El
secreto del éxito
Para algunos, dejar de fumar no es tan complicado. El relacionista público
Alfredo Etchegaray lo hizo hace años, y borró de su mente
su pasado de fumador. Había caído en las garras del cigarro
durante la época liceal, cuando lo raro era no fumar.
"Profesores, actores y hasta los padres fumaban. Y uno los imitaba.
Si no fumabas eras un anárquico", ironiza. El cigarro lo acompañó
todo el liceo, y le valió varias amonestaciones.
"No sabría decir cuántos fumaba por día por
la cantidad que me sacaban", bromea Etchegaray antes de recordar
que un día se puso serio. "Me di cuenta que, en realidad,
era el cigarrillo el que me fumaba a mí. Y el autocontrol es el
secreto del éxito.
Si tu no podés controlar el cigarrillo, entonces no vas a poder
controlar las cosas más importantes de tu vida". Tenía
20 años cuando tal razonamiento lo iluminó. Siguiendo el
ejemplo de varios de sus amigos, tiró la caja de cigarros y dio
el tema por terminado.
Hoy, no extraña el hábito para nada. "Es más,
me molesta el humo en ambientes cerrados, y me siento mal en las discotecas
donde se fuma mucho", agrega el famoso party maker antes de sugerir
que deberían considerarse las "demandas por envenenamiento".
Aunque esa posibilidad aún no está contemplada por la ley,
sí hay muchos decretos pensados para controlar el daño que
el cigarrillo infiere a la salud. A saber: está prohibida su venta
a los menores de 18 años. Está prohibido vender cigarrillos
sueltos.
No se puede fumar en un centro de salud, ni en el transporte público
interdepartamental. Las empresas tabacaleras tienen la obligación
de informar cada año sobre los contenidos de nicotina y alquitrán
de los cigarrillos manufacturados en Uruguay, así como de los importados.
El envoltorio de los cigarros debe advertir del daño que causan
a la salud, y lo mismo deben hacer las campañas publicitarias que
incitan a fumar.
Todo esto existe, y es Ley.
Sin embargo, jamás hubo control ni sanciones, dice el informe elaborado
por la Alianza Nacional para el Control del Tabaquismo, organismo formado
en 1995. "Las ordenanzas están, pero no hay fiscalización",
resume la sicóloga Gabriela Olivera, integrante de dicha entidad
y del área de hábitos tóxicos y adicciones del Ministerio
de Salud Pública.
Si
la nena lo pide...
Si fuera por Cristina Morán, también estaría prohibido
fumar dentro de los supermercados y almacenes, donde el humo del cigarro
contamina las frutas y verduras a la venta.
Y a decir verdad, las leyes uruguayas la apoyarían, sólo
que falta quien se encargue de ponerlas en práctica. Según
un proyecto de ley aprobado por unanimidad en el Parlamento en Agosto
de 1997, ya está prohibido fumar en oficinas públicas y
en todo lugar destinado a la permanencia en común de personas,
con la única salvedad de aquellas áreas especialmente destinadas
a los fumadores y señalizadas adecuadamente.
Aunque hoy se suma a la lucha contra el cigarro, la popular Cristina era
de las que prendía un cigarrillo con el que estaba por apagar,
y de las que manoteaba la cajilla apenas despegaba la cabeza de la almohada.
Es más: fumó durante todo su embarazo.
Pero la misma seguridad que utilizó a los 18 años para confesar
su adicción frente a sus padres, la empleó a los 51 para
despedirse del cigarro.
Un disfonía pasajera le vino de perillas para dar el primer paso.
El médico le pidió que no fumara ni hablara durante cinco
días. "Yo no podía darme el lujo de jugar con eso",
cuenta la conocida locutora y conductora de radio y televisión.
Así que obedeció sin chistar. Al cabo de los cinco días,
y ni un minuto más, Morán le pidió un cigarro a su
hija. La negativa de Carmencita, recuerda mamá Crisitina, fue rotunda.
"Si no aprovechás ahora para dejar de fumar, no lo hacés
nunca más", le dijo.
