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  Marzo 2006 | Nº160  
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Contraseña juvenil en ascenso, el alcohol gana terreno entre los adolescentes, que empiezan a beber a edades cada vez más tempranas...
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ALCOHOLISMO ADOLESCENTE


FONDO NEGRO

Contraseña juvenil en ascenso, el alcohol
gana terreno entre los adolescentes, que empiezan a beber a edades cada vez más tempranas. Descontrolada, la creciente pasión por el fondo blanco puede suponer un futuro bastante oscuro para toda una generación.





La escena transcurre junto al minimercado de una estación de servicio, ya avanzada la noche. Todas están peinadas con un jopo al costado, visten una pollerita blanca con volados y calzas que dejan los tobillos al desnudo, llevan una mochila garabateada o una cartera al hombro. A primera vista, nada nuevo bajo las estrellas. Lo nuevo del caso es que, muchas de esas jovencitas que intercambian mensajes de texto desde los celulares que sostienen en una mano, sostienen un vaso de plástico en la otra. Y no con gaseosas, precisamente. Ninguna debe pasar los 15 ó 16 años. Y como todos los fines de semana, salen a tomar alcohol hasta que las velas ardan.
La más reciente investigación nacional sobre Consumo en Estudiantes de Educación Media –una suerte de test de alcoholemia generacional– revela resultados preocupantes. Uno de ellos es que las borracheras de esta alegre muchachada se producen a edades cada vez más tiernas. Otro, es que cuando toman, toman.
En España, por ejemplo, los jovencitos empiezan a empinar el codo a los 13 años [13.6 para respetar el promedio exacto]. Más precoces que sus pares de la Madre Patria, los adolescentes uruguayos celebran su borrachera iniciática a los 12.7 años de edad.
“Hasta los quince están experimentando y se dan los primeros consumos esporádicos. A partir de entonces se empiezan a ver los hábitos de consumo más frecuentemente, ya sea alcohol, tabaco o marihuana. Los mayores de diecisiete empiezan a pasarse a los tragos más fuertes”, dice el sociólogo uruguayo Héctor Suárez, asesor de la Junta Nacional de Drogas.
En España, donde el cambio a nivel epidemiológico es calificado por las autoridades de “alarmante”, “sorprendente” y “muy preocupante”, se leen titulares como este: “Son cada vez más chicos, toman cada vez más bebidas y de mayor gradación alcohólica”.
A Suárez no le extraña que la onda “botellón” haya aterrizado también acá. Los jóvenes uruguayos de hoy están más sedientos que los de ayer. Según el citado estudio, no es seguro que un adolescente compatriota vaya al cine o al club el fin de semana, pero es una fija que se tomará una o dos cervezas.
El sociólogo francés Hervé Chavalier, autor de El Último Trago. Crónica de un divorcio del alcohol, bautizó la forma de beber de esta generación como VSD, en alusión a los viernes, sábados y domingos consagrados al alcohol. Sin embargo, lo que más preocupa a las autoridades no es que los jovencitos tomen los fines de semana, lo cual no es más que la extensión temprana de un hábito cultural fuertemente arraigado en la sociedad adulta, sino el brutal aumento del consumo y el hecho de que los episodios de abuso se produzcan cada vez con más frecuencia. Por abuso, se entiende que una persona tome dos o más litros de cerveza, un litro o más de vino, o más de cuatro medidas de whisky.
“En adolescentes, el abuso estaría en un escalafón inferior. Los chicos se ‘colocan’ más rápido. Nos dimos cuenta que cuando toman, toman mucho. La mitad de los que consumen los fines de semana tiene un episodio de abuso”, sentencia Suárez en Montevideo.


