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CON PATRICIO BERTELLI EN MILÁN.
EL SEÑOR PRADA
Es la mitad de la empresa. El hombre que lleva las riendas con
Mano de hierro.
Unió su destino a Miuccia, la heredera del
negocio, hace 30 años.
Juntos han hecho de la firma un mito
del lujo que vale millones.
Por Jesús rodríguez. Fotografías: Latinstock, AP, AFP, Bloomberg.
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El único restaurant que hace
perder el juicio a Patricio
Bertelli es Castellucci, una
discreta casa de comidas
en Montevarchi, a media
hora de Florencia. No figura
en las guías. Pero en sus
rústicas mesas de madera
se come, según Bertelli,
la mejor Fiorentina de la Toscana.
Unas
enorme chuletas de buey
a la parrilla arrebatadas
por fuera y casi crudas
por dentro, espolvoreadas
de sal gruesa y pimienta
negra, que se cortan
como manteca y apenas
sangran.
A veces Bertelli
se pone al frente de los
fogones y prepara su
carne tras elegir un tinto
supertoscano para darle
la réplica.
Está como en
casa.
“Los toscanos somos
los mejores. Los tres
poetas italianos que
todos reconocen, Dante,
Boccaccio y Petrarca, eran
toscanos. Ellos hablaban
mi idioma, el toscano; nos
hemos impuesto al resto
de Italia. Somos los más
inteligentes y nuestra comida y nuestros
vinos y nuestro aceite son buenísimos.
Y los mejores artesanos están aquí.
¿Necesita algo más?”.
La Toscana es territorio Bertelli. El que
domina. Nació muy cerca de aquí, en
Arezzo, bajo los Apeninos coronados de
nieve, en 1946. Y aquí empezó a labrarse
su leyenda empresarial. Bertelli es el
sumo pontífice de Prada; el hombre que
transformó una exquisita y caduca firma
milanesa de artículos de cuero, que hasta
1983 sólo contaba con una tienda, en la
primera marca global del lujo a través de
220 tiendas propias, ventas en 2007 de
1.600 millones de euros y una influencia
en el mundo de la moda que nunca antes
se había visto.
En 1977 Bertelli conoció a Miuccia
Prada, la heredera del negocio.
Ambos
estaban en la treintena. Inteligente, extravagante,
de belleza atípica; licenciada en
Política, feminista, adicta al mimo, Miuccia
militaba en el Partido Comunista, leía filosofía
y vestía de Saint Laurent.
El perfecto
exponente de la izquierda divina. Quería
que Prada diese un paso adelante. No
sabía cómo. Bertelli era apenas uno de
sus proveedores. Un segundón. Dueño de
varios talleres de marroquinería que trabajaban
para Prada. Eficaz y ambicioso. Había
tenido problemas con Miuccia por fusilar
algunos de sus diseños. Pero era listo y
arrogante. Y con una inmensa seguridad
en sí mismo. Lo que ella necesitaba.
Unieron sus intereses económicos y
sentimentales.
Fusionaron sus empresas. |
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Cada uno de ellos cuenta hoy con un tercio
del capital de Prada (el otro tercio se reparte
entre la familia y el Banco Sanpaolo).
Se fueron a vivir juntos sin casarse. Iban
a enseñar a los ricos del mundo a vestirse
con un nuevo minimalismo elegante y de
calidad. Convirtieron una mochila de nylon
negro en el anhelado y caro símbolo de
una época y pulieron la marca Prada hasta
convertirla en un referente que valía más
de 3 mil millones de euros. Desde 1989,
Miuccia dictaría lo que se iba a llevar. Sus
tiendas del Soho neoyorquino y Tokio dejarían
de ser tiendas para
convertirse en espectaculares
centros de cultura,
arte y comunicación firmados
por los arquitectos
más mediáticos: Rem
Koolhaas y Herzog & De
Meuron. Prada era el mito.