El pedido de su hija le cambió la vida. "Dejé de despertarme
con tos. Comencé a sentir olores y sabores que creía perdidos
para siempre. El gusto de los postres, los olores suaves, aromas, fragancias
y perfumes, recuperaron su aroma natural". Desde entonces no quiere
olor a humo ni de lejos, dato que deberían considerar los interesados
en subirse a su auto, donde está terminantemente prohibido fumar.
Mucho
humo
Ignacio -Nacho- Suárez fumó todo tipo de cigarros: armados,
importados, nacionales, fuertes, suaves. Caminaba cuadras para encontrar
sus preferidos, y fumaba tres cajillas por día. El cigarro era
todo un ritual que acompañaba todo momento: un amanecer en el campo,
una cita romántica, una pausa reflexiva, una noche en vela. Todavía
recuerda a las risas cuando se enamoró de una chica de blazer azul.
"Salí con esa niña y me terminó de rematar cuando
de su cartera sacó una caja de La Paz suave, que era el cigarrillo
que fumaban los obreros de la construcción". Suárez
"amaba" el cigarro, al que llegó a considerar "un
compañero de vida". Pero un día debió decirle
adiós a este amigo.
¿Por qué? "Estaba lleno de humo", responde casi
asqueado. Se dio cuenta de ello en su oficina de la Plaza Cagancha. "Acompañé
a un cliente al ascensor y prendí un cigarro" -recuerda- "cuando
volví a la recepción me di cuenta que había otro
cigarro consumiéndose, que yo mismo había dejado hacía
algunos minutos".
Pensó que era una locura, pero más se sorprendió
cuando, ya en su escritorio, se topó con otro cigarrillo encendido,
que también él había dejado abandonado hace un rato.
Pero no fue hasta que entró el baño, y vio un cuarto cigarro,
que se dio cuenta de que algo andaba mal. El cigarro lo dominaba. Y era
hora de tomar el toro por las astas.
Una pequeña intervención quirúrgica contribuyó
en la batalla. "Aproveché una operación de vesícula
y después de estar tres días sin fumar me dije a mí
mismo: si fumo de nuevo estoy loco". El 31 de Diciembre pasado se
cumplieron diez años de aquel día lleno de cigarros en la
oficina de la Plaza Cagancha. Y Nacho Suárez hoy se alegra de haber
tomado la decisión de abandonar a aquel mal amigo.
Fumar
a escondidas
"Aunque siempre fui consciente del daño que causaba, confieso
que si no hubiera vivido en un ambiente donde se rechazaba el cigarrillo,
hubiera seguido siendo una gran fumadora". Quien hace esta revelación
es la estilista Victoria Sisniega, más conocida como Vicky. Hace
treinta años, cuando se casó con su actual marido, era una
fumadora moderada. No llegaba ni a una cajilla por día, pero había
cigarros que no podía evitar: "el del cafecito, el de después
de comer"... y unos diez más por día.
Al flamante cónyuge no le caía muy en gracia el vicio, y
a ella misma le molestaba el olor a humo en el pelo. Así, preocupada
por los potenciales estragos en la salud y cansada de los fastidios domésticos
ocasionados por el cigarro, Sisniega comenzó un largo proceso para
dejar de fumar. "Sólo de vez en cuando prendía alguno.
En el negocio me iba al fondo, y en casa, cuando agarraba la caja, mi
marido me perseguía y se la llevaba", cuenta Vicky para ejemplificar
la gran fuerza de voluntad que hizo falta para despedirse del vicio. Hoy,
en su local hay zonas delimitadas en las que no se puede fumar. Además,
cuenta con un purificador de aire prendido constantemente.
Pero lejos de ser una ex fumadora tradicional, de esas que tosen apenas
alguien atina a prender un cigarrillo, la estilista confiesa que adora
el olor al buen tabaco y que no le molesta para nada que alguien fume
a su lado. "Hace unos diez años que no toco un cigarrillo",
remata orgullosa. Pero claro que no todo es color de rosa: también
hace diez años que está tratando de bajar los kilos de más
que la ansiedad dejó de regalo. Es un precio muy barato. Y ella,
como todos los ex fumadores, lo sabe muy bien
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