Ajuste de cuenta
¿Por qué deben incorporarse los años bisiestos? La diferencia anual de 11 minutos y 14 segundos fue minando la estabilidad del Calendario Juliano hasta hacerlo tambalear.
Esos minutos hicieron que cada cien años se acumularan algo más de 18 horas, y para los tiempos del Papa Gregorio XIII, unos dieciséis siglos después, el calendario se había desfasado en alrededor de 11 días.
Para sincronizar la calenda Gregorio XIII emitió la Bula Intergravissimas publicada en el año 1582 y ordenó que se suprimieran los días contados con exceso, transformando el 5 de octubre en el día 15 del mismo mes. Hay que imaginar el rosario de protestas que levantó el nuevo sistema de fechar, que de un plumazo se robó diez días del calendario.
También notó –con ayuda de varios matemáticos y astrónomos– que en el calendario Juliano se contaban tres días de exceso cada 400 años, entonces propuso que no se tuvieran por bisiestos los años que fueran múltiplos de cien, exceptuando los múltiplos de 400, que seguirían siendo bisiestos. Por lo tanto los años que marcaran el comienzo del siglo no serían bisiestos, exceptuando el 1600, y el pasado 2000.
En resumidas cuentas, según el calendario Gregoriano, los años bisiestos son exactamente divisibles entre cuatro, y cuatrocientos, pero no entre cien. Así por ejemplo ni el 1900, ni el 1800, ni el 1700 fueron bisiestos. Con esta regla de oro (cada cuatro años se agrega un día a febrero excepto en los fines de siglo que no son divisibles por cuatrocientos), el margen de error del calendario Gregoriano es de un día cada 3333 años.
Un poco de Historia
Antes del calendario Juliano los romanos tuvieron un almanaque de sólo 304 días, y luego uno de 355. Existían los meses mercedonius que se introducían para sortear desajustes temporales, y los meses tenían una cantidad de días impar, porque los romanos, muy supersticiosos, pensaban que par era yeta. Cada dos por tres surgían nuevas modificaciones para incorporar los días que se perdían. El desbarajuste era tal que se conoce al año 46 a.C. como “el año de la confusión”. Las fiestas de Primavera podían caer en verano, y la Iglesia se desvelaba para determinar cuando celebrar la Pascua y otras festividades religiosas móviles como la Semana Santa.
Entonces era imposible que los romanos sintiesen la medición del tiempo como algo seguro, objetivo y estable, puesto que el calendario sufría anualmente variaciones que dependían del capricho de los sacerdotes. La recolección de impuestos era uno de los factores que influía en las adaptaciones del calendario, para adelantarla o retrasarla, los economistas de la época sacaban o agregaban días a su antojo.
Por otra parte, los desplazamientos del calendario religioso–civil respecto del tiempo astronómico eran tan notorios que las fiestas de marcado carácter agrícola (como la siega o la vendimia) acababan cayendo muy lejos de aquello que se celebraba, y las estaciones quedaban desplazadas de forma patente.
¿Más curiosidades de las calendas? Otros antojos romanos determinaron que febrero tuviera 28 días: Julio se llama así en honor de Julio César, y Agosto en nombre del emperador Augusto. Pero si ambos eran igualmente importantes merecían tener la misma cantidad de días. Desde entonces se quitó un día a Febrero que se quedó con 28 días, y Julio y Agosto tienen 31.
Año bisextil, ¿año vil?
Nada como las imágenes del Dios Cronos (que se devora a sí mismo y a los hombres) proporcionada por la mitología griega para representar la angustia que envuelve a los seres humanos ante el inexorable paso del tiempo. Ante su paso implacable los seres humanos han creado los calendarios como una forma de organizar mejor las tareas y el tiempo. Como herramienta, el calendario no tiene sentidos metafísicos, ni cósmicos. Es más, ningún calendario tendría el más mínimo sentido fuera del planeta Tierra.
Por más que exista una cantidad de refranes hispanos para contradecirlo, no hay por qué asociar a los años bisiestos superstición alguna. Entonces, ¿por qué un inocente 29 de febrero, que sólo sirve para adecuar el año solar al año cronológico habría de despertar tantos temores?
Para la antropóloga uruguaya Teresa Porzecanski la respuesta es sencilla: “Todo lo que sale de la norma llama la atención y produce sospechas. Éstas pueden ser en algunos casos para la buena suerte, y en otros para la mala suerte”, apunta Porzecanski.
Incluso los tres ceros del inofensivo año mil causaron pánico en la Edad Media. Fue una tradición muy extendida que en el año mil se iba a acabar el mundo, o acontecería el segundo advenimiento de Cristo. Al acercarse ese año “terrible” tanto los guerreros ingleses como los franceses y alemanes fueron presas de un terror inexplicable. También en el 1010 se produjo el mismo sobresalto.
“Sucede en cualquier sistema de creencias donde el hombre se rige por un pensamiento mágico. Las creencias sobre mala y buena suerte tienen que ver con la idea de un universo mágico, no regido por el hombre sino por fuerzas más poderosas”, agrega la antropóloga.
¿Pero qué hay de cierto en todo eso? “No se puede relacionar el año