diferentes rubros, desde la editorial Taschen hasta Montblanc,

pasando por Calvin Klein,
La Perla o Prada, con su imperdible local en el cruce de Prince con Broadway.
Aunque esta enorme tienda se inauguró en 2001, la obra que realizó el prestigioso arquitecto Rem Koolhaas, ganador del premio Pritzker, es una constante romería de personas que van a comprobar con sus propios ojos el talento del afamado holandés.
Pero si SoHo tuvo su cuarto de hora para los artistas emergentes, hoy seguro que ninguno de ellos podría pagar los exorbitantes precios de sus locales comerciales o apartamentos.
Por eso las promesas emigraron a principio del milenio al barrio de Williamsburg, en el vecino Brooklyn, y más recientemente a la zona conocida como DUMBO, acrónimo de Down Under Manhattan Bridge Overpass. También en los últimos años, ya de nuevo en Manhattan, resurgieron zonas que en su momento se habían dejado ganar por la inseguridad, la prostitución y las drogas, como es el caso del Lower East Side, el área comprendida entre la calle East Houston y la frontera con Chinatown, Nolita y el East Village. El corazón de esta nueva movida está en la calle Rivington.
En el número 131 de dicha arteria está el bar Schiller´s, uno de los primeros en abrir las puertas en este barrio, hace seis años, y cuyo propietario también es dueño del celebrado Pastis en pleno

 

Meatpacking District, donde los neoyorquinos juegan a estar en una brasserie de Saint Germain des Pres. En la barra de Schiller’s, un lugareño dice que buena parte del cambio de cara que logró el Lower East fue gracias al ex alcalde Rudolph Giuliani. Hoy, el precio de los alquileres trepa rápidamente en ese lugar de Manhattan, y rentar un apartamento de 40 metros cuadrados puede costar hasta unos 2 mil dólares mensuales. El hombre deja a un lado el ejemplar del día del The NewYork Times y comenta que, a pesar de eso, haymuchos inquilinos que todavía están en el barrio con contratos viejos, lo que explica la rica diversidad en el vecindario. Lo variopinto de sus habitantes se traslada a las tiendas, que van desde la típica peluquería barrial, digna de cualquier ciudad latinoamericana; hasta una casa de tatuajes que cobra 100 dólares por dejar en la piel grabado el dibujo más pequeño, pasando por una sex toy llamada Babeland donde los productos se exhiben cual museo, o una casa de golosinas, Economy Candy, que dejará boquiabiertos a grandes y chicos. Además, claro, de decenas de cafés, restaurants y pubs a la moda donde hasta hace poco no había mayor atracción que el Tenement Museum o las ventas de ropa usada en Orchard Street. Cerca de allí, también sobre la calle Rivington, se levanta uno de los hoteles top del momento.

  Se trata del Thor (The Hotel on Rivington), decorado por la célebre diseñadora India Mahdavi. El edificio, de 21 pisos, es una torre de cristal que contrasta con las viejas edificaciones de color rojizo de la zona. Lo nuevo y lo viejo, la globalización versus lo local, lo alternativo con lo establecido, así es el barrio preferido hoy por los hipster, los hippies de la nueva era. Todavía priman los pequeños locales, como Las Venus, donde se pueden encontrar muebles retro importados de Dinamarca y Canadá. Por momentos, el Lower East parece que se levantara en respuesta a la cultura del consumismo y la moda que exhibe orgullosa la zona del Meatpacking District y Chelsea. Sin embargo, el barrio cayó en su propia trampa y se convirtió pronto en un lugar de culto para la bohemia chic. No sólo lo dice la enorme limousina que aparca en la calle Rivington, sino también las cuidadas promotoras de Yves Saint Laurent que en plena calle reparten folletos. ¿El barrio del futuro? Tal vez. Saliendo de esas pocas cuadras que concentra la incipiente “movida” (que se podría delimitar entre las calles Allen y Clinton), el tradicional y popular deli Katz congrega cada mediodía a cientos de comensales que no lograrán una comida orgásmica como Meg Ryan en Cuando Harry conoció a Sally, pero sí podrán saborear el mismo sándwich de pastrami por por poco menos de 15 dólares.
Andy Warho se quedó corto cuando reclamó 15 minutos de fama para cualquier mortal.
en la zona de influencia de la FASHiON WeeK, basta eL disparo de un CliCK
para que todos tengan su segundo de gloria.

Aquí la tradición yiddish se mezcla con la italiana, la irlandesa y la china, y no es difícil adivinar el porqué de los afiches pegados en las calles que rezan en distintos idiomas: “La amistad comienza con la comunicación”.

Templos clásicos
Ante tanta moda, onda y tendencia, puede desearse volver a un sitio donde se respire el espíritu clásico neoyorquino, aunque sin morir ahogado entre la muchedumbre que pulula por Times Square, ni aplastado por bolsas y paquetes en las inmediaciones de Macy´s, o perdido en los trillados caminos del Central Park. Si el clima lo permite, una buena opción es el recoleto Bryant Park. Como si se estuviera bajo una atmósfera encantada, la serenidad contagia a sus visitantes. Es el lugar de almuerzo preferido por aquellos que necesitan desenchufarse del ajetreo de la oficina, o los que quieren disfrutar de una novela bajo la sombra de sus árboles. Sus pequeñas mesitas de metal invitan a una pausa, mientras la voz de Edith Piaf acompasa las vueltas de una vieja calesita. Este maravilloso parque, ubicado justo detrás de la NewYork Public Library de la Quinta Avenida, se da el lujo de dar cabida anualmente a la enorme carpa donde se lleva a cabo la tradicional Fashion Week. Sin embargo, ni la avalancha de fotógrafos, modelos y curiosos logra quebrar su calmo espíritu. Por el contrario, como si se tratara de un lugar santo, todos callan y bajan las revoluciones cuando ponen un pie allí. Como demostrando que hasta en la ensordecedora Manhattan también hay islas de asordinado encanto.

Buenas Direcciones:
> Café gitane: 252 Mott Street (entre Prince y Houston)
> Santambroeus: 259 West 4th St.
> The Spotted Pig: 314 West 11th Street
> Rice to Riches: 37 Spring Street (entre Mott y Mulberry)
> Katz: 205 East Houston Street
> Marc Jacobs: 383 Bleeker Street.
> Jil sander: 30 Howard Street. (esquina Crosby Street)
> Prada: 575 Broadway (SoHo)
> Economy Candy: 108 Rivington Street.
 

 
     
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