PAIS BEODO

Llegan en camionetas 4x4, ponen la música a todo volumen, abren la enorme valija, sacan sillitas plegables y una heladerita portátil con toda clase de bebidas alcohólicas: vodka, caña, whisky, cerveza, vino, gin. Esas verdaderas barras ambulantes congregan a jovencitos de todas las edades y constituyeron el paisaje habitual de las noches del verano que viene de despedirse.
Las vacaciones son la época favorita de los jóvenes para tener su primer contacto con las drogas. En Punta del Este acaba de verse que buena parte del consumo de alcohol se trasladó de los locales nocturnos a la vía pública. Según Roberto Arévalo, titular del INAU en Maldonado, cualquier esquina, calle, vereda o cordón con cierta panorámica resultaron buenas para que grupos de chicos y chicas se juntaran a bailar y tomar unos tragos. La nueva modalidad desconcierta a las autoridades, que no tienen cómo detectar la compra del alcohol.
Claro que esa no es la única forma de “entonarse”. Muchos jóvenes prefieren tomar en sus casas antes de salir, para ya llegar “colocados” donde la diversión y porque es más barato hurgar en el bar o la heladera de casa que pagarse un par de tragos en la discoteca. Y si en casa no hay nada, siempre sale más en cuenta ir hasta el almacén de la esquina.
Según el Código de la Niñez y la Adolescencia está terminantemente prohibido vender o suministrar alcohol a un menor, pero ya se sabe que, hecha la ley, hecha la trampa. “El talón de Aquiles” –dice Walter Senatore, director del departamento de Espectáculos Públicos de INAU– “es que hay demasiados giros. El alcohol se vende en almacenes, bares, kioscos, panaderías y estaciones de servicio abiertas las veinticuatro horas. Habría que tener un funcionario en cada lugar para constatar que se cumple la norma. En Maldonado se detectaron, sólo en enero, doce casos de venta de alcohol a menores. En todas las circunstancias se salvaguardan los derechos de los adolescentes, ya que el acto ilegal lo comete el adulto que le suministra la bebida”, avanza el funcionario.
Según la médica toxicóloga Cecilia Dell’Acqua, los adolescentes uruguayos“toman mucho alcohol rectificado, alcohol con jugo de naranja, y una mezcla bastante más tóxica que consiste en tomar alcohol con bebidas energizantes”.
Aunque no todos terminarán siendo adictos, las estadísticas permiten suponer que muchos de los adolescentes que hoy se dejan ver bebiendo vino en caja en el cordón de la vereda, o abusando de tentadores cócteles en una discoteca, más tarde o más temprano se convertirán en bebedores abusivos y enfermos alcohodependientes.“Sabemos que un siete por ciento de los estudiantes terminan la secundaria y nunca probaron alcohol, pero el ochenta por ciento sí lo ha probado. Los consumidores habituales, que beben el fin de semana, son el cincuenta por ciento. Es gente que corre el riesgo de desarrollar una dependencia. Según la Encuesta de Hogares, el siete por ciento de la población consume alcohol todos los días”, apunta Suárez y de inmediato aclara que no se puede generalizar, ni asegurar que el alcohol sea la inexorable puerta de entrada a otras drogas. “No es una carrera. De hecho, la mayoría no va a probarlas nunca. Sí es preocupante el abuso, porque es cuando se producen la mayor parte de los accidentes. Lo que queremos reducir son los daños que ocasiona el uso abusivo del alcohol, más allá de la dependencia que pueda generar”.
En todo caso, el mismo estudio de Consumo en Estudiantes de Educación Media realizado en la región ubica a Uruguay en los primeros puestos del ranking de “países beodos”, codo a codo con Chile.



