Genes enviciados

Los riesgos de convertirse en un jugador compulsivo o patológico dependen de la personalidad y la bioquímica del sistema nervioso de cada persona.

La distorsión del pensamiento, la superstición, la mentira, y una sensación de poder y absoluto control mientras juegan, son algunas de las características presentes en los jugadores patológicos según la clasificación estadounidense de los trastornos mentales.


La mayor parte de las veces, la enfermedad aparece en forma progresiva y crónica: la persona se vuelve realmente incapaz de resistir el impulso de jugar.

La ludopatía desarrolla los mecanismos básicos de cualquier adicción. Las investigaciones más recientes sostienen que, tal como sucede con algunas dependencias a sustancias tóxicas, el juego patológico, además de un trastorno mental, puede ser un trastorno biológico genético y no habría que descartar su carácter hereditario.

Como otras adicciones, la ludopatía actúa a través de determinados receptores neuronales y sistemas de neurotransmisión. Estudios realizados sobre familiares de primer grado de ludópatas revelan una prevalencia de la enfermedad de un 20 por ciento.

Esa vulnerabilidad biológica permite detectar, también, una relación entre la ludopatía y otro tipo de trastornos mentales como el déficit de atención, la hiperactividad en la infancia y el trastorno bipolar.

De su conocimiento de numerosos casos la siquiatra uruguaya Sandra Chele deduce que, en efecto, “a veces no son adicciones reales al juego sino síntomas de otros trastornos”, entre los que puede incluirse el bipolar. “Durante el episodio maníaco” –avanza la experta– “el paciente, que siente Dios, puede jugar alocadamente porque cree que va a ganar siempre. O puede consumir drogas o alcohol durante semanas, sin tener una adicción real”.

Además del cuadro de depresión que en general esconden los jugadores patológicos, Chele detecta entre sus pacientes una baja autoestima y cierta voluntad autodestructiva.

Otra de las características de los jugadores patológicos es que son personas insatisfechas en muchos aspectos de su vida, sin vínculos que funcionen aceitadamente. “Siempre pienso que son como grandes bocas que necesitan y necesitan. Nada les alcanza. Y terminan en el juego, un área en la cual no te relacionás francamente con los demás. No existe nada más impersonal”, resume la siquiatra.

De acuerdo a un estudio que sus colegas estadounidenses presentaron el año 2001, las mujeres corren un riesgo de sucumbir a la adicción al juego tres veces mayor que los hombres, aunque se estima que sólo un tercio de los ludópatas de aquel país son mujeres.

Los familiares de estas personas tardan mucho en enterarse de la situación, porque los jugadores entran en una espiral de mentiras interminable. Primero, para justificar dónde estaban; luego, para conseguir dinero; finalmente, porque aprenden a mentir por mentir. “Y lo peor es que terminan creyéndose sus propias mentiras”, asegura la siquiatra uruguaya.

Luis, uno de los pacientes de Jugadores Anónimos, acepta que se había convertido en “el rey” de las mentiras. “Decía que sacaba a pasear a mi nieta y la dejaba encerrada tres horas en el auto, estacionado cerca del casino”, reconoce hoy, avergonzado.

Al filo de la navaja

Aunque es justo insistir en que no todos los apostadores terminan igual, Chele no duda en afirmar que quienes concurren periódicamente a jugar “como quien va al club”, “están en situación de riesgo permanente. De alguna manera han encontrado en el casino su grupo de referencia y eso los deja en la cornisa. Por un tiempo llevan medido el dinero que gastan, pero eso cae por su peso muy fácilmente. Además, les es muy difícil explicarle a los demás que van al casino tres veces por semana, y ahí arrancan las mentiras. Es un juego de riesgo. No todo el mundo cae, pero inevitablemente algunos van a caer”.

Martín Cánepa tiene claro el lado oscuro del mercado del entretenimiento, y reconoce que los jugadores problemáticos son una piedra en el camino. Según deja saber, el personal de Maroñas Entertainment tiene instrucciones de “hablar” con esas personas o sus eventuales acompañantes. “Pero por razones legales, no podemos impedir la entrada a nadie”, explica el titular de Hípica Rioplatense.

Cánepa es, asimismo, presidente de la Asociación Latinoamericana de Juegos de Azar, que se reunirá en octubre para elaborar políticas en esta materia. Algo así ya se ha hecho en los casinos de Las Vegas, donde los grandes jugadores patológicos están consignados con nombre y apellido y tienen prohibida la entrada.

Despejar el camino a la diversión sana parece ser el leit motiv de esta nueva industria del entretenimiento que quiere desprenderse de leyendas negras y proponer una modalidad de juego más moderna, transparente, segura y divertida. ¿Estarán las uruguayas que se escapan dos por tres a los slots en esa línea?

Hagan sus apuestas.

 

 

Los números cantan

Las tragamonedas generan para la casa entre un 8 y un 10 por ciento de retorno sobre lo apostado, y representan el 87 por ciento de la recaudación para los casinos municipales y estatales en Uruguay. Estos casinos recaudaron en 2003 un total de 468 millones de dólares. Considerando todos los juegos de azar, durante el año pasado en Uruguay se gastaron unos 550 millones de dólares (incluyendo casinos, carreras de caballos, loterías y quinielas). En relación al PBI de 2002, la recaudación de juegos de azar representa en Uruguay un 4,5 por ciento del total de la actividad económica. De acuerdo a datos publicados por la agencia de noticias AFP, las cifras oficiales sobre la recaudación del pasado verano permiten anticipar que en Uruguay se jugarán, a lo largo del corriente 2004, más de 900 millones de dólares en ruletas y slots.

Barranca abajo

Patr icia tenía 36 años, dos hijos, una casa en Pocitos y un cargo gerencial cuando en mayo de 1996 pisó por primera vez un casino. Todo fue muy rápido.

Perdía la noción de las horas y llamaba desde allí mismo a los clientes para posponer reuniones. En ocho meses perdió todo. Primero su matrimonio. Luego su trabajo. Más tarde la libertad, porque acabó presa tras cometer un desfalco en su empresa. Asistió durante tres años a un grupo de Jugadores Anónimos. Cuando tras ocho años de abstinencia el pasado parecía pisado, volvió al infierno. Emocionalmente quebrada por la muerte de su padre y el deterioro físico de su madre, un día tuvo la mala idea de reincidir en el juego. Le bastó ver uno de los nuevos slots para tentarse. “Les dije a mis hijos que se metieran en el cine, que yo iba a comprar ropa, y entré. Gané unos cuantos dólares con un pozo, pero terminé perdiendo miles. El propio personal de la sala, cada vez que me pagaba, me decía: ‘váyase, usted no lo está disfrutando'. Yo lloraba frente a la máquina. Aunque ganara, la odiaba. Pero seguía ahí, sabiendo que me autodestruía.

Sabía que me estaba matando”. Después de internarse por un tiempo en un siquiátrico, hoy asiste a terapia y continúa con Jugadores Anónimos, donde suelen recordarle que la adicción al juego tiene tres “terminales”: La locura, la cárcel o la muerte. Ella, que ya pasó por las dos primeras, sabe que esta es su “última oportunidad”. “Me partió el alma, porque estafé a mis hijos otra vez. Me dio mucha más vergüenza que la vez anterior. Perder la confianza ganada tras ocho años fue espantoso”.




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