Bertelli dirigía con mano
de hierro. Y Miuccia, liberada
de la gestión, aportaba
silenciosa una creatividad
arrolladora. Eran dos
caracteres imposibles.
Pero el tándem funcionaba.
Ganaron mucho dinero.
Y apostaron por ser los
árbitros del lujo mundial.
A finales de los ‘90, la
pareja adquirió participaciones
en algunas de las
firmas de moda más apetecibles:
Gucci, Helmut
Lang, Jil Sander, Fendi, Alaïa. Las viejas
marcas estaban en crisis. Devaluadas y
ahogadas por las deudas.
La receta para
reflotarlas era la que Bertelli había aplicado
con éxito en Prada: rigor y disciplina.
La
pareja Miuccia-Bertelli jugó en las grandes
ligas.
Bertelli se convirtió en un tiburón.
Pero carecía de músculo financiero.
Se había expandido demasiado rápido.
Necesitaba capitalización.
La inesperada
crisis del lujo tras el 11-S le impediría financiarse
en Bolsa, donde esperaba captar mil
millones de euros.
El traspié bañaría de
humildad a la pareja.
Terminarían liquidando
sus antiguas compras en un doloroso goteo de ventas.
Y se harían fuertes en
Prada.
Hoy, con una crisis económica global
sobre sus cabezas y la imposibilidad de
salir a Bolsa, su futuro no está claro. Como
en todo el sector del lujo.
Pero Miuccia y Bertelli aún son otra
cosa. Ricos pero discretos. Al margen.
El
mejor ejemplo de vida del distante universo
Prada. O más bien Prada sea el reflejo
de su estilo de vida. Son los últimos indies.
Presumen de ello.
Bertelli apenas concede
entrevistas. |
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No sale en televisión.
No
posa con famosos.
No vende el nombre
de Prada a coches ni hoteles.
No tiene
mansiones.
Colecciona arte contemporáneo,
pero pocos han visto su colección.
Navega, pero pocos han subido a bordo de
su velero Ulysse.
Le gusta cocinar para los
íntimos; es un erudito del cine y la literatura,
y rara vez sale de noche.Y no conoce a
Berlusconi. Poco más se sabe de Bertelli.
La vida del matrimonio y sus dos hijos es
de una opacidad absoluta.
Como su cuartel general en Milán. La
imagen del edificio gris del número 21 de la
impersonal Vía Bérgamo está entre ministerio
y monasterio.
Lo lógico es pasarlo de
largo.
El nombre de Prada no figura por
ningún lado. Es una antigua fábrica.
Dentro
tiene la frialdad del cemento desnudo y los
tonos desvaídos.
Una imagen que se repite
al dictado en cualquier edificio de Prada
a lo largo del mundo. La tercera planta está
dividida entre Miuccia y Bertelli.
Hay jardines interiores de aire oriental
y grandes ventanales para robar el mínimo
rayo de sol al sombrío Milán. Los pasillos
están desiertos. Los empleados visten
de negro. Hablan a media voz. En su ala
del edificio, Miuccia realiza el diseño de la
marca. En la suya, Bertelli lleva las riendas
del negocio. Su despacho es desnudo,
blanco y enorme.
Con gélidas instalaciones
de arte contemporáneo, una mesa sin
papeles y maquetas del velero Luna Rossa,
con el que compitió en la Copa América. El
despacho que se supone debe tener el
patrón de Prada. Sin embargo, tiene un
aspecto tan impecable que da la sensación
de que todo es un mero decorado.
Los empleados se preguntan de qué
humor estará hoy el signore Bertelli.
Tiemblan. Llega puntual.
Es un tipo grande,
de aire profesoral, nariz de rapaz,
dientes de crío, vientre de bon vivant y
pelo que muta del gris al blanco.
Tiene
una elegancia más próxima a Prodi que
a Berlusconi. De progresía acomodada
de la Italia del norte. Estricto gris y azul.
