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En un pasado no muy remoto La Pedrera fue un balneario de población estable, donde veraneaban “siempre los mismos”. Pocos veían en estos lugares algún atractivo turístico, y menos concurrían a disfrutar de sus maravillas naturales. El pasado diciembre, desde las páginas de la glamorosa revista de viajes Condé Nast Traveller, la británica Chris Moss la proclamó como el destino ideal para un exilio forzado. En su artículo de diez páginas dedicado a Uruguay, país que vive “ensombrecido por sus vecinos Brasil y Argentina”, se refiere elogiosamente a Colonia del Sacramento, Punta del Este y Fray Bentos. Moss, que vivió diez años en Argentina y actualmente escribe un libro sobre la Patagonia, describe Punta del Este como “una cruza entre Ibiza y Miami”, “una creación hecha para el despliegue de riqueza y belleza” y se muestra mucho más fascinada con La Pedrera su “primera opción” para un eventual exilio. Cada vez son más los que se sienten atraídos por su aire de pueblito de campaña caprichosamente ubicado frente al océano, donde todavía es posible encontrarse cara a cara con la naturaleza en estado puro. Apenas veinte años atrás, La Pedrera era un lugar donde se hacía vida de pueblo. Se esperaba al lechero, el carnicero venía en carreta, y era impensable salir a cenar. Términos como ¿balneario?, ¿vida nocturna? y ¿gastronomía? eran completamente desconocidos. No existían las opciones de ocio que vinieron de la mano del turismo, otro término inexistente en esa época. “Todo lo que pasaba lo tenías que gestar vos: guitarreadas, asados, chorizadas, bailes; campeonatos de voleibol o truco en el club, y escapadas a La Paloma a bailar en Caravana”, recuerda Valentina Arrospide hija de Manuel “Maneco” Arrospide un inquieto escribano que en los años setenta compró la mitad de La Pedrera y sentó las bases de un incipiente negocio inmobiliario. Después de algunos años y varias inversiones, las opciones de entretenimiento son variopintas y atraen a la gente de los alrededores –Punta Rubia, Santa Isabel, San Sebastián, Barrancas e incluso La Paloma–. Si bien la capacidad locativa del balneario es limitada, existen cuatro hoteles, un camping, y alrededor de cien casas en alquiler. Además, hay una diversidad en la oferta gastronómica que permite a los veraneantes disfrutar desde deliciosas pastas caseras en Don Rómulo, un coqueto restaurante sobre la calle principal, hasta productos del mar exquisitamente preparados en Costa Brava, un tradicional reducto frente a la rambla. Sin mencionar las típicas parrilladas de Cathay, los crêpes y daiquiris de El Bar a metros de la costa en el Desplayado, y las tablas de Lajau, por mencionar sólo algunos de los avances que dejaron atrás las imágenes de aquellas primeras familias, que llegaban a estos parajes semi desiertos con sus propias vacas, y ovejas, para abastecerse de carne y leche. “En los últimos treinta años esto ha tenido un crecimiento brutal”, menciona el arquitecto Miguel Arrospide. Llegar a La Pedrera era toda una odisea. Las primeras familias que se animaban a adentrarse en la boca de lobo que eran estos parajes, lo hacían en carretas, por caminos tan ondulantes como tablas de lavar. Una vez allí, la aventura era explorar campos vírgenes, patinar en la greda los días de lluvia, descubrir bosques y evitar arenas movedizas. También –cuentan los lugareños– eran frecuentes las excursiones al Cathay (un barco coreano que encalló en 1978 en la playa que pasó a llamarse Del Barco); recorrer sus bodegas y cabinas que estaban intactas, y utilizar su popa como trampolín hacia el mar. Con el tiempo el Cathay se fue deteriorando, al punto que hoy, de la inmensa mole de hierro de su esqueleto queda apenas un pequeño vestigio. Pero actualmente la agenda de actividades es tan nutrida como la de antaño. En enero unas doscientas personas se dieron cita para presenciar |
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el Short Film Festival (un festival de cortometrajes) en el Club Social. Todas las noches cientos de personas se dan cita en la discoteca Arachanes ubicada sobre la ruta 10, y otras tantas se reúnen en el Club Social (en plena calle principal) a tomar una copa o ver algún espectáculo en vivo. “Los conciertos de Los Coros del Este que se celebraban hace 25 años en los barrancos, ni remotamente congregaban las tres mil personas que se reunieron el mes pasado a ver al Canario Luna”, dice Diana Pradere una de las descendientes de los primeros veraneantes que hace sesenta años encontró en La Pedrera su lugar de descanso. También el carnaval es famoso en toda la costa, con su corso y su baile de disfraces. Al ritmo de la cuerda de tambores de La Pedrera y La Paloma, se desfila el lunes por la calle principal, para terminar el miércoles de ceniza en el Club Social con un gran baile. |
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