Legal,
barato y fácil de conseguir, el alcohol es la droga socialmente
aceptada más popular entre los uruguayos. Y la que más estragos
causa entre ellos.
Sin embargo, beber un par de copas es una costumbre que goza de buena
fama: es un deleite asociado a cualquier celebración que se precie,
y para la mayoría de las personas el alcohol constituye también
un acompañamiento ideal a la hora de experimentar nuevas sensaciones,
reconfortarse tras una intensa jornada, o simplemente acompañar
una buena comida. El problema es que un gran número de esas mismas
personas tiene serias dificultades para detenerse a tiempo y no tomar
unas copas de más.
Se estima que entre un 7 y un 12 por ciento de la población mundial
es adicta al alcohol.
Durante siglos, la Humanidad se ha sentido atraída por sus efectos
euforizantes y desinhibidores, su capacidad para aliviar el dolor espiritual
y la ansiedad, y para dar rienda suelta a los sentidos reprimidos. Poetas
de todos los tiempos han dado a luz su obra entre vahos etílicos:
Edgard Allan Poe, Ernest Hemingway y Charles Bukowsky son sólo
algunos de los más célebres.
Se dice que el alcohol conoció cuatro épocas doradas: durante
la expansión del Imperio Romano (cuyos ciudadanos eran grandes
devotos de Baco); en el siglo XIV, al difundirse el invento de la destilación;
en la época industrial, con la masificación de las ciudades
y la alienación de los trabajadores; y a partir de 1950, cuando
el alcohol se expande y abarata sensiblemente.
Fuentes inagotables de placer, las bebidas alcohólicas cobran caros
sus favores y pueden causar verdaderos infiernos. Paradójicamente,
las familias que riegan con alcohol nacimientos y casamientos, más
tarde pueden ser destruidas por él; y mientras el alcohol bebido
con moderación es objeto de gran tolerancia social, quien se pasa
de la raya es inmediatamente censurado. En otras palabras, la misma sociedad
que favorece el consumo, luego sienta a sus víctimas en el banquillo
de los acusados.
Para colmo de las complicaciones, no hay un solo tipo de alcohólico.
Bien puede tratarse de una elegante señora de sociedad que bebe
jerez cada noche antes de quedarse dormida frente a la chimenea, de un
corredor de bolsa adicto al vodka y la cocaína, de una profesional
exitosa que mezcla ansiolíticos con vermouth, de un marido golpeador
que llega a casa con aliento a vino, o de un nene de papá que no
sabe divertirse sin unos cuantos litros de cerveza encima.
La Organización Mundial de la Salud define al alcoholismo como
la ingestión diaria superior a 50 gramos en la mujer y 70 en el
hombre (un vaso de vino contiene unos 8 gramos de alcohol), y se calcula
que aproximadamente un 5 por ciento de los uruguayos son alcohólicos.
Se considera “abuso” ingerir dos o más litros de cerveza,
uno o más de vino, o un cuarto de bebidas destiladas (con graduación
alcohólica superior a los 40 grados), en una misma oportunidad
en los últimos treinta días.
Por otro lado, se define como “bebedor social” al hombre que
consume un máximo de dos tragos por día o a la mujer que
consume uno. El “bebedor en riesgo” toma más de 14
tragos por semana o cuatro por ocasión, y siete por semana o tres
por ocasión si es mujer. Pero según los especialistas la
cantidad y la frecuencia no son más que síntomas.
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¿A
secas?
Según la Encuesta Nacional de Prevalencia de Consumo de Drogas,
el 80 por ciento de los uruguayos tomó alcohol alguna vez
en su vida, y casi un millón de compatriotas bebieron en
los últimos treinta días. Entre ellos, unos 362 mil
presentan signos de abuso, dependencia, o conducta problemática
provocada por el consumo de alcohol.
La cerveza es la favorita a la hora de cometer excesos, los hombres
toman más que las mujeres en todos los rangos de edad, y
los montevideanos son más tomadores que sus compatriotas
del Interior.
Contraseña juvenil en ascenso, el alcohol avanza rápidamente
entre la muchachada. |
La edad promedio
de inicio en la población global es a los 15 años, pero
de acuerdo con la Encuesta de Estudiantes de Enseñanza Media 2001
–realizada exclusivamente a liceales– algunos ya arrancan
recién cumplidos los 11.
El artículo 100 del Código del Niño –promulgado
en el año 1934 y aun vigente en su totalidad– dice expresamente:
“está prohibida la venta de bebidas alcohólicas y
tabacos en cualquier forma de elaboración a los menores de 18 años”.
Ya en esa época preocupaba el consumo de bebidas alcohólicas
a los menores.
