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Nosotros y los miedos

NOSOTROS Y LOS MIEDOS
A qué vale la pena temerle y a qué no.
Dos ingleses expertos en estadísticas separan la paja del trigo en su libro panicology.

POR: MACARENA LANGLEIB. FOTOGRAFÍAS: LATINSTOCK.

El viejo dicho anglosajón No news, good news (Si no hay noticias, son buenas noticias), no contaba con el cúmulo de información que nos sería arrojada cada día.
El agobio no sólo obedece a la cantidad de datos que se divulgan, sino al tono de cine catástrofe. Por eso, Simon Briscoe y Hugo Aldersey-Williams elaboraron un compendio de notas aparecidas en distintos medios del primer mundo y se pusieron a buscar qué asidero tenían. Resultado: un top 40 de obsesiones populares.
¿A qué le tiene miedo?, interrogan desde la portada de su libro Panicology (Penguin books, 2008).
“¿Teme sucumbir a la gripe aviar? ¿Preocupado porque una vida de penurias lo aguarde en su vejez? ¿Inquieto por que tal vez no tenga tanto sexo como los franceses? ¿Ansioso porque nuestro planeta está en una encrucijada por el cambio climático, o incluso porque un asteroide choque con él?”. A pie de página aclaran que, a menos que esté involucrado en la matanza ritual de aves de corral, es poco plausible que pesque la gripe aviar. Si aun así, usted lector, no baja a tierra, le aclaran que “doce mil personas mueren por gripe común cada año en el Reino Unido”. Hay que categorizar los miedos, priorizar los realmente factibles, y hacer a un lado los más improbables. Que el pánico no sea fobia, esto es, un miedo sin base real. Tal la moraleja de este volumen que viene con un Manual del escéptico: o sea, una serie de herramientas para evaluar la credibilidad de lo que aparece en la prensa. “Muchos estudios económicos y científicos modelan un rango de escenarios futuros. Asegúrese de que no le están describiendo el peor escenario posible”, es uno de los consejos. “Sea cauteloso cuando le digan que no hay nada que podamos hacer”, continúa, antes de sugerir mesura frente a palabras que despiertan alarma, como “plaga” o “inevitable”. A modo de apéndice, el libro apela a los números duros, detallando las causas de muerte frecuentes entre los británicos. Más de las tres cuartas partes corresponden a enfermedades cardíacas, cáncer y complicaciones pulmonares, dejando los factores externos –como accidentes aéreos, ataques de animales y derrumbes– relegados a cifras menores.
El terror congela las acciones y no permite una respuesta organizada. Sin embargo, hay algo de placer masoquista en sentir aprensión por lo que sucederá. Eso lo sabe cualquier amante de los thrillers.
Esta tendencia a gratificarse en el susto, según sostiene el libro, no es nueva. Las angustias públicas fueron indexadas en 1841 por Charles MacKay en su ensayo Extraordinarios engaños populares y la locura de las multitudes. En aquel momento la brujería, el hipnotismo y la posibilidad de inhalar venenos ocupaban lugares destacados. Los autores ponen de relieve la contradicción de temer y de disfrutar al mismo tiempo, con esa sensación. Panicology apunta a brindar una mirada más positiva.
¿Que los medios exageran? ¿Que las leyendas urbanas se toman por ciertas?
¿Que un catálogo de desastres nos espera en el horario central? Son parte de las tesis manejadas.
De hecho, se refieren al periodismo como “chisme industrializado”, pero también arguyen que los gobiernos suelen echar sal en las heridas, con la voluntad de regular y proteger. Vayamos a algunos casos concretos.