Zapatones negros de Church's (una de
las pocas marcas de las que no se han
desprendido) y lentes rectangulares de la
casa. Está de buen humor. Pero deja claro
desde el primer momento que él manda.
Y no se hable más. |
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–imagine que yo soy un extraterrestre
y no conozco Prada. ¿cómo me
explicaría lo que es?
–Una casa histórica cuya marca siempre
ha sido propiedad de la misma familia,
pero que en la última generación deci dió hacer un desarrollo empresarial en
el sector de la moda. Desde el primer
momento pensamos que la distribución
de nuestros productos debía hacerse a
través de nuestro propio canal de ventas
y, además, decidimos completar nuestra
identidad con iniciativas como la fundación
y el velero Luna Rossa, que aportan unos
elementos que hacen de Prada una marca
actual. Cuando una persona compra un
producto de Prada, compra la pertenencia
a un estilo de vida. |
–¿cómo han logrado conjugar tradición
y modernidad?
–El problema de las marcas es cómo
ser progresistas y, al mismo tiempo, no
desvincularte de tu historia, de la calidad
del producto, la coherencia de los diseñadores
y la capacidad, incluso en un producto
pobre, de ofrecer una identidad clara. El
concepto del lujo a menudo se considera
un problema de precio. Para mí, un bolso
de cocodrilo no es de lujo porque sea caro;
el lujo ha de aplicarse también a conceptos
más sencillos. Es su identidad lo que hace
que un producto sea realmente de lujo.
–¿Hubo un momento en que miuccia
y usted se pusieron delante de un pizarrón
y diseñaron cómo convertir esa
pequeña marca familiar en una gran
marca dirigida a la globalidad, con un
estricto control comercial, sin franquicias
ni licencias..?
–Podría ser vulgar, pero no me gusta
serlo... Nunca en la historia se ha visto
que alguien haga un diseño previo de algo
y triunfe; siempre que se ha hecho primero
un diseño y luego se ha aplicado, ha fracasado;
en política, en literatura... Si tomamos
cualquier expresión de cine, desde
Buñuel hasta Bergman, no creo que ninguno
diseñara previamente sus proyectos.
Un proyecto nace cuando se trabaja en él.
La tensión que se vive en un set es igual a
la que se vive en Prada: no nos sentamos
alrededor de una mesa y decimos: “ahora
vamos a diseñar el futuro”. Va surgiendo.
–ustedes empezaron casi de cero en
los ‘80.Y otros copiaron su modelo...
–Su error fue pensar que existe una fórmula
general que se puede aplicar a todas
las marcas y que produce necesariamente
una reacción positiva, sea Fendi, Vuitton
o Gucci. Y no es cierto: la reacción puede
ser positiva o negativa. Es como decir que
todo es positivo si el crecimiento produce beneficios y negativo si no los hay. El gran
problema estos años han sido algunos
analistas financieros, que han acuñado el
concepto de que si una marca no gana
dinero en un año es que lo está haciendo
mal. Había que crecer a toda costa. |
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–¿se arrepiente de las adquisiciones
que hizo entre 1998 y 1999?
–Te puedes arrepentir de una compra
cuando sólo piensas en el aspecto financiero,
pero en el ámbito estratégico puede
ser interesante. Nuestras adquisiciones
han sido muy útiles para entender cómo
puedes moverte en el mercado e integrarte
en otros grupos y cuál es tu capacidad
de comunicación. Y los bancos y el sistema
financiero han querido participar en
este desarrollo poniendo a nuestra disposición
capitales, pero la actividad empresarial
no puede compararse con la actividad
financiera. Son cosas diferentes.
–usted adquirió y después tuvo que
vender Fendi, Helmut Lang y Jil Sander.
¿me puede hacer un análisis de esas
adquisiciones?
–Las tres eran marcas con una gran
identidad, con debilidades en su distribución
y que tenían personalidad. El único
problema era cómo hacer que crecieran.
–en el caso de Helmut Lang y Jil
Sander, ¿fue un error comprar la marca
con el antiguo propietario dentro, aunque
fuera el diseñador?