SER OTRO

Las razones que llevan a tiernas adolescentes a empinar el codo como verdaderos vikingos han de ser múltiples, y el problema parece bastante más complejo que una simple consecuencia de la edad del pavo.
En el libro Adolescencia bajo riesgo, un grupo de especialistas franceses pone bajo la lupa las conductas de riesgo que se producen durante este periodo de alteraciones hormonales y cambios varios. Allí se mencionan, entre otros factores, la fantasía adolescente de la inmortalidad, la necesidad de excitación sensual y sensorial, así como de elaboración de sentido mediante ritos íntimos.
También se citan otras situaciones que gravitan más concretamente detrás del tintineo de las copas, como la exclusión económica y cultural que padecen muchos jóvenes en la sociedad, la desintegración de los lazos familiares, la imposibilidad de desarrollar un proyecto de vida propio, el contraste entre las aspiraciones y las posibilidades de realización que ofrece la sociedad. Los autores hablan de la dificultad de ser, de un sufrimiento, de una llamada de atención ante un futuro que es una interminable fuente de dudas, de la imposibilidad de encarar la vida como existencia dignas de valor. De una voluntad no tanto de morir, sino de no estar. Cami [15 años] tiene una barra de amigos que se reúne en la plaza Virgilio y en una estación de servicio en Malvín. “Tomo porque me gusta. Me gusta el sabor del Martini con limón. Tomo cada vez que salgo, pero sólo me emborraché dos veces”, cuenta. “Y no me gustan los que toman para hacerse ver: ‘uy, tomo, soy re loco’”, ironiza la adolescente.
Gabriela Olivera, técnica asesora de la Junta Nacional de Drogas, cree que los episodios de abuso de alcohol por parte de los adolescentes se relacionan con la falta de alternativas, oportunidades y propuestas.“No se puede olvidar la situación social que atraviesan. Los menores de veinticinco años son los más castigados por la pobreza en Uruguay”, dice Olivera, sicóloga experta en drogodependencia.
Suárez considera que no siempre hay un problema tan grave detrás de la adicción al alcohol. “Muchos beben simplemente porque les divierte, porque les gusta, porque está legitimado socialmente y porque tomar es una de las actividades que sus grupos de pares realizan. El problema es el tipo de vínculo que se establezca con el alcohol”, dice el sociólogo, convencido de que los adolescentes toman más por placer que para ahogar penas.
Por su parte, Olivera no cree que los adolescentes tomen porque no sepan divertirse de otro modo. “Más bien tiene que ver con problemas de autoestima, con no saber ponerse límites a sí mismos y buscar los límites afuera. Otros toman porque es un modo de relacionarse con los demás, cambiar la forma de ser, parecer más alegre, estar más a tono. En definitiva, ser otro”. La lista de motivaciones para pasarse de copas puede ser infinita, pero un somero listado incluye: la necesidad de experimentar nuevas sensaciones, de sentirse adultos, de transgredir, de relajarse y sentirse bien, de curiosear, de reducir el estrés. Algunos estudios que indagan en la relación entre alteraciones sicológicas y consumo de alcohol en jóvenes mencionan también, como factores determinantes, la ansiedad y el llamado de atención. Dicen que un adolescente puede recurrir al alcohol si se siente inferior, deprimido, culpable, que no lo quieren, solo, que los otros lo quieren perjudicar, celoso, mareado, confuso, si tiene sentimientos cambiantes, si se siente cansado, si piensa a menudo en matarse, si quiere dañarse a sí mismo, si llora mucho, si se preocupa demasiado, si siente temor a pensar o hacer algo malo. Si es ansioso, miedoso, si no puede con ciertos pensamientos recurrentes, o piensa cosas raras. Si está demasiado pendiente de sí mismo o sueña despierto.

