El que quiere celeste...

A pesar de las campañas de prevención, y de lo divulgados que están los males asociados al cigarro, alrededor del 35 por ciento de los varones uruguayos y el 30 por ciento de sus compatriotas mujeres siguen convencidos que, como dice la canción, fumar es un placer.

Según numerosas investigaciones, entre los miles y miles de fumadores que cada año intentan dejar el cigarro, la enorme mayoría no lo consigue.
La actriz Gabriela Iribarne se sumó a las filas de la victoriosa minoría el 2 de Octubre del año 2000. Hasta entonces, se pasaba "todo el tiempo con un cigarro en la mano". No es una metáfora: llegó a fumar dos paquetes por día. Es decir, 40 cigarros.

Aunque recuerda que disfrutaba mucho de cada pitada, Iribarne admite hoy que "la dependencia era muy fea". Sin embargo, el anhelo de libertad pudo menos que un susto familiar: una querida tía fallecida a causa de un enfisema pulmonar.

"Ese fue el click. Respondiendo un pedido de ella, y otro poco por el enorme grado de dependencia que tenía con el cigarro, decidí dejar de fumar", recuerda la protagonista de Debajo de las polleras.
Para conseguirlo, la actriz puso mucha voluntad y contó con la ayuda de una especialista, que le recetó un medicamento para evitar el síndrome de abstinencia y calmar la ansiedad.

El tratamiento totalizó siete semanas, pero a los 15 días de iniciado ya había perdido las ganas de fumar. Esas dos primeras semanas fueron terribles para Iribarne. "Me sentía angustiada, pero cuando fumé el último cigarro, sabiendo que era el último, me sentí muy bien".

Además de ayuda médica, la ganadora del premio Florencio contó con el apoyo incondicional de su familia. Su marido, otro ex fumador, se embarcó en el mismo tratamiento y también dejó atrás el vicio. Y aunque su hijo adolescente es fumador, la actriz se siente muy feliz "de haberle dado el ejemplo venciendo algo que parecía imposible".

Con la intención de no dejar nada librado al azar, Iribarne diseñó un plan de alimentación para no aumentar de peso. Sin embargo, la ansiedad pudo más y la balanza terminó delatando ocho kilos extra. "El nivel de exigencia era tan alto, que al final dejé la dieta", resume la actriz antes de confesar que, de tanto en tanto, le gustaría mucho prender un cigarro "para acompañar determinado momento". Pero no lo hace.


El consejo del amigo

Cuando los cigarrillos ya estaban verdes de viejos, Juan Carlos López se dio cuenta que ya no los necesitaba. Los había tenido a la vista, durante un buen tiempo, para demostrarse a sí mismo que era capaz de abandonar el mal hábito. Pero antes de ese día, "el gran día", pasaron muchas cosas.
Había empezado a fumar con apenas 13 años.

"Papá tenía bar, de modo que yo era un campeón entre mis amigos porque llevaba cigarrillos para mí y los demás. En ese momento, fumar era cosas de machos", resume el conductor de Americando, que por entonces fumaba negros y de paso quedaba "como un rey" ante las chicas de la clase. La gracia dejó lugar al vicio, y poco tiempo después, Lopecito empezó a necesitar de los cigarros como el aire.

Su mayor pasión era fumar en la cama, mientras leía. Pero también pitaba mientras caminaba o hablaba: en cualquier momento, en cualquier lugar. Siempre llevaba dos atados consigo, y guardaba otra caja en casa, "para que nunca faltaran". Aunque era consciente del daño que se provocaba, se hacía trampas al solitario.

"Fumo después de la una -me decía- pero en una hora me fumaba todo lo que no había fumado de mañana. O sea que era lo mismo". Todo cambió cuando un buen día, el poeta Lucio Muñoz, íntimo amigo suyo, estuvo cerca de pasar a "mejor vida" por culpa de la nicotina. A pesar de encontrarse en estado crítico, el enfermo alcanzó a pedirle a López que dejara el cigarro. "Que me salvara, dijo.

Del hospital me fui a mi casa en Lagomar. Entré al dormitorio y me acosté. Me quedé en la cama despierto toda la noche y seguí acostado gran parte del día siguiente. Cuando me levanté, decidí que no fumaba más". Este año se cumplen dos décadas de aquel día. Desde entonces, Juan Carlos López no sólo no fuma, sino que no soporta ni el olor al cigarro. "Me hace tan mal que se me ponen los ojos colorados y empiezo a toser. No lo soporto en el coche y soy absolutamente dictatorial en esa materia", dice el popular conductor televisivo, partidario de prohibir el cigarrillo en shoppings centers, restaurants, y todo sitio público en que convivan fumadores y no fumadores. "No hay nada peor que estar comiendo y que te fumen al lado", protesta López.


La lucha de cada día

El mismo olor que fastidia a López es el que todavía atrae al ex diputado nacionalista León Morelli. A cuatro años de haber dado la última pitada de su vida, Morelli sueña con cigarros todas las noches. Sueña que fuma, feliz. Y cada vez que puede, se acerca disimuladamente a algún fumador para sentirle el olor al cigarro. Pero desde el 1 de Mayo de 1998 jamás volvió a ponerse uno en la boca.

Dejar el vicio le costó -y le cuesta- un gran sacrificio, además de la dieta y la gimnasia con que tuvo que sacarse de encima los kilos que ganó tras abandonar el hábito.
Morelli fue un fumador empedernido. Las dos cajillas diarias eran religiosas, así mediaran gripe o tos a rabiar.

"Por mucho que quería dejar, y a pesar de ser totalmente consciente del mal que me hacía, no podía".
El nacimiento de su primer nieto puso las cosas en su lugar. "Pensé que tal vez, si dejaba de fumar, podría vivir algunos años más para estar con él y disfrutarlo". Con la ayuda de ansiolíticos, y estimulado por la llegada del nieto, Morelli dijo adiós al vicio.

No fue fácil. A menos de 24 horas de iniciada la batalla, el yerno de Wilson Ferreira Aldunate estuvo tentado de tirar todo por la borda. Pero el pensamiento que vino a su mente es el que todavía guía su lucha diaria: "con lo que sufrí ayer, no voy a volver para atrás". Así fueron pasando los días, y sigue escapándose del cigarro. "Esos días ya suman cuatro años", concluye Morelli.

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