Un príncipe moderno

España es su único trabajo. En el diseño de sus cometidos, iniciado a finales de 1995, los responsables de La Zarzuela desecharon que el Príncipe tuviera un puesto de trabajo fijo, un empleo. Aunque cada mañana coge su cartera y se dirige desde su casa, que se alza a un kilómetro sobre el complejo de La Zarzuela, hasta su despacho, junto al de su padre, el Príncipe no marca tarjeta ni tiene horarios.

 

En el entorno de la Casa del Rey huyen de las comparaciones con otras casas reales europeas, pero el modelo laboral de don Felipe es justo el contrario que el del heredero británico. Felipe de Borbón no tiene una ocupación particular, mientras que Carlos de Inglaterra se dedica a sus fundaciones culturales, arquitectónicas, agrícolas y benéficas; don Felipe no tiene una estructura institucional ajena a la del Rey, mientras que Carlos de Inglaterra tiene su Casa del Príncipe, con su jefe, agenda y oficina de comunicación. Una estructura que a veces colisiona con la Casa de la Reina, su madre. ¿Por qué se hizo así en España? Alguien contesta: “seguramente, la imagen decadente de la Corona británica aconsejó a La Zarzuela huir de ese modelo”.

¿Y hasta qué punto el Príncipe es dueño de sus actos? Los que le rodean afirman con rotundidad que hoy Felipe de Borbón está en todas las grandes decisiones que influyen en su carrera y en su vida; que es el dueño de su agenda; que decide qué hace y qué no hace, dónde va y dónde no va, a quién recibe y a quién no. Tiene ideas propias. Y una concepción del mundo “que defiende con pasión”, reconoce Javier Solana. “Está convencido de que puede hacer algo por este país”, asegura la académica Carmen Iglesias, “de que puede tener un papel interesante en busca de la convivencia y la concordia de los españoles. Ése es su horizonte”.

Va con los ojos muy abiertos. Y la Constitución en el bolsillo. Se siente inmerso en su generación. Dos ex secretarios de Estado de Cooperación, Fernando Villalonga y Miguel Ángel Cortés, que han compartido con el heredero miles de kilómetros de avión, coinciden en su opinión sobre él: es un hombre de sensibilidad contemporánea. Preocupado por lo que ocurre a su alrededor. Por los temas sociales, el desarrollo sostenible, el indigenismo, las vanguardias creativas, las ciencias de la vida, el papel del idioma español en el mundo. En esa visión del momento que le ha tocado vivir tiene mucho que ver la infanta Cristina: una fuente excelente con la que siempre cuenta, empleada sin despacho en el Programa de Cooperación Internacional de la Fundación La Caixa en Barcelona. Casada con un deportista.

Para una amiga del nuevo matrimonio, “Letizia también va a suponer para el Príncipe una ventana a la sociedad. Imagino que no dirán de ella que es una pituca: sabe lo que es la vida, trabajar desde jovencita, luchar. Y en literatura, también tiene mucho que aconsejarle. El otro día le vi al Príncipe con un libro muy interesante, de cuentos de entreguerras. Se lo había comprado ella”.

¿Es un hombre conservador el Príncipe? Tres respuestas. La primera, a cargo de un diplomático: “no creo que tenga una predilección derecha-izquierda”. Otra, a cargo de una amiga: “Letizia, desde luego, no lo es; el resto, dedúzcalo usted”. Y una tercera, sorprendente, de alguien que le conoce desde niño: “de conservador, nada. Yo le diría que es algo así como un socialdemócrata avanzado, en la línea de Berlinguer, Gramsci o Isaiah Berlin”.

Cuentan que, de haber tenido un empleo normal, Felipe de Borbón hubiera querido dedicarse a las relaciones internacionales, el medio ambiente o el periodismo. Un trabajo en el que pudiera ser útil a la sociedad. Por ejemplo, dedicarse en cuerpo y alma a la Fundación Príncipe de Asturias, la institución que preside de forma honorífica y que entrega cada año en su nombre ocho galardones. Sus sueños de conseguir un mundo mejor se plasman hoy en aquella humilde fundación nacida en Asturias en 1980, con 11 millones de pesetas, y que es hoy, según el pensador Jürgen Habermas, “un referente moral para la humanidad”. En el despacho del Príncipe hay una fotografía a la que tiene especial cariño: un retrato de Isaac Rabin y Hussein de Jordania, premios Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional en 1994 y 1995, respectivamente, entrelazando sus manos junto a Bill Clinton. Una imagen que demuestra que la paz en Oriente Próximo puede ser posible. Ése es uno de sus sueños.

Según cuenta el director y alma de la fundación, Graciano García, no es difícil descubrir cómo será don Felipe cuando llegue al trono. No hay más que bucear en los discursos que pronuncia cada año en la entrega de premios de “su fundación”. Textos muy meditados y en los que mete su pluma a conciencia. Este párrafo pertenece al de 2002, un año en que fueron galardonados, entre otros, Anthony Giddens, Barenboim, Enzensberger y Arthur Miller: “anhelamos que nuestros premios sean la voz de quienes tantas veces no la tienen; la voz de los abandonados, la de los que sufren injusticia, la de los que defienden la libertad y son perseguidos por defenderla. Su lucha, que nunca dejará de ser nuestra lucha, fortalece nuestra fe en que es posible un mundo más justo y fraternal, libre del terror y de los fanatismos. No queremos renunciar a la esperanza; a seguir creyendo, como dice el verso del inolvidable Borges, que cada aurora maquina maravillas”.

(El País de Madrid. Derechos Exclusivos)




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