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La escena no es nada extraordinaria. Un grupo de adolescentes deambula por el boliche. Se ven despreocupadas, se ríen, se abrazan, se empujan, se divierten. De pronto, una se lanza sobre otra y, sin más, le da un beso en la boca. Casi casual. Casi chistoso. Festejan. Por más que han pasado la noche hablando de novios y salidas con chicos, romper códigos, incluso sexuales, es moneda corriente para estas adolescentes empeñadas en estar a la moda. Seguramente hayan asistido con cierta fascinación al beso mediático que se dieron Madonna y Britney Spears hace un par de meses, cuando medio planeta las estaba siguiendo por televisión en vivo, durante la entrega de los premios MTV Video Music Awards. Dos genias para buena parte de los amantes de la música, sex symbols para no menos hombres, ambas han declarado una profunda admiración por la otra, admiración que sellaron con este guiño muy cool en su ambiente. Más cerca, otros ídolos populares de la talla de Marcelo Tinelli y Diego Maradona ya habían inaugurado la seguidilla de “piquitos” inofensivos que, aún a disgusto de muchos, levantó el rating y contagió a otros tantos. Y por si no alcanzara con estos “desvíos” plebeyos, el príncipe Carlos de Inglaterra fue la comidilla de medio mundo cuando intentó aclarar un episodio que lo vinculaba sentimentalmente con un ayudante de palacio. La tercera vía Famosos a un lado, la bisexualidad es reconocida desde hace mucho tiempo como una de las tres orientaciones sexuales, pero por diversas razones cuesta darle identidad. Está allí, pero aparece difusa y llena de estigmas. Algunos dudan de su existencia y afirman que no es más que una etapa de la homosexualidad –o una homosexualidad tapada– o un periodo de transición entre la opción heterosexual y la gay. En la vereda de enfrente, otros sostienen que la bisexualidad está presente y latente en la gran mayoría de las personas: en diferentes grados de concreción, a veces guardada en el rincón más escondido de cada uno, pero siempre viva a nivel de las fantasías. Los estudiosos más conservadores estiman que, en Montevideo, alrededor del 5 por ciento de los hombres y el 7 por ciento de las mujeres son bisexuales. En términos mayoritarios, estas personas parecen condenadas a guardar silencio y ocultar su orientación. Con todo, en las últimas décadas y al amparo del reconocimiento que han ganado las minorías homosexuales, los bisexuales empiezan a hacerse más visibles, quieren hacer oír su voz y, aún con cierto retraso respecto al orgullo gay, la hora de su destape perece haber llegado. Una gama de grises La sexualidad tiene tantas formas de expresarse como seres humanos hay en el planeta. El investigador Alfred Kinsey arrojó por primera vez luz científica sobre este tema en 1948, cuando presentó el estudio Conducta Sexual del Varón Humano, fruto de 16.000 entrevistas con estadounidenses hombres. Su conclusión más reveladora fue que “sólo el 20 por ciento de los varones humanos son homosexuales o heterosexuales exclusivos”. El resto, concluyó el estudio, se mueve continuamente entre lo homo y lo hetero. En 1953, un sondeo con mujeres arrojó a grandes rasgos resultados similares. Kinsey elaboró entonces una escala de 0 a 6, y ubicó a la heterosexualidad exclusiva en un extremo y a la homosexualidad exclusiva en el otro, reconociendo un amplio margen para los puntos intermedios. El estudio de Kinsey vino a demostrarle a un pensamiento occidental binario –que divide el mundo en blanco y negro– que no hay heterosexuales ni homosexuales exclusivos. Y que estampar una etiqueta única a las orientaciones sexuales no refleja fielmente la realidad. Una referencia mundial en el tema, Eli Coleman, subraya que la sexualidad es una construcción cultural y tan sólo uno de los aspectos de la identidad personal. Y el doctor Martín Weinberg, del Instituto Kinsey, concluye en su libro Dual Attraction: Understanding Bisexuality (1994) que no se puede caracterizar la sexualidad. “La orientación sexual es un fenómeno complejo. Es común que las personas se hallen al mismo tiempo en diferentes lugares en términos de sus actividades sexuales, sus sentimientos sexuales y su romanticismo. Algunos, por ejemplo, tienen sexo con personas de ambos géneros, pero tienen sentimientos románticos sólo hacia uno de ellos”, ejemplifica Weinberg, que estudió desde 1983 a un grupo de hombres y mujeres que se identificaban como bisexuales. El experto también pudo observar que “la gente puede ser muy flexible en su sexualidad a lo largo del tiempo, dependiendo de cómo cambien las circunstancias, la disponibilidad de parejas y otros factores (...) Es difícil trazar fronteras y decir que una persona es heterosexual, homosexual o bisexual. La gente –y su sexualidad– es mucho más compleja que eso”. Así las cosas, cuantificar las conductas sexuales depende en mucho de los criterios con los que se las mida. La investigación de Kinsey midió la sexualidad de acuerdo al comportamiento (estudio conductual) es decir, en función de los contactos sexuales, explica en Montevideo la sicóloga Ivonne Spinelli, autora de La sexualidad en el Uruguay de hoy y otras publicaciones sobre el tema. Otro criterio es el de la autoidentidad, es decir cómo se ve la persona a sí misma en relación a su sexualidad, cómo se define sexualmente. Finalmente, se pueden medir las fantasías y los deseos a través de un estudio cognitivo. Las conclusiones van a cambiar de acuerdo a los criterios empleados. “Cuando se aplica el criterio del comportamiento es cuando aparece una menor presencia de la bisexualidad”, apunta Spinelli y luego explica que cuando se tienen en cuenta las fantasías se registra una mayor proporción de tendencias bi. En 1996, Spinelli y la doctora Myriam Calero realizaron una encuesta montevideana utilizando el criterio del comportamiento. El estudio concluyó que un 5,5 por ciento de los hombres y un 7,3 por ciento de las mujeres son bisexuales. ¿Pero también es bisexual aquella persona que no habiendo tenido ninguna experiencia con alguien de su mismo sexo fantasea con hacerlo? “Si éste fuera el caso” –responde Spinelli– “un porcentaje considerable de la población entraría en esa categoría, puesto que la fantasía mencionada es frecuente entre los heterosexuales”. En el desgloce por edades, la prevalencia de la bisexualidad desciende sensiblemente entre los menores de 25 años respecto de los mayores de 50. Spinelli atribuye este dato a que la orientación sexual puede fluctuar sensiblemente a lo largo de la vida y a que, dada su corta edad, los jóvenes acumulan menor cantidad de experiencias. |
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