 

Pocos o demasiados
La ambivalencia de datos en torno a las tasas de nacimientos parece tener de cabeza al primer mundo. Mientras el New York Times ahondaba en las dudas de las rusas ante la posibilidad de tener un segundo hijo, los bajos índices de natalidad en Italia, según los diarios, se atribuían a que los hombres de la pareja no suelen ayudar demasiado en la crianza. Por supuesto que hay más motivos declarados: falta de flexibilidad laboral y guarderías, entre ellos. Lo cierto es que los titulares a menudo recuerdan que la población se está reduciendo en los países desarrollados, y con ella la mano de obra. Los incentivos estatales son una de las vías para revertir esta situación. “¿Demasiada gente en el mundo?”, era, por el contrario, la pregunta de portada de la American Magazine en 1963. El tópico es claramente redundante pero, sostienen estos autores, brilla por su ausencia una apropiada definición de superpoblación, en qué sitios sobrevendría y cuánto es exactamente “a largo plazo”. Ya en 1798 el influyente Thomas Malthus se mostró preocupado por el tema, prediciendo escasez de alimentos para fines del siglo XIX. Algunos hablan de “transición demográfica”, en tanto en Europa las proyecciones arrojan una caída de la natalidad del 10 por ciento hacia el año 2050. “La superpoblación –reflexionan los investigadores de Panicology– fue un tema popular de la ficción, especialmente en los años ´50 y ´60 (…) De manera que parece paradójico que el gran asunto que muchos lectores de este libro probablemente tengan que encarar sea el impacto que el encogimiento de la población tendrá sobre su bienestar y su salud cuando lleguen a la tercera edad”. Ni tantos ni tan pocos, el asunto depende del lugar del planeta en que nos toque estar.

Adrenalina en la urbe
“El riesgo de un terremoto le agrega picante a la vida”, afirmó el San Francisco Chronicle en un artículo que recordaba el temblor que en 1906 cobró 3 mil vidas en esa ciudad. No obstante el humor negro del periódico, el peligro real de ser exterminado por un fenómeno geológico está allí para muchos: 500 millones de personas por erupciones volcánicas, 130 millones como resultado de un sismo. Muchos enclaves próximos a volcanes o fallas terrestres son apreciados por el turismo, aunque la posibilidad de un desastre natural esté presente.
Algo curioso sucede con el Etna: hubo sólo 55 pérdidas humanas registradas a lo largo de 3.500 años de actividad del volcán, mientras que en épocas actuales los heridos son frecuentes por desidia en el escalamiento o durante los paseos.
Son cifras bajas comparadas con el problema mayor: existen 500 volcanes conocidos en actividad en tierra, a los que se agrega un número indeterminado de picos submarinos. Volviendo a las condiciones de vida en San Francisco, el Financial Times escribió que “la mayoría de los propietarios está tratando de ignorar el peligro”, ya que menos de uno en siete posee seguro contra terremotos, aunque el de 1989 (con 634 muertes y daños materiales por 10 mil millones) esté más que presente en la memoria. Las señales de alerta no hacen cambiar de actitud a los ciudadanos californianos.

 

“Para muchos, los beneficios de su estilo de vida sobrepasan los riesgos”, sostienen los responsables de Panicology. “Planificar previendo eventos catastróficos que quizás sucedan en algún momento no es honesto”, argumentan los autores del libro.
“Una advertencia general puede no tener efecto, mientras una específica sólo puede ser dada asentada en una predicción firme, la cual generalmente es casi imposible de establecer”. Las autoridades de Nápoles, por ejemplo, mediante incentivos contantes y sonantes, trataron de persuadir a los residentes en la zona potencialmente amenazada de la ciudad para que se muden.
No confían en la eficacia de un plan de evacuación.
Con otra visión del asunto, el presidente regional intentó que las casas abandonadas fueran reconvertidas en hoteles, ya que “los turistas obviamente se irán con la primera señal de humo en el volcán”.
Una hipótesis discutible, por cierto. Para crédulos y desconfiados, vaya esto: la última erupción de magnitud ocho ocurrió hace más de 20 mil años. Visto de otra forma, al estilo del Daily Mail, “el volcán que podría acabar con la vida en la Tierra está por explotar cualquier día de estos”.