FONDO BLANCO

Conviene recordar, sin embargo, que el alcohol no es un estimulante, sino un depresor: bloquea mensajes que intentan llegar al cerebro. En pequeñas dosis, permite que uno se relaje, altere su percepción y sus emociones. Definitivamente quien bebe quiere, por lo menos, encontrarle una nueva arista a la realidad. El problema, según Suárez, es que “a los trece años de edad la percepción del riesgo del consumo abusivo de alcohol es muy baja. El riesgo va desde entrar en un coma etílico a subir a un auto cuyo conductor esté alcoholizado. Entrar en disputas, peleas, y tener relaciones sexuales sin cuidarse, entre otras cosas”, dice el sociólogo. Eva, de 37 años y madre de una adolescente de 15, entiende que los jóvenes están constantemente experimentando y probando. “Siempre van a tender a ir al límite. Prohibirle que tome sería irreal; igual lo va a hacer lejos de casa o de mí. Yo cuido que cene antes de salir porque si toma le va a afectar menos, no le doy mucho dinero y le pido que no permitan que alguien maneje alcoholizado. Le explico que en esos casos no se puede manejar y que es mejor tomarse un taxi. Además, le pido que salga con amigas y con gente de confianza. Es un tema de espacios, porque en casa toma refrescos, pero si sale con amigos toman otras bebidas. Me preocuparía que llegara a depender del alcohol, que no pudiera estar bien tomando un jugo”, resume la madre.
Hay otros riesgos menos difundidos. “No se puede predecir si alguien va a desarrollar una cirrosis hepática o no”, dice la toxicóloga Dell’Acqua. “Hay bebedores que tomaron toda la vida y nunca tuvieron problemas. Sin embargo, a mayor cantidad y tiempo de consumo, mayor riesgo de desarrollar rápidamente las distintas lesiones que provoca el alcohol”, explica la médica.
A la larga, el alcohol produce algo más que incómodas resacas. Y es un error asociarlo sólo a las lesiones hepáticas. “Prácticamente no existe un órgano del cuerpo humano que no se vea afectado en los alcoholistas”, agrega la doctora.
Puede provocar desde un hígado graso a una cirrosis hepática, pero hay libros enteros sobre patologías neurosiquiátricas vinculadas al alcohol. Y enfermedades con nombre y apellido, como la encefalopatía de Wernike Korsakov, por mencionar sólo una. “Además, se trastorna todo el metabolismo de glúcidos, lípidos y las proteínas. Produce gastritis, esofaguitis, pancreatitis y anemia megaloblástica por deficiencia de vitamina B12. Las lesiones neuronales pueden llegar a provocar una demencia senil”, resume Dell’Acqua.
Eso no es todo. La especialista explica que las mujeres hacen alcoholemias más elevadas que los hombres porque tienen mayor cantidad de grasa corporal. Por lo tanto, desarrollan más rápidamente las lesiones. Además, beber alcohol durante el embarazo es la primer causa de retardo mental en el mundo occidental.
Aunque no tiene estadísticas en su poder, a Álvaro Galiana, médico pediatra del Semm, le llama la atención que cada vez más jóvenes se presenten en la emergencia en estado de embriaguez. “Llaman ellos, o sus acompañantes cuando se asustan, sus madres cuando los ven llegar alcoholizados a casa. Lo habitual es que presenten un coma etílico o en una situación de pre coma. Están sudorosos, muy dormidos, pero al estimularlos responden. Han vomitado o vomitan en forma reiterada, tienen cefaleas agudas. El problema es que pueden hacer hipoglicemias importantes”.
Allí les dan medicación para cortar los vómitos y les administran suero para paliar la hipoglicemia. Al día siguiente pueden sentir nauseas o dolores de cabeza, dependiendo de la calidad del alcohol que hayan tomado.
“No es raro que tomen alguna vez, eso forma parte de las primera experiencias que los adolescentes viven sin sus padres, pero cuando lo hacen de manera compulsiva es una manifestación de un trastorno subyacente, una forma de evitar enfrentarse con la situación problemática que vive”, opina el pediatra.

