Vaginismo

En lugar de placer, ellas tienen pánico a sentir dolor. Su vagina se cierra en un acto reflejo que no les permite completar ni disfrutar las relaciones sexuales. Sufren muchísimo, pero en silencio. Padecen vaginismo, pero nadie se entera.

Por Marcela Recabarren y Mariana Zabala
Fotografía: Carolina Vargas

Fernanda (29) está de novia. Se casa apenas en unos meses y más que los preparativos, lo que le preocupa es el sexo. “La primera vez que quise tener relaciones con mi novio, hace tres años, él trató de entrar, pero no pudo porque me cerré completamente. No es que lo hiciera a propósito. Quería acostarme con él, pero los músculos de la vagina se me contrajeron sin que pudiera evitarlo. Trataba de dejarme llevar, pero estaba nerviosa y no me podía relajar. Había escuchado que la primera vez duele y uno sangra. Le tenía miedo a ese dolor. Sentí lástima, rabia. Me pregunté qué pasaba conmigo. Con mi novio llegamos a la conclusión de que debía ser a causa de los nervios y la tensión. Pero después de dos, tres, cuatro veces en que me seguí cerrando, me di cuenta de que algo me pasaba”.

No son pocas las mujeres que padecen vaginismo, ni pocas las proclives a padecerlo. Esta contracción espasmódica e involuntaria de los músculos perineales que impide la penetración es frecuente motivo de consulta y representa entre el 5 y el 10 por ciento de las disfunciones sexuales femeninas. El trastorno es la principal causa de matrimonios no consumados, con historiales de hasta diez, 15 y más años de vanos intentos por llegar a una relación sexual completa.

Si se trata con profesionales, el vaginismo se revierte, incluso rápidamente. Pero la vergüenza es el principal freno para estas mujeres que por lo general se sienten devaluadas e incompletas.

 

Querer no es poder

Quieren, pero no pueden, y eso duele tanto o más que los intentos de concretar la penetración. Su vagina se cierra de tal forma que jamás han podido introducirse un tampón, ni someterse a un examen ginecológico.

El vaginismo puede tener causas sicológicas u orgánicas. Fundado en impedimentos físicos o no, en todo caso lo que lo caracteriza es el temor al dolor. Frente a la anticipación al sufrimiento o a la molestia en sí, los músculos que rodean la vagina reaccionan tal como se contractura otra parte del cuerpo ante una situación de miedo, explica la licenciada en sicología y sexología Ivonne Spinelli. En otras palabras: los mismos músculos que se constriñen cuando una mujer resiste las ganas de orinar, reaccionan ante la posibilidad de penetración, pero en un acto reflejo y con increíble potencia.

“Lo primero que hay que verificar con un profesional es si existen causas orgánicas”, advierte por su parte la especialista María Luisa Banfi, fellow en ginecología pediátrica y de la adolescencia, sexóloga clínica y educadora sexual, quien desde hace 20 años siempre tiene una o dos parejas uruguayas en tratamiento por vaginismo. En todos los casos la contracción involuntaria se produce porque efectivamente hay condicionantes físicas que hacen un martirio la penetración. Malformaciones de la vagina, hímenes extremadamente gruesos y ciertas suturas pos parto son algunos de los impedimentos físicos que se presentan, todos tratables.

Muchas veces, el trastorno está asociado a los coitos dolorosos –dispareunia– que pueden “despertar” el temor y determinar un vaginismo. Tras sucesivos intentos displacenteros las relaciones pasan a ser muy frustrantes o incluso se suspenden. La menopausia también puede conllevar esta disfunción. “En esta etapa e incluso un poco antes, puede existir disminución de la lubricación vaginal y sequedad, lo que puede provocar no solamente molestias al tener relaciones, sino vaginismo u otros trastornos”, agrega por su lado Eduardo Storch, especialista en endocrinología ginecológica y menopausia.

Descartados los factores orgánicos, existe un abanico de causas sicológicas que conducen a este desorden. A diferencia de otras disfunciones, detrás de ésta es común encontrar algún antecedente traumático, entre los que aparece cada vez con mayor frecuencia el abuso infantil, además de intentos de violación o alguna iniciación sexual muy traumática, cuenta Spinelli.

 

 

Asimismo, y a diferencia de otros trastornos sexuales, el vaginismo no es situacional. Es decir no cambia o desaparece con otra pareja.


Placer y deber

Antes de conocer a su actual novio, Fernanda pensaba llegar virgen al matrimonio. “Yo era muy conservadora, al igual que mi familia. Mi mamá insistía en que tenía que mantenerme virgen hasta que me casara y con mi papá nunca hablamos de sexo. Él era muy estricto. Me retaba mucho. Yo temblaba cuando lo tenía cerca y me daba miedo fallarle. Para mí dar un beso sin estar de novia era ser muy suelta. Y acostarse antes del matrimonio era casi de prostitutas. Embarazarme soltera hubiera sido inaceptable. El terror que le tenía a mi padre me hizo muy insegura y tímida. Estaba llena de miedos y al sexo le tenía pánico”.

