Lejos del ruido

Hay quienes dicen que “La Pedrera nació fino y ese es su secreto”. El balneario más antiguo de Rocha fue fundado por las familias más ricas del departamento que lo utilizaron durante décadas como lugar de veraneo exclusivo. Todo comenzó en 1917 cuando Florencio Fernández, un comerciante de ropa para gaucho compró esas tierras. Fernández forestó, fraccionó, y construyó el Hotel La Pedrera entre otras cosas. Su bisnieto, que todavía conserva buena parte del establecimiento rural de la familia, recuerda que en los años sesenta el balneario rochense se cerraba para realizar un rally. “Los hombres conducían, y las mujeres en las curvas peligrosas debían realizar una prenda, algo así como enhebrar una aguja”, menciona Andrés Fernández.

Con el tiempo llegaron los primeros servicios: el agua y la luz, que se apagaba a las doce de la noche. Antes que Margarita Villalba se encargara de darle manivela al teléfono, las noticias las anunciaba la Policía, y generalmente eran malas. La diversión, “eran los robos de gallinas que ocupaban a ricos y pobres por igual. Después se organizaba un festín donde participaban todos, hasta los dueños de las desafortunadas aves”, recuerda la ex telefonista.

Villalba, como muchos de los antiguos locatarios confiesa que le gustaría dar marcha atrás en el tiempo. “Cuando tuve mi primer hijo, mi esposo salió corriendo y dejó tres días la casa abierta y la radio prendida” comenta.

“Siempre hubo ladrones de gallinas, pero eso de cerrar la casa a la hora de la siesta, o al hacer un asado en el jardín es completamente nuevo”, concuerda Pradere.

Una apreciación colectiva que recoje en su libro La Pedrera. Vida y milagros la escritora Silvia Ferrer, define a la perfección los cambios que se dieron con el pasar de los años: “La Pedrera ha tenido tres épocas; cuando nos sentábamos en plena noche porque todos nos conocíamos, cuando comenzamos a preguntarnos quienes eran los que paseaban por la rambla, y cuando ellos se preguntaron quiénes éramos estos viejos que estábamos en las casas”.

Por mucho tiempo, el balneario rochense fue “de los viejos y los niños”. “No se veía la juventud que hay ahora. Al camping venían las familias en casas rodantes, y no la muchachada con la mochila al hombro”, dice Pradere.

La Pedrera se fue poblando en diferentes etapas. Los primeros en llegar fueron familias pudientes de Rocha –como los Fernández, los Luna, los Pradere o los Rocca–.

Una segunda oleada de pobladores llegó hace aproximadamente treinta y cinco años, cuando “Maneco” Arrospide después de comprar buena parte de las tierras del balneario, abrió caminos, fraccionó en manzanas, puso a toda su familia a plantar pinos y eucaliptus, y luego vendió los primeros terrenos en forma “bastante casera”.

Los principales interesados fueron uruguayos del litoral y un par de familias argentinas que veraneaban de diciembre a marzo y tenían el balneario sólo para ellos. “La actividad giraba en torno al Club Social, la rambla y el Desplayado. La playa del barco, que hoy concita a la juventud, y los surfistas, estaba desierta”, cuenta Miguel Arrospide. “Cuando empezó a crecer, Maneco construyó los primeros locales comerciales, porque entendía que tenía que contar con un servicio mínimo. Así surgió lo que hoy es el restaurante Don Rómulo, el supermercado, y la heladería Popis que dieron origen a los primeros almacenes y bares”, dice el agente inmobiliario a fuerza de memoria.

El boom turístico se registró a mediados de los ochenta cuando ya se contaba con teléfono y fax para realizar las transacciones de compra, venta y alquileres. Los árboles habían crecido, las calles estaban abiertas, y un par de casonas actuaron como disparadores para el negocio inmobiliario.

Pero recién en 1994, cuando se vendió la franja costera frente a la playa del Barco y se construyó el complejo Barrancas de La Pedrera, empezó a concitar la presencia de turistas y se produjo una nueva etapa de crecimiento.

De la noche a la mañana el flamante barrio privado atrajo a 31 familias argentinas muy conectadas entre sí y con un perfil muy definido. “Es gente que moviliza mucho la economía del lugar, gente que gasta, que come en los restaurantes y tiene una activa vida social”, cuenta el argentino Alberto Elia, que orquestó todo el proyecto.

Cuando se pregunta sobre los habitués del balneario, los entrevistados miran para otro lado, y prefieren no deschabarlos para no alertar a la tilinguería nacional. De todos modos es vox pópuli que Teresa Anchorena (directora del Centro Cultural de Recoleta), el diplomático Jorge Vázquez padre de la modelo María Vázquez, y el empresario Jorge Born, tienen casa en el exclusivo country, donde hace algunos años se refugio el bailarín argentino Julio Bocca. Otros habitués son las actrices argentinas Susú Pecoraro y Norma Aleandro, su hijo Oscar Ferrigno, Jorge Acevedo, ex dueño de Acindar, y la humorista gráfica Maitena. “Acá se sienten un vecino más, no van a figurar en ningún lado y nadie está pendiente de ellos”, dice una de las personas que vive allí todo el año.

Todos, desde los descendientes de la vieja aristocracia ganadera a los argentinos de última hora, miran con cierto desdén a los ómnibus repletos de excursionistas que vienen con sus cámaras fotográficas a pasar el día. “Lo original del lugar es que cada persona que llega ‘invadiendo' La Pedrera, una vez que se hace pedrerense siente a los demás como invasores. Todos quieren mantenerlo agreste y chiquito”, dice Pradere.




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