Con o sin razón
Dice el dicho que la alegría va por barrios, y no caben dudas de que el pavor también turna sus visitas. “En diferentes países la gente teme diferentes cosas (los daneses aparentemente se preocupan por el poder nuclear, los británicos acerca de ataques terroristas, los italianos sobre la radiación que puedan darles sus amados teléfonos celulares) sin embargo la ansiedad es, en todas partes, una condición de la vida moderna.
Pero por qué. Está perfectamente claro que vivimos más años, más seguros y más sanos que ninguna otra generación en la historia de la humanidad. Los standards de vida continúan elevándose en occidente, e incluso el desafío mayor del calentamiento global ha sido reconocido y atacado. Entonces, ¿de qué hay que preocuparse?”, se preguntan Briscoe y Aldersey-Williams, con mirada de potencia hegemónica. Si hablamos, por nombrar un tema actual, de gripe porcina, la cifra real de contagiadosymuertos no tiene relación directa con el terror que genera.
Este libro recuerda el sobresalto originado por las noticias sobre la súper bacteria asesina.
“Bacteria hospitalaria que mata en 24 horas”, encabezó el Daily Mail en diciembre de 2006, y para enero de 2007 The Guardian ya hablaba de Apocalipsis. Los tópicos en discusión –una vez más– fueron la adaptabilidad de los gérmenes y su resistencia a los antibióticos.
El tema subyacente sigue siendo la higiene en los centros de salud, y más profundamente, el sistema sanitario en su conjunto. Los autores insisten en que el miedo último es terminar internado.
“El pavor que ocasiona una cirugía está al tope de los miedos más comunes, de acuerdo a La percepción del riesgo, de Paul Slovic”.
¿Reforzar las medidas preventivas, entonces? ¿Multiplicar la venta de tapabocas? Por supuesto, pero teniendo claro que, sin llegar a las excentricidades patológicas de Howard Hughes o Michael Jackson, el miedo de la ciudadanía no se aplacará.

 

¿Qué lo asusta?

Rafael Villanueva
“Soy medio aracnofóbico y también tengo miedo al deterioro físico. Pero mi mayor pánico es a las agujas. Mi último inyectable, la antitetánica, creo que me la di en sexto de escuela… y me desmayé”. El rechazo no es sólo físico. Se ha perdido filmes como Trainspotting o El pico, ya que no soportaba ver a los adictos en plena faena. “Estuve la mitad de la película con la mano en la cara. No hay manera, me erizo”. El conductor de Telemental evita el médico lo máximo posible. Recurre a la homeopatía y a la acupuntura, y asegura que con las agujas orientales no tiene problema.

Luciana Giuria

Esta directora admite tener “una fobia rotunda a las palomas, que se está extendiendo un poco a las gallinas”. Aclara que tiene “bastante control si están a un metro o dos”, hasta que revolotean. Su peor recuerdo es de Italia: “no eran palomas, eran elefantes. Era el lugar más hermoso del mundo y yo, sin embargo, no podía cruzar la piazza San Marco si no agarraba la campera y me tapaba toda”. Giuria cree que su fobia tiene que ver con las plumas. “Sé que no es tan sui géneris. Me parecen sucias y se me empezó a acrecentar al leer La paloma, un libro de Patrick Süskind. Después, tengo miedo a las mamparas de los taxis y tengo un historial de accidentes con todo lo que se mueve”, cuenta a las risas.

Homero Rodríguez Tabeira
Confiesa que le atemoriza la posibilidad de protagonizar alguna vez un hecho de violencia. “Hace pocos días, un lugar al que concurro asiduamente, un supermercado de la calle Jackson, fue atacado de forma muy violenta”. El comunicador teme un copamiento, por ejemplo, o un asalto a mano armada en el auto. “Estamos todos en ascuas con la violencia reinante”, recalca. Ver las noticias de este tipo, incrementa su alarma. “Tengo miedo de que me toque. No sé cómo reaccionaría ni qué me puede pasar. No estoy en el súper pensando que van a atacarme, pero puede ser muy factible”.

