Cuando Viajar no es un Placer

Según los estudios más recientes, uno de cada diez pasajeros mayores de 50 años que emprenden vuelos de más de ocho horas se ven afectados por la trombosis venosa profunda, una dolencia relacionada con la inmovilidad que, en sus versiones más graves, puede terminar en la muerte. ¿La culpa es de los aviones?


De acuerdo a un reporte reciente del hematólogo Paul Giangrande, del John Radcliffe Hospital de Oxford, todos los años, una de cada 2 mil personas en el mundo sufre una trombosis venosa profunda. Según los científicos, la edad es un factor que influye sensiblemente: la proporción es de uno en 3 mil entre los menores de 40 años, y de uno en 500 entre los mayores de 80.

La dolencia puede desencadenarse en un ómnibus, en un auto, en un tren o en cualquier circunstancia que la propenda, como ocurre con los enfermos que quedan postrados en la cama un largo tiempo, o tal como sucedió este año en Nueva Zelanda, donde una persona que pasaba 12 horas al día frente al televisor fue víctima de lo que se dio a conocer como el primer caso de “trombosis electrónica”.

Sin embargo, las miradas sospechosas apuntan especialmente a los viajes aéreos, porque existen evidencias –aunque no pruebas concluyentes– de que algunas particularidades hacen a este medio de transporte más peligroso para el desarrollo de trombosis venosas profundas. Entre ellas, se señalan la presurización de las cabinas, las escasas oportunidades que tienen para moverse los pasajeros, y el estrecho espacio con que cuentan para acomodar las piernas mientras están sentados.

Contra lo que se afirmó insistentemente en una época, este último aspecto no debe asociarse exclusivamente a la clase económica –aunque a la afección se la suele denominar Síndrome de la clase turista– ya que se han registrado casos de viajeros que fueron víctimas de la trombosis aún volando en Ejecutiva y Primera Clase. Es más: un estudio de 2001 a cargo de la Nippon Medical School de Japón determinó que cinco de cada 12 pasajeros que arribaron al aeropuerto Narita de Tokio y desarrollaron esta dolencia después de vuelos largos, habían viajado en Business.

Cómo ocurre
Las venas transportan sangre desde las extremidades hacia el corazón y los pulmones, donde la sangre es oxigenada para emprender el camino de regreso hacia las extremidades, a través de las arterias. Cuando se permanece sentado e inmóvil mucho tiempo, las venas de las piernas se comprimen y la sangre no fluye al corazón de forma normal. La fuerza de gravedad tiende a acumular sangre en los pies, por lo que es tan frecuente la hinchazón de tobillos después de cualquier viaje más o menos largo. Esta compresión de las venas contribuye a la formación de la trombosis venosa profunda (DVT, por su sigla en inglés) que se desarrolla mayormente en las piernas y consiste en la formación de un coágulo o trombo en las venas más importantes de esa zona. El trombo permanece allí e interfiere con la circulación sanguínea del área. La embolia, en cambio, es un coágulo (trombo) que se desplaza desde el sitio donde se formó a otro lugar del cuerpo. La situación más peligrosa se desencadena cuando el coágulo termina por alojarse en el cerebro, los pulmones o el corazón, donde puede destruirse, produciendo un infarto.

La investigación más importante sobre la incidencia de los viajes en avión en esta afección, a cargo de la Organización Mundial de la Salud y financiada por las propias compañías aéreas, está en proceso y arrojará resultados definitivos recién en el año 2006.

Mientras tanto, existen estudios parciales pero atendibles, como el que publicó en Mayo de 2001 la prestigiosa revista científica The Lancet. La investigación, dirigida por el doctor John H. Scurr, buscaba determinar la frecuencia de la trombosis venosa profunda en las extremidades inferiores durante viajes largos en clase económica. Entre 116 pasajeros relevados, el 10 por ciento desarrolló trombosis en las pantorrillas. Según este mismo artículo, diversos relevamientos clínicos desarrollados hasta el momento “sugieren que hasta un 20 por ciento de los pacientes que presentan trombosis viajaron recientemente en avión”.

Algunas investigaciones agregan que la menor presión del aire en el interior del avión es capaz de desencadenar una trombosis venosa. Aparentemente, la rápida exposición a una presión menor a la normal activa la coagulación. Si se suman el sedentarismo y la deshidratación, la conjunción de estos factores bien podría determinar un estado de hipercoagulabilidad muy propicio para desencadenar la enfermedad.

La dificultad en establecer la relación con los viajes aéreos tiene que ver además con la sintomatología de estas trombosis. No siempre presentan síntomas, y cuando los hay, no necesariamente se evidencian en el momento de su formación, sino muchas veces horas e incluso varios días después. Los síntomas más frecuentes son hinchazón, dolor, tensión o enrojecimiento en la zona afectada. También pueden aparecer fiebre, aceleración del ritmo cardiaco y hasta tos repentina y sin razón aparente. Podría revestir mayor gravedad si se presenta dolor torácico, falta de aire o respiración dificultosa.

“Pero la trombosis es muy difícil de diagnosticar”, advierte el hematólogo uruguayo Lem Martínez, “sobre todo cuando es incipiente”. Para complicar aún más las cosas, a los pacientes les cuesta acudir al médico simplemente para decirle: “me duele una pantorrilla”. “Además, en general los médicos recién están entrando en este tema; si bien estaba descrito con anterioridad, la medicina también tiene modas”, reconoce el especialista, dejando claro que entre sus colegas aún no existe una cultura asentada de anticiparse a esta posibilidad.

Riesgos a la vista
Para evaluar las posibilidades de enfrentarse a una trombosis ante un vuelo es necesario tener en cuenta dos aspectos básicos: la duración del viaje –el peligro se agrava a partir de las cuatro horas de inmovilidad– y los factores de riesgo de cada persona.

Como jefe del departamento hemato oncológico de la Sociedad Española, Martínez ve “frecuentemente” casos de enfermos avanzados de cáncer que viajan al Exterior para realizarse un tratamiento y vuelven con una complicación por trombosis, que a veces les provoca la muerte. Padecer cáncer es uno de los principales factores de riesgo, mientras la herencia es otro factor que opera fuertemente, explica Martínez.

También son factores de alta incidencia la edad –ser mayor de 40 años–, diversos problemas circulatorios, como várices; o haber desarrollado previamente trombosis, hipertensión, insuficiencias cardíacas o la simple tendencia a que los tobillos se hinchen exageradamente después de los viajes. Las embarazadas, las mujeres que dieron a luz recientemente, y las que toman anticonceptivos o están sometidas a terapias de reemplazo hormonal, también constituyen población de riesgo.
Del mismo modo se consideran quienes se hayan sometido a una cirugía mayor (abdomen, pelvis o extremidades inferiores,especialmente operaciones de cadera o rodilla), los fumadores, y los obesos.

Otro factor que manejan los científicos es la resistencia a la proteína C, sustancia que interviene en el proceso de coagulación de la sangre.
La investigación de Giangrande apuntaba que el 90 por ciento de quienes sufrieron una trombosis venosa padecía algún factor de riesgo. Por eso, integrar alguno de estos grupos es motivo suficiente para consultar a un médico hematólogo o un internista antes de emprender un largo viaje. Una receta que suelen indicar los médicos es una dosis inyectable de heparina de bajo peso molecular previa al viaje y una segunda antes del regreso.



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