Aún sin condicionantes orgánicos ni traumas emocionales, existen vaginismos por causas culturales, que tienen que ver con una educación muy rígida o convicciones religiosas muy marcadas.

“Tal vez la mujer quiera hacerlo, pero se le produce un conflicto por el sistema de valores en el que fue criada que le dice que no está haciendo lo indicado”, ilustra la sexóloga uruguaya, recordando que la educación represiva es una de las causas importantes de cualquier disfunción sexual.

Por su lado, la doctora Banfi concuerda en que “aún en 2005, a la hora de la iniciación sexual, los adolescentes tienen ese peso de los padres. La chica piensa ‘mi vagina no se va a abrir, y no se abre'”. Además, entre las adolescentes es frecuente causa de vaginismo el marcado temor al embarazo.

 

Parejas no consumadas

Cristina (41) supo que algo andaba mal en su vida sexual después de su fiesta de boda, en la oscuridad de la habitación del hotel. Tenía 33 años y se había casado virgen por convicción religiosa. “Había llegado el momento de ir más allá de los besos y no pude enfrentarlo. No dejé ni que me tocara. Para mi marido fue muy decepcionante, porque él soñaba con ese momento. Se enojó. Me sentí culpable”. En la luna de miel “no quería que llegara la noche. Me angustiaba cuando empezaba a oscurecer”.

Pasaron siete años sin que pudieran consumar su matrimonio. “La angustia crecía. A veces peleábamos, a veces llorábamos. De a poco aprendimos a satisfacernos con otras cosas, con tocarnos. Me aterraba que mi marido buscara pareja en otra parte. Me sentía culpable, fracasada como mujer. No podía darle placer a mi pareja ni podía ser madre. Luché para no caer en la depresión. En casos como éste, el matrimonio se va al diablo o se une. Nosotros nos unimos. Aprendimos a hablar del problema. Pero siempre existía una tensión. En la familia nos preguntaban cuándo íbamos a tener hijos. Jamás conversábamos de esto con nadie”.

A punto de cumplir 40, Cristina sintió que se le pasaba el tiempo de tener hijos. “Tiramos la toalla con las relaciones y nos concentramos en tener hijos mediante inseminación artificial”. Empezaron un tratamiento, pero él se ponía muy tenso y no resultaba. “Fue tanta nuestra angustia que llegó un momento en que nos miramos y nos dijimos: es ahora o nunca, y nos atrevimos con el sexo. Durante mis dos días de máxima fertilidad tuvimos relaciones seis veces. ¡Dios mío, cómo me dolía! Pensaba que me iba a desgarrar por dentro, que me iba a desangrar y me iba a morir. Llegué al límite de la desesperación y saqué fuerzas de donde pude. Mi marido nunca entró completamente, pero quedé embarazada”.

Su hijo nació por cesárea. A los pocos meses, Cristina se embarazó nuevamente, del mismo modo y con igual sufrimiento, pero perdió el embarazo. “En el quirófano el doctor se encontró con que mi himen era extremadamente grueso. Después de eso todo cambió. No es que lo físico haya sido mi único problema, sino que después de pasar por tantas cosas, también se me soltó la cabeza. Ya casi no se me contrae la vagina. No siento molestias cuando tenemos relaciones”, cuenta Cristina, que hoy está embarazada nuevamente.

Desinformación, vergüenza y resignación hacen que el vaginismo acompañe a ciertas mujeres por años. Los matrimonios no consumados son más frecuentes de lo que suele imaginarse: un 5 por ciento, según aventura la sexóloga Spinelli, siendo el vaginismo su principal causa. En su consultorio ha recibido parejas de hasta 12 años en esta situación. Y Banfi asegura conocer una pareja que padeció lo mismo durante cuatro décadas. En los casos más afortunados, pese a la ausencia de penetración, han logrado una vida sexual placentera. “Incluso más”, defiende la ginecóloga, “porque quienes tienen penetración suelen olvidarse de todo lo que se puede hacer en un encuentro sexual, y para la mujer es muy importante todo lo previo”.

Lo cierto es que muchas veces el motivo de consulta no es la imposibilidad de penetración, sino el deseo de tener un hijo o la necesidad de practicarse determinado examen ginecológico.

El vaginismo también puede redundar en disfunciones sexuales en el hombre. En muchos casos provoca problemas en la erección, ya que el varón comienza a sentirse incompetente, se pregunta si está haciendo algo mal y no entiende que es una variable inmanejable de parte de la mujer.




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