–Yo aconsejaría que antes de comprar
una marca de moda se comprobara que
existe una alquimia entre el nuevo propietario
y el diseñador y ex propietario.
–¿usted la tuvo con Jil Sander y
Helmut Lang?
–He tenido buenas relaciones con ellos.
Pero la cuestión no es que sus relaciones
fueran buenas conmigo, tenían que serlo
con la nueva estructura. Si alguien se ve
obligado a vender su empresa, es que no
ha tenido unos buenos procesos empresariales
ni un buen control de gestión.
Si
hubiesen tenido ese capital empresarial, ni
Helmut Lang ni Fendi ni Jil Sander habrían
vendido a Prada. Pero cuando venden es
que existe la voluntad de ese diseñadorpropietario
de apoyarse en un grupo más
grande para desarrollarse.
El problema
es que esos antiguos propietarios deseaban
continuar con sus propias estrategias
cuando ya no tenían el control de sus marcas,
cuando ya no eran los dueños. |
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–usted tiene fama de tener un carácter
muy fuerte.
–Lo tengo. Y eso significa que soy
democrático.
–¿democrático?
–Ser fuerte no quiere decir que sea
antidemocrático.
La palabra fuerte no va
unida a autoritarismo. Uno puede ser fuerte
y democrático, fuerte y autoritario, fuerte
y fascista. Yo soy fuerte y democrático.
Hablo con mis trabajadores. Y si acaso,
cuando me canso, más bien autoritario.
–dicen que la mezcla ideal del padre
es estricto pero cariñoso.
–El cariño es una forma democrática
de relación. Pero no es mi caso, y/o en mi
vida he ido de vacaciones con mis colaboradores.
Nunca.
–bueno, con su esposa, que es su
socia.
–Con ella sí, pero le hablo de vacaciones
con los diseñadores y esas cosas.
Siempre he separado mi vida privada de
la profesional.
No por secretismo, sino por
libertad.
–¿es complicado trabajar con su
mujer?
−En casa no se habla de trabajo.
−¿de verdad?
–Hablamos de la fundación, de la Copa
América... Los hijos ya son mayores, pero
antes no hablábamos de trabajo ni un
minuto. Mi casa no es una oficina.
–¿cuál ha sido la clave del éxito de
Prada?
–Trabajo, calidad, no pensar en el dinero,
sino en hacer un producto bien hecho
y considerar que la competencia no es
tonta; hay que mirar siempre lo que hacen
los otros...
Dentro de cada realidad siempre existe algo positivo.
–¿la cuestión no era ganar dinero?
–La cuestión era durar. Si uno sabe
durar en el tiempo, tarde o temprano
habrá repercusiones positivas en el ámbito
económico. La gran cuestión es decidir si
quieres durar en el tiempo, como nosotros,
o resistir al tiempo con una conducta
pasiva.
–cuando un producto de Prada lo
tienen millones de personas, ¿no deja
de ser exclusivo?
–La exclusividad no consiste en ser el
único propietario de un objeto. |
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–¿entonces?
–Es como un libro. Cuando lo han leído
millones de personas, ¿piensa usted que
deja de ser un objeto exclusivo? Cuando
Buñuel hace una película, quiere que la
vea mucha gente. Para mí es lo mismo:
literatura, arte, pintura, moda... Para mí lo
que cuenta es la aceptación del público. Si
quieres ser exclusivo, haces un traje con
diez botones y ya está. Para mí es un concepto
equivocado. Lo que quiere un artista
hoy es tener sus obras en un museo y que
todo el mundo las vea.
Para tomar el pulso a Prada hay que
ir un poco más allá de los fríos espacios
de la Vía Bérgamo donde reinan Miuccia
y Bertelli. Es necesario visitar la mítica
tienda de la Galleria Vittorio Emanuele, en
Milán, donde todo empezó en 1913. Aquí
está el ADN de la firma. Bajo estas arcadas
emplomadas se conserva la elegancia
ajedrezada de entreguerras hoy animada
por pantallas de vídeo y música dance de
pasarela. Todo brilla. Hay pocos clientes.
