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Utópica y volada, cuando chica quería ser Juana de Arco pero, contradictoria al fin, también le gustaba la idea de esperar en un balcón al sempiterno jinete embozado que la raptaría. Frágil y resistente, libre y azotada, Liliana García es una buena representante de la generación femenina que se las ha apañado sola con su economía, sus monogamias sucesivas y su equilibrio síquico. Su compañía estable es Vicenta, su hija de 17 años, fruto de su relación con el actor Mauricio Pesutic, a quien conoció durante un festival de teatro en Cádiz, España, suceso pasional que determinó su afincamiento definitivo en Chile. Atrás dejó su biografía uruguaya, que incluía su paso por el Teatro El Galpón y el Teatro Circular, y su intensa participación en el movimiento estudiantil que luchó contra la dictadura militar. Sus amigos de entonces son los que ahora están a la cabeza del Frente Amplio: “Te vienes sí o sí”, le dijeron cuando las elecciones, y le mandaron un pasaje para que estuviera presente a la hora del triunfo. En Chile, como actriz, Liliana García no le hace ascos a nada. Cuando de comedia se trata, es “chicha fresca y livianita”, dijo una periodista; pero también puede lucir una gran densidad dramática, condición que ahora desplegará a fondo en Ídolos. Allí encarnará a uno de los personajes troncales y más polémicos de la trama: Emilia, una mujer que, ahogada de vacío y frustración en un rígido mundo social de apariencias, de pronto siente surgir en ella el deseo erótico hacia otra mujer. –¿Cree que desde la heterosexualidad uno podría virar hacia el propio sexo? –Me parece que si se vive una insatisfacción heterosexual importante es una opción legítima, y Emilia es una mujer devastada por el desamor y que está presa en un matrimonio acabado. Su conflicto es todavía más intenso porque pertenece a un mundo ultra conservador, y romper con esas cadenas para ella es mucho más difícil. Lo que me interesa es transmitir su verdad emocional con amor y desde el máximo respeto, para hacerla cercana y totalmente verosímil. –¿El erotismo lésbico le resulta ajeno en lo personal o ha tenido alguna vez alguna fantasía inconfesable de ese corte? –No tendría inconveniente ninguno en contestar que sí, pero no las he tenido, porque parece que estoy absolutamente pervertida por el género masculino: me gustan demasiado los hombres. Curiosamente muchas veces los hombres me han hablado de la fantasía que a ellos les despierta la idea de dos mujeres haciendo el amor, y mis amigos encuentran que éste es lejos el personaje más entretenido de mi carrera. –¿Y cómo va a hacer para meterse en la piel de su personaje si eróticamente le resulta incomprensible? –Ésa es harina de otro costal, porque ahí, como actriz, uno tiene sus herramientas. He leído sobre el tema y conversé con varias lesbianas, entre ellas una muy culta, inteligente y refinada que me dio valiosas claves. En todo caso, y por el momento, lo que le pasa a Emilia es sentir emerger su atracción por otra mujer. Todavía no sabemos si se va a concretar...
Militancia y cochayuyo –¿Cómo empezó el teatro para usted? –Así como “Primero fue el Verbo”, porque antes de terminar el colegio me inscribí en el Teatro El Galpón, en Montevideo. Mis padres tuvieron que firmar un permiso y lo hicieron a condición de que yo estudiara otra carrera, porque no se fiaban de que el teatro me asegurara una subsistencia digna. –¿Y qué estudió? –Abogacía. Me faltaron tres exámenes para terminar, pero me sirvió para desarrollar el razonamiento lógico deductivo que nunca está demás. –¿Para defender sus propios pleitos? –Sí: cuando tienes que entrar en el terreno masculino de la competitividad para que se te abran las puertas o para que, por lo menos, se entreabran. Nuestras madres tuvieron que salir a la calle con carteles que decían: “nosotras existimos”, y a las mujeres de mi generación les tocó probar que éramos capaces. Y para eso a veces hay que pelear y argumentar. –Contaba que cuando chica quería ser Juana de Arco y, de hecho, fue una fogosa agitadora en tiempos de la dictadura en Uruguay. ¿Estaba metida con los tupamaros? –No, yo militaba en sectores mucho más soft, por decirlo de alguna manera. Pero simpatizaba con su causa y estaba profundamente enamorada de la vida, de un conjunto de ideas, de una gran utopía. Esa época fue muy linda porque había que buscar fórmulas creativas para sortear la represión: armar revistas, manifestaciones relámpago y acciones de arte. Además uno estaba permanentemente enamorada, entonces era un torbellino. Eso me dio amigos espectaculares, que es el mejor capital que tengo y que voy a tener en la vida. –Ahora ellos están en el poder, forman parte del Frente Amplio y la invitaron a las elecciones, ¿en calidad de qué? –De nada. De Liliana García, de amiga, porque consideraron que no podía perderme ese momento histórico. El año pasado también viajé a Montevideo cuando se celebró el aniversario número veinte de La Marcha del Estudiante, que marcó el fin de la dictadura en el 83.Yo era dirigente del sindicato de actores y estuve en la organización de esa movilización que desembocó en un estadio con todos los profesores y rectores de la universidad que habían sido expulsados, encarcelados y exiliados. Fue espectacular. –¿Cayó presa alguna vez? –No. Cosas pequeñas, detenciones, como todo el mundo. Palos sí me llegaron, unos cuantos, y mi gran pérdida fue una chaqueta de cuero italiana maravillosa, que, gracias a Dios, tenía puesta porque amortiguó un sablazo que me dieron desde un caballo. –A propósito ¿cómo es para la ropa, la joya? –Salvaje, y no tengo ni un prejuicio. Siempre fui trapera, hasta en mi época de más acérrima militancia. Me gustan las marcas buenas, la ropa de diseño; los zapatos, los perfumes, las joyas, las carteras. –Supe que en materia de cuidados de belleza es adicta a un brebaje chileno consistente en cochayuyo remojado en agua y que con eso se mantiene flaca, ¿es cierto? –Todo el mundo se ríe de mi receta porque es como asquerosa, pero no tiene gusto a nada. Se supone que el yodo que contiene el cochayuyo quema grasas. Es verdad que todas las mañanas ingiero esa pócima mágica en ayunas. –¿Y le gusta o le aterra tener la edad que tiene? –Mire, yo, hasta hace poco, nunca tuve problemas en decir la edad, pero de repente me vino una trancadera que me quiero respetar. Por ahora no quiero tener ni un solo año más de los que tengo, porque me vino una especie de angustia existencial con el número. ¡Y punto!: me permito esa frivolidad hasta que la vuelva a asumir... y yo creo que va a ser pronto porque no puedo ser tan pelotuda. |
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