ETAPA QUEMADA

La mitad de la población uruguaya consume alcohol habitualmente. De modo que el consumo adolescente no deja de ser reflejo de esa situación. A no ser que lo impida un precepto religioso, no hay celebración que se precie sin alcohol a la vista. Tomarlo en buenas dosis forma parte de muchos ritos tanto para los jóvenes como para los adultos, sólo que el consumo entre los primeros es más visible. “La curiosidad se despierta en los jóvenes porque vieron cómo afecta el alcohol a los mayores. Han visto que estos toman y se ponen más alegres. Han aprendido que esa sustancia sirve de algo, y muchas veces ven como el mundo adulto pone el alcohol en la mesa y no es tan malo”, dice Olivera. En la misma cuerda, Suárez opina que el consumo de alcohol responde a una arraigada pauta cultural, algo que lleva años modificar. “Mientras no cambie esa pauta habrá que tener un mayor control de la oferta y cuidar que esta no exista cerca de los lugares educativos”, agrega el sociólogo. Por si fuera poco, la publicidad se ha encargado de asociar el consumo de alcohol a valores en alza como juventud, diversión y hasta belleza. Tal como lo menciona un estudio del sociólogo Lorenzo Sánchez Pardo, se asocia tomar con el mejor momento del día. Bebida se vuelve sinónimo de aventura y erotismo. “Las bebidas alcohólicas se promocionan con alternativas que son muy prometedoras, por eso nos parece fundamental trabajar el pensamiento crítico de los adolescentes”, dice Olivera. Para Eva, sería bueno que los avisos dejaran de mostrar el mundo del alcohol como un mundo maravilloso. “No es maravilloso, ni glamoroso, ni fantástico, ni feliz. ¿Por qué no te muestran un linyera en la calle con la botella como única compañía”, cuestiona la mamá de una adolescente. Las medidas llegan un poco tarde. Eslóganes como “la bebida cambia tu vida”, “beber da placer”, “da nuevas energías”, “beber te ayuda a tener éxito con las mujeres [o con los hombres]” y “bebiendo se triunfa” han sido utilizados en todo el mundo con total impunidad. “Ahora no se pueden usar más. Eso está regulado por el Código de Autorregulación Publicitaria, que también establece que no se puede utilizar la imagen de menores de 18 años en la publicidad de bebidas alcohólicas”, defiende José Luis Simone, gerente de la Cámara de Anunciantes. La fácil accesibilidad de los jóvenes al alcohol es otro ingrediente de esta nueva ecuación social que preocupa mucho en el interior del país. “Sale más barato comprar una botella de sidra que una de refresco”, dice el inspector subjefe de Policía de Florida Rúben Alba. A ojo de buen cubero, el hombre estima que el consumo de alcohol en Florida se mantiene dentro de los parámetros normales. Aunque “en la última reunión con el INAU se constató una mayor presencia de menores cometiendo infracciones en comercios y pubs. Se encontraron adolescentes de doce y trece años en centros nocturnos autorizados para mayores de quince”, cita a modo de ejemplo. Javier Cattáneo, propietario de Dos Caras, uno de los pubs más concurridos de Florida, está asombrado de la cantidad de cerveza que toman las chicas. “Los chicos no parecen tener una bebida favorita y se nota que vienen con algo tomado de sus casas.



La movida nocturna es una de las pocas ofertas que tienen estos jóvenes en la ciudad, y hacen de ella el epicentro de la diversión. Ya no es común que practiquen algún deporte, y tienen la atención puesta en la noche. Queman etapas cada vez más temprano, y cuando llegan los quince, tomar es lo más normal”. La gota desbordó el vaso en España, donde el consumo de alcohol aumentó diez puntos entre la población escolar. “Aquí todavía no hace estragos en las aulas. El alcohol no es como la pasta base, que en dos meses te deja fuera del sistema. Es muy complejo atribuirle a una sustancia todos los inconvenientes que un gurí tenga en su rendimiento escolar”, dice Suárez. Sin embargo, reconoce que el alcohol– junto con la pasta base– es la droga que más hay que combatir porque es la que ocasiona mayores problemas, ya sean orgánicos, comportamentales o como fruto de un accidente. En España se han desarrollado campañas con la consigna “¿qué quieres conseguir con el alcohol?” Otras más agresivas muestran una chica vomitando y dicen: “con el alcohol puedes descubrir nuevas sensaciones”. Aquí –explica Suárez– las campañas invitan a “tomar una y sólo una”. No a decir “el alcohol te mata”, sino a decir, “te mata si hacés determinadas cosas”. Otras medidas apuntan a no venderle alcohol a los menores e incorporar programas de prevención. ¿Se viene una andanada similar a la del tabaco? “No sé si se viene” –dice Suárez– “pero sería uno de los caminos para tener un mayor control del consumo y la venta. No se trata de fomentar una ley seca, pero cuanto más pudiéramos retrasar la edad de inicio sería fabuloso. La otra urgencia es que los jóvenes entiendan cuáles son los verdaderos riesgos del alcohol y convencerlos de que en la vida no hay que ‘colocarse’ para estar bien”.

 

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