Los precios son caros. La crisis aprieta.
El otro polo de la firma en Milán es
la Fundación Prada. El camino entre uno
y otro supone cruzar la ciudad desde la
optimista belle époque de la galleria a un
nebuloso neorrealismo de posguerra. La
antigua fábrica de licores del Largo Isarco
donde está situada la fundación limita con
la vieja estación de ferrocarril, entre vías
y almacenes, en un ambiente desolado.
Miuccia y Bertelli quieren convertir este
espacio en el referente cultural de la ciudad.
En su Guggenheim. Su arquitecto de
cabecera, Rem Koolhaas, ha imaginado
un proyecto con tres edificios y una torre
de 60 metros que albergará exposiciones
temporales, |
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instalaciones de nuevos artistas artistas,
espacios para cine experimental y
obras audiovisuales. “Lo que nunca será
es un museo construido para mostrar
nuestra colección de arte como han hecho
otros. La fundación es una forma de evasión
sin salir del trabajo”, aclara Bertelli.
Miuccia y él son diferentes.
El tercer polo dPrada son las fábricas.
A tres horas de Milán. Aquí nadie
discute las órdenes de Bertelli. Conoce
a muchos trabajadores por su nombre.
Algunos llevan a su lado desde 1978.
Los
más viejos relatan aquellos primeros años
en que Bertelli metía mano en todo. No
había computadoras.Y sobre la vieja mesa
de dibujo controlaba la estructura, el volumen,
el logotipo, los materiales y hasta la
calidad de cada hilo de algodón. Uno de
los artesanos muestra el prototipo número
uno de la era Miuccia / Bertelli realizado en cartulina rosa: una pequeña mochila de
lona negra con un logotipo triangular. Una
reliquia.
–usted iba para abogado.
–Mi familia era una familia de abogados.
Mi padre era abogado, mi abuelo
Michele Bertelli también, y mi bisabuelo.
Yo estudié en el Liceo Científico, luego me
fui a vivir a Bolonia, que es la mejor universidad
de Italia para la ingeniería. No acabé
porque empecé a trabajar.
–¿Quería montar un negocio?
–A los 19 años ya tenía seis empleados.
A los 21, sesenta.
–¿cómo empezó?
–De forma casual. Con artículos de
cuero. Enseguida empecé a vender, tenía
obreros y unmontón de clientes. Fabricaba
un producto que no había en el mercado:
cinturones de caballero más
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anchos de lo
normal.
Nadie los hacía. Entonces tenían
dos centímetros.
Los míos eran de cuatro
y no había ninguna otra fábrica que los
hiciera.
–creo que conoció a la señora Prada
en una feria en 1977.
–Nos conocimos por trabajo.
–¿llegaron al negocio a través del
amor o al amor por el negocio?
–Nunca se sabe cuál es el principio o
el final...
Son situaciones que se crean y
luego...
–¿en qué momento dicen "vamos a
hacer algo juntos"?
–A finales de los setenta.
El desafío era
cómo realizar productos clásicos en clave
actual. El esfuerzo fue convertir en moda
los bolsos de cuero; en aquel momento se
llevaban el naylon, el plástico...
–miuccia se ocupa del diseño y
bertelli de los números. ¿es tan fácil
como todo eso?
–Es cierto. Las competencias están
repartidas: yo la gestión y Miuccia el
estilo.
–¿Quién tiene la última palabra?
–Aquí no existe la última palabra.
En
una empresa como la nuestra hay aspectos
industriales, de desarrollo, de costos,
de funcionamiento... No existen la cabeza
y la cola, es un trabajo de conjunto.
–Pero dicen que usted provoca a
miuccia en el diseño.
–¿Eso dicen? Será que estoy envejeciendo
y se nota.
–¿se siente mayor?