“El problema no es la venta sino el consumo. En el nuevo Código
de la Niñez y Adolescencia, se modifica esa ley prohibiendo no
sólo la venta sino además la entrega y la distribución
de bebidas alcohólicas a menores”, explica Walter Senatore,
director de Espectáculos Públicos del Instituto Nacional
del Menor (Iname). “Mediante el nuevo Código, el juez puede
intervenir sobre el mayor que da de beber a un menor en una esquina”,
agrega el jerarca.
Hace algunos años, Iname planteó acotar la venta de bebidas
alcohólicas para consumir en la vía pública durante
la madrugada ante el vertiginoso florecimiento de locales próximos
a los centros nocturnos, abiertos las 24 horas, que hacían físicamente
imposible el control de tantas bocas de salida.
Los estatutos que regulan el consumo de alcohol se tornan cada vez más
rigurosos. En los primeros días de Agosto, el Poder Ejecutivo emitió
un decreto por el cual tomar alcohol en la calle –y lugares de uso
público– será una actividad ilegal. El reglamento
se suma a la ya vigente Ley 17.243, por la cual comprar una botella de
vino entre la medianoche y las seis de la mañana en almacenes y
locales denominados 24 horas es una misión imposible; y a un proyecto
de Ley impulsado por el Ministerio del Interior que, entre otras cosas,
autorizará a la Policía a vaciar el contenido de las botellas
de quienes consuman en lugares y horarios prohibidos, y a inspeccionar
lugares nocturnos.
Algunas cosas, sin embargo, siguen sin estar claras. Por ejemplo, se podrá
seguir tomando alcohol en el estadio Centenario –donde uno de los
principales sponsors es una marca de cerveza–, pero no en recitales
de rock, donde según las autoridades ciertos grados de violencia
estarían vinculados al consumo de drogas y alcohol.
Tampoco queda claro si se podrá tomar cerveza en la rambla. Según
el ministro del Interior, Guillermo Stirling, unas veces sí, otras
no. “Se trata de contemplar las distintas situaciones”, ataja
el ministro. ¿Y el personal policial está preparado para
ello? “No. Pero será preparado para actuar con tacto, respeto,
y evitar que vaciar el contenido de una botella sea una acción
represiva”, redondea Stirling.
El detonante de la medida fue un centenar de denuncias realizadas por
vecinos de Pocitos a quienes les ha tocado en suerte (o en desgracia)
vivir cerca de centros nocturnos donde el alcohol corre a raudales. “Cuando
salen rompen portones, orinan muros, defecan en jardines, y tienen sexo
donde les venga en gana. Parecen un grupo de esquizofrénicos que
van perdiendo los estribos a medida que avanza la noche”, ejemplifica
Mirtha Crespi, una vecina que expone on line sus quejas junto a las de
otros damnificados en la página de internet www.geocities.com/bolichesescandalosos.
La decisión gubernamental, que apunta a que la libertad de beber
no agreda los derechos de los demás, viene precedida de leyes similares
aprobadas en España (como la ley anti-botellón), Argentina
y Chile, por mencionar sólo tres de los países que ya regularon
el consumo callejero de alcohol.
Según Stirling, el caos barrial es promovido por boliches como
Mariachi, Flanagans, Massai y Coyote.
“Puede ser que los jóvenes hayan tomado los alrededores de
ciertos locales como centro de reunión, pero nadie lo promovió
por una sencilla razón: si vos tenés una estructura armada
para vender bebidas adentro del local, ese tipo de consumo callejero no
te conviene. Por eso ningún propietario de boliche puede estar
en contra de la medida propuesta por el gobierno”, dice por su lado
Rodrigo Lauz, propietario de Flanagans, que prefiere “que la policía
limpie la cuadra y no haya gente tomando alrededor del boliche”,
donde hay carteles que prohiben salir a la calle con botellas y vasos
del local.
Según Stirling, “la gente joven bebiendo, pidiendo un peso
para el vino, generando actos violentos y produciendo ruidos molestos,
ha degradado la calidad de vida de los montevideanos, y el alcohol juega
un papel muy importante en ese deterioro”.
Desde la vereda de enfrente, otros opinan que beber en la calle es una
forma de socialización cuyo caldo de cultivo ha sido la crisis
económica, y que los “actos de vandalismo” que a menudo
alimentan diarios y noticieros televisivos tienen más que ver con
la falta de educación que evidencian incluso los adolescentes de
niveles socioeconómicos altos que con el alcohol en sí.
Y de la misma manera en que más de un seguidor del whisky escocés
debió cambiar sus hábitos y pasarse a marcas nacionales,
los jóvenes encuentran más barato tomarse unas cervezas
en la Rambla que en un pub. Pruebas a la vista: una cerveza Patricia de
litro en un auto-service cuesta 32 pesos, contra los 50 que promedialmente
se cobran por una de tres cuartos en los boliches de la zona costera.