Cristina Morán
A esta comunicadora y actriz no le gustan las escaleras. “Siempre me cuidé mucho, y hoy por hoy en general caerme me produce miedo, por la edad, porque no quiero lastimarme. Vi rodar gente, tal vez la raíz esté ahí. Trato de ir por el ascensor, si no, voy sujeta, sobre todo al bajar. Soy una mujer que se cuida mucho. Hace años tuve un vuelco dramático en la bajada de Punta Ballena y me quedó eso. Salí bien pero absolutamente machucada. Además le tengo miedo a las aglomeraciones. Cuando fui al regreso del general Perón en Ezeiza, no se podía prever lo que pasó”. Como secuela, Morán huye de las multitudes. “Fue a partir de ahí, no participo”.

Verónica Lavalle
De profesión astroanalista, Lavalle dice que trata de expulsar sus miedos, “diciendo fuera de mi mente”. Teme ir un día al médico y que le digan que tiene una enfermedad incurable. Le ha sucedido a gente cercana, pero Lavalle de todas formas no se hace chequeos, por las dudas no va al médico. “Para mí las enfermedades vienen a través de la mente. Pienso que es lo único que no podés modificar, podés tener la fuerza de decir lo voy a vencer”, argumenta. “Me impactó mucho un documental de HBO sobre enfermos terminales. No sobrevivió ninguno, aunque todos tenían fe”.

Uso desmedido
Se trata de una actividad común de esparcimiento, con todas las contras de un vicio que se expande. “Aumentan las muertes por borracheras”, consignan las portadas. En Inglaterra cada vez son más los que toman, y lo complejo es que la cantidad que beben va en aumento. Se considera un consumo intenso a cinco tragos o más por vez.

 

Adultos, niños y sobre todo jóvenes que, a juzgar por las encuestas llevadas a cabo en ese país, son diagnosticados con intoxicación alcohólica cada día, usan Internet para conseguir su botella, van con resaca a clases, cuando no mueren por tomar intensamente.
A tal punto es la mala fama de los ingleses con la bebida que el futbolista francés David Ginola declaró en la década del ´90 que no quería criar a sus hijos en las islas. A la vista de los acontecimientos, las publicaciones británicas presionan para que se mejoren las políticas oficiales, en tanto la eliminación de la ley que obligaba a cerrar los pubs después de las 23 ha hecho correr ríos de tinta.

El fin
“Tal vez quiera anotar esto: 13 de abril de 2029. Es un viernes. Viernes 13. Éste es el día, según la NASA anunció en 2004, en el cual es muy posible que un asteroide con fuerza como para destruir la civilización choque contra la Tierra”. No hay medio que se haya salteado el dato: hay una

 

posibilidad en 45 de que el 2004 MN4, de 400 metros de diámetro, limpie de vida este planeta. “Quizás sean grandes probabilidades para apostarle a un caballo, pero son incómodas cuando se considera lo que está en juego”, agregan estos ingleses.
La fecha estremece, aunque se han puesto tantas que a esta altura también se la subestima. “El daño percibido puede disminuir a medida que avanzan los estudios”, observó el Seattle Times. Los asteroides, subrayan las páginas de Panicology, son un miedo relativamente reciente, del que cada vez tenemos información más precisa. Lo que no se explican es por qué no se cumple a la inversa: no sabemos nada de los extraterrestres, pero no dejamos de lado la sospecha de que estén allí.
Antes de acabar como en la película Hombres de negro, leyendo la prensa sensacionalista en busca de guerras interplanetarias, quizás sea momento de detenerse a pensar cuántas preocupaciones innecesarias tenemos incorporadas por rutina.

 
 
     
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