–No. La media de edad ha aumentado
quince años desde la Segunda Guerra Mundial. Por tanto, si antes la media de
edad eran los 55 años, ahora |
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Hace
falta esencialmente reforzar las intervenciones
sociales, dar oportunidades para
que se pueda salir del perverso circuito criminal.
Sólo con represión no vamos a ninguna
parte. Necesitamos todos los recursos,
cultura, trabajo, educación, paciencia
y tiempo, escritores, periodistas. Se trata
de erradicar la violencia como concepto
de vida.
–¿Positivo?
–Para mí, sí. También por los hábitos
éticos, morales y de comportamiento de
la sociedad. Se volverá a unas relaciones
menos histéricas y más humanas y en las
que la cultura debe tener un valor fundamental.
–¿Al mundo del lujo también se le
bajarán los humos? Usted ya abrió el
debate de fabricar en China.
–Prada tiene que ser hecho en Italia en
cuanto a marca. Nosotros no producimos en China, producimos semiacabados en
el extranjero. Es nuestra forma de trabajar.
Y es muy probable que de aquí a 20
años las plantillas de las fábricas italianas
estén formadas por extracomunitarios.
Lo absurdo es que alguien diga: “Yo
tengo una fábrica en Italia en la que el 60
por ciento del personal está compuesto
por africanos...”. Y entonces, ¿qué es lo
made in Italy, el diseño, el producto,
la fábrica, la mano de obra? Habrá que
aclararlo. Esto es made in international,
no fabricado en Italia.
–¿Si Prada hubiera salido a Bolsa
en el año 2001,hoy estaríamos hablando
de otro modelo de empresa?
–Puede ser, pero cada vez que decimos
que salimos a Bolsa se derrumba algo.
–¿Cuántas veces lo han anunciado?
–Formalmente lo hemos anunciado
dos veces, en 2001 y ahora. Pero se ha
hecho mucho ruido. Un amigo mío dice
que les avise antes de salir y así saben que
va a pasar algo gordo en esas fechas.
–La segunda fue el año pasado.
–Sí, en junio.
–Y la primera, en torno al 11-S.
–El 11 de setiembre yo estaba en
París negociando y teníamos que hacer la
presentación de la marca para cotizar en
Bolsa el 18 de setiembre. Nadie estaba
preparado para el 11-S. En nuestro sector,
nada ha vuelto a ser lo mismo.
–¿Y en Prada?
–Nos encontramos con una deuda que surgió porque nos íbamos a financiar
en Bolsa, si no, habríamos hecho
menos adquisiciones. En aquel momento
nos encontramos en una situación en la
que hacer adquisiciones tenía una lógica.
Nadie se imaginaba lo que iba a pasar.
Como nadie habría imaginado la situación
actual. –¿Fue un error por su parte?
–Visto a posteriori, creo que fue un
error de riesgo, no empresarial.
–¿Usted asume que ha cometido
errores?
–Claro que sí.
–¿Por ejemplo?
–Concederle a usted una entrevista.
Pero algunos errores son positivos.
(El País de Madrid. Derechos Exclusivos)
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son los 70,
así que un hombre de 60 años, respecto
a un hombre de los años cuarenta, tiene
diez años menos. –¿Eso se lo aplica sólo a usted porque
no se quiere jubilar o en Prada la
gente mayor tiene un sitio? –Me gusta contratar a personas mayores;
a veces contrato a personas que
dejan otras fábricas y se jubilan. Creo que
una buena empresa tiene que tener un
equilibrio entre jóvenes y mayores. No
es cierto que los jóvenes sean la fuente
de desarrollo. Y además, ¿quién enseña a
los jóvenes? Un autodidacta no llega muy
lejos. A mí me han enseñado mis obreros:
yo era tan joven que mis obreros tenían
como mínimo diez años más que yo. Ellos
me enseñaron.
–Pero hoy Prada está irremediablemente
unida a la imaginación de la
señora Prada y a la gestión del señor
Bertelli...
