¿Otra forma de machismo?

Parece un cuento de nunca acabar. Ahora que cierto machismo empieza a ceder gracias a los varones que no pierden los pantalones por dar una mano en el hogar, a más de una mujer le resulta imposible delegar ciertas tareas. ¿La reina de la casa no quiere entregar la corona?

Por Mariana Zabala

La Revolución Industrial, los reclamos del feminismo sesentista y las quejas por la doble jornada femenina quedaron atrás. Hoy, nadie en su sano juicio se atrevería a discutir que lo “domésticamente correcto” es que las tareas de la casa sean distribuidas equitativamente entre ellos y ellas.

Como siempre, la práctica aún dista bastante de la teoría, pero existe un porcentaje cada vez más atendible de brazos varoniles dispuestos a arremangarse.

Sin embargo, lo curioso del caso es que justo cuando parece que las mujeres han llegado a la meta, a la dueña de casa no le resulta nada fácil repartir la carga. Y cuando lo hace, es con resquemor y culpa. Como la cuarentona de aquel spot publicitario de Aspirina que desconfiaba de cada gesto de su diligente marido. “¿Pusiste las bebidas en la heladera?”, “¿bajaste el fuego?”.

Un estudio sobre el rol del ama de casa realizado en Uruguay por la socióloga Susana Bosca en colaboración con el economista Juan José Calvo para la empresa Tecnomedia puso en entredicho algunas verdades que parecían incontrastables hasta hace algún tiempo. “Muchas mujeres toman como suyas las tareas sin preguntar ni permitir que otros las desempeñen”, resume Bosca antes de explicar que no necesariamente lo hacen por placer, ni con sentimiento de logro, ya muchas veces viven esas responsabilidades con cansancio, desmotivación y frustración. Paradójicamente, las mujeres “no están fascinadas con esas tareas, pero sí aferradas a ellas”, sentencia la socióloga.

¿Machismo heredado por vía materna? ¿Masoquismo? ¿Atavismo?¿Inseguridad? ¿Mandato cultural? Un poco de cada cosa.

Aunque ya se sabe que la Mujer Maravilla no existe, hay algunas que pasan todo el día a ritmo de vértigo. Y no para comandar una multinacional, sino apenas para tener el mismo reconocimiento que sus colegas varones en el trabajo y no descuidar ningún detalle de la casa, ni de los hijos.

Dormirse y despertarse pensando en la lista del supermercado, hacerse un hueco para la reunión de padres y mechar una escapadita hasta el Abitab más cercano para pagar una cuenta antes que venza es el pan suyo de cada día. Verdaderas malabaristas, estas mujeres son capaces de preparar un informe para el jefe más exigente mientras detectan por la ventana que está a punto de llover... ¡y dejaron la ropa tendida afuera!

Aferradas al “yo puedo sola”, dominan el arte de prever catástrofes hogareñas, pero no el de delegar responsabilidades. Ni siquiera las más simples.

Todo a su tiempo

¿Por qué luchar tanto por algo y una vez que la conquista está cerca no aprovecharla? La antropología ofrece una respuesta. “Los tiempos culturales son los más lentos”, explica la licenciada y especialista en género Susana Rostagnol. Los hechos se imponen, la realidad cambia más rápido, pero ¿cuán capaz de seguirles el paso es el yo profundo, lo que verdaderamente sentimos y cómo lo vivimos?

Al parecer, es una cuestión de ritmos. “Son los cambios materiales los que, a la postre, hacen cambiar las pautas culturales”.

La figura del ama de casa tradicional, estilo mujer orquesta, se ha ido desdibujando. También la categoría “jefe de hogar”, aquel hombre que aporta el ingreso principal de la casa y por tanto toma las grandes decisiones, está hoy en retirada.

En Uruguay, la mitad de las mujeres tiene un trabajo remunerado y crece su presencia en el mercado laboral: en los últimos 30 años se ha duplicado la proporción de féminas en edad activa que trabajan. Muchas veces constituyen la principal fuente de ingresos en el hogar, cuando no la única. Y para colmo de las complicaciones, la realidad económica y laboral tiende a contemplar cada vez menos las responsabilidades familiares. Dicho de otra manera, se sabe a qué hora se entra a trabajar pero no a qué hora se saldrá.

Así las cosas, las mujeres han asumido nuevos retos pero no han renunciado otros. O preferirían no tener que hacerlo. Además, el grado de compromiso con esas tareas aumenta con la edad. Pero no solamente porque se trate de mujeres que fueron formadas en épocas en las que el rol del ama de casa estaba más claramente definido, sino porque han pasado por más etapas de la realidad familiar: ya fueron hija, pareja, trabajadora, madre, abuela. Cuando las jóvenes comienzan a manejar su propio hogar “toman con rapidez las pautas de conducta de su hogar de referencia y se evidencia una importante gratificación al cumplir con los roles de hija, esposa, madre, abuela”, avanza Bosca.

Según la socióloga, está claro que “la auto percepción que tienen las mujeres del rol de ama de casa se ha modificado con mayor lentitud que la realidad que les toca vivir. De alguna manera, se trata de un conflicto entre el ser y el deber ser”.




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