Desde sus inicios, 2008 pintó negro.
No lo digo a título personal, que bien podría. Lo afirmo
basándome en las tantas pérdidas y sacrificios sorteados
por personas que uno conoce y ha visto luchar,
en especial durante los últimos meses transcurridos sin
tregua ni compasión.
Porque cuando hay una crisis como la que enfrenta
el mundo por estos días, no queda títere que no padezca sus consecuencias.
¿O acaso no se han sentido ya coletazos por estas latitudes?
¿Quién es capaz de negar su vulnerabilidad frente a la estrepitosa
caída de verdaderos gigantes?
Mucho se habla de lo lejos que estamos de la zona colapsada, y
de la excelente situación en la que por suerte nos sorprende. Pero
no se requiere mucha sagacidad para entender hasta qué punto dependemos
de la máquina global que maneja el pulso de este milenio,
agobiante y consumista al extremo, en el que no es casual que los
diálogos funcionen en base a un vocabulario restringido a palabras
tan poco glamorosas como recesión, mercado, volatilidad, bonos,
bolsa, desempleo, hipotecas, commodities, bancos, fondos de inversión
o valores.
Hoy se han puesto de moda los economistas nacionales e importados,
elevados a la categoría de gurúes, con credenciales suficientes
como para pronosticar la suerte que correrá el dólar, el euro o el yen;
mientras otros genios locales les salen al cruce con el viejo caballito
de la pesificación y el no pago de la deuda pública.
¿Dinosaurios vivos?,
diría Susana Giménez.
Inmersos en este cambalache siglo XXI, viene bien prestar
atención a cuanto tiene para decir George Soros sobre los grandes
cambios que pueden darse luego de esta gran debacle financiera.
Dispuesto a la charla sin apuro, habla de Estados Unidos y su liderazgo,
de las elecciones en ese país, de la responsabilidad que le cabe a
China como economía floreciente, de regulaciones mínimas, de incertidumbres,
de oportunidades, y de cómo mirar a la muerte.
Junto a la opinión de conocidos uruguayos con destacado desempeño
en diferentes ramos de nuestro mercado, ambas notas
constituyen un buen paquete de cara a la dura realidad que habremos
de enfrentar.
Pero Paula no se agota en estos temas complejos. Por el contrario,
sale a la calle con lectura e imágenes que de seguro cargarán de
energía, incluso a los más apagados.
Jude Law, la nueva cara de Dior, viene al rescate de otros valores,
una vez afianzado en su carrera de actor. Francisco Costa, diseñador
responsable de la nueva cara de Calvin Klein, cuenta los sabores y
sinsabores de calzar los zapatos de un grande, sin morir en el intento.
Isabel Allende hace un repaso a su vida azarosa a raíz de La suma de
los días, su nuevo libro basado en sus memorias.
Gastón Izaguirre, independiente
a ultranza, muestra su arte transgresor, a todo color. Tom
Ford retorna al ruedo del diseño con un estilo más clásico y depurado,
dedicado a hombres con capacidad para lujos.
Desde Nueva York, María
Noel Bergeret, invitada por Pond’s al lanzamiento de su nuevo tratamiento,
propone nuevos circuitos a recorrer por los distintos barrios
de la Gran Manzana, que no se cansa de reinventarse a sí misma.
¡Y moda! Todo lo que se vio en las pasarelas de aquí y de allá,
marcando tendencias que se imponen en el día a día urbano, más
una extensa producción, según el ojo de Paula, al borde del mar, con
toda las energías de Punta del Este enfocadas al verano prometedor.
¿Qué piensan? ¿Que 2008 no ha sido tan negro? Con todo el humor
con que lo plantea mi hijo, habría que preguntárselo a los grandes
triunfadores de este año; a saber: el flamante campeón de Fórmula
1, Lewis Hamilton; el ganador del Master de París, Jo-Wilfried
Tsonga; y el gran vencedor que hizo historia en las elecciones de los
Estados Unidos, presidente Barack Obama. Con todo respeto, ¿coincidirán
en lo mismo?
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Modelo: Lucía Solari.
Fotografía: Pablo Rivara.
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