–Para nada.
–Y algún día la señora Prada estará
cansada y el señor Bertelli estará navegando...
–Hay una estructura y hay personas
que saben interpretarla. Y además las personas
no tienen que ponerse delante el
biombo de la edad. Yo he visto a muchos
empresarios muy buenos que han decidido
jubilarse. Decían: “yo con 50 años
quiero jubilarme”.Y vendieron la empresa.
No entiendo a esta sociedad que en los
últimos años ha querido dar una identidad
a la capacidad del ser humano basándose
en la edad. Es un error. Debe nacer
una corriente que ponga en el centro del
pensamiento la capacidad de la persona y
no su edad. Esa opinión sobre la edad de
los empresarios la han acuñado algunos
analistas financieros de 20 ó 25 años y
baja cultura que utilizan herramientas de
alquimia financiera y están equivocados.
¡Cretinos!
–Esos mismos gurús dicen que la
crisis económica no tiene por qué afectar
directamente a la industria del lujo.
–Eso es una bobada. A nosotros, la
recuperación nos llegará antes porque
somos más rápidos, cambiamos más rápido
que el resto. Damos cada seis meses
una nueva visión del mundo. Y los otros
van detrás. Pero el problema es otro: esta crisis es de posicionamiento. Es como
si usted tomara un ascensor para subir
al piso noveno y antes de llegar arriba
alguien pulsa el botón y para en el quinto.
Es un ascensor muy grande |
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donde caben
muchas personas: pocas han conseguido
salir en el noveno y la mayoría se han tenido
que bajar en el quinto. En el Purgatorio
de Dante.
–Siempre Dante.
–Siempre el Purgatorio. Segundo año
de instituto.
Ahora el problema es quién
tiene recursos y capacidades para subir
del quinto al noveno. El ejemplo del ascensor
es interesante también para la industria
del lujo: yo estoy en el ascensor y subo
hasta el noveno y tengo dentro un millón
de euros. Y cuando el ascensor baja al
quinto, no es que alguien me haya robado
el millón, lo sigo teniendo, pero antes con
ese millón compraba un reloj y ahora me lo
guardo porque antes quiero ver qué pasa.
Eso es lo que está pasando. No es cierto
que las personas se hayan vuelto pobres;
quien tiene dinero, lo sigue teniendo y
volverá a consumir, pero el que no lo tenía
se vuelve más pobre.
–¿Y su previsión?
–Cada vez serán más pobres.
–Me refiero a la crisis.
–Yo quiero que la sociedad alcance una
humildad general; una sociedad en la que
las personas vuelven a trabajar sabiendo
que, por ejemplo, la Constitución italiana
dice en su primer artículo: “La República
italiana se basa en el trabajo”. Es necesario
un examen de conciencia.
Quien
quiera comprar una casa, la conseguirá a
un menor precio, pero no todo el mundo
podrá irse cuatro semanas de vacaciones,
tendrá que irse dos semanas; los restaurants
no podrán costar 150 euros, tendrán
que costar algo menos. Es un cambio de
vida.
Su
riqueza cultural y su innata capacidad de
análisis y síntesis le deben llevar a escribir
con profundidad de lo que sea. Gomorra
es la demostración tangible de su calidad
de escritor-periodista.
Pero no debe
afirmarse en el imaginario colectivo sólo
como experto en Camorra. Debe escribir
de otros temas
–¿Se acabará exiliando?
–Creo que sus declaraciones sobre un
posible traslado al extranjero fueron sólo el
momento de desmoralización de un joven
que se ha visto de repente en el centro de
una fama y una red muy compleja de responsabilidades
y tareas. Si sucediese eso,
no sería coherente con su forma de ser
ni con su mensaje de compromiso social.
Pero conociéndolo, estoy seguro de que
eso no pasará.
–¿ganarán esta guerra?
–Estoy convencido, no luchamos solos.
No hay tiempos, es una batalla diaria.
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