“El problema del consumo de alcohol entre los jóvenes es
que es público, es más visible. El consumo adulto sigue
siendo más privado. Los jóvenes no pueden consumir en sus
hogares, como los adultos, entonces lo hacen en espacios abiertos. Eso
no quiere decir que sean dependientes del alcohol. El adolescente va a
experimentar todo lo que pueda. Son generaciones más abiertas,
menos reprimidas, lo cual es bueno”, arriesga el sociólogo
Héctor Suárez, asesor de la Junta Nacional de Drogas.
Marcelo
Bursaconi, de 32 años, es profesor de batería. Él
y sus alumnos se reúnen en una de las tantas esquinas pocitenses
a tomar cerveza pero nunca ocasionaron ningún disturbio.
“Nos juntamos en la calle o en la rambla, como lo hace el
95 por ciento de los jóvenes. En nuestro grupo hay gente
de dieciocho y hasta cuarenta años. Yo no armo disturbios
o salgo a pelear porque tome, tomo porque me gusta, pero no es
para pegarle a alguien, ni para robar. |
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Me parece que el problema social va más allá de si tomás
o no. No creo que haya nadie, desde el presidente de la República
hasta un humilde cuidacoches, que no tome. El problema es cómo
tomás”.
Ramiro Scocozza (19) también se reúne con sus amigos a compartir
una cerveza en un murito de la Rambla. El nuevo decreto lo tiene sin cuidado:
“el que quiere tomar va a tomar igual. Comprás la bebida
antes de las doce, o tomás en tu casa, sin hacer trampa. Nadie
sufre de alcoholismo por tomar una cerveza un sábado de noche”.
Mientras tanto, la propuesta del gobierno –que según más
de un analista evoca episodios como el de la Ley Seca promulgada por el
presidente estadounidense Herbert Hoover en los años ’20–
se propone llegar más lejos aún: que los centros nocturnos
(que en un futuro no muy lejano podrían ser reubicados en áreas
no residenciales) cesen la venta de tragos una hora antes del cierre del
local, y sean clausurados cuando reincidan en las infracciones.
“No se trata de la Ley Seca, ni de la implementación del
principio de tolerancia cero, sino de racionalizar las situaciones y contemplarlas”,
asegura por su lado el ministro del Interior, seguramente a sabiendas
que la llamada Ley Seca, que prohibió la importación, exportación,
venta y producción de bebidas alcohólicas tóxicas
con graduación de más de 0.5, produjo consecuencias contrarias
a su objetivo inicial: fabricación y venta clandestina de bebidas,
proliferación de bares ilegales ocultos en sótanos oficinas,
corrupción y hasta crimen organizado. Dicho de otra manera, no
hizo mella en el hábito de consumir alcohol y de paso permitió
amasar una colosal fortuna a la mafia. Hecha la ley, hecha la trampa.
Y mientras el tema levanta polvareda, las cifras de venta de alcohol caen.
Los vendedores de whisky nacional dicen que los consumidores se pasaron
a los nacionales, y los comerciantes de whisky nacional juran que los
bebedores migraron al vino. Los productores de vino piensan que los que
antes tomaban vino ahora toman caña o grapa. O bebidas aún
más económicas.
Según fuentes de CABA.S.A. (Compañía Ancap de Bebidas
y Alcoholes) y del Instituto Nacional de Vitivinicultura (Inavi), en el
2003 se llevan vendidos menos litros de whisky, vino, y cerveza que en
años anteriores; y las ventas de grapa San Remo y caña De
los Treinta y Tres –a las que supuestamente se habrían pasado
muchos bebedores de bolsillos menguados– no se modificaron de manera
significativa.
Sin embargo, el enólogo Francisco Zunino, secretario ejecutivo
de Inavi, comparte el espíritu del nuevo decreto: “el alcohol
no deber ser punto de encuentro para ocasionar problemas. Nuestro sector
siempre ha sido claro en su estrategia de comunicación, promoviendo
el consumo moderado y racional del producto, y que sea conocido desde
su nobleza. Tal vez en el futuro haya que mejorar algunas situaciones,
porque por ejemplo, mucha gente que vaya al cine y de regreso quiera comprar
unas pizzas y una botella de vino para tomar en su casa, no lo va a poder
hacer”, avanza Zunino admitiendo eventuales dificultades generadas
por el decreto gubernamental.
Los que prefieren no hablar del tema son los propietarios de los autoservicios
de Pocitos, quienes seguramente verán disminuir sus ingresos a
causa del nuevo decreto.
Para el inspector de Iname los reglamentos aportan elementos positivos:
“si hay menos locales que puedan vender a ciertas horas las inspecciones
serán más sencillas. Si el consumo se hace sólo en
locales, la fiscalización también será más
fácil. Pero al Iname lo que le importa es evitar la situación
de riesgo del menor y eso es un tema de comportamientos, actitudes, y
valores”, opina Senatore.
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